En una época en que la mayoría de las misiones partían desde Gran Bretaña, un puñado de esclavos respondió al llamado. Fortalecidos por sus experiencias de vida y su vínculo con el continente africano, realizaron un aporte valioso a la historia de las misiones modernas y al desarrollo del cristianismo en general. Esta es la historia de Joseph Jackson Fuller y la Iglesia Bautista de Jamaica, y su trabajo en el Golfo de Guinea.
La guerra bautista y avivamiento en África
El desarrollo de los bautistas en la isla de Jamaica tiene una historia particular. No fue gracias a la acción directa de misioneros extranjeros, sino al trasplante de comunidades de esclavos provenientes del sur de los Estados Unidos. Todo comienza con el despertar que experimentaron las trece colonias en Norteamérica: hacia fines del siglo XVIII, los bautistas y metodistas se expandieron por el territorio y tuvieron un gran impacto entre las comunidades negras.
Luego de la independencia norteamericana, algunos hacendados trasladaron o vendieron sus esclavos, quienes terminaron en las colonias del Caribe. Fue así como comunidades enteras de bautistas negros migraron hacia Jamaica. Entre ellos, destaca la figura de George Liele (o Lisle), un esclavo que se dedicaba a la predicación y había logrado reunir alrededor de 1500 creyentes. Liele mantuvo un contacto epistolar con los bautistas particulares de Inglaterra, en especial con John Rippon, el influyente pastor de la iglesia New Park Street (más tarde, el Metropolitan Tabernacle). Poco a poco, las noticias acerca del avivamiento en Jamaica llegaban a Gran Bretaña.
Entre los primeros bautizados por George Liele se encontraba Moses Baker, un joven nacido en Nueva York, quien fundaría una creciente iglesia al noroeste de la isla. Por ese tiempo el evangelio crecía por todo el país, pero los dueños de las plantaciones no estaban contentos con la situación, por lo que prohibieron la enseñanza religiosa en sus propiedades. El clima entre dueños y esclavos era cada vez más tenso. Baker decidió escribir cartas al secretario de la Sociedad Bautista Misionera, el pastor John Ryland, pidiendo ayuda y asistencia para la frágil iglesia en Jamaica. La Sociedad resolvió enviar a su primer representante en 1813, dando inicio al fuerte vínculo entre los bautistas ingleses y jamaiquinos.
Varios misioneros bautistas llegaron a la isla en las siguientes décadas, no para plantar nuevas iglesias, sino para pastorear las existentes e instruir a nuevos líderes. Las iglesias bautistas de Jamaica proliferaron en gran manera al movilizar una gran cantidad de esclavos, a tal punto que el número de ministros ingleses ya no daba abasto. Fue en el seno de estas iglesias donde los esclavos gestaron su propia emancipación, animados por las noticias que llegaban sobre el trabajo de los abolicionistas en Gran Bretaña. El conflicto empezó a escalar rápidamente entre los esclavos y los dueños de las plantaciones.
Los misioneros de la Sociedad Bautista intentaban ser cautelosos y mantener la paz social, animando a sus feligreses a permanecer sujetos a las autoridades. Pero cuando los pastores vieron que las autoridades actuaban a favor y en complicidad con los dueños esclavistas, cambiaron su postura. Los misioneros dedicaron arduos esfuerzos para mediar el conflicto, buscando que la libertad de los esclavos se lograra de forma pacífica. Sin embargo, la tensión era demasiado grande y finalmente estalló la violencia. El conflicto llegó a ser conocido como la “Guerra Bautista” de 1831, debido al protagonismo de los esclavos bautistas en la lucha por la libertad. Hubo violencia de ambos lados con los misioneros atrapados en el medio, acusados por las autoridades de instigar la rebelión y reprochados por los esclavos por no tomar una postura radical.
Finalmente, en 1834 se concedió la libertad a los esclavos menores de seis años y un proceso de liberación gradual para el resto. Durante los siguientes años, los bautistas de Jamaica crecieron aún más rápido que en los años previos. La membresía pasó de 10.838 en 1831, a 27.706 en 1840, casi triplicando la cantidad. Pero este gran crecimiento trajo muchos desafíos. Por un lado, el sostén económico empezó a decaer a medida que la misma economía de la isla se desplomaba a raíz de los conflictos sociales. Por otro lado, las iglesias habían crecido a expensas de la madurez de sus miembros, que muchas veces carecían de disciplina y pureza.
El rasgo más prominente de los bautistas jamaiquinos era una convicción nutrida por las experiencias personales. Los esclavos libertos eran en su gran mayoría analfabetos organizados en comunidades donde la fe se entremezclaba con el sentimiento de pertenencia. Otra característica llamativa era la profunda convicción de que el evangelio debía llegar a la tierra de sus padres. Las misiones en el continente africano buscaban civilizar y culturizar a los nativos a través de la llegada del cristianismo y el libre comercio. Aunque los creyentes jamaiquinos compartían estos propósitos, su deseo no era principalmente la civilización de África, sino su redención. A lo largo de la isla se levantó un clamor por África, la tierra de sus ancestros, promoviendo la causa de Cristo y reclutando voluntarios dispuestos a ir. Un cristianismo vivido con fuertes cuotas de experiencia personal y un profundo deseo por redimir la tierra de sus ancestros fueron claves para la empresa misionera.
Fuller y la misión en el Golfo de Guinea
En este contexto de avivamiento nació Joseph Jackson Fuller el 29 de junio de 1825, esclavo dedicado al trabajo doméstico. Su padre, Alexander Fuller, era también esclavo y estaba encargado de la carpintería de la plantación donde vivían. Cuando Joseph era aún un niño, se le concedió la emancipación y unos años más tarde su padre también ganó su libertad. Fue gracias a la escuela dominical de los misioneros bautistas que Joseph aprendió a leer y escribir. Desde muy joven demostró buenas capacidades y entusiasmo para el estudio, mientras aprendía el oficio de constructor.
En octubre de 1843, John Clarke reclutó a Fuller luego de una entrevista para formar parte del equipo misionero a África. 47 cristianos jamaiquinos, todos esclavos libertos, emprendieron un viaje liderado por los ingleses John Clarke y Alfred Saker. En noviembre de 1843, partieron desde el Caribe rumbo a la isla de Fernando Poo, donde la Armada Inglesa mantenía un puerto comercial. El viaje fue una verdadera penuria, pues el capitán del barco maltrató severamente a los misioneros, independientemente del color de piel. Fueron recluidos en la bodega, sin chances de salir a cubierta por los tres meses de la travesía. Se alimentaron principalmente de galletas, muchas veces pasando hambre, y tomaron agua que generalmente estaba sucia.
Una noche del viaje se desató una feroz tormenta que hizo peligrar al pequeño barco en el que viajaban. En medio de la desesperación, Fuller clamó a Dios por su cuidado y se entregó a su voluntad. Fue en esa experiencia que el joven misionero comprendió que aún había mucho de su corazón que no había rendido por completo al Señor. Sabía que muchos peligros le aguardaban aún en tierra firme, por lo que meditó el resto del viaje en su necesidad de entregar el control de su vida a Dios.
Finalmente llegaron a Fernando Poo, donde encontraron a muchos otros esclavos libertos que habían sido traídos a colonizar la isla. La mayoría provenía del continente africano y otros de plantaciones en Norteamérica y Cuba. El equipo misionero comenzó una doble tarea, tanto en la isla como en la costa de Camerún, a unos 30 km de distancia.
Camerún: una tierra hostil
El primer y mayor peligro que debieron enfrentar fueron las enfermedades. El clima tropical resultaba devastador para los extranjeros, al punto de que varios adultos y niños del equipo perdieron sus vidas en los primeros años. Muchos otros tuvieron que regresar a Jamaica o Inglaterra por algún tiempo, para recuperar su salud. Los Fuller, padre e hijo, estaban encargados de construir y mantener las instalaciones de la misión, y con esta tarea fueron trasladados a la desembocadura del río Camerún (río Wouri), cerca de la actual ciudad de Duala.
La comunidad misionera se asentó en una pequeña colonia, cada cual dedicado a sus tareas. Joseph Fuller aprendió allí el oficio de imprentero trabajando junto a Joseph Merrick, un hábil lingüista negro que tradujo varios libros de la Biblia durante su tiempo en Camerún. Su aporte fue corto pero significativo. Debió irse por cuestiones de salud, pero lamentablemente falleció en altamar. Fue un duro golpe anímico para Fuller, quien decidió hacerse cargo de la imprenta, labor que lo acercó mucho a la lectura.
Pero las enfermedades no eran el único peligro. Los conflictos tribales ponían las vidas de los misioneros en riesgo. Más de una vez tuvieron que enfrentar intentos de ataques, con Fuller y sus compañeros haciendo guardia toda la noche para proteger sus familias y pertenencias. Fuller cuenta que incluso tuvo que empuñar un arma y enfrentar a sus atacantes, para persuadirlos a dejarlos en paz. Esto solo sucedió en casos extremos, pues los misioneros eran reconocidos por su sobriedad y compostura. De hecho, los jefes y reyes tribales los buscaban para que actuasen como jueces en varias discusiones, ya fuera por territorio, derechos o costumbres.
La brujería fue otro desafío para la misión. Muchas de las costumbres de los nativos estaban impregnadas de prácticas animistas y ritos aberrantes. Fuller luchó constantemente contra una cruel práctica funeraria. Cuando moría un líder, anciano o algún familiar directo de estos, los hombres de la tribu salían a la cacería de personas de pueblos vecinos. Los cautivos, usualmente una o dos personas, eran asesinados para acompañar al difunto o incluso algunas veces eran enterrados vivos. La leyenda afirmaba que estos debían acompañar y asistir al fallecido en la otra vida, aunque Fuller señaló que esta práctica se utilizaba con fines políticos y militares, para amedrentar a las tribus rivales.
Cuando un rey de la zona llamado Preso Bell perdió a su hijo mayor, inició una cacería por las villas vecinas. Ni bien se supo la noticia de la muerte, los habitantes de clanes vecinos salieron disparados hacia la selva para evitar que su fuese sea llevada como ofrenda mortuoria. Sabiendo de dicha práctica y para consolar al jefe en su pérdida, Fuller llegó hasta la aldea, pero fue tarde: un joven cautivo había sido decapitado para acompañar al hijo de Preso Bell en su tumba. El misionero jamaiquino protestó severamente ante el jefe de la tribu, de tal forma que se sintió avergonzado de haber ofendido al misionero.
Tiempo después, el mismo Preso Bell contrajo una enfermedad que lo agobiaba. Intentó que brujas y chamanes lo curasen, pero nadie pudo. Varios opositores fueron acusados de hechizarlo con alguna enfermedad, pero nadie fue enjuiciado por esto. Finalmente, el jefe se trasladó a una isla solitaria para ser atendido en sus últimos días. Fuller pudo visitarlo para presentarle el evangelio y persuadirlo de dejar aquellas terribles tradiciones. El misionero nunca pudo estar seguro de cuál fue la decisión del Preso Bell en cuanto a la fe en Cristo, pero al menos pudo frenar la práctica funeraria. El jefe tribal ordenó que nadie fuese enterrado junto a él en su tumba, a pesar de ser una figura prominente de su clan. Con su muerte, también murió dicha práctica.
Aunque el inglés Alfred Saker es más reconocido por el trabajo misionero de Camerún, Joseph J. Fuller fue crucial para que el trabajo se extendiera por tanto tiempo. Soportó el clima, enfermedades y amenazas, la falta de dinero y recursos, los conflictos internos entre misioneros y la muerte de sus seres amados. Fue una figura clave, no solo por sus habilidades en la construcción y la imprenta, sino porque a medida que los misioneros debían abandonar la obra por temas de salud o muerte, Fuller fue dando pasos al frente en la tarea. Llegó con solo 18 años en 1845, aprendiendo de la mano de otros hombres fieles e imitando sus ejemplos, y permaneció en Camerún hasta 1888.
Durante el reparto de África, las potencias coloniales negociaron que el territorio de Camerún quedara bajo administración alemana. Ante estas circunstancias, la Sociedad Bautista Misionera tuvo que entregar sus instalaciones a otra Sociedad protestante alemana que continuara la obra. La Sociedad le confió a Fuller la tarea de supervisar el traspaso, confiando en su criterio como excelente conocedor de la obra en el lugar. Una vez finalizado todo, la Sociedad Misionera le ofreció a Fuller continuar como agente en el Congo o retirarse en Inglaterra. Fuller decidió que era tiempo de dedicarse a su familia, luego de 40 años de fidelidad en la misión. Se radicó en Inglaterra y trabajó sus últimos años en promover la causa en el Golfo de Guinea.
Un ejemplo misionero para hoy
Muchos expertos han hablado a profundidad sobre el cambio en las últimas décadas respecto a las misiones. Países que antes eran considerados de destino, hoy tienen una alta participación enviando obreros al campo. En este sentido, la vida y obra de J.J. Fuller resulta un ejemplo pionero de las misiones modernas “no occidentales”, si cabe el término.
El estado actual del cristianismo en Camerún se debe en buena parte a este puñado de bautistas de Jamaica, que clamaron por la tierra de sus ancestros. Conocer el evangelio los movió a sacudirse de sus estigmas y enfrentar el corazón del problema. África necesitaba conocer el evangelio de Cristo y esta era una tarea por la cual valía la pena entregar la vida. En una época en que las misiones eran dominadas por iglesias de Gran Bretaña, Dios levantó un equipo compuesto por alrededor de 40 ex esclavos, apoyados por una iglesia surgida de la predicación de otros esclavos. Fue un aporte valioso y crucial para el desarrollo del cristianismo en África.
Hoy en día, Estados Unidos es por lejos el país con más misioneros en el campo, pero el llamado sigue en pie para todos los cristianos de todo el mundo. La experiencia de la misión jamaiquina brilla como un ejemplo para la iglesia latina de hoy, para responder el llamado a pesar de sus necesidades o limitaciones.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |