En el popular bestseller de Thomas Becon The Sycke Mans Salve (en español, Bálsamo para el hombre enfermo), publicado en 1560, el piadoso, aunque ficticio, Epafrodito yace en su lecho de muerte, rodeado por su mujer y sus tres hijos, para recibir sus últimas exhortaciones sobre su posteridad. En primer lugar, encarga a su esposa: “gobernad vuestra casa, para que no haya en ella más vicio que virtud, ni más maldad que bondad, ni más pecado que honestidad y conducta cristiana”. Ella debía ser “un ejemplo de vida piadosa” para que sus hijos la imitaran. Luego se dirigió a su único hijo vivo, a quien instruye diciendo: “ordenad vuestro hogar piadosa y honestamente”. Como padre y líder espiritual de su hogar, su hijo tendría la responsabilidad de guiar a sus hijos para que “aprendan a conocer a Dios, incluso desde la cuna”. Por último, anima a sus dos hijas como madres a “educarlos [a sus hijos] en la gloria de Dios, en Su temor y doctrina”.
Aunque ficticio, el diálogo ars moriendi (tradición literaria sobre el arte de “morir bien”) de Becon entre Epafrodito, su ministro y sus amigos cristianos, fue objeto de 22 ediciones entre 1560 y 1631, y sirvió de ejemplo popular para los protestantes de los siglos XVI y XVII, especialmente en lo que se refiere a la piedad en el lecho de muerte. La preparación para una muerte piadosa en la Inglaterra de la Reforma no sólo implicaba la confesión y el arrepentimiento de los pecados, la reafirmación de la certeza de la verdadera conversión y la ansiosa anticipación de la bienaventuranza eterna, sino también una amonestación formal a la familia para inculcarles la importancia de transmitir deliberadamente un legado espiritual a las generaciones venideras, de manera que la Reforma en Inglaterra perdurara.
El hecho de que un marido o padre piadoso se preocupara por el estado espiritual de su familia resulta llamativo, aunque no sorprendente, dado el contexto del protestantismo en la Inglaterra de la década de 1560. Este ejemplo literario en particular ilustra que Becon, uno de los principales reformadores evangélicos de Inglaterra, uno de los defensores más prominentes de la piedad doméstica, y autor de materiales piadosos para los hogares, consideró la espiritualidad de las familias como un componente integral de la devoción religiosa. Ciertamente, no era el único en su visión de que los padres deben ser deliberados y fieles a la hora de inculcar la piedad en sus hijos.
Investigar y determinar las formas precisas en que la piedad doméstica se transfería desde el púlpito y se practicaba en el hogar es el objetivo de este breve estudio. Plantearé tres preguntas cruciales. En primer lugar, ¿qué catalizadores impulsaron y motivaron, en última instancia, a los padres protestantes a propagar su fe a sus hijos y a su futura posteridad? En segundo lugar, ¿de qué manera los ministros evangélicos guiaron y proporcionaron textos a los padres para reformar sus hogares en la Inglaterra de la Reforma? En tercer lugar, ¿de qué maneras concretas practicaban la piedad los hogares y cómo formaban y cultivaban esas prácticas la piedad? Como se demostrará, la respuesta a estas preguntas está relacionada con la arraigada convicción de los evangélicos de la primacía de la Palabra de Dios, y la convicción de que esta obraba y permeaba su enseñanza dentro de los límites domésticos, moldeando a todos los miembros del hogar según su estándar.
“Educadlos en la Ley de Dios”
La raíz de la piedad doméstica evangélica era la Palabra de Dios. La primacía de la Palabra de Dios sobre las tradiciones, las nociones humanas e incluso la jerarquía eclesiástica fue uno de los llamados urgentes de la Reforma, y no fue diferente en la Reforma de Inglaterra. Los reformadores ingleses sostenían que todas las doctrinas y prácticas, incluyendo el inculcar la piedad doméstica, debían estar atadas y supeditadas a las Escrituras. A partir de la década de 1540, el clero evangélico insistió en que las dos formas principales de establecer e inculcar la piedad en los hogares eran la oración y la catequesis. Ya que al inicio de la Reforma inglesa la única literatura piadosa disponible en inglés era católica en su marco teológico, ellos mismos tomaron la iniciativa de crear los primeros libros de oración y catecismos evangélicos para que las familias los aplicaran intencionadamente en su ámbito doméstico.
Los autores de libros de oraciones y catecismos evangélicos se preocupaban de que su contenido fuera inherentemente bíblico, en contraste con la literatura doméstica católica de finales de la Edad Media, que contenía oraciones marianas y otras recitaciones tradicionales. La gobernanza del hogar debía establecerse estrictamente, como dijo Becon, “de acuerdo con las más santas palabras de Dios”. “El deber de padres y madres para con sus hijos”, explicaba Becon, “es entrenarlos en la ley de Dios, enseñarles a conocer a Dios y Su santa Palabra”. Los autores evangélicos comunicaban de forma intencional y visual la primacía de la Palabra de Dios en las páginas físicas de sus textos, incluyendo a menudo textos bíblicos concatenados, además de numerosas referencias bíblicas en los márgenes.
Además, la orientación teológica entre los dos enfoques confesionales respecto a la soteriología y la conversión era cualitativamente distinta. Por ejemplo, el bestseller popular The werke for housholders (en español, Las obras para los padres de familia), del monje brigidiano Richard Whitford, subrayaba que un “aumento de la gracia” acompañaba a la obediencia de un niño a sus padres. El acto de obediencia daría como resultado que “tus pecados (por el deber cumplido hacia tus padres) sean tenidos en poco, completamente liberados y perdonados”. Los primeros evangélicos de la década de 1540 contradijeron eso afirmando que sólo la justificación por la fe traía el perdón de los pecados. Los deberes domésticos, como la obediencia, la deferencia y las actitudes y virtudes piadosas, eran frutos de la justificación y no requisitos previos para ella. Debido al tema común de la teología solifidiana (en referencia a Sola Fide) en la literatura evangélica inglesa temprana, la doctrina correlativa de la conversión evangélica fue la fuente de toda la literatura evangélica para el hogar.
Para los evangélicos, la paternidad y el gobierno del hogar tenían un doble propósito: la conversión y la piedad del hogar. El clero evangélico instaba a los padres a considerar sus responsabilidades espirituales hacia sus hijos con solemnidad, como dijo el reformador de Zurich Heinrich Bullinger, con el objetivo de “verlos como hijos de Dios y herederos del pacto”. Al mismo tiempo, debían reconocer la obra monergística de Dios en la conversión de sus hijos, es decir, que el “fortalecimiento y la permanencia constante en la religión de sus hijos es sólo de Dios y proviene solo de Dios, y no de ellos mismos”.
No obstante, los padres no debían ser laxos a la hora de conducir a sus hijos a la conversión, ya que, como advirtió Bullinger, el descuido de la educación espiritual en el hogar equivalía a “ayudar a sus hijos y siervos a avanzar hacia su condenación”. Además, los padres que no cumplían con su deber de educar a sus hijos en las Escrituras eran culpables de ser “asesinos de sus almas y degolladores de su salvación”. Bullinger también advirtió que la “reforma” del hogar era inalcanzable si el “amo de casa”, el padre, no tomaba medidas extremas para “reformarse” a sí mismo primero: “Porque así como una vela no puede encender a otra si ella misma está apagada, así tampoco un amo de casa puede reformar a los que están a su cargo, y encenderlos con el amor de Dios y la piedad, si él mismo no está lleno de lo mismo”. Por lo tanto, las disciplinas domésticas de oración y catequesis eran herramientas que debían aplicarse en los hogares para cultivar un ethos que condujera a la conversión y a la piedad del hogar.
Aunque el clero evangélico estaba motivado para reformar la piedad doméstica por amor a la “religión cristiana”, también animaba a sus feligreses a inculcar intencionadamente la piedad doméstica en sus hijos para que, en última instancia, esta se proyectara y dispersara por la Mancomunidad inglesa. Ellos creían que una piedad doméstica bien alimentada impregnaría la esfera pública, dando lugar a un piadoso “bien común”; sostenían que los hogares piadosos debían ser el microcosmos de una mancomunidad piadosa, de modo que la verdadera conversión y piedad fueran normativas en la sociedad.
Dado el contexto político de la Inglaterra del siglo XVI, el clero evangélico recibió ayuda para cumplir su visión de hogares piadosos a través su asociación con el Estado, la monarquía de los Tudor, con la excepción de la reina María I. A partir de 1538, con la segunda serie de mandatos reales emitidos por el rey Enrique VIII, todos los clérigos ingleses debían “exhortar a todos los padres y cabezas de hogar a que enseñen lo mismo a sus hijos y criados, como están obligados a hacerlo por la ley de Dios y la conciencia”. El cuarto mandato oficial estipulaba que los padres enseñaran a sus hijos a memorizar y recitar el Padre Nuestro, el Credo de los Apóstoles y el Decálogo. Tanto los mandatos reales de Eduardo VI sobre el hogar para la Iglesia de los Tudor, como los de Isabel I, reflejaban, casi textualmente, los mandatos de su padre Enrique VIII, exhortando a todo el clero a enseñar a los padres cómo establecer la piedad en los hogares. Tanto los mandatos reales de 1547 como los de 1559 incluyeron una orden adicional para los hogares: el retirar todas las “imágenes” y la “idolatría” de los hogares, incluyendo mesas religiosas, cuadros, pinturas y monumentos.
“Ardiente apertura del corazón ante Dios”
Los libros de oración servían como instrumentos para guiar y promover la piedad en las familias. Reforzaban la doctrina de la Reforma acerca del sacerdocio de los creyentes, según la cual todos los cristianos tenían acceso ilimitado para acercarse a Dios en oración, lo cual constituía un marcado contraste con la teología medieval tardía, que hacía hincapié en que los sacerdotes actuaban como mediadores humanos de Dios. Ya que las oraciones eran individuales y personales, debían ser, en palabras de John Bradford, “sencillas”, una “apertura sincera, humilde y ardiente del corazón ante Dios”. Los libros de oraciones proporcionaban a los hogares un marco para inculcar una cultura de oración habitual a través de las rutinas y ritmos diarios de las funciones domésticas.
Se fomentó el uso de una variedad de libros de oraciones en cada hogar, ya que cada uno de ellos respondía a necesidades familiares y espirituales diferentes, y cada uno contenía oraciones para situaciones únicas que serían relevantes o irrelevantes en función de las circunstancias de cada hogar. Los primeros libros de oración evangélicos en inglés sirvieron como canales para inculcar la doctrina evangélica entremezclada con defensas de la fe evangélica, refutando sutilmente la teología católica. De los primeros libros de oración evangélicos ingleses, cuatro de ellos (los de Thomas Becon, John Bradford, la reina Katherine Parr y el Libro de oración común de 1549) se convirtieron en los más populares en los hogares, con numerosas ediciones posteriores.
Las oraciones durante la Reforma inglesa destacan por dos énfasis teológicos: el arrepentimiento con su corolario, la mortificación del pecado, y la obra del Espíritu Santo. Los libros de oraciones no sólo incluían oraciones formales de arrepentimiento; la mayoría de las oraciones expresaban “Dadme arrepentimiento”, una afirmación de que el arrepentimiento era un don de Dios. Las oraciones de arrepentimiento iban acompañadas de omnipresentes peticiones de gracia para “mortificar” pecados específicos. Katherine Parr, la sexta y última de las esposas de Enrique VIII, suplicó a Dios: “destruid en mí todos los deseos carnales” y “enviad las ardientes llamas de tu amor, que quemen y consuman las nubosas fantasías de mi mente”. Este tipo de retórica de mortificación expresaba fuertes deseos de destruir la naturaleza misma del pecado con sus “afectos carnales” y “lujurias desenfrenadas”, las cuales “hierven en el interior de nuestros miembros”.
La pneumatología también permeó las oraciones de la Inglaterra de la Reforma, evidenciando una gran estima por la persona del Espíritu Santo. Además de pedir al Espíritu Santo que mortificara el pecado propio, las oraciones se centraban con frecuencia en el papel del Espíritu como iluminador y revelador de la verdad. Bradford, por ejemplo, pedía a Dios: “iluminad los ojos de mi mente con la luz y el vivo conocimiento de Tu presencia”. Las oraciones con frecuencia hacían este llamado al Espíritu: “Inflamad mis afectos” y “suprimid el reino del pecado en mí y en los demás”. Este tema de “encender los afectos” en las oraciones evangélicas resaltaba el reconocimiento de que la obra sobrenatural de la tercera Persona de la Trinidad era esencial para penetrar en los afectos propios hasta que el cristiano “no desee nada en la tierra excepto a Ti”.
Los libros de oración evangélicos de la Inglaterra de los Tudor reflejaban la transformación social y religiosa de Inglaterra, y un creciente interés por el humanismo cristiano, particularmente en lo referente a la piedad doméstica. Uno de los productos del humanismo renacentista fue el interés por las actividades domésticas cotidianas, como los trabajos serviles, las comidas, la meditación y el descanso. Este interés por lo mundano se refleja en los libros de oración evangélicos, que comunicaban a los hogares que toda actividad, por mundana que fuera, era de importancia para Dios. Los libros de oraciones incluían oraciones para la mañana y la tarde, oraciones antes y después de las comidas, y acciones de gracias después de la cena. Estas oraciones no sólo expresaban la importancia de estas actividades para Dios; también demostraban que los laicos, y no sólo el clero, eran valorados por Dios. A diferencia de los libros de oraciones católicos medievales, los evangélicos abordaban las necesidades espirituales de las mujeres, los niños y los marginados sociales de la Inglaterra de los Tudor. Había oraciones para las mujeres solteras, las casadas, las embarazadas, las madres, los niños, los pobres, los sirvientes y los enfermos.
Los libros de oración evangélicos también servían a quienes desempeñaban distintas y variadas vocaciones en Inglaterra. Por ejemplo, de las sesenta oraciones del bestseller de Becon Flour of Godly Praiers (en español, La flor de las oraciones piadosas), una cuarta parte eran oraciones por ocupaciones específicas, como el rey, los abogados, los magistrados, los marineros, los soldados, los terratenientes, los comerciantes y los obispos. Había oraciones para múltiples situaciones: oraciones contra pecados concretos, oraciones para librarse de las plagas, oraciones para ofrecer antes y después de un sermón, oraciones para antes y después de recibir la Comunión, y oraciones a Dios en la prosperidad y en la adversidad. El contenido de estos libros de oración predicaba silenciosamente a los hogares una teología práctica del interés paternal de Dios por Su pueblo. Las personas mismas, sus vocaciones, sus tentaciones, sus situaciones y sus actividades cotidianas eran sagradas para Dios. Los libros de oración en la Inglaterra de la Reforma se convirtieron en un sermón impreso que reforzaba que toda la vida era sagrada y que, en última instancia, no había distinción entre lo “secular” y lo “sagrado”.
Además de resaltar el carácter sagrado de toda vida, los libros de oración evangélicos estaban destinados a ser utilizados didácticamente para ayudar a formar los hábitos de oración de los niños y a desarrollar una mentalidad teocéntrica. Un autor anónimo animaba a los padres así: “enseñadle todos los días alguna oración breve según la capacidad de su ingenio o memoria. Y a medida que aumente su fuerza, alimentadles con oraciones más largas”. Bullinger, proponiendo los modelos bíblicos de Abraham, David y Job, recomendaba a los padres “establecer deliberadamente un orden en su casa”, de modo que las oraciones se dijeran regularmente antes y después de las comidas y a lo largo del día en el hogar, para transmitir a sus hijos que Dios era “el autor, no sólo de todas las gracias espirituales que pertenecen a una vida mejor, sino también de todas las bendiciones temporales que pertenecen a esta vida”. Además, los niños serían testigos de “la buena mano de Dios sobre nosotros, que nos defiende a nosotros y a toda nuestra familia en la noche de peligros externos, y nos libera de miedos y terrores, y de la furia de Satanás, y también nos da descanso y un sueño confortable”. Desde sus “cunas”, los padres implementaban libros de oración para ayudar a sus hijos a estar conscientes de Dios a lo largo del día.
“Plantando la religión de Dios”
Los primeros catecismos evangélicos ingleses fueron compuestos principalmente para niños, pero algunos no, como el primer catecismo evangélico en inglés, el Catecismo de Richard Taverner, publicado en 1539. Estos primeros catecismos tenían un sabor polémico y hacían hincapié en las doctrinas de la justificación por la fe, la cristología, el arrepentimiento y el evangelio, para combatir la teología católica. Los catecismos evangélicos, al igual que los libros de oración, también reforzaban las verdades teológicas que debían plantarse como semillas en las almas de los miembros de la familia, tanto adultos como niños por igual.
De hecho, los evangélicos de la Reforma emplearon con frecuencia en los catecismos la metáfora del jardín para reiterar el enfoque calculado, medido y repetitivo de la catequesis en los hogares evangélicos ingleses. Juan Calvino, en una carta a Eduardo Seymour, Protector de Somerset, tío del rey Eduardo VI y jefe de facto de Inglaterra en 1547-1550, expresó que uno de los elementos cruciales necesarios para una reforma prolongada en Inglaterra era la catequesis de los niños. Para que la Reforma en Inglaterra fuera eficaz y duradera, el catecismo debía ser la “semilla que se multiplica de generación en generación”. Con la ayuda de los catecismos evangélicos, los niños fueron exhortados, en palabras de John Ponet, a “arrancar las faltas que hay en nosotros, y en su lugar plantar las virtudes”. Tanto a los padres como a las madres se les exhortaba a ser activos en “plantar la religión de Dios” a través de la catequesis, “arrancando las malas hierbas” del “vicio” en sus hijos. Los evangélicos sostenían que la práctica de la catequesis no era meramente intelectual, sino tenía el propósito de que los niños “sientan y muestren el poder de la religión en sus vidas”. El objetivo de la catequesis era “buscar la salvación de sus almas [las de los niños]”.
A diferencia de los libros de oración domésticos, la Iglesia de Inglaterra prescribía y regulaba específicamente el uso de catecismos en todas las parroquias inglesas. Los mandatos reales y las visitas eclesiásticas de las décadas de 1560 y 1570 no sólo amonestaban regularmente al clero a catequizar a los niños los domingos en la parroquia, sino también a persuadir a los padres de la necesidad de que los niños aprendieran el catecismo para, como explicó John Parkhust, “decir[lo] de memoria”. Bullinger insistió especialmente en que los padres protestantes, y no sus ministros, eran los principales responsables de catequizar a sus hijos. Aunque el Catecismo del Libro de Oración era el catecismo oficial de la Iglesia de Inglaterra, no era el único catecismo que se utilizaba en los hogares protestantes. De acuerdo con el número de ediciones impresas en el siglo XVI y principios del XVII, los catecismos más populares durante la Reforma inglesa fueron los de Becon, Calvino, Cranmer, Dering y Nowell.
Los catecismos evangélicos ingleses tenían varios componentes que los hacían accesibles a los niños. Por lo general, estaban dispuestos en una secuencia coherente y predecible de preguntas y respuestas, siguiendo la secuencia, preferida por Calvino, del Credo, el Decálogo y el Padre Nuestro. Esta disposición pretendía transmitir la idea de que el conocimiento de Dios en sí mismo debía preceder a cualquier exposición de los textos bíblicos. La primera serie de preguntas de la mayoría de los catecismos indaga en el “principal y más importante fin de la vida del hombre”, con el objetivo de establecer que el propósito de la vida es el conocimiento de Dios. Los autores de los catecismos enfatizaron que sus obras fueran deliberadamente “lúdicas” y “fáciles” para evitar cualquier matiz teológico controvertido, incluyendo, en palabras de Becon, los “secretos desconocidos”. Los textos bíblicos de evidencia se presentaban para cada respuesta como una cita completa o insertados como referencias bíblicas en los márgenes de los catecismos. La extensión de los catecismos variaba, desde el Catecismo breve de John Ponet, de 58 preguntas, hasta el enorme Catecismo en inglés de Calvino, de 373 preguntas. Breve o extenso, el catecismo evangélico se convirtió en el principal género e instrumento para desarrollar la espiritualidad de los niños en las iglesias, escuelas y hogares de Inglaterra.
El modelo para hoy
¿Cómo puede la práctica de la piedad doméstica evangélica en la Inglaterra de la Reforma servir de modelo saludable para las familias cristianas de hoy? En primer lugar, los padres deben reconocer y asumir la responsabilidad divina de “críenlos [a los hijos] en la disciplina e instrucción del Señor” (Ef 6:4, NBLA). Tanto el padre como la madre deben reconocer que “Un don del SEÑOR son los hijos” (Sal 127:3, NBLA) y deben contribuir juntos para guiar a su familia en la adoración y el servicio al Señor en los ritmos de la vida familiar diaria.
En segundo lugar, la espiritualidad familiar requiere de planificación y discreción intencionales. Elaborar una declaración de misión familiar, leer la Biblia y orar en familia, y memorizar un catecismo, todas prácticas que se fomentaban en la Inglaterra de la Reforma, son imprescindibles para la vida devocional de una familia. Sin embargo, es importante recordar que, aunque cultivar disciplinas espirituales en familia es crucial para crear un ethos de espiritualidad, las disciplinas en sí mismas no imparten la fe salvadora. Como advirtió Bullinger, la conversión “es sólo de Dios, y de Dios, y no de ellos mismos [los padres]”. Sin embargo, eso no descarta la obligación de los padres y el mandato bíblico de guiar a los niños a creer en Cristo. Orar y buscar activamente la conversión de los niños, poniendo en práctica libros de oración, catecismos y otras herramientas de estudio de la Biblia, es esencial para pastorear a los niños para la gloria de Dios.
En tercer lugar, los padres deberían tanto ser modelos como enseñar a sus hijos a ver a Dios en los ritmos de su horario diario, por mundanos que parezcan. Becon sugirió que las familias establecieran conexiones directas entre los objetos materiales de sus hogares y Dios. Por ejemplo, una puerta ofrecía a los miembros de la familia la oportunidad de meditar sobre Juan 10:9: “Yo soy la puerta; si alguno entra por Mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto” (NBLA). Las alegrías diarias, los premios, los moretones, las fiebres, los accidentes, las comidas, la música y las misericordias son todas ocasiones para que padres e hijos vean la gracia y el amor de Dios entrelazados en las actividades de cada día.
Que Dios les conceda sabiduría y gracia a todas las familias cristianas para cultivar la piedad e interiorizar el espíritu de la siguiente oración anónima, compuesta en 1603:
Dios esté en mi cabeza y en mi ser.
Dios esté en mi mente y en mi entender.
Dios esté en mis ojos y en mi mirar.
Dios esté en mis oídos y en mi oír.
Dios esté en mi boca y en mi hablar.
Dios esté en mi corazón y en mi pensar.
Dios me guarde de todo mal en mi trabajar, en mi tocar, en mi oler y en todos mis otros sentidos.
Dios esté en mi final y en mi partida.
Este artículo fue traducido y ajustado por Carolina Ramírez. El original fue publicado por Brian Hanson en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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