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Por Jacobis Aldana
Más no siempre es mejor y mucho no siempre es suficiente.
Esta es una frase que podría aplicarse a una pintura, la composición de algún tipo de pieza musical o algún plato gourmet en alguna cocina del mundo. Sin embargo, me resulta llamativa y relevante al contexto del evangelicalismo contemporáneo, y más específicamente sobre la plantación de más iglesias.
Hoy en Colombia existen registradas oficialmente ante el estado unas 8.800 iglesias de confesión “no católica”, el 85% de ellas de corte evangélico. Esto puede ser una cifra “normal” si se considera la proporción con respecto al número de habitantes. Sin embargo, esto podría ser solo un estimado si se tiene en cuenta que muchas existen y no están contempladas en el registro público.
Apenas en 2018 se registraron de manera oficial en promedio 2 iglesias por día, y eso puede ser un hito para conmemorar la libertad religiosa y de culto, pero que hay algo que se esconde detrás de todas estas cifras que no es tan alentador: la poca relevancia que la Iglesia Evangélica en Colombia tiene en términos de promover una cosmovisión, transformar la cultura e impactar el entorno social.
Un diagnóstico breve del problema
Tener muchas iglesias naciendo diariamente no es necesariamente un buen síntoma. De hecho, podría tratarse de todo lo contrario. El fenómeno de multiplicación de las iglesias, al menos en términos generales, parece no ser la respuesta intencional de un modelo en el que cada iglesia que surge responde a una necesidad específica que pretende ser resuelta desde la perspectiva del Evangelio.
La iglesia es sin duda la cúspide del plan redentor. En Efesios 2 se describe con mucha claridad cómo Dios, no solo tenía en mente salvar individuos, sino hacerlos parte de un pueblo. Desde esa perspectiva, la iglesia es más que un edificio; es el medio por el cual Dios mostraría su gloria al mundo.
En ese sentido, las iglesias que surgen lejos de esta perspectiva no dejarán de ser más que un número en la estadística. La plantación de iglesias en Colombia no parece ser un tema que se persiga de manera intencional. Tenemos iglesias enormes, con miles de asistentes, pero su multiplicación no persigue propiamente el plan de establecer comunidades de creyentes en donde sea posible.
Muchas de las iglesias que surgen son de tipo accidental: aquellas que surgen como resultado de una división de alguna iglesia más grande. Se plantan de manera accidentada y no propiamente por la voluntad de un grupo de fieles creyentes de querer constituirla y perseguir un propósito específico. Otras son de tipo circunstancial: son el resultado de algo que ‘tiene que pasar’. Por ejemplo, en algún barrio alejado hay un grupo de personas que difícilmente puede asistir a un lugar específico, y para resolver el problema surge una iglesia. Otras son de tipo organizacional: aquellas que surgen como consecuencia de una visión tipo franquicia y que funcionan como una organización y no como un organismo.
Es posible que la plantación de alguna iglesia accidental, circunstancial u organizacional pueda llegar a convertirse en una comunidad saludable y relevante anclada al Evangelio, pero no es lo que sucede en la mayoría de los casos. Eso es realmente preocupante.
Entonces, ¿qué tipo de iglesias necesitan ser plantadas?
No solo necesitamos un mayor número de iglesias, sino iglesias que cumplan un rol específico, desarrollando una visión asociada a la misión de Dios, anclada el Evangelio y siendo relevante en su contexto.
Timothy Keller lo pone en las siguientes palabras: “El ministerio de la iglesia centrada no está ni menos contextualizado ni contextualizado en exceso con la ciudad y la cultura. Dado que la ciudad tiene potencial tanto para el florecimiento humano como para la idolatría humana, ministramos equilibradamente, utilizando el Evangelio para apreciar y retar a la cultura a que esté en consonancia con la verdad de Dios.”
Las ciudades y contextos urbanos presentan retos culturales y de contextualización particulares, y las iglesias deben ser capaces de interpretarlos y asumirlos con una visión centrada y anclada al Evangelio.
Por supuesto, no se trata de darle a la gente lo que quiere oír y tener en consecuencia iglesias tan maleables que pierden toda esencia de lo que se espera que sean. Se trata de tener un ancla profunda de identidad en el Evangelio, de modo que la iglesia pueda ser un barco de refugio en medio de las tomentosas y turbulentas aguas del mundo.
Podemos llegar a desarrollar iglesias fuertes que puedan traducir y adaptar la comunicación y el ministerio del Evangelio a una cultura en particular, sin poner en peligro la esencia y los rasgos del Evangelio mismo. Las iglesias que se desarrollan en contextos urbanos no serán exactamente iguales a las que se desarrollen en contextos rurales, pero serán capaces de proveer las herramientas para interpretar y responder a cada contexto y necesidad específica desde el Evangelio.
Así que necesitamos:
- Iglesias ancladas profundamente al Evangelio y a la suficiencia de la verdad de Dios.
- Iglesias relevantes al contexto que pertenezcan.
- Iglesias que promuevan una cosmovisión Bíblica y provean respuestas centradas en Dios a los interrogantes que la cultura planeta.
- Iglesias que muestren la gloria de Dios.
- Iglesias que promuevan la misión de Dios, es decir, iglesias cuyos miembros puedan vivir la misión de Dios en cada entorno en el que se desarrollen: sus escuelas, trabajos, y círculos relacionales.
Dios usa su iglesia para mostrar su multiforme sabiduría a los principados y potestades. Debemos orar por un avivamiento que nos permita ver la plantación de iglesias ancladas al Evangelio y capaces de ser relevantes, de transformar e influenciar.
Bibliografía:
Keller, T. (2013). Centered church [Iglesia centrada]. Zondervan. Kindle Edition.