A principios de octubre de 2020, el presidente francés Emmanuel Macron generó una gran polémica en toda Europa al afirmar que el islam se encontraba en crisis y al proponer una nueva legislación de seguridad que se dirigía a enfrentar el extremismo islamico. Las reacciones a la posición de Macron incluyeron críticas de los principales líderes del mundo musulmán, como presidentes e imanes. Ellos insistieron en que el secularismo francés es un enemigo de su fe y subrayaron que nadie debería burlarse de Mahoma ni de la religión que él fundó, como lo hicieron los caricaturistas del magazín satírico Charlie Hebdo, víctimas de un ataque terrorista en 2015.
Aun así, Macron se mantuvo firme en sus convicciones, asegurando que “los valores republicanos” deben ser la columna vertebral de la sociedad y que cualquier posición religiosa puede ser objeto de cuestionamientos e incluso de burlas. En la actualidad, la tensión entre la sociedad secular y las comunidades musulmanas sigue siendo uno de los temas más álgidos de la sociedad europea. En este contexto, cabe preguntarse: ¿cómo debe reaccionar el mundo cristiano? ¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia en la configuración de una sociedad plural?
Para responder a estas preguntas, es pertinente mencionar, en primer lugar, cuál es el lugar del cristianismo en medio de este conflicto. En segundo lugar, es necesario examinar las crisis que subyacen en Occidente —más allá del islam—, aquellas que afectan al propio secularismo y a la cultura moderna, para finalmente considerar cómo debe posicionarse la Iglesia en un contexto de pluralidad y tensión religiosa.

Entre el extremismo y la descristianización
El 29 de octubre de 2020 un islamista radical perpetró un ataque en una iglesia de Niza, ciudad de la Riviera Francesa. En su momento, esto debió prender las alarmas del cristianismo, que terminó en medio de un conflicto religioso y social, a pesar de que gran parte de la población francesa se concibe a sí misma como secular e incluso poscristiana. En todo caso, el papel y la voz de la Iglesia son importantes por tres razones:
1. El cristianismo ha ayudado a constituir y dar forma a las instituciones que hoy se erigen como formas de gobierno en Europa. No habría sido posible pensar en la constitución de estados fuertes y democráticos sin la convicción de que todos somos iguales ante Dios. Tampoco se habrían sostenido en la fuerza de la razón si el cristianismo no hubiera introducido la idea de que Dios creó un universo con un orden lógico, regido por leyes comprensibles que responden a una racionalidad previa. A esto se suman muchos otros valores y factores que evidencian la presencia e influencia cristiana en la sociedad actual.
2. El islam no concibe a Occidente como una sociedad secular, estos términos le son ajenos. Para los musulmanes, Occidente sigue estando modelado por los valores cristianos y continúa rechazando de forma consciente al que ellos consideran el único dios, Alá.

3. Los cristianos, de distintas denominaciones, aún continúan teniendo una fuerte presencia en la sociedad europea. Aunque ciertamente parece haber una descristianización de Europa, el cristianismo no va a desaparecer, y en tal sentido tiene mucho que decir sobre los actuales conflictos sociales que se ciernen sobre el continente.
¿Cuál crisis?
En la sociedad europea, el debate sobre la integración, la asimilación y el papel de la religión en la esfera pública continúa siendo un tema de gran división. En el 2020, Macron habló de una crisis del islam, sin embargo, parece que esa era solo una cara de la moneda. ¿Acaso el Viejo Continente no enfrenta crisis subyacentes? Algunos incluso llegan a afirmar que lo mismo ocurre con Estados Unidos y todo Occidente.

Brian Stewart, un académico y ensayista estadounidense, ofrece una respuesta interesante en su artículo La modernidad secular bajo el asalto teocrático. Él no se refiere al miedo de la izquierda política a que los cristianos conservadores se apoderen del gobierno e impongan la religión por la fuerza, ya que los cristianos conservadores están siendo marginados más que nunca. En cambio, escribe sobre el peligro mucho más inmediato del islam radical en Europa.
Específicamente, Stewart menciona la avalancha de decapitaciones y ataques terroristas que sucedieron en Francia luego de que la revista satírica Charlie Hebdo publicó algunas caricaturas que representaban y ridiculizaban al profeta Mahoma. Debido a que el islam prohíbe cualquier representación de sus figuras religiosas, cualquier dibujo del profeta les resulta ofensivo, pero esas en particular fueron consideradas degradantes. En respuesta a esto, dos terroristas irrumpieron en la sede del semanario satírico francés y asesinaron a doce personas, ya que en el islam se cree que la blasfemia debe ser castigada con la muerte.
Ahora, en las naciones musulmanas bajo la ley sharía, el Estado impondría ese castigo, pero en la Europa secular los inmigrantes musulmanes asumieron esa tarea. Para ellos, las autoridades de Occidente no solo permiten la burla a la religión sino que la exaltan como un valor propio de la libertad de expresión. De hecho, Stewart elogió la defensa que el presidente francés hizo del derecho a la libertad de expresión de los caricaturistas.

Señalando la tradición del secularismo de Francia, conocida como laïcité, Macron insistió en que “es el pegamento de una Francia unida”, que debe ser defendida contra el “proyecto consciente, teorizado y político-religioso” del islamismo para subvertir la libertad de la república. Con este fin, busca detener la importación de imanes extranjeros a las mezquitas francesas y exigir que las asociaciones islámicas que soliciten fondos públicos firmen una carta de apoyo a los valores seculares.
Adicionalmente, Macron ha instado a forjar un “islam de la Ilustración” compatible con los valores republicanos franceses. Es decir, para él un islam moderno y civilizado es el único que tiene la oportunidad de sobrevivir y prosperar; será tratado como lo que es (o debería ser), ni más ni menos: una fe con derecho a todas las protecciones que ofrece la democracia secular. El asunto es que no estaría exenta de críticas y burlas, tendría que aceptar que no se puede imponer a los demás por la fuerza y mucho menos constituirse en árbitro de la sociedad mediante leyes propias, como la sharía.

La crisis en Occidente
Pero muchos izquierdistas criticaron a Macron y a Charlie Hebdo. En su texto, Stewart se quejó de eso: los occidentales no quieren defender sus valores secularistas. En vez de hacerlos valer con firmeza, muchos prefieren ceder para “no ofender” a los musulmanes. Así pues, su diagnóstico fue que no solo el islam estaba en crisis, también Occidente como tal.
La crisis en Occidente está ligada, entonces, a la frecuentemente mencionada pérdida de fe en las instituciones de la democracia y la consiguiente ausencia de lealtad a las virtudes republicanas y los deberes nacionales. Esta condición está particularmente avanzada en Europa, pero se manifiesta cada vez más en los Estados Unidos, donde la izquierda política se ha vuelto en general escéptica, si no hostil, hacia el patriotismo estadounidense y la derecha política ha perdido contacto con el carácter liberal del patriotismo estadounidense.
Gene Veith, editor de la sección evangélica en Patheos, afirma que Stewart tiene razón en que ambos bandos han perdido la fe en las instituciones de la democracia, a pesar de que muchas veces las instituciones funcionan y son capaces de enfrentar los desafíos políticos. Sin embargo, existen buenas razones para cuestionar esas instituciones esporádicamente, en especial cuando no están funcionando como deberían.
Esta crisis de los valores occidentales se evidencia, por ejemplo, cuando la izquierda señala que nuestra sociedad es irremediablemente racista y opresiva. Algo en lo que pueden tener razón, pero solo parcialmente. Mientras que esto sucede en Estados Unidos, en la Francia de Macron es preciso señalar que, en ciertos aspectos, no es muy liberal ni democrático insistir en que los musulmanes se conviertan a un “islam de la Ilustración”, al menos en lo que a la burla y satirización de la religión respecta.

