“Para la gloria de Dios…y para la paz y el consuelo de todos nosotros”
Domingo 23 de Julio de 1637, y la Catedral de St. Giles – el mismo lugar donde solía predicar John Knox (1514-1572) – se encontraba repleta. ¿El motivo? La imposición de una forma de adorar que de acuerdo con los reformados escoceses, no estaba basada en lo que Dios indicaba en Su Palabra: La Biblia.
En pleno corazón de Escocia, uno de los líderes eclesiásticos subió al púlpito para orar conforme al Libro de Oración Común del Obispo Inglés William Laud (1573-1645). ¿Cuál era el problema? La teología de Laud reflejaba todo aquello por lo cual los evangélicos escoceses se opusieron y rechazaron: una mezcla de catolicismo romano y protestantismo donde las tradiciones solían tener más peso que la autoridad de la Biblia. Los reformados escoceses rechazaban todo aquello que empañaba la belleza del evangelio, tanto en la salvación de los hombres como en la forma de adorar a Dios.
Fue en ese contexto donde una mujer llamada Jenny Geddes (1600-1660) tomó su taburete, o pequeña banca, y lo arrojó al hombre que intentaba imponer un culto de adoración que, según ella, era contrario a su conciencia y a la Biblia. Mientras le arrojaba aquel objeto, Geddes le dijo las siguientes palabras: “¡Fuera falso ladrón! ¿[Acaso] dijiste Misa en mi oído?”
Si bien su comportamiento puede ser discutible, sus palabras reflejan el peligro de no adorar a Dios conforme a Su Palabra. No solamente para Geddes, sino también para todos los reformados escoceses, aquel acto de deforma en la adoración significaba traer a “Roma” de regreso a Edimburgo. Para los evangélicos escoceses, todo lo que se asemejara a la Iglesia Romana les recordaba aquello por lo que John Knox predicó vehementemente: la idolatría. Para Knox, Calvino y en general para todo el movimiento reformado de ese entonces, la idolatría ensuciaba el corazón de la predicación del evangelio: la Gloria y la Gracia del Dios Trino.
Sin embargo, la idolatría no se combate arrojando objetos, sino más bien comprendiendo y viviendo en el tipo de relación que tenemos con Dios. Esta relación que Dios tiene con nosotros es descrita en la Biblia como una relación de Pacto. Esta relación pactual es tan profunda que Dios nos dice de manera íntima “Yo soy vuestro Dios y ustedes son mi pueblo” (ver por ejemplo Génesis 17 y Apocalipsis 21). La comunión que el cristiano tiene con Dios, y a la vez, la forma en que Dios muestra la Historia de la Salvación desde Génesis a Apocalipsis se ha denominado como “Teología del Pacto”. Esta doctrina es considerada la médula de la teología Reformada.
El teólogo escocés de la Free Church of Scotland, James Walker (1821-1892) expresó que “la vieja teología de Escocia debería ser enfáticamente descrita como una teología del pacto.” De la misma manera, el importante teólogo reformado holandés Herman Bavinck (1854-1921) escribió que el concepto de pacto constituye la raíz de la teología Reformada escocesa: “Luego de la Reforma, la historia de la iglesia y teología en Escocia está completamente dominada por la idea del pacto.”
Es clave mencionar esto porque fue el concepto de pacto lo que definió la cosmovisión de los reformados escoceses. Entonces, ¿De qué manera los reformados se mantuvieron firmes en los estándares bíblicos y confesionales? ¿De qué manera combatieron la idolatría? Respuesta: a través del pacto.
Después del evento del 23 de julio del 1637, la situación ya se hacía insostenible. Los escoceses evangélicos tenían sus conciencias y corazones cautivos la Palabra de Dios. Por lo tanto, no dejarían que nada ni nadie les impusiera formas de adorar contrarias a la Biblia. De todas partes de Escocia, los pastores y nobles se oponían al libro de William Laud, pidiéndole al rey Carlos I que les dejara adorar conforme a la Palabra de Dios.
Mientras el rey se negaba rotundamente a aceptar la liturgia o la forma de adoración reformada, (al punto de decir “prefiero morir antes que ceder a esas demandas impertinentes y condenadas”), los evangélicos escoceses se juntaron para dejar en claro sus cosmovisiones reformadas y así hacer algo mucho mejor que solamente lanzar taburetes a quienes intentaban imponer formas ajenas de adorar a Dios. La sabiduría y el coraje quedarían para siempre plasmados en algo que sus padres también hicieron: un Pacto Nacional.
El 28 de febrero de 1638, en pleno invierno escocés, cientos de personas se juntaron en la vieja iglesia de Greyfriars en Edimburgo. Fue en ese lugar, a solamente 10 minutos caminando de la Catedral de St. Giles y del castillo de Edimburgo, donde los pastores reformados se reunieron y públicamente firmaron un pacto nacional, en el cual se comprometían a vivir para la gloria de Dios. Al pasar los días, las copias de este documento comenzaron a circular por toda Escocia para declarar públicamente su fiel compromiso con el único Rey y Cabeza de la Iglesia: Jesucristo. Este acto reflejaba fielmente el espíritu puritano. Es decir, o se sometían a un rey o a un obispo que les obligaba a adorar conforme a sus propios deseos, o se sometían al Rey de reyes que les enseña a adorar conforme a Él le place, es decir, para su gloria y para nuestro deleite en él. Para el cristiano reformado no hay punto medio; nos entregamos completamente a Cristo y a su pacto debido a que Él se entrego completamente por su Iglesia sellando nuestra salvación con la sangre del nuevo pacto.
Es por eso que un día como hoy, hace 382 años, se firma aquel Pacto Nacional, donde los rostros de la multitud se llenaron de lágrimas al entender gozosamente que sus vidas le pertenecían solamente a Cristo. Manos se alzaban a los cielos para dar gloria a Dios públicamente. Fue tanta la convicción y amor hacia Cristo y la sana doctrina, que algunos incluso firmaron con su propia sangre. Uno de los arquitectos de este documento fue Alexander Henderson (1583 – 1646), quien posteriormente participaría en la Asamblea de Westminster junto al teólogo puritano Samuel Rutherford (1600-1661).
Este documento pactual se dividía en tres partes: La primera consistía en la renovación del pacto de 1580-1581. La segunda parte anunciaba su rechazo a todo lo relacionado con la doctrina y política eclesiástica romanista, y la tercera consistía en una parte práctica. De acuerdo con Johannes G. Vos (1903 – 1983), “por el Pacto Nacional de 1638, Escocia renovó su renuncia nacional al Papismo, comprometió su adherencia al presbiterianismo, y le mostró al rey Charles I que él no estaba sobre la ley […] Que el Pacto fue un acuerdo para resistir la tiranía, no puede ser negado.”
¿Cuál fue el contenido de este pacto firmado en febrero de 1638?
Los extractos que dejamos a continuación les pueden dar una idea de este documento:
“A esta Confesión y Forma de Religión nosotros voluntariamente concordamos en nuestras conciencias con cada punto, en [afirmar] que ésta es la indudable verdad y realidad de Dios, fundamentada solo en su Palabra escrita. Así pues, aborrecemos y detestamos toda religión y doctrina contrarías; pero en especial todo tipo de religión del papado [católico romana] en puntos generales y en puntos particulares, así como estos se hallan ahora condenados y refutados por la Palabra de Dios y por la iglesia de Escocia.
Pero detestamos y rehusamos, en especial, la autoridad de ese Anticristo Romano [el Papa] que ha usurpado por encima de las Escrituras de Dios, [imponiéndola] sobre la Iglesia, sobre el magistrado civil y sobre las conciencias de los hombres. [Detestamos y rehusamos] todas sus leyes tiránicas impuestas sobre cosas de segunda importancia en contra de nuestra libertad cristiana; su doctrina errónea contra la suficiencia de la Palabra escrita, contra la perfección de la ley, contra los oficios de Cristo y contra su bendito Evangelio; su perversa doctrina del pecado original, su posición contra la verdad acerca de nuestra incapacidad natural y rebelión contra la ley de Dios, nuestra justificación solamente por la fe, nuestra santificación
[…] Y finalmente, detestamos todas sus vanas alegorías, ritos, cenas y tradiciones traídas dentro de la iglesia, sin o contra la Palabra de Dios y contra la doctrina de esta iglesia verdaderamente reformada; a la cual nos unimos voluntariamente en doctrina, en fe, en religión, en disciplina y en el uso de los sacramentos santos, como miembros vivos de dicha iglesia en Cristo nuestra cabeza. Prometemos y juramos, por el gran nombre de JEHOVÁ nuestro DIOS, que continuaremos en obediencia a la doctrina y disciplina de esta iglesia y que la defenderemos, de acuerdo a nuestra vocación y fuerzas, todos los días de nuestra vida; bajo las penas contenidas en la ley, y bajo peligro tanto de cuerpo como de alma en el día del temible juicio de Dios. […]
Y porque no podemos esperar alguna bendición de parte de Dios sobre nuestras acciones y procedimientos, a menos que unamos a nuestra profesión y declaración, tal vida y conducta que es propia de cristianos que han renovado su pacto con Dios; nosotros así pues, prometemos fielmente para nosotros, para los que nos han de seguir, y para cuantos están bajo nuestro cargo – tanto en la comunidad como en nuestras familias individuales y en nuestra conducta individual – de procurar mantenernos dentro de los límites de la libertad cristiana, y de ser buenos ejemplos a otros de toda devoción sincera, discreción y virtud, y de todo deber y obligación que debamos a Dios y al hombre. Y para que esta unión y enlace nuestros se cumplan sin ningún impedimento, llamamos al DIOS VIVIENTE – EL QUE ESCUDRIÑA NUESTROS CORAZONES, que sea testigo (quien sabe que este es nuestro deseo sincero y resolución abierta y franca, según daremos cuenta a JESUCRISTO en ese gran día) y bajo pena de la ira eterna de Dios, y de infamia y perdida de todo honor y respeto en este mundo: muy humildemente imploramos al SEÑOR JEHOVÁ que nos fortalezca por su ESPÍRITU SANTO para este fin, y para que bendiga nuestros deseos y procedimientos con un éxito dichoso; para que la religión y la justicia puedan florecer en la nación, para la gloria de DIOS, para la honra de nuestro REY, y para la paz y el consuelo de todos nosotros. De lo cual como testigos, con nuestras manos hemos firmado todas las bases antecedentes.”
Estas palabras reflejan fielmente el compromiso del cristiano reformado por el señorío de Cristo en todas las áreas del corazón, iglesia y sociedad. Debido a esto, los reformados escoceses fueron llamados covenanters o pactantes. El lema de ellos fue “Por la Corona de Cristo y el Pacto.”
El Pacto nacional fue tan importante que posteriormente el espíritu de este documento sirvió como fundamento para la Confesión de Fe de Westminster (1646), documento que consolidará la teología de distintas iglesias evangélicas y reformadas a lo largo del mundo.
El ejemplo de los pactantes escoceses nos invita a reflexionar seriamente a que todo lo que hagamos debe ser para la Gloria de Dios y para la edificación de la Iglesia en la medida que disfrutamos de aquella relación de pacto que tenemos con Dios, un pacto fundamentado en la gracia de Dios, es decir, en el Pacto de Gracia.
La Reforma de la Iglesia continúa en la medida que mantenemos viva esa relación pactual con Dios y con nuestros hermanos.
“La comunión intima de Jehová es con los que le temen, y a ellos dará a conocer su pacto”, Salmo 25:14.
Este artículo fue en parte modificado del próximo libro a publicar en español: “Teología para la Vida: La Práctica Pastoral de John Knox, Samuel Rutherford y Thomas Guthrie”
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