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Por Douglas Calvano
Ayudando a la manera de Dios
Hace más de 20 años, durante un panel sobre misiones, plantearon la siguiente pregunta: "¿qué es lo más difícil de ser misionero?". Entre una larga lista de posibilidades traumáticas respondí: "lo más difícil de ser misionero es saber cómo y a quién ayudar".
No era la primera vez que me cuestionaba sobre cómo podemos ser iglesia sin descuidar el aspecto social de nuestra fe; sobre cómo revertir esta tendencia marcada donde hacemos tanto por salvar ‘almas’ pero no por salvar ‘personas’. Preocupados por el destino eterno de las almas descuidamos el aquí y ahora de los que sufren extrema pobreza.
Mi punto es entonces, ¿cómo ayudar bíblicamente y no morir en el intento? O más importante, ¿cómo ayudar sin lastimar quien recibe la ayuda? Hoy quiero alentarles a que ayudemos haciéndolo a la manera de Dios.
La ayuda social en la Biblia
Teólogos y trabajadores sociales coinciden, por igual, en el valor de la generosidad, pero difieren en sus opiniones en la práctica. Profetas, discípulos de Jesús y el mismo Jesús tocan el tema en la Biblia.
“… y si un hermano o una hermana están desnudos, y tiene necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: id en paz, calentaos y saciaos, pero no les da las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”. (Santiago 2:15-16)
Jesús amplía el alcance de la responsabilidad social de la iglesia en mateo 25, donde habla del juicio a las naciones; Pablo, en un ejemplo muy puntual, estructura la ayuda social a viudas en 1 Timoteo 5; el profeta Isaías, en el capítulo 58, presenta lo social y lo espiritual como las dos orillas de un mismo río.
¿No es [mi ayuno] que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e ira tu justicia delante de ti, y la gloria de jehová será tu retaguardia. entonces invocaras, y te oirá jehová, clamarás, y dirá él: heme aquí. (Isaías 58:7-9)
Encontraremos a Dios cuando clamemos, declara el profeta, sin embargo, condiciona esta promesa al cumplimiento de nuestra responsabilidad social.
Ayudar sin lastimar (ni lastimarnos)
Si coincidimos en el mandato bíblico, debemos responder la pregunta, ¿cómo debemos ayudar sin frustrarnos y sin generar paternalismo? Este lastimarnos y lastimar sucede cuando ayudamos y solo promovemos el ciclo de pobreza; el dador se frustra y el receptor sufre. Ron Sider, presidente de Evangélicos Para la Acción Social, afirma sobre este tema: "financiar inmoralidad, pereza o comportamientos destructivos es simplemente irresponsable y claramente no es un acto de amor." La misericordia que no se mueve en dirección del desarrollo termina haciendo más daño que bien, al dador y al receptor.
Llamados a romper el ciclo de pobreza que tanto dolor genera, nos podemos encontrar logrando lo opuesto. Aunque nos repetimos que el objetivo de la ayuda social debe ser sacar a las familias de la extrema pobreza y fomentar la iniciativa personal, el agujero negro del paternalismo nos persigue.
Lamentablemente hemos sido exitosos en crear una subcultura permanente, donde hemos erosionado la ética de trabajo en los más pobres. Nuestra "caridad" ha alentado filas más largas de necesitados, disminuyendo la dignidad del pobre al tiempo que aumentamos su dependencia a nuestra ayuda. Un pastor en Nicaragua expresó alguna vez que tanta ayuda social había transformado a su gente en mendigos. Dar de manera antibíblica es la forma más amable de destruir al más necesitado. No siempre nuestras mejores intenciones van acompañadas de la sabiduría de Dios.
El ejemplo de Haití es un clásico ejemplo de cómo la ayuda social mal aplicada genera fracaso. Después del terremoto de 2010, la ONU reporta que se recibieron por concepto de ayuda humanitaria unos 13 billones de dólares. Casi 10 años después hay un 25 % más pobreza que antes del terremoto. En mayor o menor escala la iglesia ha sucumbido a los mismos errores.
Alivio, rehabilitación y desarrollo
Debemos tener presentes tres componentes a la hora de pensar en ayuda humanitaria:
Primero, el alivio. Este se da inmediatamente después de una emergencia e incluye esfuerzos para salvar vidas y alivianar el sufrimiento causado por la emergencia. Debe ser temporal. Segundo, la rehabilitación, que da continuidad al componente de ayuda y restablece y/o mejora las condiciones preexistentes en que la comunidad vivía antes de la emergencia. Tercero, el desarrollo, que busca mejorar la calidad de vida de la comunidad; busca empoderar y transformar a la comunidad teniendo en cuenta objetivos de desarrollo a largo plazo. ¡Alivio y rehabilitación acompañados de desarrollo son el mejor de los escenarios!