Charlie Hebdo está siendo “liberal” en la práctica de la libertad de expresión, pero una sociedad “liberal” también es tolerante cuando se deja la religión en paz, en lugar de ofenderla intencionalmente. Eso sería una cuestión de “virtud republicana”.
Curiosamente, Estados Unidos ha sido inmune, al menos hasta ahora, a estas controversias relacionadas con caricaturas. Pero esto no se debe a alguna ley contra la blasfemia, sino a la presión social. Es como el racismo: la gente tiene la libertad de dibujar caricaturas racistas, pero el estigma social contra ese tema es tan grande —incluso puede ser un tabú—, que es poco probable que alguna revista las publique. Ese es un ejemplo de virtud republicana.
Sin embargo, al observar las caricaturas de Charlie Hebdo, resulta evidente que no buscan edificar ni contribuir al bien común, sino que muchas veces se reducen a la burla grosera, rayando incluso en el racismo. Entonces, que una revista las publique sabiendo que generarán reacciones violentas y hasta muertes en otras partes del mundo o en el propio suelo no es un ejemplo de uso sabio de la libertad. La verdadera “virtud republicana” trabaja por el bien común, no a la mera provocación. Eso es algo que Macron y los editores de Charlie Hebdo deberían tener en cuenta. Pero, por desgracia, ese no ha sido el caso. Ahora bien, nada de esto justifica en modo alguno la violencia ejercida por grupos extremistas: la culpa del asesinato recae siempre en el asesino.

La crisis del laicismo
Las actuales tensiones geopolíticas en Oriente Medio y el sentimiento de desarraigo que tienen muchos inmigrantes al llegar a Europa hacen parte de la crisis del islam. Al llegar al Viejo Continente, los musulmanes no observan una sociedad cohesionada, sino dividida entre lo secular y lo religioso. Es más, en realidad parece que la fe queda relegada a un segundo plano, al ámbito de lo privado, que el poder secular tiene cierta supremacía y que cualquier expresión de fe es mal vista.
Esta división, que incluso es reciente en Occidente, es de hecho inexistente en el mundo islamico. En la esfera cristiana llegó después de la Reforma protestante con Lutero, quien hizo una clara distinción entre los reinos temporal y eterno justo cuando la Iglesia medieval estaba tratando de integrar ambos mundos (lo que algunos conservadores de hoy quieren recuperar). Pero esa división que Lutero trazó nunca significó la autoridad del reino temporal sobre el espiritual, y mucho menos un ataque hostil contra la religión con tal de que prevaleciera el poder político. Legalmente, el Estado liberal debe permitir la religión como una expresión de los derechos individuales; un clima generalizado de hostilidad inhibiría la libertad religiosa, que es el sello distintivo de una sociedad verdaderamente liberal.

Además, si el islam es realmente incompatible con los valores liberales y seculares, como afirma Macron, ¿por qué Francia y otros países europeos han admitido a tantos inmigrantes musulmanes? Si han decidido hacerlo, deberían ser coherentes en el modo en que gestionan su presencia y asumir las implicaciones de esa decisión. Esto implicaría reconocer que los musulmanes no solo traen prácticas religiosas, sino también normas morales que entran en tensión con la cultura dominante. Un ejemplo de ello es que a menudo se describe al islam como portador de una “ética sexual conservadora”, en contraste con la permisividad o el liberalismo propios de una sociedad secularizada.
En fin, esta incoherencia revela un problema de fondo en las políticas de inmigración: aceptar poblaciones enteras mientras se rechazan los principios que traen consigo, sin ofrecer un marco claro de integración, termina produciendo más conflicto que convivencia. Así, concluye Gene Veith que lo que tenemos no es tanto una crisis de la civilización occidental sino una crisis de laicismo, en la que un secularismo extremo, el relativismo y la permisividad socavan al secularismo.
Por tanto, una sociedad menos laica estaría mucho más preparada para enfrentar los conflictos que surgen de la amplia presencia de musulmanes en Europa y resolverlos de manera positiva, sin recurrir a la persecución. Es en este contexto que el cristianismo tiene mucho que aportar.
¿Qué puede aportar el cristianismo en medio de este conflicto y estos debates?
Recordando a Lutero, es necesario que volvamos a una separación del poder político o secular (regnum) y el poder religioso (sacerdotium), en el que el primero no intente socavar los valores religiosos ni erigirse como un confiscador de las formas de la fe. En este sentido, la petición de un “islam ilustrado” carece totalmente de sentido, sería algo así como pedir un “cristianismo ilustrado” totalmente sometido al poder político y a los dictados de la secularidad. En la actualidad, eso está sucediendo en China, y hemos visto el resultado: constantes y flagrantes violaciones a la libertad religiosa y los derechos humanos.
Aquí es preciso distinguir entre la defensa de una sociedad con libertad y una sociedad estrictamente laica o arreligiosa. En la primera, el Estado permite cualquier expresión de fe y no elabora ninguna forma de hostigamiento, garantizando que las comunidades religiosas puedan desarrollarse en igualdad de condiciones junto con quienes no profesan ninguna creencia. En la segunda, en cambio, lo religioso queda relegado al ámbito privado, cuando no es visto con desconfianza o abierto rechazo, de modo que la libertad termina convirtiéndose en una hostilidad práctica hacia la religión, aunque se la tolere formalmente.

Otro aspecto en el que debe insistirse en medio de esta crisis es la defensa de una categoría esencial: la idea de verdad. Con la llegada de la posmodernidad a las sociedades seculares se insistió en que todas las formas de pensamiento religioso eran iguales y debían valorarse. Sin embargo, hoy el mismo pensamiento relativista ya no indica que todas las expresiones de fe deban valorarse, sino que todas, por ser iguales, deben estar sujetas al mismo escrutinio policial y a la misma regularización por parte del Estado, que termina siendo el único árbitro en lo referente al valor y la moral.
Esto indica que la categoría de la verdad, como se ha insistido en el cristianismo desde hace tiempo, debe recuperarse en el debate público. Solo así se podrían acoger aquellos valores que son verdaderos y dignos de aprecio, y rechazar todos los que no lo son. Claramente, el relativismo nos impide lograrlo.
En ese mismo sentido, ante la creciente islamización de Europa, el cristianismo no puede volverse aliado del poder político en la regularización y hostigamiento a otras formas de fe. Su papel aquí es predicar el Evangelio de manera activa y promover la efectiva conversión de cada persona a Cristo. Dicha conversión no puede ser forzada, no debe ser resultado de un hostigamiento a otras creencias, tiene que ser libre y sincera. De lo contrario, se caería en el cristianismo nominal y cultural, lo cual no lleva a las personas a un encuentro verdadero con el Señor.
El cristianismo nominal no lleva a superar los conflictos, sino que convierte a la fe en una herramienta politizada para ejecutar acciones que son incluso contrarias al Evangelio. Basta recordar un ejemplo: la conversión forzada de las poblaciones negras en Estados Unidos llevó a que se usara la Biblia como una herramienta para justificar la esclavitud. Esto mismo es lo que se le reprocha al islam, pues hace uso de la violencia en el nombre de Dios.
Conclusión
En medio de la crisis que atraviesa el secularismo occidental, la defensa de la libertad se convierte en un valor esencial. Cristo mismo nos recuerda que la verdad nos hará libres (Jn 8:32). Pero, ¿cómo confiar en un Estado que pretende normalizar la fe hasta el punto de someter la conciencia de cada individuo a su supervisión? La verdadera libertad no consiste en una licencia para atentar contra el bien común, sino en la posibilidad de encontrarnos con la verdad y vivir en conformidad con ella.
Desde esta perspectiva, los cristianos estamos llamados a abrazar y proclamar una libertad positiva, aquella que solo puede hallarse en Aquel que da testimonio de la verdad: Cristo mismo. Predicar y anunciar esa verdad es hacerla presente en el mundo, tal como lo afirma el Sermón del Monte: quienes anhelan y trabajan por la justicia y la paz proclaman con su vida la verdad y la convierten en una presencia real en la sociedad.
Seamos, pues, testigos de esa verdad y de la libertad genuina que solo se encuentra en Cristo. Una libertad que ningún Estado puede imponer ni garantizar, y a la cual nadie puede acceder por medio de la coerción. Las tentativas de control de la fe —ya sea en Francia, en China o en cualquier otra parte del mundo— son incapaces de producirla, porque esta libertad es un don que únicamente Cristo puede otorgar.
Con información de la sección evangélica de Patheos.
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