Una pesadilla de mis cinco años se grabó en mi mente con una claridad que perdura hasta hoy. En ella, yo era solo un niño, despierto en la quietud de la medianoche. De pronto veía cómo un ladrón forzaba la ventana, entraba en la habitación donde dormía con mis padres y desenfundaba un saco vacío, listo para llenarlo con nuestras pertenencias. Un terror profundo me invadió. Intenté gritar con todas mis fuerzas, pero la voz no me salía. Entonces, paralizado, vi que el hombre les hacía daño a mis padres y se llevaba nuestros objetos más valiosos, sin que yo pudiera hacer absolutamente nada.
¿Cuál es el origen de esa pesadilla? Viví mi infancia en una capital latinoamericana: Bogotá, Colombia. Mis padres me enseñaron a temerle a la calle, sobre todo de noche. El noticiero del mediodía era un desfile diario de tragedias y muertes. En mi adolescencia, un hombre armado me robó. Años más tarde, como universitario, al madrugar para llegar a una clase en otra zona de la ciudad, encontraba en las calles de mi barrio rastros de sangre que evidenciaban la violencia de la noche anterior. Hoy, en mi vida adulta, esa cautela se ha transformado en un cuidado constante para que mi esposa y mi hija no estén en el lugar equivocado a la hora equivocada.
¿Es esto normal? El anhelo de caminar con tranquilidad a cualquier hora y en cualquier lugar es colectivo, pero la realidad es otra. Según el Gallup Global Safety Report 2024 (Informe Gallup de seguridad global 2024), casi un tercio de la humanidad (30%) vive con una sensación de inseguridad. Y si bien el miedo es subjetivo, está bien fundamentado en una época de violencia creciente. Según el Índice de Paz Global 2025, actualmente hay 59 conflictos activos entre estados, la cifra más alta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A nivel individual, el 5% de la población mundial —¡más de 400 millones de personas!— reporta haber sido víctima de crímenes violentos en los últimos dos años.

Incluso el Objetivo de desarrollo sostenible 16 de las Naciones Unidas reconoce la importancia de este tema al incluir el “sentirse seguro caminando solo por la noche” como uno de sus indicadores (16.1.4). Las investigaciones de Gallup y otras compañías de consultoría han demostrado que el sentimiento de seguridad es fundamental para que las sociedades prosperen. Sin embargo, más allá del componente social, la inseguridad tiene una dimensión profundamente espiritual. ¿Es acaso la voluntad de Dios que sintamos un miedo constante en Su mundo, ese que Él mismo declaró “bueno en gran manera”?
En este artículo exploraré brevemente los resultados centrales del informe de Gallup bajo la lente de una cosmovisión bíblica. Reflexionar sobre las razones, expectativas y soluciones al sentimiento de inseguridad será de utilidad para el creyente que habita en un mundo que parece alejarse cada día más del Shalom (paz y bienestar plenos) de la Escritura.
Del crimen de Caín a los crímenes en Guayas
El Informe de Gallup presenta una conclusión preocupante: casi un tercio de la humanidad no se siente segura al caminar sola por la noche. Sin embargo, ninguna región experimenta esta realidad con tanta intensidad como América Latina y el Caribe. Según los datos de la investigación, esta es consistentemente la zona del mundo con el índice más bajo de seguridad percibida. Mientras que a nivel global el 70% de las personas se sienten seguras, en Latinoamérica esa cifra se desploma, lo cual refleja una crisis de confianza que los titulares de prensa confirman a diario.

Los hallazgos de Gallup coinciden con los datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y otros centros de pensamiento como Insight Crime y el Banco Mundial. Según estas organizaciones, América Latina y el Caribe, con solo el 8% de la población mundial, registran consistentemente más de un tercio (37%) de todos los homicidios del planeta. La tasa de homicidios regional, que a menudo ronda los 20 por cada 100.000 habitantes, triplica con creces el promedio mundial. No es solo una percepción de inseguridad; es una realidad mortal y desproporcionada.
Pero para el lector de la Escritura, esta abrumadora estadística no es una sorpresa. El origen de la enemistad humana se describe en Génesis 3, capítulo que relata cómo la rebelión contra Dios rompe la armonía fundamental de la creación. La idolatría de Adán trajo un juicio que se enfocó en la enemistad: la serpiente sería herida por la simiente de la mujer; el deseo de la mujer sería para el hombre; y por causa del hombre la tierra estaría maldita (Gn 3:14-19).
Un capítulo después vemos esta enemistad hecha realidad: el primer asesinato, el crimen de Caín contra su hermano Abel, causado por la envidia y el orgullo. De ahí en adelante, los hombres continúan con la idolatría de Adán, creyéndose dioses que tienen el derecho de decidir sobre la vida de otro. D. A. Carson explica la lógica interna de la idolatría de forma contundente:
…tarde o temprano, tú y yo entraremos en conflicto, porque yo estoy en el centro del universo, pero tú (…) persona necia (…) crees que tú eres el centro del universo. Ahí yace el origen de las barreras y la codicia, de la lujuria y el robo, del racismo y la guerra, de la crueldad y la búsqueda de poder.

Cuando cada individuo se erige como su propio dios, el conflicto es una certeza. Esta verdad teológica encuentra una de sus más crudas expresiones en un país andino: Ecuador. Hasta hace pocos años, era considerado un lugar de relativa paz. Sin embargo, su posición estratégica entre los mayores productores de cocaína del mundo lo convirtió en un campo de batalla para organizaciones criminales transnacionales. La provincia de Guayas, y su capital Guayaquil, se transformaron en el epicentro de esta guerra. La tasa de homicidios de Ecuador se disparó de 6.9 por 100.000 habitantes en 2019 a una alarmante cifra de 46.5 en 2023, convirtiéndolo en el país más violento de la región. En enero de 2024, la situación escaló a tal punto que el gobierno declaró un estado de “conflicto armado interno”.
Y, por supuesto, esto incide en el sentimiento de inseguridad de las personas. Solo el 27% de la población, poco más de uno de cada cuatro ciudadanos, se siente seguro caminando de noche en donde vive. Y, de todo Ecuador, Guayas se lleva la peor parte: “A excepción de las zonas con guerra activa, los sentimientos de seguridad en Guayas, Ecuador, son los más bajos del mundo (…). Solo el 11% de los residentes (…) se sienten seguros caminando en su área por la noche”, afirmó el reporte.
Los crímenes en Guayas, impulsados por bandas que luchan por el control de rutas y poder, son la manifestación a gran escala del principio de Caín. Son el resultado de grupos de personas que se han puesto a sí mismas en el centro del universo, decidiendo quién vive y quién muere en función de su propia codicia y búsqueda de poder. Este es el gemido de una humanidad en enemistad consigo misma, un eco del grito de Abel que sigue clamando desde la tierra.

De la espada romana a la espada latinoamericana
Frente a un mundo fracturado por la violencia que brota del corazón humano, la cosmovisión bíblica no propone anarquía, sino orden. Después del diluvio, en Génesis 9, Dios mismo establece un principio de justicia retributiva al autorizar a la humanidad a administrar las consecuencias del crimen: “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gn 9:6). Siglos más tarde, el apóstol Pablo articuló esta idea en Romanos 13, afirmando que la autoridad gubernamental es un “ministro de Dios” que “no en vano lleva la espada”, pues su función es castigar al malhechor y ser un agente para el bien (Ro 13:1-7). El Estado, por tanto, tiene un mandato divino para refrenar el mal y procurar un orden que permita la vida en sociedad.
La autoridad del gobierno, sin embargo, es limitada: su propósito no es salvar almas, organizar la religión ni crear una utopía, sino establecer una plataforma de orden y justicia temporal, que les permita a los seres humanos “ser fecundos y multiplicarse” (Gn 9:7). Jonathan Leeman lo expresa así: “El trabajo del gobierno es construir una plataforma estable para la vida en este mundo caído (...) es refrenar el mal y promover un bien temporal y terrenal”.

