Dos meses antes de su muerte prematura, Robert Murray M’Cheyne (1813–1843) hizo una visita a Collace, Escocia, donde uno de sus amigos más cercanos, Andrew Bonar, era el ministro. Su aparición causó conmoción. M’Cheyne era un predicador conocido y amado, así que la gente se agolpó en los terrenos de la iglesia. No había suficientes asientos para todos los que estaban ansiosos por escuchar el sermón de M’Cheyne.
Las personas permanecieron de pie afuera, escuchando a través de las ventanas abiertas mientras M’Cheyne predicaba sobre 1 Corintios 9:27. Bonar informó que el sermón fue “tan solemne que alguien dijo que era como un toque de trompeta que despertaría a los muertos”. La ansiedad de los oyentes por la Palabra de Dios igualaba el celo del predicador; permanecieron en la iglesia hasta después de las once de esa noche.
M’Cheyne se despertó a la mañana siguiente y siguió con sus hábitos espirituales regulares de leer la Palabra de Dios y orar. Recordando aquella mañana de lunes, el viejo sirviente de Bonar comentó después: “¡Oh, escuchar al Sr. M’Cheyne orar en la mañana! Era como si nunca pudiera [detenerse], tenía tanto que pedir. Hubieras pensado que las mismas paredes volverían a hablar”.
El ministerio en Collace revela un rasgo vital de la vida de M’Cheyne: la comunión privada con Dios alimentaba un ministerio público que tenía un poder y una atracción poco comunes.

El atractivo del ministerio de M’Cheyne sigue siendo fuerte hoy en día. Incontables almas usan su plan de lectura bíblica cada año. Los predicadores sazonan sus sermones con citas escogidas del joven ministro de Dundee. Los pecadores oyen a Cristo en las palabras de alguien que hablaba con tanta ternura y urgencia. Los que sufren hallan consuelo en un hombre que, como Jesús, no “quebraba la caña cascada”. Sin embargo, lo que tal vez motive más que cualquier otra cosa acerca de M’Cheyne es su devoción espiritual.
El presente artículo desarrolla los fundamentos de los hábitos espirituales de M’Cheyne y concluye con tres reflexiones sobre cómo esos hábitos pueden inspirar e instruir a los pastores hoy.

Los medios de gracia
M’Cheyne era un presbiteriano escocés. Por lo tanto, el Catecismo Menor de Westminster tuvo una profunda influencia formativa en su vida y ministerio.
Aunque no se convirtió hasta los dieciocho años, M’Cheyne creció en varias congregaciones de la Iglesia de Escocia. El ritmo típico del Día del Señor durante su juventud consistía en una estructura de dos servicios: un servicio matutino seguido por uno vespertino. Entre ambos tenía lugar un servicio de catecismo, durante el cual el ministro instruía a los niños con el Catecismo Menor mientras los padres se sentaban y escuchaban. Los amigos recordaban cómo un precoz Robert impresionaba a otros con “su correcta y dulce recitación” de varios pasajes de la Escritura o de las respuestas del Catecismo Menor. Más tarde, mientras ministraba en St. Peter’s, M’Cheyne enseñó clases de catecismo a cientos de jóvenes almas.

La pregunta 88 del Catecismo Menor dice: “¿Cuáles son los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención?” La respuesta: “Los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención son Sus ordenanzas, especialmente la Palabra, los sacramentos y la oración; todos los cuales son hechos eficaces para la salvación de los elegidos”.
Palabra. Sacramentos. Oración. Estos son “los canales por los cuales Dios derrama Su Espíritu” y “los pozos de salvación” de los cuales bebemos de la gracia totalmente suficiente de Dios en Jesucristo. Comprender los hábitos espirituales de M’Cheyne comienza con reconocer que él los veía como “medios de gracia”.
Gracia a través de la Palabra
Nuestro estudio de los hábitos espirituales de M’Cheyne comienza con su hambre por la Palabra de Dios.
En agosto de 1842, M’Cheyne escribió una carta a Horatius Bonar. En la carta, M’Cheyne hablaba de una invitación para ministrar en Kelso ese otoño, donde Bonar servía como ministro. Una vez que se resolvieron los detalles del calendario, M’Cheyne tuvo su propia invitación que ofrecer. “Tengo un gran deseo de crecimiento personal en fe y santidad”, admitió. “Amo la Palabra de Dios y la encuentro el alimento más dulce para mi alma. ¿Puedes ayudarme a estudiarla con más éxito?”

