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A lo largo de su vida, George Müller fundó y dirigió una organización que brindó refugio a más de 10.000 huérfanos, y lideró el establecimiento de 117 escuelas que ofrecían educación cristiana a más de 120.000 niños. A diario pasaba horas en oración y leyendo la Biblia a tal punto que, para cuando llegó a ser adulto, formó el hábito de leerla de tapa a tapa cuatro veces al año.
Pero, ¿cómo pasó de ser un aficionado al juego y al alcohol, a ser un apasionado por la Biblia y la misericordia?
Una niñez desmedida
George Müller nació en Kroppenstedt, una ciudad ubicada en lo que hoy conocemos como Alemania, el 27 de septiembre de 1805. A sus 10 años, con el fin de que se formara como clérigo luterano, su padre lo envió a la ciudad cercana de Halberstadt, pues quería que su hijo gozara de la tranquilidad y las comodidades que se les otorgaba a las personas que hacían parte de la Iglesia estatal.
Sin embargo, a muy corta edad, el pequeño George se vio atraído por el juego, el alcohol y una vida sin límites. Tanto así que, cuando su madre estaba a punto de morir, Müller, con tan solo 14 años, amaneció borracho, deambulando por las calles y acompañado de mujeres, sin tener una mínima idea de lo que estaba sucediendo en su casa.
Dos años más tarde, fue arrestado por robo y llevado a prisión. Después de estar allí 24 días, su padre –que como recaudador de impuestos tenía suficiente dinero para sacarlo de la celda–, lo azotó y lo envió de nuevo a la universidad para que se graduara como ministro. No le importaba si profesaba la fe o no; solamente quería cumplir su propósito de que George tuviera una vida cómoda y digna.
Una experiencia transformadora
Tan pronto ingresó a la universidad, conoció a un hombre llamado Beta, quien mantenía prácticas similares a las del joven Müller, pero también asistía a reuniones en la casa de un hombre cristiano donde cantaban, oraban, leían la Biblia y escuchaban la lectura de un sermón impreso. Como Beta conocía los comportamientos de Müller, no le parecía adecuado invitarlo a ese tipo de reuniones. Sin embargo, un día cualquiera del año 1827, lo hizo. Ese tiempo de comunión con otros cristianos fue tan impactante para la vida de George Müller, que creyó en el mensaje del evangelio de Jesucristo y comprendió que Dios había iniciado una obra de gracia en su vida.
Dos años después de haberse convertido, decidió ingresar a la Universidad de Halle para estudiar divinidades y profundizar en su conocimiento de Dios. Inmediatamente después de terminar estos estudios, decidió hacerse misionero en Bucarest y también se ofreció a participar en la Sociedad Misionera de Londres. Pero, un año después de unirse a ella, empezó a sufrir de una enfermedad que consideró como parte de la providencia de Dios; tuvo que parar y se mudó a un pueblo llamado Teignmouth, en Inglaterra.
Durante los primeros diez días de su llegada, Müller se hospedó con un hombre llamado Henry Craik (1805-1866), quien bendijo y transformó su vida; lo guió para que viera la gran misericordia que Dios había tenido con él. Aunque Müller había creído en el Señor Jesús, todavía era escéptico respecto a algunas doctrinas fundamentales del cristianismo. Así que, mientras asistía a la capilla de aquel pueblo, fue confrontado por las Escrituras y convencido por la gracia que Dios tiene con los que ama. De esta manera, entendió la importancia y trascendencia de la lectura y meditación en la Palabra.
Llamado a la austeridad y a los huérfanos
Un tiempo después comenzó a ejercer como pastor en la capilla de Teignmouth y, junto con su esposa Mary Groves –con quien se casó el 7 de octubre de 1830–, decidió cambiar algunas prácticas con las que no estaba de acuerdo, pero que eran bien vistas por la mayoría de las iglesias de aquel tiempo para su sostenimiento económico. Una de ellas era la práctica de alquilar lugares en la iglesia a una élite específica que podía pagarlas, lo cual impedía que los más pobres pudieran sentarse y escuchar de cerca el sermón.
Con el tiempo, Müller reflexionó sobre el hecho de que su ejercicio pastoral también debía manifestar el favor que el Creador le había mostrado a él. Por eso y por su comprensión de la soberanía universal de Dios, consideró que no debía recibir un salario por dedicarse a servir a los demás, así que renunció a él. Además, para ejercitar su confianza en el Señor, dejó de pedirles dinero a las personas para su sostenimiento, y más bien desarrolló un hábito de oración constante. Estaba convencido de que Aquel a quien dirigía sus peticiones supliría todas sus necesidades fundamentales.
En 1832, Müller se mudó a Bristol, Inglaterra, para comenzar a trabajar en la Capilla Bethesda. Más tarde, con el objetivo de evidenciar y dar testimonio del Dios vivo, comenzó a publicar reportes sobre las bendiciones que había recibido y las respuestas a sus oraciones. Entre ellas, estaban las necesidades del ministerio de niños huérfanos que había empezado con su esposa. Todas fueron suplidas.
El trabajo de Müller y su esposa con los huérfanos comenzó en 1836, año en el que adecuaron su propia casa alquilada para el alojamiento de treinta niñas. Poco después se amoblaron tres viviendas más y algunas se usaron también para niños, aumentando así la capacidad para atender a 130 pequeños. Poco a poco, muchas personas comenzaron a pronunciarse en pro del ministerio y a aportar para cubrir sus necesidades. Los reportes anuales sobre el trabajo realizado con los menos favorecidos circularon alrededor del mundo y lograron un impacto notable, pues cada vez había más interesados en apoyarlos.
Una vida de confianza en el Señor
Pero Müller nunca solicitó apoyo financiero ni se endeudó. Muchas veces recibió donaciones de alimentos no solicitadas solo unas horas antes de tener que servirle una comida a los niños. Müller oraba constantemente para que Dios tocara los corazones de los donantes. En una ocasión, sobre la cual hay amplia documentación, se hizo la oración de agradecimiento a Dios por el desayuno cuando todos los niños estaban sentados a la mesa, a pesar de que no había nada para comer. Cuando terminaron de orar, el panadero llamó a la puerta con suficiente pan fresco para alimentar a todos, y el lechero les dio la leche que llevaba, pues su carro se averió justo frente al orfanato.
Müller siempre fue reconocido como un hombre de oración que rogaba a Dios ante cualquier reto que enfrentaba y recibía constantes respuestas de Su parte de las formas más sorprendentes. Nunca buscó donaciones de individuos específicos y confió todas sus necesidades al Todopoderoso. Sin embargo, cada vez que recibía algún tipo de ayuda, lo registraba de forma muy meticulosa con el fin de dar testimonio de la provisión de Dios. Además, todos los movimientos financieros estaban siempre abiertos para que cualquiera pudiera consultarlos.
Cada mañana, después del desayuno, había un momento de oración y lectura de las Escrituras. Todos los niños recibían una Biblia al salir del orfanato, junto con una maleta de lata que contenía dos cambios de ropa. A los pequeños se les vestía bien y se les brindaba educación. El efecto de la labor de Müller era tal, que muchos afirmaron que las fábricas y minas cercanas no lograban reclutar suficientes trabajadores, debido a que Müller se aseguraba de que, cuando salieran del orfanato, sus acogidos pudieran encontrar trabajos cualificados.
Compartiendo el evangelio
Para 1834, Müller empezó a dedicarse a la enseñanza de las Escrituras en su hogar, así como al fomento y la difusión de estas en otros países, con el objetivo de ayudar a las escuelas cristianas, a los misioneros y a la expansión del evangelio. Su esposa murió el 6 de febrero de 1870, tras casi cuatro décadas de matrimonio; aceptó esta situación con confianza en la voluntad de Dios y en la satisfacción que tenía en Él.
Luego, entre 1871 y 1872, se casó con Susannah Sangar, quien también lo apoyó en su ministerio. En 1875, cuando tenía 70 años, comenzó junto a ella un período de viajes misioneros alrededor del mundo por más de una década y media. Viajó más de 200.000 millas, un logro increíble para los tiempos previos a la aviación. Sus habilidades lingüísticas le permitieron predicar en inglés, francés y alemán.
Cuando se acercaba el final de su vida, Müller había logrado establecer cinco edificios para albergar a alrededor de 2.000 huérfanos, a quienes nunca les faltó el alimento desde el día en que comenzó a servirles. En total, ayudó a más de 10.000 pequeños. Además, había impactado la vida de más de 122.000 niños que iban a las escuelas que él apoyaba con las ofrendas que recibía, y había financiado la distribución aproximada de 282.000 Biblias y millones de Nuevos Testamentos, libros, tratados y folletos.
En 1892, después de un viaje misionero final, George Müller regresó a Inglaterra. Allí murió seis años después, el 10 de marzo de 1898. Durante su vida, nunca descansó; fundó y dirigió escuelas y orfanatos mientras servía incansablemente como misionero. Su humilde testimonio con respecto a la constante provisión milagrosa de Dios para los miles de niños que estaban bajo su cuidado todavía nos inspira y aviva nuestra fe.
Este extranjero en Inglaterra recaudó de rodillas cada centavo para su maravilloso ministerio, a través de una oración incesante, persistente y agradecida, y una fe inquebrantable en Dios. Casi doscientos años después, la organización caritativa de George Müller en Bristol todavía opera y continúa adhiriéndose al compromiso de su fundador de buscar dinero solo a través de la oración.
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