El Informe de Gallup demuestra que la eficacia de esta “espada” varía enormemente en el mundo. Las regiones con los índices más altos de seguridad, como Asia Central y Europa Occidental, se caracterizan por una alta confianza en sus instituciones, como la policía local, por ejemplo. Gallup destaca que este asunto es un pilar fundamental de la seguridad percibida. A nivel mundial, el 72% de las personas confía en su policía, pero esta cifra esconde profundas brechas. Mientras que en Europa Occidental el 84% confía en sus fuerzas del orden, en África Subsahariana solo el 52% lo hace y en América Latina y el Caribe la cifra es aún más baja, con un 49%, alimentando la sensación de abandono y vulnerabilidad.
Aquí es donde El Salvador, destacado por el mismo Gallup, se vuelve un caso de estudio fascinante y complejo. Tras haber sido uno de los países más peligrosos del mundo, ha consolidado una transformación radical. Por segundo año consecutivo, obtuvo la puntuación más alta de América Latina en el Índice de Ley y Orden, superando a naciones como Estados Unidos y Canadá. Esta sostenida percepción de seguridad es el resultado directo de una política de “mano dura” sobre las pandillas. Desde la perspectiva de Romanos 13, el gobierno salvadoreño ha empuñado la espada con una eficacia innegable para “castigar al malhechor”.

Sin embargo, el mandato del gobierno no se limita a castigar el mal, sino también a ser un “ministro de Dios para el bien”. Este segundo aspecto implica la defensa de la justicia, el estado de derecho y los derechos fundamentales. Y es aquí donde el modelo salvadoreño muestra sus fisuras. Según el Índice de Estado de Derecho 2024 del World Justice Project —que mide la calidad de las instituciones encargadas de garantizar la justicia—, El Salvador continúa con una calificación muy baja. Actualmente, ocupa el puesto 111 entre 142 países evaluados en función de ocho factores relacionados con la justicia de una nación.
En detalle, ocupó el puesto 120 en la categoría de “Límites al Poder Gubernamental”, el 113 en “Ausencia de Corrupción”, el 117 en “Derechos Fundamentales” y, lamentablemente, el 140 en “Justicia Penal” (seguido solo por Bolivia y Venezuela). Esto refleja una persistente preocupación por la suspensión de garantías constitucionales y la falta de debido proceso. Se ha consolidado el castigo al crimen, pero a costa de debilitar la estructura misma de la justicia.
El Salvador, por tanto, nos presenta una disyuntiva. Por un lado, demuestra que la acción decidida de la autoridad puede mantener la seguridad a lo largo del tiempo, un bien que los cristianos deben valorar. Por otro lado, sirve como una advertencia sobre el peligro de una espada sin contrapesos. En todo caso, si la verdadera paz no se alcanza ni siquiera con la ausencia de crimen en un gobierno fuerte, ¿cómo es posible lograrla?

De la falsa utopía de Kuwait a la Ciudad Celestial
Ante un mundo que se siente cada vez más inseguro, la búsqueda de paz es una necesidad humana fundamental. De manera instintiva, buscamos soluciones en mejores sistemas y condiciones de vida. El propio Informe de Gallup ofrece pistas sobre dónde la población está tratando de encontrar una mayor tranquilidad.
Los datos muestran consistentemente que la percepción de seguridad no depende solo de la ausencia de crimen, sino de la presencia de algo que ofrezca tranquilidad. Según Gallup, factores como la cohesión comunitaria y un mayor bienestar general son pilares para construir sociedades más seguras. El informe subraya que, a nivel mundial, la satisfacción con la comunidad es uno de los predictores más fuertes de los sentimientos de seguridad de las personas
Siguiendo esta lógica, uno podría suponer que los países con los más altos niveles de orden y bienestar han encontrado la fórmula para la paz. Kuwait, por ejemplo, obtuvo en el Índice de Ley y Orden de Gallup un puntaje casi perfecto, de 98 sobre 100. Los países nórdicos, con Finlandia y Dinamarca ocupando el primer y segundo lugar respectivamente en el Informe Mundial de la Felicidad 2024, no solo son seguros, sino que dominan consistentemente las métricas de bienestar.

Sin embargo, ni siquiera estos “oasis de seguridad” ofrecen una paz completa; la tranquilidad que proveen tiene sus propios límites y costos. Mientras Kuwait lidera en seguridad, la organización Freedom House lo califica como “No Libre” en su informe de 2025, dándole un puntaje de solo 38 sobre 100 debido a severas restricciones a la libertad de expresión y asociación. Por su parte, según datos de la Cruz Roja Finlandesa y la base de datos de estadísticas nórdicas de salud y bienestar, los países nórdicos enfrentan desafíos internos significativos: se encuentran entre los lugares con mayor consumo de antidepresivos de Europa, y uno de cada cuatro adultos reporta sentir soledad varias veces en la semana, revelando una profunda angustia existencial.
Es en esta brecha —entre la paz que el mundo puede ofrecer y la paz que anhelamos— donde necesitamos aferrarnos a nuestra esperanza cristiana. La Biblia enseña que, si bien los gobiernos tienen el deber de procurar el orden, ninguna estructura humana puede erradicar el mal que brota del corazón. Por eso, los cristianos afirmamos que solo habrá una restauración plena cuando Cristo regrese y establezca Su reino de manera definitiva, restaurando la armonía rota desde el Edén.
Nuestra paz, por tanto, se vive en una tensión. Por un lado, ya disfrutamos de una paz parcial: a través de la fe en Cristo, tenemos paz con Dios y estamos capacitados por Su Espíritu para ser “pacificadores” (Mt 5:9) en un mundo hostil, amándonos unos a otros e incluso amando a nuestros enemigos. No somos llamados a la pasividad, sino a ser agentes de justicia y misericordia. Sin embargo, por otro lado, sabemos que vivimos en un mundo caído donde el crimen no cesa y la amenaza es real.

Así, nuestra seguridad última no está en un sistema político o en un país con privilegios económicos, sino en la promesa de una Ciudad Celestial. Apocalipsis dice que allí “la calle de la ciudad era de oro puro” (Ap 21:21), y más allá del resplandor del suelo, nos llena de esperanza el hecho de que en esas calles ya no tendremos ningún temor al caminar. Tendremos con nosotros un Guardián (mucho mejor que la policía de Kuwait) que nos cuidará por los siglos de los siglos:
El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado (Ap 21:3-4).
Hace poco menos de dos semanas, un joven fue asesinado frente a mi casa. Y aunque la idea de este artículo ya estaba en marcha, ese lamentable hecho me recordó con una claridad brutal cuánto necesito aferrarme a lo único que puede darme verdadera paz al andar por las calles de mi ciudad. No es la esperanza de que la policía mejore o de que las políticas públicas funcionen a la perfección, aunque oro por ello. Es la certeza de que, un día, el mal realmente se acabará, y podremos caminar por las calles de la ciudad de nuestro Dios sin volver a temer.
Nota del editor: Este artículo fue redactado por David Riaño y las ideas le pertenecen (a menos que el artículo especifique explícitamente lo contrario). Para la elaboración del texto, ha utilizado herramientas de IA como apoyo para la investigación y la edición. El autor ha revisado toda la participación de la IA en la construcción de su texto, y es el responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
The Global Safety Report - Measuring Personal Security Worldwide (2024) | GALLUP
Global Peace Index 2025 | Vision Of Humanity
Objetivo 16: Promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas | Naciones Unidas
Sin and the Fall (Genesis 3) de Don Carson | The Gospel Coalition
Homicide And Organized Crime In Latin America And The Caribbean | Naciones Unidas
InSight Crime’s 2023 Homicide Round-Up | InSight Crime
Chart: Latin America Has the World's Highest Homicide Rates | World Bank Blogs
World Justice Project Rule of Law Index 2024 | World Justice Project
Week #7—What Christians Should Ask of Government: To Establish Peace | 9Marks
Kuwait: Freedom in the World 2025 Country Report | Freedom House
World Happiness Report | Gallup
Loneliness barometer 2024 | Red Cross
Antidepressants prevalence | Nordic Health and Welfare Statistics
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