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Esta es la fascinante historia de conversión, a través de la lectura de la Biblia, que experimentó Martín Lutero. Sus primeros pasos en el ministerio fueron los de un fiel monje agustino. Posteriormente diría:
Fui un buen monje, y cumplí las reglas de mi orden tan estrictamente que podría decir que, si alguna vez un monje llegaba al cielo por su vida monástica, ese era yo. Todos mis hermanos en el monasterio que me conocieron bien lo respaldarían. Si hubiera seguido por más tiempo, me hubiera matado con vigilias, ayunos, lecturas y otras obras.
La Orden agustina era muy conocida por su disciplina. Los monjes descansaban y estudiaban en pequeñas habitaciones sin calefacción. Hacían votos de castidad, de obediencia y de pobreza. Todos debían participar en una misa diaria que empezaba a la 1:00a.m, sesión que se realizaba siete veces al día.
Pero Lutero luchaba con crecientes sentimientos de duda y culpabilidad, así que buscó en su religión y en sus líderes ayuda para lidiar con su culpa. Se volvió entonces a los sacramentos de la Iglesia, específicamente a la confesión, la cual se convirtió en un suplicio para Lutero y sus confesores. El joven monje se confesaba frecuentemente, a veces a diario, y en ocasiones se tardaba hasta seis horas en una sola sesión.
Si la confesión no estaba resolviendo la culpa de Lutero, tampoco lo estaban logrando los ayunos. Posteriormente dijo: “Ayuné casi hasta morir, porque una y otra vez estuve sin tomar una sola gota de agua o un bocado de alimento”.


Pero el contacto de Martín Lutero con las Sagradas Escrituras empezó a darle una salida de su angustia. Lutero formuló preguntas correctas en su estudio, “¿cómo puedo salvarme siendo Dios justo y yo injusto?”, y recibió las respuestas correctas. Leyendo el inicio de la Carta a los Romanos vio que el apóstol Pablo afirma que “en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo por la fe vivirá”.
Antes, Lutero entendía que la justicia de Dios mencionada en este versículo se refería a Su justicia activa y vengadora que castiga a pecadores, y por eso odiaba la justicia de Dios, pero mientras meditaba en este pasaje, en lo que posteriormente Lutero llamaría “La experiencia de la torre”, luchando con el significado del Texto, escribió:
Yo no amaba, sí, odiaba al Dios justo que castiga a pecadores, y en secreto, de forma blasfema, murmuraba continuamente contra Él. Estaba enojado con Dios, y dije: “Como si no fuera suficiente que pecadores miserables, eternamente perdidos por su pecado original, sean aplastados por todo tipo de calamidades debido a la ley del Decálogo, sin que Dios esté añadiendo dolor tras dolor por el evangelio, y ¡a través de ese mismo evangelio amenazándolos con su justicia e ira!” Tal era mi furia y violencia por mi conciencia atribulada.
De pronto, como si un rayo de luz divino hubiera alcanzado su oscuro corazón, Lutero comprendió el verdadero significado del texto: la justicia de Dios es recibida como un regalo únicamente por medio de la fe en Jesucristo. Luego dijo al respecto:
Al fin, por la misericordia de Dios, meditando día y noche, presté atención al contexto de las palabras ‘en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: 'El justo vivirá por la fe'’. Allí comencé a comprender que la justicia de Dios es aquello por lo cual el justo vive gracias al don de Dios, es decir, la fe. Y este es el significado: la justicia de Dios es revelada por el evangelio, es decir, la justicia pasiva con la cual el Dios misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’. Entonces sentí que había nacido de nuevo por completo y que había entrado al paraíso a través de puertas que estaban abiertas.
Lutero entendió que la justicia de Dios tenía dos dimensiones. Por un lado, exige que los hombres fueran justos y anunciaba juicio, por otro, actuaba en los seres humanos mediante la fe en Cristo para salvación. El descubrimiento de esa doctrina provocó en él un cambio definitivo.
Así pues, el hombre pecador no es salvo por sus buenas obras. Más bien, la justicia de Cristo es imputada a los pecadores sólo sobre la base de la fe. Lutero llamó a esto una “justicia ajena”, es decir, no del hombre. Dicha justicia viene de fuera de él y es dada libremente por Dios. Gracias a su entendimiento de esta verdad, la justificación que es solamente por la fe —sola fide— se convirtió en la esencia de la Reforma, es decir, la materia misma del evangelio.
Según el propio Lutero semejante experiencia lo liberó de la ansiedad, del temor del pecado y lo llenó de paz y de sosiego. Lutero predicó esta verdad en un sermón histórico llamado Las dos clases de justicia. En esta valiente exposición, afirmó:
A través de la fe en Cristo, por lo tanto, Su justicia llega a ser nuestra justicia y todo lo que Él tiene llega a ser nuestro; más bien, Él mismo llega a ser nuestro (...) Tal fe es llamada 'la justicia de Dios' (...) Esta justicia que recibimos es la que sustituye la justicia original que perdimos en Adán.
En este sermón, Lutero proclamó aquello que por mil años había quedado prácticamente en el olvido: el evangelio de la gracia. ¿Y tú? ¿Ya tuviste una conversión basada en las Escrituras?
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