“Afeminamiento” es una palabra anticuada. Antes era de uso común. Luego fue desterrada del discurso cortés. Recientemente, la palabra ha vuelto a aparecer en los debates evangélicos sobre sexualidad humana y antropología. En Internet, se utiliza con frecuencia para marcar la línea entre la apologética aceptable y la retórica abusiva. Algunos utilizan la palabra para ser duros. Otros la usan para ser malos.
Pero el término “afeminamiento”, si se entiende correctamente, es también una palabra y un concepto bíblico, que aparece en un texto tan relevante para los debates modernos, que algunos detractores lo han bautizado como un “pasaje de Clobber” —a los pasajes de Clobber se les llama así porque supuestamente son usados para atacar o “apalear” a las personas LGBTQ—. La Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos parece haber reconocido cuán cargada está la palabra. La denominación solicitó un estudio de 1 Corintios 6:9 como parte de un Comité de Estudio Ad Interim sobre Sexualidad Humana. Pero, sorprendentemente, el comité relegó este aspecto de su encargo a una simple nota a pie de página. Quizá no estaban preparados para hablar del afeminamiento.
Pero nos guste o no, la gente habla de afeminamiento. Y nos guste o no, la palabra aparece en la tradición cristiana. Por lo tanto, haríamos bien en entenderla: qué es, qué significa para la ética sexual y determinar si los cristianos deberían utilizar este término hoy en día o no.
Afeminamiento en el Nuevo Testamento
La palabra “afeminamiento” aparece en traducciones antiguas al inglés de 1 Corintios 6:9. El griego subyacente es malakoi, plural de malakos. En su contexto inmediato, Pablo parece aplicar la palabra afeminamiento a los hombres que se involucran en prácticas homosexuales. La palabra va precedida de “adúlteros” y seguida de un extraño término, quizá acuñado por Pablo, que en su día se tradujo como “abusadores de sí mismos con la humanidad”, pero que ahora suele traducirse simplemente como “homosexuales” (arsenokoitai).
Comúnmente, los intérpretes argumentan que los dos términos (malakoi y arsenokoitai) se refieren a los compañeros pasivos y activos de la actividad homosexual. Así, por ejemplo, la versión en inglés ESV traduce ambos términos juntos con la frase “hombres que practican la homosexualidad”. El argumento a favor de traducir 1 Corintios 6:9 de esta manera es sólido, pero tiene la debilidad obvia de reducir dos conceptos distintos a uno solo.
También quita una sutileza retórica que está presente en el original. Malakos sí se refería a veces al miembro pasivo de una relación homosexual, pero lo hacía como una figura retórica. El significado literal de malakos es “suave”. Por lo tanto, cuando se aplicaba a los que tenían cierto comportamiento, era algo así como un epíteto, análogo a llamar a alguien “Chico María”. Al elegir la opción más restringida, y presumiblemente más precisa, se pierde este aspecto del funcionamiento de la palabra. No se trataba de un término específico o técnico, sino más bien de un término amplio que se utilizaba precisamente para evocar una serie de connotaciones, en su mayoría desfavorables.
Malakos aparece otras dos veces en las Escrituras, en pasajes paralelos en los que Jesús describe la diferencia entre Juan el Bautista y los hombres ricos. Los hombres ricos visten “vestiduras delicadas” (malakois), dice Jesús en Mateo 11:8 (RVR1960). En Lucas 7:25, se repite esta frase, pero se añade una descripción adicional: “Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (RVR1960). Las “vestiduras delicadas”, entonces, hacen referencia a ropa lujosa, hermosa y delicada. Aquí malakos también se usa en sentido figurado. Sí, la ropa es literalmente suave, pero su suavidad indica su relación con el lujo. Son ropas finas, ropas caras. La razón por la que Juan el Bautista no se las pone no es porque inherentemente le disguste la seda. No las usa porque es un asceta. Juan no vive una vida suave de lujo, sino una vida dura de abnegación y dominio de sí mismo.
