Escucha este artículo en formato podcast:
Mi generación creció viendo Los Simpsons.
El popular dibujo animado es televisión posmoderna en su máxima expresión: libre de tramas extensas, una serie de bromas esparcidas cada quince segundos (para captar la atención de cualquiera que recién empieza a verlo), frecuentes burlas referentes al programa mismo. Está lleno de referencias culturales sutiles y evidentes, cargado de ironía, sarcasmo y chistes internos. Una forma de arte que ha existido por décadas y que es buena para señalar las ansiedades culturales, pero que le cuesta celebrar la comunidad, la verdad o la belleza.
“Creo que Los Simpsons es un arte importante”, dijo el novelista David Foster Wallace en una entrevista. Pero, “por otro lado, también es, en mi opinión, implacablemente corrosivo para el alma; todo es parodiado y ridículo. Tal vez soy viejo, pero en mi caso, puedo sumergirme en él durante aproximadamente una hora, y luego tengo que alejarme y mirar una flor o algo así”.
No fue solo Los Simpsons, sino toda una generación de entretenimiento dedicada a la parodia, la ironía y el sarcasmo. Eso nos deja con una sensación de algo menos humano, menos propenso a animarnos a hacer lo que hizo Wallace: apagar el televisor por preferir la belleza natural.
Letterman
Este sarcasmo posmoderno se filtró en las comedias populares y en la televisión nocturna, como en el caso de The Late Show with David Letterman (en español, El show nocturno con David Letterman). Wallace exploró esta tendencia en su colección de cuentos cortos, La niña del pelo raro, en un relato en el que imaginó a una actriz siendo preparada por su publicista y esposo antes de aparecer en The Late Show, un producto cultural fundamental de la televisión nocturna entre 1993 y 2015.
La clave para el éxito de la entrevista de la actriz era mostrar un rostro sin emociones. Era mejor si se le veía un poco hastiada, distante, aburrida. No insincera, simplemente no sincera. La clave era: “aparece de la manera en que Letterman aparece en Letterman... Ríe de forma casi inexpresiva. Actúa como si supieras de nacimiento que todo es cliché, exagerado, vacío y absurdo. Ahí es donde está la diversión”. Refleja su perspectiva sarcástica sobre la vida.
Esta observación concuerda con lo que sé de Letterman, así como con lo que sé de la cultura de entretenimiento estadounidense posmoderna de mi juventud. La era del sarcasmo es la del comediante apático y soberbio que quiere que sepas que está interpretando a un personaje más tonto que él mismo (Bill Murray y Saturday Night Live [en español, Sábado por la noche en vivo]).
La burla prosperó en los dramas irreverentes de familia (Los Simpsons), las falsas amistades llenas de sarcasmo en todas las situaciones de la vida (Seinfeld), los cínicos programas de entrevistas (Letterman), y después los programas de noticias en los que hay que desconfiar de todo lo que se dice (Colbert). Según Wallace, la década de 1990 fue un tiempo de “ironía posmoderna, cinismo moderno, un odio que te hace guiños y te da codazos, y pretende que solo es una broma”.
Cínico del cinismo
¿La sátira funciona? ¿Cambia algo? En un lado del argumento, el periodista Malcolm Gladwell intentó recientemente argumentar que, mientras más nos reímos de algo, menos persuasivo es eso para cambiar las mentes, a lo cual se le conoce como “La paradoja de la sátira”. Provoca risas, pero no puede cambiar mentes, al menos no para un cambio social unificado. Pero esta conclusión parece defectuosa.
“La 'ironía' de Letterman fue, en efecto, una respuesta apasionada contra la falsedad”, escribió James Poniewozik de la revista Time. Sí, y funcionó. El sarcasmo fue la herramienta elegida por una generación de artistas para señalar las fallas en lo que percibían como una imagen falsa y sobreidealizada de la vida que dominaba el entretenimiento estadounidense en la década de 1950. La formalidad pulida de las noticias cuidadosamente planificadas, las conversaciones demasiado rígidas, la seriedad, la sinceridad y la familia televisiva ejemplar, fueron volcadas por una generación de entretenimiento sarcástico: los Lettermans, los Simpsons y los Saturday Night Lives.
El trabajo más potente de la sátira está en exponer fachadas falsas. Pero no puede lograr nada más importante, y ahí está el problema, como explicó Wallace en una entrevista de radio en 1997: “La ironía y el sarcasmo son fantásticos para explotar la hipocresía y exponer lo que está mal en los valores existentes. Son notablemente menos efectivos para erigir valores de reemplazo o acercarse a la verdad”.
El sarcasmo es una bola de demolición que se balancea libremente. No puede construir. Entonces, ¿qué sucede cuando este vive más allá de su utilidad y se convierte en el tono de una generación? Wallace lo explicó así:
Lo que ha sido transmitido desde la época del posmodernismo es el sarcasmo, el cinismo, una insatisfacción maníaca, la sospecha de toda autoridad, la sospecha de todas las restricciones a la conducta y una terrible propensión al diagnóstico irónico de lo desagradable, en lugar de una ambición, no solo por diagnosticar y ridiculizar, sino por redimir. Debes entender que este sarcasmo ha permeado la cultura. Se ha convertido en nuestro lenguaje; estamos tan inmersos en ello que ni siquiera vemos que es sólo una perspectiva, una entre muchas posibles formas de ver el mundo. La ironía posmoderna se ha convertido en nuestro entorno.
El fantasma del sarcasmo
El sarcasmo aún está presente en el núcleo de nuestro entretenimiento, en cada sorbo, y ya no podemos percibir su penetrante hedor. Esta es una de las razones por las que la televisión favorece inherentemente a los políticos recién llegados y se resiste a los que ya están en el poder. La sátira derriba estructuras de autoridad y establecimientos, y el ingenio ácido e irónico que pudo haber expuesto la hipocresía en generaciones anteriores sigue viviendo, con una vida propia inquebrantable. Estamos atrapados en él. Se vuelve una tiranía de la que no podemos escapar.
El sarcasmo es fantasmal. Desafía toda resistencia. Intentas resistirte a la ironía y tus brazos golpean un espejismo. Incluso nuestros anuncios populares se vuelven sátira y evaden la crítica [precisamente] al absorber toda crítica. Así, por ejemplo, LeBron James nunca te dirá que bebas Sprite, porque sabe que todos estamos prevenidos contra la propaganda. Irónicamente, se burla de sus propios comerciales y, al hacerlo, él y Sprite evitan el pensamiento crítico [puedes ver el anuncio mencionado aquí].
Si le envío un mensaje a LeBron diciendo que la soda Squirt es claramente superior a Sprite, él podría responder que nunca dijo que lo fuera, ni que yo debería beber una u otra. Y tendría razón. Ahí está la ironía. Cualquier anuncio que no puedas criticar es uno que debes aceptar. Con este fin, los comerciales que hacen sátira de sí mismos se multiplican como conejos en primavera. “¿Ves que estamos haciendo un anuncio dentro de este anuncio? ¿Lo entiendes? ¿Lo entiendes?”.
Por más nauseabundos que se hayan vuelto los comerciales de “chiste interno”, la táctica es una brillante invención de nuestros publicistas para desarmar a los compradores. Los anunciantes nos dicen: “Te vemos viéndonos intentar venderte cosas. ¡Riámonos juntos de ello!”. Compartir un chiste interno es la mejor manera de captar a una audiencia de la publicidad que está a la defensiva.
Pero incluso, más allá de los anuncios, el espíritu de la era del sarcasmo prospera en los memes de las redes sociales, en el ‘hashtaguismo’ antinstitucional que puede deshacer cortinas de humo e hipocresía, derribar autoridades y antagonizar instituciones. Allí, el sarcasmo ingenioso desafía la crítica. Pero no puede lograr un consenso y construir estructuras sociales más nuevas y estables.
Arruinado para la belleza
La cultura del sarcasmo, imperturbable en su mirada, no deja de corroer la sociedad. Es como la podredumbre seca que carcome la viga en la que se sostiene el peso de una cultura. Si se les ignora, los afectos del hombre sarcástico se corroen tanto, sus ojos se hacen tan indiferentes y soberbios, que no pueden llorar ante la belleza creada, mucho menos verla. Este hombre no puede someterse a la verdad. Se vuelve cínico frente a todo lo que es redentor. Cae preso de la tiranía del sarcasmo y no puede criticarla hastiado de sí mismo.
Es cierto, la ironía es una buena manera de burlarse de uno mismo. Tal vez los cristianos puedan tomar algunas pistas de Ned Flanders, el evangélico más famosamente satirizado. Como la voz satírica de un torbellino dirigida a Job, la ironía tiene un lugar útil para hacer retroceder a los ídolos culturales y las presunciones evangélicas. Pero el sarcasmo dirigido a desvirtuar a otros debe ser tomado en pequeñas dosis.
La cultura del sarcasmo y la esperanza redentora
En una cultura del sarcasmo, debemos renovar el llamado a la sinceridad redentora cristiana. Sí, es más fácil publicar ingenio, sarcasmo y críticas mordaces en línea. Lo difícil es publicar la verdad sincera y exponerse en un lugar vulnerable ante los ojos de una cultura de la burla.
En su novela más extensa, uno de los personajes ficticios de Wallace busca evadir la soledad, “el gran horror trascendente”, al volverse lo suficientemente moderno, genial y cínico sobre la vida para ser aceptado entre sus pares. Pero el resultado final de Los Simpsons y Letterman no fue fomentar un sentido de pertenencia o verdadera amistad, sino el aislamiento, un mundo donde “la trascendencia cínica y a la moda del sentimiento es en realidad una especie de miedo a ser verdaderamente humano”.
Al evitar lo humano, nos volvemos poco genuinos, incapaces de la autoexposición que la comunidad requiere. Nos quedamos con conexiones aleatorias con los demás, similares a las de Seinfeld, sin profundidad y sin nada significativo que ofrecernos más que otro chiste despectivo para distraernos de nuestros problemas.
Nuestros medios de comunicación nos moldean de una manera profunda de la cual es difícil desprendernos. Como dijo Wallace una vez: “Toda la ironía estadounidense se basa en un implícito 'en realidad no quise decir lo que estoy diciendo'”.
Y ahí está el problema.
Más poderoso que el sarcasmo
Nada es más contracultural para la cultura del sarcasmo que la sinceridad, y nada es más humano, ya que solo con ella puedes llorar ante la verdad y la belleza. Para los cristianos, mostrar una cara inexpresiva no es una opción. ¡Porque… “los que siembran con lágrimas, segarán con gritos de júbilo!”, Salmo 126:5 (NBLA).
La sinceridad profunda, llena de lágrimas, es un marcador esencial de la salud espiritual y la vivacidad de nuestros afectos, y es fundamental para nuestra misión del evangelio. El ministerio del apóstol Pablo se sustentaba en su amor sincero: “Pues en todo nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios, en mucha perseverancia, en aflicciones, en privaciones, en angustias (...) con amor sincero”, 2 Corintios 6:4-6 (NBLA).
Él nos llamó a confiar sinceramente en Dios, al celebrar la “fe sincera” de Timoteo (2 Timoteo 1:5). Es en ella que todos debemos expresar un amor sincero hacia los demás: “Pero el propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera”, 1 Timoteo 1:5 (NBLA). También se pueden leer Romanos 12:9 y 1 Pedro 1:22.
E incluso, si los burladores resultan odiar el conocimiento, vivimos bajo la autoridad de la verdad divina con sinceridad, como dice Santiago 3:17 (NBLA): “Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía”.
Preguntas para hacernos
Entonces, ¿quiénes somos y quiénes seremos en esta cultura? ¿Sarcásticos o sinceros? ¿Escarnecedores o constructores? ¿Conocidos por nuestras burlas que ridiculizan o por nuestras esperanzas redentoras? ¿Nos ofrecemos unos a otros un rostro sin emociones, o nuestras expresiones reflejan amor, interés y sinceridad sacrificial? Estas pueden parecer preguntas teóricas, pero son reales. Probablemente ya han sido respondidas en el historial de nuestras redes sociales y en nuestros memes más gustados y retuiteados.
Los cristianos en la era del sarcasmo tienen bellezas para saborear mucho más allá de las bellezas de una sola rosa. Tenemos la hermosa Rosa de Sarón, la belleza de un Salvador impresionante que murió para que pudiéramos ser sinceros con el mundo, con nosotros mismos y con los otros, es decir, para ser plenamente humanos.
Somos libres en Cristo para disfrutar de la belleza, tuitear la verdad y ser vulnerables, porque hemos muerto a las cosas vanas de este mundo y a la cultura dominante del sarcasmo de los medios de comunicación en Estados Unidos. Pero también hemos resucitado con Él para volver a la verdad, la belleza y la sinceridad.
Redacción BITE
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Tony Reinke en Desiring God.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |