Por Sneyder Rojas
Escucha esta charla en audio:
El cristiano y los postulados del mundo
A finales del mes de mayo tuve un debate en redes sociales. Quienes me conocen saben que es algo que no suelo evitar y que hasta disfruto. ¡Qué Dios me ayude a salir de estas pasiones juveniles! En esa ocasión, una ex compañera del seminario había compartido la imagen de una campaña publicitaria que redefinía el suicidio de una joven como un homicidio. La mujer terminó con su vida ya que sufría un acoso a través de las redes sociales porque su pareja del momento compartió en la red el vídeo que realizaron mientras tenían relaciones sexuales. La campaña comenzaba acusando a quienes se burlaron, ofendieron e hicieron imposible la vida de aquella joven como “asesinos”, y terminaba con una tímida, pero contundente afirmación "el sextinges un derecho". Obviamente el aviso llamó mi atención debido a que, en los últimos años estudio, desde una teología bíblica y pastoral, problemas sociales como el ciberacoso, el sextingy el suicidio han llamado mi atención. Mi comentario (tengo que confesar, sarcástico) y por el cual se armó el debate, fue una pregunta: “¿el sextinges un derecho?”. Las respuestas, defendiendo esta práctica sexual de riesgo muy común hoy entre la población joven principalmente, no se hicieron esperar. Me asombré cuando comencé a leer los comentarios de mi ex-compañera de seminario, una mujer, cristiana y teóloga, en los que defendía esta práctica. El sexting, lejos de promover, defender o generar las condiciones para una plena realización sexual, es una distorsión de esta. Amparado bajo los conceptos de la revolución sexual actual, el sextingdaña, corrompe y destruye la hermosa, compleja y fascinante experiencia del sexo en una pareja.
¿Por qué una mujer, principal víctima de la cosificación, defiende una práctica que la rebaja a un objeto de deseo? ¿Cómo es que una cristiana llega a identificarse con las ideas actuales de expresión sexual cuando la fe cristiana profesa una mejor manera de vivir la sexualidad? ¿Cuáles son los conceptos de una teóloga que considera las definiciones de derechos sexuales de hoy como algo para defender? Aunque esto parece un caso particular y aislado, la realidad es que ella es una fiel representante de lo sucedido hoy en nuestras iglesias. Mujeres y hombres, quienes se definen a sí mismos como cristianos, viven su sexualidad desde los conceptos de la revolución sexual y sufren las consecuencias de la sexualización de la sociedad. Cristianas y cristianos, llamados a vivir en el marco de una moralidad única, contaminan su experiencia sexual con prácticas que, lejos de enriquecerla, la empobrecen y destruyen. Teólogas y teólogos construyen hoy más argumentos para defender posturas alejadas de la fe, la Biblia y la ortodoxia cristiana porque las consideran retrasadas y poco relevantes, cuando la realidad es que ellas presentan la diametral diferencia que propone el Evangelio para toda la experiencia humana, incluida la sexual.
Hoy, en medio de nuestras iglesias, hay prácticas y comportamientos sexuales que materializan conceptos y pensamientos alejados de la verdad bíblica y del Evangelio, y en muchos casos, ni siquiera son visibles en el contexto eclesial. Nuestras definiciones de vivir en el Evangelio se han simplificado a la asistencia dominical, la participación y colaboración en eventos cristianos, y la estabilidad temporal de los matrimonios. La pregunta “¿cómo estás?” generalmente va a acompañada de comentarios como "hace varios domingos que no te veo en la iglesia”, "no te vi en la convención” o "te vi enojado(a) con tu esposa(o)". Pero la realidad es que muchos cristianos fieles a las reuniones dominicales, vinculados a los ministerios de las iglesias y en matrimonios de años, sufren las consecuencias de pensar y vivir en las actuales definiciones sobre la sexualidad. Domingo a domingo levantan las manos y asienten con fervor a lo dicho en la iglesia, pero al salir de ella, después de esas dos horas como máximo, viven en sus casas y camas los conceptos de este mundo moderno, hedonista y sexualizado.
Hoy, mujeres y hombres, cristianos y casados, llevan años soportando encuentros de pareja, más como un deber o labor para que el otro "no caiga en pecado” que como la plena manifestación de la bendición física. Mantienen año tras año la idea con la cual comenzaron su matrimonio: “es mejor casarse que estarse quemando”, y se someten a satisfacer los deseos sexuales inflados de sus cónyuges a costa de su voluntad y realización personal. Sufren calladamente abuso sexual en medio de sus matrimonios. Esposos y esposas cristianas hoy han abandonado la premisa de que el ser humano es diametralmente diferente a los animales y por tanto sus impulsos sexuales están sujetos a la razón, la decisión y la voluntad, y han aceptado la idea moderna de que el impulso sexual es incontrolable y definitorio en la existencia humana. Al fin y al cabo, argumenta la modernidad, el ser humano es un animal sexuado y su sexualidad e el resultado de un proceso evolutivo. El sexo, desde la perspectiva bíblica, es una bendición, fructífera, procreadora y plena, dada por el Creador. Además, la Biblia ratifica el hecho de que en el creyente habita el Espíritu Santo, dado para someter y dominar cualquier pasión desenfocada. Así, lo que santifica y mantiene santo al creyente no es la cantidad de sexo en el matrimonio y la satisfacción de los impulsos sexuales, sino el poder de Dios sobre él.
Hoy muchos matrimonios cristianos viven los postulados sexuales de la actualidad creyendo que prácticas como el sextingenriquecen su experiencia sexual. Recurren a la pornografía porque creen que allí encontrarán la ansiada creatividad para su encuentro de pareja. Ya no es el erotismo natural de dos seres únicos que fomenta, expande y mantiene el placer y la satisfacción, sino la intromisión de un tercero, un objeto, un modelo o una técnica. La modernidad, y en especial la revolución técnica y sexual, han socavado la sensación de plenitud y satisfacción del encuentro sexual íntimo de dos seres humanos creados para el disfrute único y exclusivo entre ellos.
Realidad, reafirmación y redención
¿Cómo entender e intervenir en todo esto? Primero, es necesario entender una realidad:somos hijos de la modernidad. Todos, creyentes y no creyentes, nacemos, crecemos y nos desarrollamos en medio de los conceptos de una modernidad cuyo fundamento esencial es el materialismo: lo objetivo por encima de lo subjetivo, lo físico por encima de lo espiritual. Para la modernidad el ser humano es el fruto de un proceso natural que responde a las condiciones del entorno y, por tanto, la vida no es más que el resultado de acertadas decisiones y transformaciones que responden a las necesidades planteadas por el contexto. Sobrevive quien se adapta al entorno, quien supera satisfactoriamente sus necesidades. Cuando una persona nace de nuevo por el Evangelio, su lucha comienza con los postulados aprendidos a lo largo de la existencia y que están presentes en lo que le rodea, en lo que ve, lee y escucha diariamente. Tenemos tan metida en los tuétanos y las coyunturas la idea de que debemos satisfacer nuestras necesidades para sobrevivir, y que la postura del Evangelio de morir a nosotros mismo nos parece cuando menos irrisoria e imposible. Muchos cristianos y cristianas creen que ellos y su relación de pareja sobrevivirán si sus apetitos sexuales son satisfechos plenamente, los cuales, como mencioné antes, han sido inflados por la sexualización de la sociedad actual.
Pero, en segunda instancia, es necesario proclamar con insistencia la tremenda reafirmaciónde la cual parte la fe cristiana: somos imagen de Dios. El hombre y la mujer, creyentes o no creyentes, no son el fruto de mutaciones aleatorias impulsadas por las necesidades planteadas por el entorno. Son hombre y mujer, imagen de Dios. Como creyentes debemos reafirmar el concepto de que somos seres relacionarles creados con cualidades diferenciales a los animales, dotados de capacidades únicas para dominar lo natural y afrontar de manera particular los desafíos propios del entorno salvaje en el cual nos encontramos. Aunque el reto frente a lo animal lo perdió, sucumbiendo a su propuesta, él y ella no dejan de ser imagen del Dios que los creó. No somos animales evolucionados sometidos a sus impulsos. Somos imagen de Dios. Además, el hombre y la mujer que son reconciliados con Dios en Cristo tienen una condición adicional: son llamados a ser imagen de Cristo. Así, si ante lo físico hubo pérdidas y quebrantos, ahora, en y por Cristo hay una nueva posición. El cristiano es llamado a imitar, a ser imagen de Cristo, y el soplo inicial que dio vida a lo inerte en la creación es ahora su mismo Espíritu que empodera para someter y dominar la naturaleza misma. No es algo basado en nuestra decisión ni acción; es una nueva creación que parte, como la primera, de su amor e iniciativa. El cristiano no es un ser humano sujeto o esclavo a pasiones desordenadas y desenfocadas. Es un ser imagen, en relación con Dios, con el otro y consigo mismo, cuya capacidad proviene y se sustenta en aquel que venció toda tentación y que, por medio de su obra y Espíritu, nos faculta para poder imitarle.
Esta realidad y reafirmación debe llevarnos a vivir en laredenciónque el Evangelio faculta. Si bien es cierto que estamos quebrados y sufrimos los quebrantos propios de nuestra realidad, la reafirmación del Evangelio en nosotros debe darnos una nueva perspectiva de cada aspecto de la vida. No podemos seguir viviendo nuestra existencia bajo los conceptos de una sociedad cuyo objetivo es sacar a Dios y la fe del contexto humano. No es posible continuar aceptando las definiciones y explicaciones de las acciones humanas a partir de la observación y comparación con las del comportamiento animal, y argumentar que esto es verdad porque cumple con un método científico ¡No somos iguales a los animales! ¡Somos imagen de Dios! Debemos confrontar las ideas que afirman lo contrario y transformar desde este punto de partida nuestras decisiones y acciones. Dios nos hizo diferenciales y en Cristo somos potenciales. Por y en él podemos vivir una sexualidad sin sometimiento, comparativos ni instrumentos, pues ya no somos esclavos de los impulsos, ni de la necesidad, ni del deseo. Nuestra sexualidad no se basa en los parámetros de la revolución sexual sino en los principios revelados en su Palabra y en virtud a que ahora somos llamados a ser imagen suya, revividos por su Espíritu, podemos negarnos a nosotros mismos, considerar primero el bienestar del otro que la satisfacción de nuestros apetitos, y confiar en que aquel que fue tentado en todo, pero no pecó, es nuestro amparo, fortaleza y refugio en momentos de debilidad. Aceptemos con convicción el llamado a imitarle. Vivamos en una relación de pareja cuyo parámetro es el amor de Cristo por su iglesia. Así nuestra sexualidad no será “salvaje” sino sacrificial. No sacaremos las uñas para reflejar nuestro deseo, sino que extenderemos las manos para redimir lo que ha sido quebrantado.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |