Los hikikomori son cada vez más comunes. Esta palabra significa literalmente “tirar hacia dentro”, y hace referencia a quienes viven como ermitaños en sus habitaciones, aislados totalmente del mundo durante meses o años, dedicando el día entero a su mundo virtual (mientras, en muchos casos, sus padres les llevan comida a la puerta).
Los hikikomori son principalmente hombres jóvenes; los casos de mujeres o adultos mayores son mucho más reducidos. La sociedad japonesa lleva décadas ejerciendo presión sobre los hombres para que estudien, crezcan profesionalmente y sean exitosos. Quizás eso los ha empujado a la reclusión; el mundo exterior parece demasiado difícil y hostil. Pero, ¿por qué los hikikomori son cada vez más comunes en el mundo occidental?

En Estados Unidos y otros países de este hemisferio no es raro ver varones jóvenes encerrados en sus cuartos todo el día. Los economistas del Reino Unido han acuñado el término NEET para referirse a los hombres “económicamente inactivos”, entre 16 y 24 años, que ni estudian ni trabajan ni reciben formación profesional. Según Pew Research, en 2018, el 27% de hombres en sus veintes vivían aún con sus padres.
Algunos incluso han adoptado su reclusión como una identidad. En Reddit, existen los subreddits r/NEET y r/hikikomori que abogan por un estilo de vida basado en el aislamiento y en los cuales se discuten asuntos como, por ejemplo, orinar en una arenera para no tener que salir del cuarto. Ahora, el problema es que dicho estilo de vida no funciona. Si bien el cuarto representa un escape de la ansiedad producida por un mundo hostil, se ha comprobado que, a medida que pasan más tiempo encerrados, su depresión aumenta y la capacidad de enfrentar las dificultades de la cotidianidad disminuye.

¿En qué momento el hombre joven, hambriento de juegos físicos exigentes, salidas arriesgadas con amigos y la unidad con una mujer de carne y hueso, terminó recluido en su habitación? En este artículo, quiero exponer la explicación que Jonathan Haidt ofrece en su libro La generación ansiosa, específicamente en el capítulo “¿Qué les está ocurriendo a los chicos?”, acerca de este fenómeno. Su propuesta es que dos fuerzas han llevado a los jóvenes al encierro de su habitación: una de “empuje”, ejercida por la sociedad para expulsarlos del mundo real, y una de “atracción”, ejercida por los medios digitales para enclaustrarlos en las pantallas.
Expulsados del mundo real
Antes de hablar sobre los jóvenes mismos, es necesario hablar de los problemas de la realidad en la que nacieron. Dos elementos de nuestra sociedad, uno estructural y uno psicológico, hacen del mundo real un lugar hostil para los hombres.
El elemento estructural puede resumirse en la siguiente idea: la fuerza física ha perdido valor. En la segunda mitad del siglo pasado, muchos países occidentales se desindustrializaron y la mayoría del trabajo quedó a cargo de las máquinas. En su lugar, el sector terciario (de servicios) tuvo un aumento progresivo, en detrimento de los sectores primario (agricultura y minería) y secundario (industria manufacturera). En este sector, las mujeres tenían bastantes ventajas sobre los hombres. Haidt cita a Hanna Rosin, autora de The end of men (El fin de los hombres):
Lo que ahora exige la economía es todo un conjunto distinto de habilidades: se necesita inteligencia, capacidad para permanecer quieto y concentrado, para comunicarse abiertamente y ser capaces de escuchar a las personas y operar en un lugar de trabajo mucho más variable que antes. Estas son cosas que las mujeres hacen sumamente bien.

Esto, lastimosamente, ha dejado a los hombres en una situación laboral y económica en declive. En 1972, las mujeres obtenían solo el 42% del total de títulos universitarios y los hombres el 58%. En 1982, hombres y mujeres tenían las mismas probabilidades de hacerse profesionales. Pero, en 2019, la brecha se invirtió, de manera que las mujeres obtenían el 59% de los grados universitarios y los hombres solo el 41%. Pero más allá de los títulos, los resultados en las instituciones educativas demuestran que los hombres tienen tasas más altas de TDAH, notas más bajas y, en general, un menor rendimiento. Esto se ve reflejado en que la riqueza y las oportunidades laborales de los hombres son cada vez menores.
Tristemente, hay quienes se alegran de esta situación, pero Haidt explica por qué esto es una tragedia generalizada:
¿Se trata de una victoria para las niñas y las mujeres? Sólo si vemos la vida como una guerra de suma cero entre los sexos. Por el contrario, como dice Reeves, “es poco probable que un mundo donde los hombres trastabillan sea un mundo donde las mujeres florezcan”. Y los datos muestran que ahora vivimos en un mundo donde los hombres jóvenes trastabillan.
Junto con el elemento económico estructural, hay un elemento psicológico que Haidt llama “seguritanismo”. Los padres de las últimas décadas están sobreprotegiendo a sus hijos de los distintos peligros de la vida. Hay una supervisión excesiva, de manera que los niños ya no tienen la oportunidad de asumir ningún riesgo en el mundo real.

Las estadísticas de la Generación Z (nacidos después de 1995) parecieran mostrar una juventud más sensata. Las tendencias muestran un menor consumo de alcohol, menos accidentes de tráfico, menos multas por exceso de velocidad, menos peleas físicas y menos embarazos no deseados. De hecho, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, entre el 2000 y el 2018, hubo una reducción drástica del número de hospitalizaciones por fracturas en los adolescentes varones, lo cual demuestra que están asumiendo menos riesgos en los juegos del mundo físico. ¿Acaso estas tendencias no son buenas? La respuesta podría ser “sí”, pero sería necesario revisar la razón detrás de ellas.
No se trata de que los Z sean una generación más prudente, sino de que se están alejando poco a poco del mundo real. Esto se evidencia en los problemas de salud mental de los adolescentes. Antes había una importante diferencia en los trastornos de los hombres y de las mujeres: cuando llegaban a la pubertad, las mujeres dejaban ver problemas interiorizados (como sentir que no pueden hacer nada bien), mientras que los hombres mostraban problemas exteriorizados (como tendencias violentas, que resultaban en daños de propiedad pública). Pero, a partir del 2010, los hombres comenzaron a mostrar más problemas de interiorización, de manera que para el 2017 ya superaban a las mujeres.
Entonces, permanece la pregunta: ¿qué hicieron estos hombres jóvenes con sus deseos naturales de experimentar el peligro, de ponerse a prueba luchando con otros y de satisfacer sus deseos sexuales? Una vez el mundo exterior los empujó, hubo un nuevo mundo que les dio la bienvenida: el mundo virtual.

¿El problema fueron los videojuegos?
Haidt afirma que la “generación ansiosa” es la Generación Z. Sin embargo, el problema con los hombres comenzó con aquellos que nacieron mucho antes de 1995, quienes llegaron a un mundo sobreprotector que no valoraba la fuerza física. Un elemento clave de la generación anterior, los Millennials, fueron los videojuegos.
Los primeros videojuegos de arcade aparecieron en la década de 1970 y siguieron desarrollándose en los años 80. Pero su auge comenzó en 1990, con la llegada de internet al público y otras mejoras tecnológicas, como los gráficos en 3D. Se desarrollaron juegos multijugador sofisticados, como los FPS (juegos de disparos en primera persona, por sus siglas en inglés) y más adelante los MMORPG (juegos de rol multijugador masivos en línea, por sus siglas en inglés).
Un juego de disparos como Halo (2001) les proveyó a los jóvenes la adrenalina de enfrentarse a otros chicos a muerte. Un juego de rol como World of Warcraft (2004) llevó a los jóvenes a trabajar horas interminables para conseguir que su personaje desarrollara las profesiones (como la minería) necesarias para obtener las mejores armaduras e ir a las batallas más difíciles. Había riesgos y obstáculos, pero ninguno estaba en el mundo real. Morir en la pelea era costoso, pero nunca había un brazo roto.
Estas creaciones cambiaron para siempre el panorama de las relaciones. Para disfrutar los primeros juegos multijugador, era necesario estar todos en el mismo lugar; los amigos y hermanos hacían chistes y comían juntos mientras luchaban en la pantalla, o quizás se peleaban por los controles. Pero, los nuevos títulos masivos en línea llevaron a los jóvenes a encontrarse con una plétora de compañeros de juego desconocidos con los que rara vez se establecían relaciones profundas y a largo plazo.

