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Fue probablemente la primera mujer en pilotar un avión sobre los Andes sudamericanos. También fue la primera mujer piloto en otros países. Sin embargo, no era una piloto cualquiera, sino una misionera que ayudaba y asistía a otros misioneros en campos de trabajo apartados. La vida de esta mujer es un gran ejemplo de cómo podemos usar nuestras habilidades y pasiones más profundas para llevar adelante la Gran Comisión.
Volar y servir a Dios
Elizabeth "Betty" Evert Greene nació en la ciudad de Seattle en el año 1920 en una familia de cuatro hijos que valoraba la fe. Los padres de Betty, Gertrude y Albert, eran unos creyentes fuertemente comprometidos que servían en su vecindario. Ellos cultivaron en Betty y en sus dos hermanos mayores una fe firme. Tal fue la influencia de su casa, que los dos hermanos mayores de Betty se dedicaron al ministerio.
Desde que era una niña, Betty quedó fascinada con los aviones y las aventuras de pilotos como Charles Lindbergh (1902-1974), Richard Evelyn Byrd (1888-1957) y Amelia Earhart (1897-1937). Cuando llegó a la adolescencia, ella empezó a tomar lecciones de vuelo en las que incluso llegó a pilotar en solitario. Sin embargo, Betty tenía otra pasión: servir a otros, así que desde su juventud no perdió oportunidad de servir con entusiasmo en el grupo de jóvenes de su iglesia.
Betty también soñaba con llevar su pasión por volar a algo más que ser una piloto comercial. Entonces un amigo le sugirió que podría usar su deseo de volar para las misiones. Su amigo le dijo: “¿Por qué no combinar la aviación y el trabajo misionero? Piensa en todo el tiempo, y a veces en las vidas, que podrían salvarse si los misioneros no tuvieran que pasar semanas abriéndose paso a través de la jungla”. Más tarde, Betty dijo al respecto: “Salté de alegría ante la emocionante idea de combinar volar, con mi amor por Dios”.
Pero antes de seguir su sueño, debía cumplir con su deber de estudiar. Se matriculó inicialmente a una carrera de enfermería, pero luego cambió de idea e inició una licenciatura en sociología en la Universidad de Washington. Sin embargo, su amor por los aviones la motivó a terminar rápidamente sus estudios para poder perseguir su pasión.
Aviación misionera
Pero cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Betty se incorporó en la fuerza aérea para servir como piloto junto a otras 1.100 mujeres más que asumieron tareas de vuelo que no eran de combate y que a menudo eran peligrosas, lo que dejaba libres a los pilotos masculinos para el combate. Estando en el servicio tuvo la oportunidad de volar varios tipos de aviones de guerra y experimentar con vuelos a una gran altitud.
Pero, una vez terminada la guerra, Betty sintió que debía dar inicio a su ministerio. Mientras se entrenaba en el Avenger Field en Sweetwater, Texas, para el programa WASP (Women Airforce Service Pilots), Greene escribió un par de artículos para publicaciones cristianas sobre cómo volar podría promover el ministerio. Tres pilotos militares estadounidenses respondieron. Betty se unió a aquellos entusiastas y otros cristianos apasionados por las misiones y los aviones para fundar la Christian Airmen's Missionary Fellowship, más tarde llamada Mission Aviation Fellowship (MAF).
“Ella estaba interesada en la aviación misionera y en la idea de que los aviones podrían ayudar en las partes más remotas del mundo”, comentó su hermano Al Greene, mucho tiempo después. Entonces Betty se convirtió en el primer miembro del personal a tiempo completo de MAF. Tuvo que asumir la tarea de difundir la misión de la organización mientras trataba de reunir fondos y persuadir a pilotos de unirse.
Después de muchos esfuerzos para iniciar, el día del vuelo inaugural de la organización llegaría el 23 de febrero de 1946 cuando la propia Betty, que para ese momento tenía solo 25 años, se embarcó como la primera piloto de la MAF. El vuelo saldría de Los Ángeles y volaría a la Ciudad de México como destino final.
El avión en el que volaría sería un biplano rojo con una cabina para cuatro personas que había sido fabricado en 1833 y que había sido adquirido por la misión tan solo unas semanas antes. El vuelo tenía como misión llevar a Ethel Lambotte y Lois Schneider, dos trabajadoras de la Wycliffe Bible Translators. Ethel trabajaba en la oficina de la organización en el sur de California, mientras que Lois se reuniría con su esposo, quien era misionero en México.
Luego Betty comentó sobre este primer despegue: “Mientras empujaba el acelerador hacia adelante, el polvo se levantó en una nube detrás de nosotros. Subí hacia el oeste y volví en círculos sobre el grupo de amigos que nos saludaban mientras yo bajaba el ala en señal de saludo”.