Una palabra estrechamente relacionada en Lucas 7:25 es tryphē. Traducida allí como “deleites”, también aparece en 2 Pedro 2:13: “Cuentan por deleite andar en placeres disolutos [tryphēn] durante el día” (NBLA). Este uso es más complicado. El contexto tiene que ver con el placer, pero también con la falta de vergüenza. El pecado se comete abierta o flagrantemente. En su comentario sobre 2 Pedro, Juan Calvino ofrece esta traducción: “deleitándose en sus errores”. Tryphē, pues, conlleva connotaciones de falta de disciplina o restricción. Tanto malakos como tryphē también podrían traducirse como “afeminado” o “afeminamiento”.
¿“Afeminado” significa femenino?
Ni malakos ni tryphē llevan la asociación lingüística con el sexo femenino que tiene la palabra castellana “afeminamiento”. Esto podría considerarse un punto fuerte, ya que permite a los cristianos contemporáneos debatir la cuestión moral sin verse arrastrados inmediatamente a una discusión sobre los sexos. Pero el Nuevo Testamento sí utiliza una palabra que se opone a malakos, y esta palabra sí conlleva una asociación con el sexo de una persona.
Esa palabra es andrizomai en 1 Corintios 16:13. Antes se traducía como “portaos varonilmente” (RVR1960, LBLA), pero ahora suele traducirse como “sean valientes” (NVI, NTV). Una vez más, el privilegio de un estrecho tipo de claridad oscurece la palabra literal y su fuerza retórica. En el contexto, andrizomai sí indica valentía, pero lo hace a la manera de la expresión contemporánea “sé hombre”. La palabra invoca el concepto de hombre para simbolizar la fuerza. Curiosamente, el siguiente deber moral enumerado en el versículo 13 es “sed fuertes”. “Portaos varonilmente” captura el hecho de que andrizomai indica hombría.
Malakos y andreios (la forma adjetival de andrizomai) pueden verse, por tanto, como opuestos, y como correspondientes al afeminamiento y la virilidad, respectivamente. El afeminamiento es un rasgo de carácter suave e indulgente. La hombría es una valentía que se mantiene firme bajo presión.
Lo importante es que ambos términos pueden aplicarse tanto a hombres como a mujeres. Después de todo, Pablo está escribiendo a un grupo que incluye tanto a hombres como a mujeres cuando les llama a “portarse varonilmente”. Un lugar donde se ha conservado esta interesante convención retórica es en el servicio bautismal del Libro de Oración Común. Después de que la persona, hombre o mujer, es bautizada, el ministro hace la señal de la cruz en su frente y dice: “Le sellamos con la señal de la cruz, como signo de que en adelante no se avergonzará de confesar la fe de Cristo crucificado, y de luchar varonilmente bajo su estandarte contra el pecado, el mundo y el diablo”. Tanto los anglicanos como las anglicanas están llamados a luchar varonilmente. Andrizomai funciona de la misma manera. Tanto varones como mujeres están llamados a “ser hombres”.
Entonces, ¿se puede advertir a las mujeres contra el afeminamiento? Eso suena extraño a los oídos modernos. Sin embargo, comprender toda la gama del afeminamiento mostrará que la respuesta es sí. Para ser claros, el afeminamiento no es lo mismo que la feminidad. Y, si una mujer comete el pecado de afeminamiento, no es porque esté siendo demasiado femenina. Más bien, está abusando o distorsionando la feminidad de una manera que crea un vicio. Esta afirmación requiere una mayor explicación y, para que sea más fácil de entender, tenemos que ver lo que ha significado el afeminamiento en la tradición más extensa.
Afeminamiento, decadencia y desviación
Malakos y otros términos relacionados con el concepto de afeminamiento aparecen ampliamente en la literatura antigua. Filón de Alejandría y Josefo los utilizan, al igual que Platón, Aristóteles y Plutarco. Como concepto moral, el afeminamiento antiguo podía significar debilidad física, debilidad mental, cobardía, incumplimiento del deber, lujo o inmoralidad sexual. En este último significado, la inmoralidad podía aparecer cuando el hombre asumía el rol de mujer, y también podía aparecer cuando un hombre priorizaba su lujuria por las mujeres sobre sus deberes y la búsqueda de la virtud. Algunos ejemplos pueden demostrar estos significados.
ARISTÓTELES
Aristóteles define malakos como “lujo” en su Ética a Nicómaco (7.1.4). Por “lujo” entiende la indulgencia o la falta de autocontrol. Afirma que el hombre lujoso es desmedido y está sometido a sus propias pasiones. Cede a sus deseos y viola lo que sabe que es justo. Este tipo de “suavidad” puede manifestarse en exceder los límites de lo correcto, así como en rehuir el deber por causa del miedo. Aristóteles incluso aplica este vicio de la suavidad a quienes no son firmes en sus opiniones, sino que las abandonan con demasiada rapidez.
PLUTARCO
Plutarco fue un filósofo e historiador griego que vivió en el imperio romano del siglo I. Aunque no era cristiano, Plutarco habría sido contemporáneo de la primera generación de cristianos, por lo que su perspectiva cultural es instructiva para el mundo literario e intelectual del Nuevo Testamento. En uno de sus tratados morales, un personaje denuncia el amor al placer como “una vida suave [malakos]” (El diálogo sobre el amor, líneas 750-51). Esta vida suave involucra pasar el tiempo “en los pechos y camas de las mujeres”. Es criticada por estar “desprovista de hombría, amistad e inspiración”.
El personaje que pronuncia estas líneas no es uno de los ejemplos de sabiduría de Plutarco, pero sus palabras ayudan a explicar lo que significaba la “suavidad” en el imperio romano del siglo I. Indicaba sensualidad o búsqueda del placer como un fin en sí mismo. Unas líneas más adelante, otro personaje afirma que los hombres que se dejan abusar sexualmente por otros hombres son culpables de “debilidad y afeminamiento [malakos]”. El lenguaje utilizado es bastante crudo, y claramente tiene que ver con el miembro subordinado de un acto homosexual masculino.
Así, en Plutarco, el afeminamiento tiene que ver con el despilfarro sexual (que es una especie de lujo) y la pareja homosexual pasiva. La noción común a ambos significados es la de decadencia y abandono del deber. Este tipo de suavidad es una búsqueda del placer que conduce a una vida pródiga e incluso a la desgracia.
JUAN CRISÓSTOMO
El antiguo obispo y teólogo Juan Crisóstomo utiliza el término “afeminamiento” en gran medida del mismo modo que Plutarco. Crisóstomo aplica la palabra al lujo y describe ofensas como “cocina delicada” y “ostentación vulgar”. En la primera categoría, incluye “hacer salsas”, y en la segunda, el arte “superfluo”, es decir, el trabajo artístico, el diseño o la moda que excede los límites de la necesidad y la funcionalidad.
A lo largo de su argumento, Crisóstomo alude dos veces a los hombres que imitan a las mujeres o se comportan como ellas, como casos de lujo afeminado. Con esto no se refiere a que se presenten como mujeres per se. No está hablando de casos reales de androginia. Más bien, estos hombres vestían el tipo de ropa cara y lujosa que se asocia típicamente con las mujeres. Crisóstomo escribe: “Cuando pervierte a los hombres a los gestos de las mujeres, y hace que con sus sandalias se vuelvan lascivos y delicados, lo pondremos entre las cosas dañinas y superfluas” (Homilía 49 sobre Mateo, sección 5).
En esta misma sección, Crisóstomo señala que las mujeres también deben evitar la ropa lujosa. Aludiendo a 1 Timoteo 2:9, dice: “A pesar de que Pablo prohíbe a la mujer casada tener vestidos costosos, ustedes extienden este afeminamiento incluso a sus zapatos”. Por extraño que parezca, las mujeres también podían ser culpables de afeminamiento. Típicamente, esta retórica se utilizaba contra los hombres: los hombres vestidos de forma decadente llevaban ropa y joyas destinadas a las mujeres. Pero Crisóstomo afirmaba en realidad una ética distintiva también para las mujeres. También ellas estaban llamadas a rechazar el lujo, a rechazar el afeminamiento. De hecho, tanto hombres como mujeres debían “portarse varonilmente” y mantener un decoro de moderación y humildad.
AGUSTÍN
Otra evidencia en la antigüedad tardía se encuentra en la Ciudad de Dios de Agustín. En el libro 7, Agustín describe a un grupo de personas a las que llama “los afeminados consagrados a la Gran Madre”. Estos hombres tienen “el cabello untado con pomadas y la cara empolvada” y “se deslizan con languidez de mujer” (Ciudad de Dios 7.26). Esta “Gran Madre es la diosa “Cibeles” o “Kybelis”.
Agustín prosigue diciendo que Cibeles convierte a sus devotos en eunucos. Se trata de un fenómeno histórico real. El poeta romano Catulo tiene una obra en la que describe a Atis como poseído por el espíritu de Cibeles y castrándose a sí mismo. Estos “afeminados”, por tanto, son descritos como tales precisamente por el elemento sexual del vicio. Se han convertido, por así decirlo, en mujeres. Dedican entonces su vida al servicio de esta diosa y asumen una presentación femenina.
Podemos ver que el afeminamiento antiguo combinaba elementos de lujo o lascivia con la desviación sexual. La desviación sexual podía ser afeminada de dos maneras. Primero, podía ser una indulgencia en la que el hombre “malgastaba” su fuerza y virtud. En segundo lugar, podía darse el caso en el que el hombre asumía el rol de la mujer, normalmente de una forma demasiado elaborada o decadente. Esta androginia era exclusivamente cúltica o una forma de búsqueda de placer e indulgencia dentro de los grupos sociales masculinos.
TOMÁS DE AQUINO
El teólogo medieval Tomás de Aquino examina el afeminamiento en su histórica Suma Teológica. Allí interactúa tanto con Aristóteles como con 1 Corintios 6 antes de concluir que el problema central del afeminamiento es “apartarse del bien por causa de la tristeza causada por la falta de placer, cediendo como a un movimiento débil” (ST II-II, q. 138). Aquino declara que lo contrario del afeminamiento es la perseverancia.
En una de sus respuestas, también menciona el elemento de la desviación sexual, pero dice que el término “afeminamiento” se aplica a la desviación por costumbre, porque el hombre afeminado se ha vuelto suave. Curiosamente, Aquino cree que esta suavidad es principalmente mental y volitiva. El hombre en ese caso ha “cedido” a un “movimiento débil”. No ha perseverado en su deber y llamado a ser hombre, sino que lo ha abandonado por la búsqueda del placer carnal.
Esta interpretación del afeminamiento une dos significados aparentemente distintos. Un hombre pasivo o dominado y un hombre lascivo o libidinoso forman dos caras de la misma moneda. Ambos fracasan en su búsqueda del bien. Renuncian a su deber y se abandonan al vicio. Lo hacen, no solo por miedo ordinario, sino porque sienten una “falta de placer” en la lucha ética.
En una nota similar, “hombría” significaba una batalla fuerte y persistente contra el pecado. Al comentar el uso de andrizomai en 1 Corintios 16:13, Juan Calvino lo resume como “fortaleza”. El comentario de Matthew Henry lo explica de esta manera: “Muéstrense hombres en Cristo, por su firmeza, por su sano juicio y firme resolución”. Si el afeminamiento es la tendencia a decaer en ausencia de placer, la hombría es la perseverancia valiente a través de la lucha desafiante.