M’Cheyne sabía que no existe tal cosa como el crecimiento en santidad fuera del crecimiento en la Escritura. Su Biblia mostraba las marcas del uso constante, sin importar la estación espiritual —en duelo o en alegría—. Su celo por la Escritura asombraba a quienes más lo conocían. Un contemporáneo declaró que M’Cheyne “buscaba y se alimentaba de la Palabra de Dios con un anhelo que nunca he visto igualado”.
Los diarios de M’Cheyne revelan un hambre casi insaciable por la Palabra de Dios desde su conversión. Siempre estaba leyendo la Biblia y buscando consejo sobre los métodos de estudio más efectivos. Mientras estaba en el seminario, M’Cheyne se propuso leer veinte versículos en los idiomas originales de la Biblia cada día de semana. Diestro tanto en griego como en hebreo, encontraba una belleza excepcional en la lengua materna del Antiguo Testamento. Un cuaderno de este período ofrece seis resoluciones para leer la Palabra de Dios:
- Léela regularmente. Aparta un tiempo exacto para ello
- Lee en más de un lugar. Así, una pieza histórica y un salmo devocional, una parte de un Evangelio y una parte de una Epístola.
- Lee con paralelos. Sea 2 o 3 versículos, o las partes más difíciles, o las más interesantes.
- Lee libros completos. Una Epístola completa, o un profeta menor, y sigue y pasa por alto las divisiones en capítulos y versículos.
- Trata de entender. Pregunta donde no entiendas.
- Ora antes y después. En las partes devocionales convierte cada versículo en oración.

Tal intención con la Biblia moldeó sus hábitos mientras ministraba en Dundee. Su práctica habitual en los primeros años en St. Peter’s era leer tres capítulos de las Escrituras por día. No seguía ningún esquema o plan; iba adonde sentía que el Espíritu lo guiaba. M’Cheyne se levantaba temprano en el Día del Señor para encontrarse con Dios a través de la Palabra. Revisaba y oraba por las lecturas de la semana anterior, y a menudo continuaba esta práctica hasta altas horas de la noche del domingo.
Un año después de ser ordenado, M’Cheyne creó su primer plan de lectura bíblica. El plan lo ayudaba a leer toda la Biblia en un mes, lo que significaba leer cerca de cincuenta capítulos por día. No sabemos con qué frecuencia usó este plan. Sin embargo, revela la prioridad que él daba a la lectura de las Escrituras.
Parte del ministerio de M’Cheyne consistía en ayudar a otros a crecer en el uso de la Palabra de Dios. Sus cartas y sermones demuestran cuán a menudo exhortaba a los congregantes a comprometerse con una lectura devocional fiel. “Lees tu Biblia regularmente, por supuesto”, escribió a un joven buscador, “pero trata de entenderla, y aún más, de sentirla. Lee más de una parte a la vez. Por ejemplo, si estás leyendo Génesis, lee también un salmo; o, si estás leyendo Mateo, lee también un pequeño fragmento de una Epístola”. No importaba la edad o madurez espiritual de la persona, M’Cheyne instaba a otros a “aprender a escudriñar las Escrituras; a recostarse en esos verdes pastos; a beber de esas aguas de reposo”.

El estudio sistemático y continuo de la Palabra de Dios finalmente condujo a lo que puede ser el legado más significativo de M’Cheyne: un plan de lectura bíblica. Le dijo a St. Peter’s que había deseado durante mucho tiempo “preparar un esquema de lectura de las Escrituras (…) de modo que toda la Biblia pudiera ser leída una vez por ustedes en el año, y que todos se alimentaran en la misma porción del verde pasto al mismo tiempo”. Así que, en 1842, M’Cheyne creó un plan de lectura bíblica para su iglesia. Lo publicó a comienzos de 1843 como un pequeño folleto, Daily Bread: Being a Calendar for Reading through the Word of God in a Year (Pan diario: siendo un calendario para leer la Palabra de Dios en un año).
El legado perdurable del plan probablemente se deba a su simplicidad y utilidad. Al leer un promedio de cuatro capítulos por día, un lector diligente leerá anualmente todo el Antiguo Testamento una vez y los Salmos y el Nuevo Testamento dos veces. Una característica especial de Pan diario era que dos capítulos debían leerse en privado, mientras que los otros dos estaban destinados al culto familiar. M’Cheyne creía que la lectura bíblica es tanto un asunto personal como familiar. Aunque nunca se casó, realizaba devociones familiares con su hermana, Eliza, quien a menudo se quedaba con él, así como con los sirvientes del hogar. Leían, discutían y oraban sobre los capítulos familiares durante la hora del desayuno.
Pan diario también es notable por llevar a los lectores a través de todo el Salterio dos veces. Los Salmos proveen lenguaje y gramática para el alma cristiana, y M’Cheyne los veía como palabras para ser cantadas tanto como leídas. “Si se cantan tres versículos [de los Salmos] en cada tiempo de culto familiar, todo el libro de los Salmos será cantado en el año”, animaba. “Así, cada comida será un sacramento, siendo santificada por la Palabra y la oración”.

Gracia a través de las ordenanzas
Las ordenanzas del bautismo y especialmente la Cena del Señor sirvieron como otro poderoso medio de gracia en el ministerio público de M’Cheyne.
M’Cheyne rara vez habla extensamente sobre el bautismo. Son más comunes los comentarios y anécdotas breves. Como presbiteriano comprometido y adherente a la Confesión de Fe de Westminster, M’Cheyne creía que los cristianos debían “mejorar” su bautismo. El Catecismo Mayor de Westminster 167 explica cómo los cristianos son llamados a “el deber necesario pero muy descuidado de mejorar nuestro bautismo” mediante la consideración sincera y agradecida de los beneficios significados y sellados en la ordenanza.
Sin embargo, el sacramento de la Cena del Señor era mucho más absorbente. M’Cheyne la consideraba “la más dulce de todas las ordenanzas” y la convirtió en una pieza central de la vida de la iglesia para su congregación.
M’Cheyne fue el primer ministro de St. Peter’s. Cuando llegó, la iglesia planeaba seguir el patrón regular de las congregaciones de la Iglesia de Escocia, lo que significaba observar la Cena del Señor dos veces al año. Al llegar, M’Cheyne introdujo una novedad casi total: la comunión trimestral.

La Cena del Señor se distribuía durante una larga semana de reuniones, conocidas colectivamente como la “temporada de comunión”. La emoción comenzaba el Día del Señor antes de recibir el sacramento. El jueves siguiente consistía en dos servicios de “Día de Ayuno” para oración y humillación. El viernes y el sábado se realizaban servicios especiales para preparar más al pueblo. El domingo, el día de la comunión, los elementos se distribuían normalmente desde la 1:00 p.m. hasta las 7:00 p.m. La Cena comenzaba con un ministro predicando el “Sermón de acción”, que usualmente destacaba la invitación de Cristo a los pecadores cansados. Después de exhortar a la acción, el ministro daba una breve exhortación sobre “Proteger la Mesa”. M’Cheyne aconsejaba a todos los pecadores arrepentidos que vinieran con la reverencia y solemnidad apropiadas.
Una vez se ponían los límites para la Cena, pequeños grupos de comunicantes se reunían en una mesa situada al frente del salón. El ministro entonces ofrecía breves comentarios sobre la comida del Evangelio antes de distribuir los elementos. Tarde en la noche, cuando todos habían sido servidos, M’Cheyne concluía el día con otra breve homilía que proporcionaba pasajes específicos de las Escrituras para la meditación. El lunes se llamaba “El Día de Acción de Gracias” y se realizaba un servicio de adoración correspondiente.

M’Cheyne ayudaba a otros ministros con sus temporadas de comunión. Tenía una rica red de hombres —a menudo llamados “La escuela de M’Cheyne”— que compartían énfasis ministeriales y espirituales. Dado que la naturaleza de una temporada de comunión exigía múltiples ministros para administrar la Cena, M’Cheyne viajaba por toda Escocia para celebrar la Cena con sus amigos. Las temporadas compartidas de comunión fortalecían un vínculo centrado en Cristo entre los hermanos. Después de una de esas ocasiones, M’Cheyne escribió a John Milne de Perth: “Tuvimos una dulce temporada de comunión. Nunca disfruté una más. Es un hito más cerca del cielo. Tal vez nunca vea otra. Fue como la puerta del cielo”.
También fue principalmente durante las temporadas de comunión que los miembros de la red se escuchaban predicar entre sí, conversaban profundamente sobre temas de piedad y pasaban mucho tiempo en oración. M’Cheyne escribió a Horatius Bonar unos meses después de disfrutar una de esas temporadas de comunión:
Anhelo saber de ti cómo florece la vid y brota la granada en Kelso. ¿Ves las crecientes señales de que Emanuel en Su gracia y hermosura está contigo, atrayendo almas por Su amabilidad y conveniencia, y transformando a Su propio pueblo en Su propia imagen hermosa? (…) Reúnase conmigo como lo hicimos antes de tu comunión, cada noche por un momento, alrededor de las diez y media, a los pies de nuestro Padre, orando por una bendición de lo alto.

La mención de la oración nos lleva al tercer y último hábito de gracia.
Gracia a través de la oración
M’Cheyne llamaba a la oración “la ocupación más noble y fructífera del cristiano”. Tristemente, no tenemos registros escritos que contengan las oraciones de M’Cheyne. Por lo tanto, no estamos seguros de su contenido ni de su estructura. Sin embargo, el registro sí muestra cuán central era la oración en su vida y ministerio.
La oración secreta iniciaba el día ordinario. M’Cheyne procuraba levantarse a las 6:30 a.m. para poder pasar las dos primeras horas en oración y meditación. Las demandas del ministerio inevitablemente surgían e interferían en las horas devocionales. En tales días, M’Cheyne decía que se vestía lo más rápido posible para darse al menos unos minutos para orar. “En general”, escribió M’Cheyne, “es mejor tener al menos una hora a solas con Dios antes de dedicarse a cualquier otra cosa”. Su patrón de oración en el Día del Señor era apartar seis horas para la oración y la lectura bíblica.
Quizás la ventana más esclarecedora hacia el corazón espiritual de M’Cheyne es un documento de diez páginas titulado Reformation (Reforma). La obra refleja una práctica espiritual que observó en sus héroes históricos, especialmente Jonathan Edwards. M’Cheyne escribió el documento a fines de 1842 o comienzos de 1843, y parece inacabado. La obra se divide en dos partes: la primera sobre la “Reforma personal” y la segunda sobre la “Reforma en la oración secreta”.

Esta última muestra a M’Cheyne resolviendo no dejar ninguna parte de la oración sin practicar, comprometiéndose a una vida de oración llena de adoración, confesión, acción de gracias e intercesión. Creía que su énfasis en la intercesión era especialmente débil. Por lo tanto, creó una lista de 28 categorías de personas o grupos por los que orar regularmente. Completó cada categoría con nombres, entidades o peticiones específicas. Para M’Cheyne, la obra del ministro en la intercesión era vital para mantener su corazón alejado de la vanagloria, la cual pensaba que podía infiltrarse en una vida de oración enfocada solo en peticiones personales.
Por prolífico que fuera en la oración privada, la obra de M’Cheyne en la oración pública puede haber sido aún mayor. Como ministro en St. Peter’s, instituyó una reunión de oración los jueves por la noche, que creció hasta más de setecientos asistentes. M’Cheyne comenzaba meditando en alguna Escritura relevante —a menudo enfocándose en la promesa y el poder del Espíritu Santo— y luego guiaba a la iglesia en oración corporativa. Después de eso, leía una historia de avivamiento de la historia de la iglesia y conducía al pueblo a orar por otra bendición del cielo. No es demasiado sorprendente, entonces, descubrir que el avivamiento descendió sobre St. Peter’s en 1839.
Su énfasis en la oración pública comenzó incluso antes de entrar al ministerio. Mientras estaba en el seminario, M’Cheyne organizó grupos de oración, práctica que continuó después de su ordenación. M’Cheyne y sus dos amigos más cercanos, Andrew Bonar y Alexander Somerville, apartaban tiempo cada sábado por la noche para orar por la predicación de cada uno en el Día del Señor. El círculo de oración eventualmente se amplió para incluir a algunos de los predicadores evangélicos más eminentes del país, y juntos parecían aferrarse a la bendición del Espíritu en el Día del Señor. John Milne escribió: “Los ministros [predican] después de mucha oración, y con la expectativa casi segura de recibir la bendición”.

Con el tiempo, la oración programada los lunes se añadió al ritmo del sábado por la noche. La escuela de M’Cheyne apartaba el primer lunes de cada mes para una oración y ayuno especiales. Se seleccionaba a un miembro para escribir una carta mensual que sirviera para recordar al grupo la importancia del día y sugerir “pensamientos y temas que pudieran parecer particularmente apropiados”. M’Cheyne inició esta práctica. Más adelante en su ministerio, M’Cheyne también reunía a ministros de toda Dundee para una reunión de oración de noventa minutos cada lunes por la mañana.
M’Cheyne tiene mucho que enseñarnos sobre la predicación, pero la primera lección que aprendemos es la primera lección en cualquier escuela adecuada de homilética: la oración da energía a la predicación. Así como una vela yace inerte sin viento, así la predicación sin oración no llevará el alma al Salvador.
Creciendo en gracia
¿Qué pueden aprender hoy los pastores de los hábitos espirituales de M’Cheyne? Sin duda, las lecciones son innumerables, pero tres destacan para una consideración especial.
Vive con un corazón orientado al domingo
M’Cheyne entendía el domingo como el día de reposo cristiano. El Día del Señor era el “día de los días” de la semana. Todo fluía desde o hacia este día. ¿Por qué se podía encontrar a M’Cheyne visitando a los moribundos el sábado? Para poder estar listo para predicar al día siguiente como alguien al borde de la eternidad. ¿Por qué organizaba reuniones de oración los lunes? Porque sabía que, particularmente para los ministros, los lunes traían desaliento y tentación descendiendo de los deberes del domingo.
“El día de reposo es el tiempo de encuentro de Cristo con Su Iglesia”, predicó. “Si lo amas, contarás cada momento de Él como precioso. Te levantarás temprano y te acostarás tarde, para tener un largo día con Cristo”. M’Cheyne practicaba lo que predicaba. Una vez escribió un domingo: “Me levanté temprano para buscar a Dios, y encontré a Aquel a quien ama mi alma. ¿Quién no se levantaría temprano para encontrarse con tal compañía?”
Para M’Cheyne, aunque los deberes ministeriales eran necesarios, el domingo era principalmente un día para la comunión de su alma con Dios. Los miembros ordinarios de la iglesia necesitaban el día para descansar y crecer en Cristo, y el ministro también. El modelo de M’Cheyne insta a los ministros a considerar cómo el domingo no es un día para simplemente pasar, sino un día para llegar, un tiempo en el que Cristo se encuentra con el ministro con bendición especial.

Comprende el poder atractivo de la santidad sincera
Robert Smith Candlish, un gigante de la Iglesia de Escocia del siglo XIX y amigo de M’Cheyne, comentó una vez: “No puedo entender a M’Cheyne; la gracia parece natural en él”.
Isabella Dickson, la futura esposa de Andrew Bonar, una vez escuchó predicar a M’Cheyne y encontró algo asombroso en él. “Había algo singularmente atractivo en la santidad del Sr. M’Cheyne”, explicó. “No fue ni su contenido ni su manera lo que me impactó; era simplemente la epístola viva de Cristo; una imagen tan hermosa, que sentí que habría dado todo el mundo por ser como él”.
Los relatos sobre la santidad sincera de M’Cheyne abundaban en su papel en campañas evangelísticas, estaciones de predicación y reuniones de avivamiento. No eran tanto las palabras de M’Cheyne las que conmovían el corazón, sino la manera de su predicación —una solemnidad santa y sincera. Poseía una clase de piedad que servía como sello de su predicación de Cristo. Que los ministros de hoy se esfuercen por la misma espiritualidad. El amor por Cristo no debe simplemente controlar, sino también adornar nuestra predicación (2 Corintios 5:14).

Ama al Salvador comunicado en los medios de gracia
M’Cheyne insistía en que su congregación recordara que los medios de gracia son precisamente eso: medios, no fines, para la piedad. Conocer a Cristo es el tesoro de valor supremo (Fil 3:8–10), así que Cristo es el fin último de los medios. “Ahora bien, es muy correcto hacer el uso más diligente de los medios: ministros, Biblia y amigos cristianos”, explicó M’Cheyne, “pero entonces debes fijar tu mirada en Cristo a través de todos ellos”.
Es a través de los medios de gracia que Cristo hace “Sus visitas regulares al alma”. Cristo nos habla en amor por medio de Su Palabra. La Cena del Señor es un intercambio mutuo de amor, cuando Cristo se da a Sí mismo a nosotros y nosotros nos alimentamos de Él por la fe. Respondemos a Cristo en amor a través de la oración. Así, los medios de gracia son en verdad encuentros de amor, donde el alma clama: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío”.
Entonces, ¿cuáles son los hábitos espirituales tal como M’Cheyne los predicó y practicó? Son oportunidades para recibir y responder al amor de Dios en Jesucristo.
Este artículo fue traducido y ajustado por David Riaño. El original fue publicado por Jordan Stone en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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