Después del despegue
Una de las razones por las que se inició la misión, era ayudar a los misioneros que debían ir hasta México al “Jungle Camp”, un campo de entrenamiento misionero que preparaba a hombres y mujeres para que luego fueran a Asia, África y América Latina para traducir la Biblia a los muchos idiomas indígenas. Este vuelo sería el primero de miles que se desplegarían alrededor del mundo para servir a la labor misionera.
“Habían pasado un año y tres meses desde que abrí la oficina”, escribió Betty en su libro Flying High, un relato fascinante de los primeros años de MAF y sus propias aventuras como su primera piloto. “Qué emoción estar realmente haciendo el trabajo por el que habíamos esperado, orado y planeado todos esos meses”.
El vuelo inicial duró más de tres días, ya que Betty avanzaba con cautela y tuvo que aterrizar el avión en un punto para investigar un problema con el motor. Estos primeros vuelos fueron una curva de aprendizaje empinada para la joven piloto. Sin embargo, su experiencia como piloto de la WASP remolcando objetivos aéreos para la práctica de artillería y participando en las primeras pruebas de vuelo estratosférico que llevaron al desarrollo de tecnología para vuelos a gran altitud le fueron de gran utilidad.
Luego de su primer viaje, Betty continuó volando en México, pero también se convirtió en la primera piloto de MAF en ir a Perú. En toda su carrera, Betty realizó 4.640 vuelos que transportaron a misioneros que iban al campo a llevar a cabo su labor. Transportó material evangelístico, biblias y ayuda humanitaria a los lugares más recónditos de la tierra. También transportó a personal médico, insumos hospitalarios y a pacientes enfermos que quizá hubieran muerto sin la ayuda de Betty.
Su trabajo la llevó a países como México, Perú, Nigeria, Sudán, Papúa y muchos más. En muchos de estos vuelos fue la primera mujer en pilotar en estos países e incluso en otros, como Sudán, necesitó un permiso del parlamento para volar allí, ya que era mujer. Probablemente también fue la primera mujer en sobrevolar los escarpados Andes.
Aterrizaje final
En su último año y medio como piloto de la misión, Betty fue a Papúa, Indonesia. Allí tuvo que probar una nueva pista de aterrizaje de la misión, con el objetivo de aprobarla para que la utilizaran los aviones. De lo contrario, los misioneros de esa zona tendrían que caminar durante días por senderos de montaña para llegar a su campo misionero.
Alguna vez hablando sobre su trayectoria comentó: “Estas experiencias fueron emocionantes, pero, honestamente, no tenía ninguna ambición de lograr ‘ser la primera’ en volar. Mi mente estaba puesta en hacer un trabajo productivo y cualquier logro en estos vuelos se produjo de manera incidental mientras hacía mi trabajo”. Betty nunca buscó fama o reconocimiento por su labor, y lo último que quería hacer era presumir de algo. Si sus padres no hubieran compartido sus hazañas con el resto de la familia, ni siquiera sus parientes más cercanos podrían haber sabido mucho sobre su trabajo.
Betty serviría como piloto en la MAF durante al menos 16 años. Ella recorrió más de 12 países. En 1962, Betty aceptó un trabajo en la sede de la MAF en los Estados Unidos. Murió en Medina, Washington, Estados Unidos el 10 de abril de 1997 cuando tenía 76 años, luego de padecer de la enfermedad de Alzheimer. Alguien dijo sobre ella en el momento de su muerte: “Para ella, su servicio en la fuerza aérea de los Estados Unidos era más un medio para un fin: la experiencia de volar y abrirse camino en el trabajo misionero”.
Betty Greene no solo fue una mujer que sirvió para la extensión de la obra del Señor, sino que además su pasión y gran talento la convirtieron en una de las fundadoras del movimiento de aviación misionera.
La MAF, la organización que Betty ayudó a fundar, continúa hasta hoy desarrollando su labor misionera. Su misión, como ellos mismos la definen, es:
Utilizar la aviación y la tecnología para superar las barreras geográficas, políticas y religiosas, de modo que el amor de Cristo se pueda compartir con estas personas aisladas, para que sus vidas puedan transformarse a través de la atención médica, las oportunidades educativas, el agua potable, el desarrollo comunitario y el evangelio de Jesucristo.
Así, Betty Greene nos demostró que una gran pasión puede hacer más que simplemente satisfacernos y ayudar a algo mucho más grande: contribuir a la extensión del mensaje del evangelio en lugares difíciles e inaccesibles.
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