Parece que llegamos tarde a este acontecimiento. Ya ha pasado más de una semana desde la muerte de J. I. Packer, uno de los líderes evangélicos más importantes del siglo pasado (y de este) y nosotros no habíamos dicho nada.
No queremos profundizar en los hechos que ya han sido conocidos. Si quieres conocer más sobre la vida de este increíble hombre, te recomendamos este maravilloso artículo escrito por nuestro hermano Josué Barrios en Coalición por el Evangelio, o esta extensa nota de Christianity Today sobre la vida de Packer.
En este caso, hemos querido tratar con algunas meditaciones de Packer sobre la adopción y la eternidad.
Packer, el hijo adoptado por Dios1
Hace una semana murió J. I. Packer, o en esas palabras lo pusieron los medios. Él habría usado otras: la muerte se trata del momento antes de la “reunión familiar”, donde “la gran hueste de los redimidos se une en una comunión cara a cara con el Dios-Padre y con Jesús su hermano”. Packer, antes de ser teólogo, orador, académico y otro montón de títulos, era un hijo adoptado por Dios, perteneciente a la familia más rica y gloriosa del mundo, cuya herencia final sobrepasaba todas las cosas. Él dijo sobre esta herencia que:
Cuando pensamos en Jesús exaltado en gloria, en la plenitud del gozo por el que soportó la cruz (hecho sobre el que los cristianos debieran meditar con frecuencia), debiéramos tener siempre presente que todo lo que él tiene algún día será compartido con nosotros, por cuanto es nuestra herencia tanto como lo es suya. Nosotros nos contamos entre los <<muchos hijos>> que Dios está llevando a la gloria (Hebreos 2:10), y la promesa que nos ha hecho Dios, tanto como su obra en nosotros, no va a fallar.
La muerte de nuestro hermano Packer es agridulce. Uno de los grandes autores de nuestro tiempo se ha ido y extrañaremos su ministerio entre nosotros, que sin duda ha influido hasta los más lejanos rincones del mundo. Pero también es un gozo saber que finalmente se ha reunido con su Padre. La vida aquí en la tierra no era suficiente y su mirada estuvo siempre puesta en el porvenir, como debería estar la mirada de todo aquél que se hace llamar seguidor de Cristo. En sus palabras, “El cristianismo del Nuevo Testamento es una religión de esperanza, una fe que mira hacia adelante. Para el cristiano lo mejor está siempre por delante”.
Cuando escucho esa meditación, me es imposible ignorar las palabras del apóstol Pablo cuando decía en Filipenses que “de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor; y sin embargo, continuar en la carne es más necesario por causa de vosotros.” (Fil. 1:23-24). Su deseo era estar cuanto fuese posible en esta tierra para ministrar al pueblo de Dios, dando gloria a Cristo a través de la fe de muchos, pero su anhelo final, lo que era “mucho mejor”, era estar con Cristo, y con ese corazón le iba a dar la exaltación final. Por eso puede decir con absoluta convicción “Cristo será exaltado en mi cuerpo, ya sea por vida o por muerte. Pues para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil 1:20-21).
Packer, a sus 93 años de vida, había ministrado incansablemente por casi un siglo, edificando al pueblo de Dios con meditaciones profundas que venían de una comunión diaria con su Padre y las Escrituras. Fue el autor del famoso libro El conocimiento del Dios Santo (versión en español del original Knowing God), donde se hallan profundas reflexiones sobre quién es Dios y cómo es nuestra relación con él. También fue uno de los editores de la famosa American Standard Bible, editor ejecutivo de la revista Christianity Today y tuvo un trabajo reconocido en la defensa de los roles de género. Enseñó hasta el final de su vida en diferentes universidades americanas, y fue un conferencista de gran influencia en todo el mundo. Lo que aprendió escuchando a Martyn-Lloyd Jones y a C.S. Lewis lo comunicó al pueblo de Dios por varias décadas.
¡Todo eso trajo gran gloria a Cristo! Pero ahora le exalta de una forma distinta: yendo a él con un corazón que lo anheló por casi 100 años. Aunque era adoptado, aun no disfrutaba de la plena experiencia de estar en la familia de Dios, pero ahora, en el instante en que yo escribo esto y tú lo lees, él goza de la cercanía propia del día de la resurrección: “Esta, la bendición del día de la resurrección, hará real para nosotros todo aquello que estaba implícito en la relación de nuestra adopción, porque nos introducirá a la plena experiencia de la vida celestial que ahora disfruta nuestro Hermano Mayor.”
Ojalá que hoy la iglesia avive esa poderosa esperanza del encuentro con Dios, tanto en la muerte particular de cada uno, como en el día glorioso de la resurrección final. Que hoy la iglesia desee estar en el mundo solo para ser luz, pero halle su gozo en el cielo, pues...
“Lo que hará que el cielo sea cielo es la presencia de Jesús, y la de un Padre divino reconciliado que por amor a su Hijo nos ama a nosotros no menos de lo que ama al propio Jesús. El ver, conocer, amar al Padre y al Hijo y ser amado por ellos, en compañía de la vasta familia de Dios, es la esencia misma de la esperanza cristiana.”
Cuidado, lector. ¿Estas meditaciones no te satisfacen? Packer dice que “Si somos creyentes, y por lo tanto hijos de Dios, el porvenir que esto nos anuncia nos satisface; si no es así, parecería entonces que no somos ninguna de las dos cosas”.
1 Todas las citas de este artículo fueron tomadas del apartado “Esperanza” del capítulo 19, “Hijos de Dios”, del libro de J.I. Packer El conocimiento del Dios Santo, versión en español del original Knowing God, el libro más famoso de su autor.
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