Ahora, ¿fueron los videojuegos los que llevaron a los hombres al aislamiento? Analizar su influencia es complejo, ya que no hubo resultados negativos en la vida de los jóvenes, al menos no en un principio. Los estudios demostraron que, hasta el final de la década del 2000, no causaron un gran deterioro de la salud mental. Incluso, parece ser que eran beneficiosos para los jóvenes. Haidt afirma:
Algunos estudios han demostrado que el uso de videojuegos está asociado a una mayor función cognitiva e intelectual, como una memoria de trabajo, una inhibición de respuestas e incluso una competencia académica mejores. En un experimento se hallaron considerables disminuciones de los síntomas depresivos cuando se asignó a un grupo jugar videojuegos 30 minutos tres veces semanales durante un mes. Otros estudios han determinado que jugar videojuegos de forma cooperativa puede inducir a los jugadores a cooperar fuera del juego.
Realmente, hay un espectro muy amplio de jugadores. En un extremo, están aquellos que sufren de “trastorno por juego en internet”, es decir, que su adicción los lleva a tener deficiencias en diferentes áreas de su vida, como la escuela, el trabajo y las relaciones interpersonales. El porcentaje de adolescentes que lo sufren varía según los estudios, pero Haidt afirma que una cifra prudente es el 7%. En el otro extremo, están aquellos que lograron hacer carreras profesionales a través del streaming (transmitir su juego por internet para que otros los vean) y de las competencias en eSports (deportes electrónicos). Y hay muchas variantes entre esos dos extremos.

Sin duda, en muchos casos, hay oportunidades perdidas: todo el tiempo que se utilizó en el juego se pudo aprovechar mejor en desarrollar alguna otra área de la vida. Además, las relaciones interpersonales que se dan en los juegos en línea, si bien eran numéricamente mayores, eran mucho menos profundas que las que ocurrían cara a cara; aumentaron en cantidad y disminuyeron en calidad. Así, en resumen, los videojuegos demostraron que era posible encontrar algo de adrenalina, riesgo y comunidad en la habitación, sin ir al mundo real.
Con todo, no es posible atribuir el aislamiento actual de los hombres jóvenes únicamente a los videojuegos —como sí es posible, según Haidt, atribuirle la creciente ansiedad en las niñas a las redes sociales—. No obstante, hubo otro elemento del mundo virtual que también comenzó en el tiempo de los Millennials y que, sin lugar a dudas, produjo un panorama muy desolador.
Recibidos en el mundo de la pornografía
A la par de los videojuegos, se desarrolló la pornografía. Antes de la llegada de Internet, si los hombres querían ver mujeres desnudas, tenían que conseguir revistas de papel que no estaban permitidas para los niños. Por eso, tiempo atrás, los hombres necesitaban asumir los riesgos propios de buscar relacionarse con las mujeres a una temprana edad. El impulso sexual de la pubertad llevó a innumerables generaciones de hombres a esforzarse por satisfacerlo, y en el camino dejaron una gran descendencia.
Sin embargo, las empresas de comienzo de siglo se aprovecharon de esos impulsos naturales para hacer crecer sus ganancias. A medida que aumentó la velocidad de los datos, también lo hizo la disponibilidad y accesibilidad de imágenes y videos. Para finales de la década de 1990, es posible que hasta un 40% del tráfico en Internet correspondiera a la pornografía. Y, sin duda, esto tuvo un impacto directo en los hombres jóvenes, quienes empezaron a tener acceso a todo el contenido pornográfico que querían sin ninguna limitación. Haidt cita un estudio sueco que reveló que, para 2004, el 11% de los hombres adolescentes eran consumidores diarios de pornografía, y que esa cifra subió a 24% para 2014 (el consumo en mujeres también existía, aunque era mucho menor).