Un terremoto es una crisis temporal, mientras la extrema pobreza es un asunto crónico. No podemos atender con acetaminofén a un paciente con cáncer; no podemos atender algo crónico con paños de agua tibia. Lo que la gente más necesita es desarrollo. Ayudemos sin dejar de algo el empoderamiento.
Ayuda una vez y despertaras apreciación. Dos veces y crearás anticipación. Tres veces y generarás expectativa. Cuatro veces y crearas demanda. Cinco veces y establecerás dependencia. ¡Una donación podría transformarse en amor barato! Dar es fácil. Empoderar es inteligente.
Cuando la caridad humilla
Cada navidad acostumbramos a recolectar regalos para niños de escasos recursos.
Se ha vuelto una rutina: la gente es movida a dar y los regalos llegan (algunos hasta costosos). “Hay que dar lo mejor”, nos dicen. Nada más inocente que dar regalos en navidad a niños carenciados, ¿verdad? La realidad es que puede lastimar profundamente: el costo es grande y el dolor severo.
La escena es la de voluntarios sonrientes entregando regalos a niños sonrientes. Las puertas de las casas se abren con una sonrisa nerviosa por tener que recibir humildemente a gente distinguida con juguetes bien adornados. Pero en la conmoción del momento nadie se da cuenta de que el hombre de la casa se ha retirado. Cuando alguien finalmente pregunta por el padre la madre solo atina a decir que salió para la tienda.
El padre se va porque se siente humillado frente a su esposa e hijos, pues no se siente capaz de proveer para su familia. La mamá esconde la vergüenza de su padre y los niños reciben el mensaje de que los juguetes buenos vienen de parte de gente rica y de afuera. Las fundaciones e iglesias se sacan fotos a costas del respeto de un hombre pobre: un precio emocional muy alto para una caridad mal hecha. La forma en que ayudemos debe ser sabia.
Por eso hay que hablar con los donantes. Hay que enviar los regalos a las iglesias o fundaciones. Hay que invitar a los padres de los niños con los que usted trabaja a que compren a un precio irrisorio y que ellos mismos empaquen el regalo. Hay que asegurarse de que el regalo llegue a las manos correctas. Y así, usted acaba de graduarse en la clase de los que ayudan a la manera de Dios.
Miriam Adeney, experta en misiones, cuenta esta historia que le llego a través de un creyente africano.
Elefante y ratón eran mejores amigos. Un día elefante dice, "ratón, ¡hagamos una fiesta!". Animales vinieron de lejos y de cerca: comieron, tomaron, cantaron, y danzaron, y nadie celebró y danzó más fuerte que elefante. Después de que la fiesta terminó, elefante exclamó: "ratón, ¿alguna vez estuviste en una fiesta tan buena? ¡Qué locura!”. Luego preguntó, "ratón, ¿dónde estás?". Buscó por todas partes a su amigo, y luego su expresión se llenó de horror. ¡A los pies de elefante yacía ratón! Su cuerpo estaba aplastado en el piso. Había sido pisado por el gran pie de su gran amigo, elefante.
Elefante no quiso hacer daño, pero lo hizo. Su intención fue buena, su estrategia mala. Mató en el intento y sufrió en carne propia.
¿Cómo ayudar?
Por favor no me malentiendan. Debemos cuadriplicar la ayuda, no reducirla. Debemos ser más generosos, no menos. Debemos fomentar la compasión, pero hagámoslo a la manera de Dios. Ayudaría mucho investigar más sobre cuál ha sido el resultado económico y social en la vida de quienes reciben nuestra ayuda.
Me gustaría traer a colación el “juramento de la ayuda social”:
1. nunca hagas por el pobre lo que ellos tienen la capacidad de hacer por ellos mismos
2. limita el dar solo en situaciones de emergencias.
3. esfuérzate para empoderar al pobre a través del trabajo, préstamos, inversiones, siempre afirmando logros.
5. escucha con atención al que busca ayuda, especialmente a lo que no es comunicado, como sentimientos, relaciones rotas, etc.
5. debes estar dispuesto a ser creativo e invertir tiempo.
6. y sobre todas las cosas, no hagas daño.
Entendamos la diferencia entre caridad y paridad. La caridad es una autopista de una sola vía. La paridad es una relación saludable donde dos hacen. Como dicen en Created to flourish, “no hagas por ellos; haz con ellos.” Jeff Rutt, fundador de Hope International sugiere:
- grupos de confianza.
- microemprendimientos con fondos propios y/o externos.
- asesoría, entrenamiento y mentoreo.
- apoyo financiero enfocado en crear desarrollo.
- no descuidar el alivio y la rehabilitación, cuando amerite.
Hoy más que nunca podemos unir la oportunidad con la necesidad; más que nunca tenemos laicos y profesionales que pueden unirse para empoderar una comunidad a la vez. Las misiones de los últimos tiempos serán tan espirituales como sociales, o simplemente no serán (Hechos 4:32,34).
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En Cristo,
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