Cuando se piensa en la Reforma protestante en Suiza, los nombres de Ulrico Zuinglio y Juan Calvino suelen tener prominencia. Sin embargo, también existió una figura decisiva que a menudo queda eclipsada en la historia cristiana: Heinrich Bullinger. Este pastor, teólogo, educador y articulador de la tradición reformada jugó un papel clave no solo en la consolidación del legado de Zuinglio tras su muerte, sino también en la expansión, maduración y sistematización de la Reforma en la Europa de habla alemana.
Su compromiso con la causa evangélica surgió desde una profunda experiencia personal con las Escrituras. También fue influenciado por el estudio de los padres de la Iglesia, los teólogos medievales y los primeros escritos de Lutero y Melanchthon. Su capacidad para sostener la Reforma suiza en tiempos de crisis, su don para construir puentes entre iglesias divididas y su notable labor como autor y pastor lo convierten en una de las figuras más influyentes del siglo XVI.
Este artículo es un breve recorrido de su vida, desde sus primeros años en Bremgarten hasta su muerte en Zúrich, destacando sus contribuciones en los ámbitos pastoral, educativo y doctrinal. En particular, se subrayan su papel como sucesor de Zuinglio, su teología del pacto y su producción literaria, especialmente las Décadas y la Primera y Segunda Confesión Helvética. En un tiempo de tensiones y divisiones, Bullinger representó continuidad, estabilidad y unidad. Vale la pena recordarlo con el mismo respeto que el de otros grandes reformadores de su época.
Un niño protegido por Dios
Heinrich Bullinger nació en Bremgarten, una ciudad ubicada a unos 20 km de Zúrich, Suiza, el 18 de julio de 1504. Para la fecha de su nacimiento, personajes como Lutero y Zwinglio ya tenían 20 años aproximadamente; otros, como Calvino o Melanchthon, aún no habían nacido o eran niños. Esta ubicación en el itinerario vital de Bullinger nos permite situar la época en que nació en relación con los inicios del movimiento de la Reforma protestante: para 1504, Lutero estudiaba en Erfurt y Zwinglio, en Basilea. Por tanto, aún no había comenzado la Reforma como tal.

Bullinger nació en un ambiente religioso. Su padre, también llamado Heinrich, era un sacerdote católico. ¿Cómo entender esto? Los historiadores señalan que el celibato sacerdotal existía en aquel entonces, pero no se aplicaba en todos los casos: muchos lo ignoraban por completo, e incluso los más liberales podían unirse a prostitutas. Así, el hecho de que Bullinger haya sido hijo de un sacerdote no significaba un gran escándalo; a los que eran comprometidos y tradicionales como su padre se les permitía mantener una relación formal y aprobada por la Iglesia.
Los primeros años de la vida de Bullinger transcurrieron con cierta normalidad, aunque los historiadores mencionan una serie de experiencias difíciles que lo afectaron en su infancia: fue atacado por la peste y declarado muerto, luego recobró el conocimiento y se recuperó milagrosamente; sufrió un grave golpe que le provocó un sangrado abundante por la garganta; fue raptado —probablemente por motivos económicos o personales— aunque luego recuperado. Estas y otras experiencias, de las que hay pocos detalles claros, dejaban la sensación de que era un niño especialmente protegido por Dios, como si tuviera un destino prometido.

Educación y “conversión progresiva”
En 1509, a sus 5 años, Bullinger ingresó a la escuela primaria de Bremgarten. Luego, en 1516, prosiguió sus estudios fuera de Suiza. Contaba con solo 12 años cuando, tras un largo viaje, llegó a Emmerich am Rhein, en el norte de Alemania, donde se formó con los Hermanos de la Vida en Común, estudió gramática y latín; de esto último terminó siendo un verdadero experto. Su estancia allí no fue fácil en el plano económico: como otros estudiantes, tuvo que procurarse recursos por sí mismo. En su caso, el canto fue su mayor don para reunir fondos.
Bullinger permaneció en Emmerich por unos tres años, hasta que en 1519 se mudó a Colonia. Allí ingresó a una de las universidades más importantes del centro de Europa, que para aquel tiempo contaba con más de 100 años de historia, y profundizó en el pensamiento de los autores clásicos de la Antigüedad. También leyó exhaustivamente a los grandes teólogos medievales, sobre todo a Pedro Lombardo. Gracias a estas lecturas fue conducido hacia los padres de la Iglesia, entre ellos Jerónimo y Crisóstomo, quienes lo formaron en los diversos temas de la doctrina cristiana y la lectura de los Evangelios.

Hacia el final de su estancia en Colonia, Bullinger también leyó a Lutero. Su juicio sobre él —aun sin tener un conocimiento profundo de su debate con Roma— fue sumamente positivo. Llegó a decir que el monje alemán estaba más cerca de lo que enseñaban los padres de la Iglesia que los teólogos escolásticos. Otro autor del momento que llegó a sus manos fue el teólogo alemán Melanchthon, compañero de Lutero. De su obra dijo que quedó fascinado. Su lectura lo motivó a una más profunda exploración de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento, el cual leía en la versión de Erasmo.
Los historiadores señalan que, durante estos últimos años en Colonia, Bullinger, acompañado de sus lecturas protestantes y del estudio directo del Nuevo Testamento, experimentó una conversión progresiva, tal como la de Zuinglio o Calvino. Él mismo reconocía que no era un gran conocedor de la doctrina católica y menos aún de la protestante, pero gracias a sus lecturas fue disipando poco a poco sus creencias romanas hasta abrirse a la doctrina evangélica, la cual recién se estaba articulando en el contexto de la reciente Reforma y le daba continuidad a las enseñanzas de la Iglesia primitiva y de los padres de la Iglesia.

Maestro en un monasterio
Bullinger concluyó sus estudios en Colonia en 1522. A finales de aquel año volvió a Bremgarten, su tierra natal. Aunque allí no cursó estudios formales, aprovechó el tiempo para continuar con sus lecturas y estudios personales. Para entonces, ya era licenciado y máster.
En la localidad de Kappel había un importante monasterio de tradición cisterciense, dirigido por el abad Wolfgang Joner, un hombre comprometido con la espiritualidad, la cultura religiosa y la educación. Cuando Joner escuchó hablar del joven Bullinger, no dudó en llamarlo para que sirviera en el monasterio como profesor.
En enero de 1523, año fundamental para su carrera, aceptó la invitación y se unió al monasterio. Solo puso una condición: que lo dejaran trabajar como profesor, sin tener que participar en los servicios religiosos. En aquel monasterio, Bullinger no fue un monje, sino un gran maestro: entre el latín, los clásicos, los padres de la Iglesia y el Nuevo Testamento, se le iban las horas del día dictando diversos cursos.
Su labor tuvo un carácter reformador. Aquella comunidad pertenecía a la Iglesia oficial, la católica. Sin embargo, gracias al intenso trabajo del nuevo maestro, poco a poco las ideas evangélicas comenzaron a renovar las creencias y prácticas de los monjes. Al monasterio entraban religiosos, pero terminaban saliendo evangelistas que llevaban la Buena Noticia a los lugares cercanos.

Pastor protestante
Desde 1523, la causa de la Reforma comenzó a consolidarse en Zúrich. Un par de años después, ya estaba firmemente establecida. El monasterio de Kappel prácticamente era una iglesia que había abrazado las ideas protestantes, y su líder, Bullinger, era como su “pastor”. Sin embargo, el alcance de la Reforma no llegó solamente al monasterio. Para 1529, el alcance territorial de la Reforma se había extendido ampliamente, incluso hasta la tierra natal de Bullinger.
Al abrazar la causa reformada, la ciudad de Bremgarten quería nombrar a su nuevo pastor, y Bullinger era el candidato. Fue allí, en la tierra en que nació, donde desarrolló su primer llamado pastoral desde junio de 1529. Se destacó por su trabajo ministerial, caracterizado por sus sermones, su ayuda social y sus relaciones con otros pastores con ideas evangélicas. Ese mismo año también significó para él un compromiso amoroso: en agosto se casó con Anne, una exmonja de Zúrich.
Su labor pastoral en Bremgarten duró hasta 1531. La Reforma enfrentaba una creciente hostilidad por parte de los sectores católicos, y el momento decisivo llegó con el segundo enfrentamiento de Kappel: un conflicto militar entre cantones suizos católicos y reformados. Las tropas reformadas, grandemente superadas en número, fueron derrotadas. Uno de los caídos en ese enfrentamiento fue Zuinglio, el reformador de Zúrich. A causa de estos enfrentamientos religiosos, Bullinger debió abandonar su pastorado en Bremgarten y buscar refugio en Zúrich.

Contacto con Zuinglio y sucesión inesperada
Pero, ¿por qué la muerte de Zuinglio fue tan importante para Bullinger? Ulrico Zuinglio era el paladín de la Reforma en Suiza y tenía un historial espiritual muy similar al del joven Bullinger. Ambos llegaron a sus convicciones evangélicas casi por cuenta propia, gracias al estudio personal y a sus luchas internas; y mientras uno trabajaba en el monasterio de Kappel, el otro desarrollaba una profunda labor de reforma en Zúrich.
Según sabemos, Bullinger conoció al reformador al escucharlo predicar y al leer una de sus primeras obras: las 67 tesis. La valoración que tenía de su causa era muy positiva. De hecho, reconoció que ambos habían desarrollado convicciones idénticas. Bullinger, que era mucho más joven, siempre reconoció que Zuinglio era “el reformador”.

Por eso, con la muerte de Zuinglio, se desató el desespero en los diversos cantones reformados: el líder central de la Reforma había caído a manos de las tropas católicas. Parecía entonces que su causa religiosa había muerto con él. Las tensiones eran grandes, así como la cantidad de refugiados que migraron hacia Zúrich, entre los cuales se encontraba el expastor Bullinger.
Así, el centro de la Reforma suiza estaba sin pastor, y los temores y amenazas sobre lo que deparaba el futuro no eran menores. Cuando Bullinger llegó a la ciudad, ya había renunciado a sus trabajos pastorales anteriores. Podríamos decir que estaba libre para otro ministerio. El senado de Zúrich debía buscar un sucesor digno, y tenía en mente a algunos candidatos, como Kaspar Grosmann y Hans Schmid. Pero también contaba con un tercero: Heinrich Bullinger.
La decisión del senado fue clara. El alcalde Heinrich Walder anunció que la elección final recayó en Bullinger. Así, el 9 de diciembre de 1531, fue nombrado por unanimidad como Antistes, es decir, superintendente del Grossmünster, la iglesia principal de Zúrich y sede de la Reforma en la ciudad.

En defensa de Zuinglio
Como sucesor de Zuinglio, siguió desarrollando la labor del reformador, pero ahora bajo una realidad completamente distinta: se debía reconstruir todo lo que había quedado roto tras su muerte. Así, Bullinger llevó adelante las reformas que Zuinglio había desarrollado en la década de 1520. Retomó su causa, rescató su legado y consolidó todos sus logros pasados.
Tomar un camino diferente no era una opción. A sus ojos, Zuinglio era un profeta de Dios, en la misma línea de los profetas bíblicos: con su rol reformador, ayudó a restaurar la pureza de la religión verdadera y se opuso a la idolatría. Era, además, un Abel: un mártir cuya sangre aún hablaba después de su muerte.
Al mismo tiempo, el reformador fue objeto de diversas críticas. Se le acusaba por haber participado en conflictos bélicos y por haber causado divisiones dentro de la confederación de los sectores reformados suizos. También se le imputaban cargos de herejía. Para quienes lo conocieron y lo acompañaron en su causa, estos señalamientos carecían de peso significativo.
Sin prestar demasiada atención al dilema que rodeó la muerte de Zuinglio, Bullinger se centró en dar a conocer su ortodoxia: preparó una edición en cuatro volúmenes de sus obras, donde se confirmaba su sana doctrina. No es extraño que las apreciaciones positivas de Bullinger respecto a Zuinglio estuvieran acompañadas por una fuerte defensa de su persona, especialmente considerando la manera en que falleció, como un profeta armado. Él fue uno de los pocos que más se esforzó por limpiar la tan criticada imagen del reformador, tanto por parte de católicos como de luteranos.

Su último ministerio: pastor de Zúrich
El nuevo ministerio de Bullinger fue el más significativo de su vida, y también el último. Salió de Bremgarten para nunca más volver. El centro de su ministerio fue la predicación, que lo ocupaba cada día de la semana. También apoyó las medidas políticas que tiempo antes había aprobado Zuinglio y se opuso tanto a los radicales anabaptistas como a los católicos, que una y otra vez intentaban imponer el catolicismo romano.
Como pastor, no permitió que el senado acallara el mensaje de las Escrituras sobre el orden social y político. Muy pronto, Bullinger desarrolló los límites de la intervención del poder civil dentro del ámbito eclesiástico. También se preocupó por los reformados que huían de sus tierras a causa de la persecución: Zúrich se convirtió en un gran centro de acogida que reunió a creyentes de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra y otros lugares del centro de Europa.

Bullinger vivió años decisivos, como 1536, cuando se celebró la Conferencia de Basilea. Allí se presentó una confesión de fe común para las familias reformadas con el propósito de lograr unidad doctrinal y mayor precisión teológica. El texto fue la famosa Primera Confesión Helvética, en cuya redacción Bullinger desempeñó un papel central. Su labor en la escuela teológica de Zúrich —lo que más tarde se conocería como el Carolinum— también fue decisiva, al permitir la incorporación de profesores reformados extranjeros, como el erudito Pedro Mártir Vermigli.
En 1549, ocurrió otro acontecimiento de gran relevancia en el que Bullinger tuvo protagonismo. Las familias reformadas de tradición suiza y alemana no lograban mantener unidad en su visión sacramental, especialmente respecto a la Cena del Señor. Por tanto, con el fin de procurar esta unidad entre las diversas iglesias reformadas, se reunieron figuras como Calvino y Bullinger para elaborar un documento que presentara la visión teológica oficial de estas comunidades.
El texto, en cuya redacción ambos trabajaron arduamente —aportando lo mejor de sus dones y lo más representativo de sus respectivas tradiciones—, fue el llamado Consenso Tigurino. A partir de este documento se logró precisar la visión reformada sobre los sacramentos.

Siervo hasta el final
La última mitad de la vida de Bullinger estuvo marcada por controversias, así como por tragedias.
Respecto a las controversias, él siguió defendiendo su tradición, pero también buscó puntos y criterios de unidad, esfuerzo por el que se distinguió su labor. En cuanto a las tragedias, Bullinger sufrió varias pérdidas y dificultades: en agosto de 1541, falleció su madre y, en junio de ese mismo año, su colega y amigo Leo Jud. En 1564, murió su esposa y, en 1565, dos de sus hijos, año en el que además se vio afectado por la peste. A pesar de todo esto, el pastor de Zúrich continuó con su labor.
Sin embargo, a pesar de las pérdidas, de sus problemas de salud y de su edad avanzada, Bullinger continuó con su labor pastoral. Un gran ejemplo de ello fue su intervención durante la gran hambruna que afectó a Zúrich entre 1570 y 1576: promovió la solidaridad entre los ciudadanos, organizó la ayuda a los más necesitados desde la iglesia y exhortó a los creyentes a confiar en la providencia divina. Incluso destinó parte de sus bienes personales al socorro de los pobres.
Pero el peso del tiempo, que alcanza a todos los seres humanos, no hizo una excepción con él. Su arduo trabajo y su deterioro físico fueron una combinación fatal que finalmente lo apartaron de sus actividades eclesiásticas. Su muerte selló su ministerio de 44 años en el frío invierno de septiembre del año 1575. Pero antes de dejar este mundo, desde su cama y ya agónico, pero rodeado de sus seres queridos, reafirmó su fe y su compromiso con el Evangelio.

Obras y legado del gran Heinrich Bullinger
Bullinger fue un escritor prolífico. Escribió extensos comentarios a diversos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, además de una correspondencia que supera la de otros personajes de la Reforma. Compuso textos apologéticos contra anabaptistas, católicos y herejes. Pero, dentro de todo su cuerpo literario, destacan tres obras clave por su influencia.
Décadas fue una serie de 50 sermones organizados en cinco grupos de diez (de ahí viene su nombre). Todos ellos configuran una especie de teología que aborda los diversos loci (temas centrales) de las creencias cristianas. Por ejemplo, la primera década desarrolla temas como la Palabra de Dios, la Trinidad, la justificación y extensas exposiciones del Credo. La segunda se enfoca, entre otros temas, en el Decálogo. El quinto grupo de sermones aborda temas como los sacramentos, la fe y la gracia, la naturaleza e institución de la Iglesia, entre otros. Esta obra comprende lo que hoy podríamos considerar una teología sistemática.

Su tratado De testamento (1534) fue otra de sus obras fundamentales. En este texto, de poca extensión en comparación con otros de sus libros, Bullinger desarrolló lo que podría considerarse el primer tratado sistemático sobre la teología del Pacto. Con este libro, inmortalizó su figura en relación con este tema central de la tradición reformada. Así, junto a autores como Bucero y Ecolampadio, Bullinger expuso una estructura teológica que comprende la historia de la salvación como la progresiva revelación de un único pacto de Dios con la humanidad, desde Génesis hasta su cumplimiento en Cristo y su realización en la Iglesia cristiana.
Ahora, si bien Bullinger es conocido por haber participado en la Primera Confesión Helvética, su legado se centra más claramente en la Segunda Confesión Helvética (1562). Este documento confesional fue escrito a modo de testamento personal; allí el autor presentó sus creencias más profundas, las cuales habían permeado toda su labor pastoral.
Lo que hizo Bullinger fue desarrollar una especie de tratado teológico siguiendo las líneas del credo cristiano. Así, presentó temas como las Sagradas Escrituras, la providencia de Dios, la creación, la caída y el pecado, la predestinación, Jesucristo, la salvación desde diferentes aspectos, la Iglesia, entre otros. Esta confesión pasó a ser un credo para muchas iglesias reformadas y un gran ejemplo de sistematización de la fe reformada.

Heinrich Bullinger queda, en ocasiones, como un personaje secundario en la historia de la Reforma. Pero su vida y legado nos enseñan algo distinto: su lugar en la historia religiosa del siglo XVI fue decisivo, y su papel en la gran tradición reformada fue central. En más de una ocasión fue llamado un hombre de puentes, un promotor de la unidad, en especial cuando las divisiones amenazaban la armonía de las iglesias reformadas.
Como reformador, también fue un pastor comprometido, tanto bíblica como socialmente, con su pueblo en Zúrich. Su ejemplo cristiano de sociabilidad y unidad quedó plasmado en su vasta correspondencia, en la que animaba, corregía, pedía paz, expresaba sus sentimientos más profundos y llamaba a la concordia. Sin duda, Bullinger fue un pastor cuyo trabajo merece ser puesto junto al de Calvino y Bucero.
Referencias y bibliografía
Heinrich Bullinger (1504–1576). Leben, Werk und Wirkung. Band 1 (2004) de Fritz Busser. Stuttgart, Theologischer Verlag Zürich.
Huldrych Zwingli. Reformatorische Erneuerung von Kirche und Volk in Zürich und in der Eidgenossenschaft 1525–1531 (1960) de Oskar Farner. Zúrich, Zwingli Verlag.
Heinrich Bullinger: Leben und ausgewählte Schriften (1858) de Carl Pestalozzi. Elberfeld, Verlag von R. L. Friedrichs.
The Theology of Heinrich Bullinger (2019) de William Peter Stephens, editado por Jim West y Joe Mock. Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, pp. 19–30.
Heinrich Bullinger. An Introduction to His Life and Theology (2022) de Donald K. McKim y Jim West. Eugene, Oregon, Cascade Books.
Zwingli. God’s Armed Prophet (2021) de Bruce Gordon. Londres, Yale University Press.
Bullinger, Heinrich (2000) de Anthony D. Di Stefano en Theological Dictionary of Christian Theologians, editado por Patrick W. Carey y Joseph T. Lienhard. Londres, Greenwood Press, pp. 101–102.
Bullinger, Heinrich (2011) de Bruce Gordon en The Cambridge Dictionary of Christian Theology, editado por Ian A. McFarland, David A. S. Fergusson, Karen Kilby y Iain R. Torrance. Nueva York, Cambridge University Press, pp. 75–76.
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