Igual que otras conductas adictivas, el consumo descontrolado de pornografía consume la vida de los muchachos, obstaculizando su desarrollo en otras áreas de su vida. Pero no solo constituye una amenaza por tratarse de una potencial adicción, sino que impulsa a los hombres a tomar menos riesgos en las relaciones del mundo real; mientras que las citas son inciertas, la pornografía trae un placer “seguro”. Incluso en los hombres adolescentes y adultos jóvenes que tienen pareja, la pornografía produce una disminución importante del deseo sexual por las mujeres de carne y hueso y hace que consideren menos atractivas a sus propias parejas.
Así, el porno logró alejar a los hombres del mundo real. En palabras de Haidt:
El porno separa la atracción… (el placer sexual) de su recompensa del mundo real (una relación sexual), lo que puede convertir a los chicos que lo consumen de forma intensiva en hombres menos capaces de encontrar sexo, amor, relaciones de intimidad y matrimonio en el mundo real.
Y, por supuesto, esta separación causada por la pornografía fue exacerbada por la llegada de los smartphones en la década de 2010. Antes, para robar la atención de los millennials, era necesario tenerlos en frente de una videoconsola o un ordenador, y eso difícilmente se lograba en las horas de vigilia; incluso los jugadores o consumidores de pornografía más adictos probablemente encontrarían obstáculos para jugar en el horario escolar o laboral. Sin embargo, cuando aparecieron los smartphones, todas las barreras se rompieron. Las empresas tecnológicas comenzaron a tener a su disposición a los jóvenes en todo momento; incluso muchos empezaron a mantenerse despiertos en la noche y dormidos en el día.

Por supuesto, la industria de los videojuegos se aprovechó de los smartphones, creando innumerables títulos para robar la atención de los jóvenes —incluso se llenaron los bolsillos a través de los modelos P2Pro (pagar para progresar, por sus siglas en inglés)—. Pero, a un nivel más elevado, los smartphones llevaron a que la pornografía tuviera una disponibilidad nunca antes vista, permitiendo que los jóvenes la consumieran a toda hora en cualquier lugar.
En la actualidad, la Inteligencia Artificial está exacerbando el daño producido por la peligrosa combinación entre pornografía y smartphones. A la vez que este artículo se escribe y se lee, se multiplican las aplicaciones móviles de chats que utilizan inteligencia artificial para hacer del consumo de contenido pornográfico una experiencia cada vez más interactiva.
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De las pantallas a la comunidad eclesial
Entonces, ¿por qué los hombres jóvenes están aislados en su cuarto? Por dos brutales fuerzas: una sociedad que necesita cada vez menos de la fuerza física y se obsesiona con proteger a sus jóvenes de los riesgos físicos, y un mundo virtual que promete satisfacer sus necesidades de emoción, lucha y comunidad, pero que no hace sino sumirlos en la depresión e incapacitarlos para el mundo real. Si el adolescente de antes salía al mundo a hacer daños por su gran necesidad de ponerse a prueba con sus amigos y satisfacer sus deseos sexuales, los adolescentes de hoy se quedan en su cuarto compitiendo en juegos incorpóreos con muchos “amigos” desconocidos y satisfaciendo sus deseos con imágenes en una pantalla.
Haidt cita el siguiente hallazgo de Monitoring the Future (Monitoreando el futuro): para la década de 2010, tanto los chicos como las chicas empezaron a identificarse de manera mucho más rotunda con la afirmación “La vida carece a menudo de sentido” (más del 20% para 2018). “¿Por qué empeoró, entonces, la salud mental de los chicos en la década de 2010, cuando tuvieron acceso sin trabas a todo, en todo lugar y momento y gratis?”, se pregunta Haidt, a lo cual responde: “Quizás porque no es sano que cualquier ser humano tenga acceso sin trabas a todo, en todo lugar y momento y gratis”. En conclusión, la generación de los smartphones tiene acceso a todo, así que no hay ningún riesgo ni obstáculo que superar.

Haidt cierra su capítulo reflexionando sobre cómo las siguientes palabras del sociólogo francés Émile Durkheim describen el problema de la Generación Z:
Cuando [la sociedad a la que el hombre encarna y sirve] se disgrega y ya no la sentimos viva y dinámica a nuestro alrededor y por encima de nosotros, nuestro ser social se encuentra desprovisto de todo fundamento objetivo. Sólo es una combinación de imágenes ilusorias, una fantasmagoría que un poco de reflexión disipa; nada, por consiguiente, que pueda servir de meta a nuestros actos.
Replegados en sus habitaciones, los hombres jóvenes carecen de una comunidad. Para sus amoríos tienen una página porno, y para sus equipos tienen a un grupo de desconocidos con los que disparan en un videojuego por una hora o dos y, cuando así lo quieren, no vuelven a tener contacto con ellos. Haidt concluye:
La vida, en estas redes, es a menudo un tornado diario de memes, modas y microdramas efímeros, a cargo de un elenco rotante de millones de actores de reparto. No tienen raíces que los anclen o los nutran; no tienen un conjunto claro de normas que los limiten y los guíen en el camino de la edad adulta.
Así, cualquier solución para la actual crisis debe comenzar en proveerles a los hombres jóvenes de una comunidad que los limite y les dé sentido. Sí, hay lugar para prohibir la pornografía y limitar el uso de los smartphones y los videojuegos, pero eso no va al corazón del problema. No sorprende, entonces, que veamos en la Biblia una insistencia constante en el rol vital de la comunidad.

La Escritura habla de padres que caminan por la vida con sus hijos, saliendo a enfrentar sus riesgos juntos, hablándoles día y noche de sus convicciones eternas (Dt 6:7-8) y corrigiéndolos según las instrucciones de Dios (Ef 6:4); no hay espacio para los padres que se limitan a alimentar a sus niños mientras Internet los educa. En cuanto a las relaciones amorosas, los apóstoles insistieron en una relación pactual que dure toda la vida, limitada a una sola mujer (1 Ts 4:3-5), con la cual se desarrolle un matrimonio profunda y sólidamente fundamentado en el ejemplo de Jesús (Ef 5:22-33).
Y, en cuanto a la amistad, la Biblia habla de una unidad profunda con otras personas que comparten la misma fe. A ellas se las llama “hermanos y hermanas”, pues el vínculo es tan fuerte que solo la relación de familia puede ilustrarlo (Ef 2:19). Su cohesión y funcionamiento es similar al del cuerpo humano, en el que las partes dependen vitalmente unas de las otras (1 Co 12:12-17). A diferencia de las redes superficiales del mundo virtual, estas relaciones se sobreponen a los más grandes obstáculos (Ef 4:1-3) y perduran en el tiempo. Incluso, es evidente que permiten perseverar firmemente en la vida y no desviarse de las convicciones (Heb 10:24-25).
En pocas palabras, en una época en la que los hombres jóvenes carecen de comunidad, la Iglesia puede ofrecer una familia sólida que provea sentido y fundamento. Entonces, mi planteamiento es este: ¿qué pasaría si los cristianos mostraran que el Evangelio, junto con la Iglesia que surge de él, son mucho más atractivos que la reclusión del mundo virtual? ¿Cambiaría eso el rumbo crítico de la actual generación de varones adolescentes?
Referencias y bibliografía
La generación ansiosa: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes (2024) de Jonathan Haidt. Barcelona: Paidós, 3.ª ed.
Hanna Rosin: New data on the rise of women - TED | YouTube
What’s Behind the Growing Gap Between Men and Women in College Completion? | Pew Research Center
Adolescents' Use of Pornography: Trends over a Ten-year Period in Sweden | PubMed
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