El afeminamiento en la actualidad
Esta comprensión histórica del afeminamiento puede ayudar a los promotores contemporáneos de una masculinidad renovada, pero también cuestiona ciertas suposiciones. La crítica cristiana del afeminamiento sí promueve la fuerza y la perseverancia frente a la lucha, pero no critica simplemente a quienes se percibe como “hombres afeminados”. Un hombre de complexión delgada y voz nasal podría ser afeminado, pero esas características no serían necesariamente las que le hacen serlo. Por otra parte, si un hombre de esa fisonomía superara sus obstáculos y alcanzara la virtud, encarnando al mismo tiempo la fe, la esperanza y el amor cristianos, podría demostrar que es varonil. Ver el cuadro completo no siempre es fácil.
Siempre debemos estar en guardia contra los prejuicios simples. No hay nada intrínsecamente afeminado en un hombre que canta, cocina, toca el piano o se dedica a vocaciones “de interior”. De hecho, todas esas actividades han atraído históricamente a varios hombres de élite. Del mismo modo, una mujer que busca el rigor intelectual no está violando su feminidad, como demuestra el ejemplo de María (Lc 10:39).
Pero términos como “afeminamiento” y “hombría” conservan conceptos que hoy muchos han rechazado en gran medida. Para evitar el afeminamiento, hay que tener conceptos funcionales de cobardía, lujo, virtud, perseverancia, lucha y victoria. También se debe creer que las personas y los esfuerzos tienen fines piadosos o puntos de cumplimiento que definen su naturaleza, valor y éxito. Estos términos pueden entonces aplicarse a hombres y mujeres en formas más específicas para cada sexo, pero lo harían a través de definir a un hombre varonil como aquel que actúa de acuerdo con su naturaleza creada, en la búsqueda de un propósito piadoso, que persevera frente a la oposición y la distracción del mundo, de su propia carne y del diablo. Lo hace entonces de modo masculino, o “como hombre”, y continúa en estas cosas.
Adicionalmente, la masculinidad cristiana requiere otras características como mansedumbre, moderación, sobriedad y gravedad. Un hombre piadoso evita “la ira pecaminosa, el odio, la envidia, el deseo de venganza; todas las pasiones excesivas, las preocupaciones que distraen; el uso inmoderado de la carne, la bebida, el trabajo y las recreaciones” (Catecismo Mayor de Westminster 136). La salud y la buena forma física son cosas buenas, pero lo son en relación con otras metas. Deben permitirle a una persona alcanzar fines piadosos, incluyendo la protección, la provisión y el servicio. Una noción de masculinidad ostentosa o excesivamente “varonil” es en realidad un artificio que usurpa el lugar de lo real. En tanto que estas versiones artificiales de la masculinidad ceden al vicio por medio de los suaves movimientos de la indulgencia o la intemperancia, se vuelven “afeminadas”.
Retener el vocabulario de “afeminamiento” y “hombría” en nuestra ética teológica vale el arduo trabajo. Aunque ambos términos deben utilizarse con cuidado, estos capturan conceptos bíblicos específicos que han ocupado un lugar estable en la historia antigua y la historia cristiana, pero que escasean en la actualidad. Luchar con sus asociaciones desconocidas o inconformes, especialmente en las áreas de la sexualidad, puede ayudarnos a criticar adecuadamente tanto los errores antiguos como los más recientes. Puede expandir nuestra comprensión de las formas en que la Biblia retiene rasgos del mundo antiguo y las formas en que los transforma. Finalmente, entender estas palabras puede ayudar a hombres y mujeres a alcanzar sus respectivos fines virtuosos en el cuerpo de Cristo.
Este artículo fue traducido y ajustado por María del Cármen Atiaga. El original fue publicado por Steven Wedgeworth en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |