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Tengo una foto que encierra realidades muy hermosas, realidades que quisiera ver reproducidas en más familias; en ella aparezco de unos seis meses de nacida y la jovencita que me sostiene, es nuestra queridísima Toya (así le decimos de cariño). Toya vino a tocar la puerta de mis padres cuando apenas tenía 18 años recién cumplidos, viajó desde muy lejos, de un pueblo de San Marcos, a la capital (Ciudad de Guatemala). Llegó sin saber casi hablar español, sin haber interactuado con una estufa “moderna” y por supuesto, sin poder cocinar o usar el transporte público. Todo eso y más lo aprendió con mis padres. Sus papás viajaron con ella para asegurarse que iba a quedar en buenas manos. La Toya estuvo con nosotros muchos años hasta que se enamoró. Se enamoró de un buen hombre llamado Fernando. Fernando viajó hasta San Marcos para pedir la mano de ella en matrimonio, pero no se detuvo allí, también llegó a casa de mis papás para pedir su mano. Quiero creer que Fernando miraba a mis papás como figuras protectoras de la Toya, no como sus dueños.
Hablar de ayuda doméstica en mi país no es una cosa rara o de clase alta. Mis papás siempre han sido gente trabajadora, que tuvieron que tener empleos fuera de casa para sacarnos a flote a mis hermanas y a mí, y esa es la razón por la que han tenido que contar con esta ayuda. Esta es una realidad tan prevalente en nuestro contexto, que ni siquiera nos paramos a evaluar cómo la estamos llevando a cabo. De hecho, yo quiero decir que esta foto representa cuánta ayuda he recibido a lo largo de mi vida y sigo recibiendo.
Hoy cuento con Hermi, y si yo estoy aquí es porque ella está allí. Me dijeron que BITE Talks tiene como objetivo principal visibilizar, y si ustedes me ven escribiendo, dando conferencias, hablando, eso es como la parte frontal de un reloj, pero los engranajes son muchos y ella es una de esas piezas claves que hace que mi vida pueda ser lo que es. A lo largo de mi vida he tenido personas extraordinarias haciendo trabajo “ordinario” que permite que mi vida sea más cómoda y fluida.
Toya llegó a la vida de nuestra familia (y de mi familia extendida) hace más de 25 años. Apareció en la tienda de barrio que tenía mi abuela. ¡Todo el mundo conocía a mi abuela! Y la Hermi llegó muy embarazada de su segunda bebé a preguntar si había oportunidad de trabajo en alguna casa. Por fortuna, una de mis tías era madre sola y ciertamente la necesitaba, y creo que de manera providencial el Señor las unió y así se convirtieron en una especie de sociedad. Hermi tenía trabajo y sustento para ella y sus hijos y mi tía tenía la ayuda que tanto necesitaban. Juntas sacaron adelante ese hogar por varios años, cada una haciendo lo que tenía que hacer.
En una ocasión, mi tía perdió su empleo y le dijo: “Hermi yo no puedo pagarle más, usted necesita encontrar otra familia con la cual trabajar o regresar a su pueblo”. Ella la vio, así de frente, y le dijo: “Doña Paty, si ustedes comen, yo como y si ustedes no comen, yo no como”, y se quedó a perseverar durante esa época de vacas flacas para ayudar a mi tía. Cuando yo supe esa historia hace muchos años, me dije “esta es la clase de calidad humana que yo quisiera, anhelara, algún día me acompañara a mí en mi hogar si fuera necesario”.
Hermi ha entrado y salido de la vida de nuestra familia intermitentemente según las épocas y necesidades de cada quien. Estuvo acompañando a mi mamá los últimos ocho meses de mi abuelo. Lo bañó, lo vistió, lo alimentó. Le tuvo paciencia. Mi abuelo murió de Alzheimer.
Llegó el día en el cual, después de nuestra segunda adopción y convertirnos en una familia de seis, mi esposo y yo consideramos prudente y que sería una bendición contar con una ayuda más permanente en la casa, y la primera persona que vino a mi mente fue ella. Entonces la llamé, y después de un par de años de espera (porque estaba cuidando a su papá anciano), vino a vivir con nosotros.
Me preguntan muy a menudo. ¿Cómo es que usted hace todo lo que hace? Quiero asegurarles que yo no soy “multitask”, no soy ese estereotipo de mujer y tengo que recurrir a decir toda la verdad: yo hago lo que hago porque recibo el bien y la misericordia de Dios, en gran parte, por medio de esta mujer llamada Hermi.
Hace unos años vi la película The Help que en español se traduce como “Vidas cruzadas”, (que… dicho sea de paso: ¿quién traduce los títulos de las películas en español? Si alguien conoce al responsable, tengo muchas preguntas. ¡Consiganme una cita por favor!) Pero esa película me dejó impactada, conmovida y preocupada también. Básicamente, presenta la vida de los años cincuenta y sesenta del sur de Estados Unidos en suburbios de gente trabajadora de clase media y clase media alta, blanca y cómo la fuerza de trabajo en el área doméstica eran mujeres negras, mostrando toda la dinámica que se desenvuelve en los maltratos, injusticias y también alegrías de tener este tipo de relación. Me entristeció porque esa película situada en Estados Unidos en los
Cincuentas y sesenta se parece demasiado a la Guatemala de los años Dos mil veintes.
Podríamos decir que es un asunto de otra generación, diciendo: “Sí, mi abuelo, mi tía, hablaban despectivamente, incluso con términos racistas y ¡nadie cuestionaba nada! Hasta había chiste al respecto y era aceptable y esperado”. Pero fue apenas hace un par de meses que estuve en una reunión y en la mesa donde me tocó sentarme, rodeada de chicas de veinte/treinta años, recién casadas la mayoría, hablaban acerca de la ayuda doméstica; si bien se expresaban con cierto grado de gratitud por tener esa ayuda, el común denominador era que se referían a ellas como cosas, como pertenencias, como propiedades, no como gente con un nombre, historia, contexto y familia a la que ama. Y me preocupa, porque en este país que se supone que somos predominantemente creyentes, debería haber una conexión entre lo que decimos creer y lo que practicamos día a día en el círculo más íntimo, que incluye no solo a nuestra familia inmediata sino a esta persona que Dios ha provisto para ser nuestra ayuda en las cosas más íntimas. ¿Usted cree que ella no importa? ¡Ella está lavando su ropa interior y sabe dónde guardarla exactamente!
Es imposible, creo yo, decir aquí que: “los seres humanos (¡absolutamente todos!) portan la imagen de Dios” y que alguien me contradiga. Supongo que estamos de acuerdo en que creemos que desde la concepción todo ser humano porta la imagen de Dios. Es fácil afirmarlo, pero ¿cómo luce eso en todas las relaciones, especialmente en aquellas con las que existe diferencia de poder? Porque si usted es el último en la planilla de su empresa, pero tiene alguien trabajando para usted en casa, ¡usted tiene poder! Poder del que según Colosenses 1:4, Dios debe pedir cuentas: “Amos traten justamente a sus siervos recordando que ustedes tienen un amo que está en el cielo”.
¿Cómo luce eso? ¿cuándo fue la última vez que le preguntó realmente cómo se sentía? ¿Conoce los nombres de sus hijos? ¿Ha trabajado quizás con algún dolor en su cuerpo y usted no se ha dado cuenta? ¿Cuáles son las angustias de su alma?
“Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados”, esa es la regla de oro para el pueblo de Dios, y si yo realmente creo que esa persona porta la imagen de Dios, tiene que notarse en lo cotidiano. Nosotros estamos absolutamente absorbidos en un sistema que a veces nos impide evaluar qué es lo que estamos haciendo en esas relaciones que nos rodean.
Una de mis mejores amigas celebró una de las bodas más hermosas a la que he tenido el gusto de asistir. El cortejo nupcial comenzó, y en eso miré a la niña de las flores. ¡La niña de las flores más espectacular que he visto en mi vida! Con un vestidito sencillo, que muy posiblemente ella misma hizo, con un suetercito modesto (porque se mantenía con frío) con su cabello recogido como siempre, con timidez tiraba los pétalos hasta llegar al altar. Al llegar no había un par de ojos secos, principalmente porque la niña de las flores era una mujer de casi 90 años: Lidia. Ella había sido la mano derecha de la mamá de mi amiga, la mujer que la vio llegar del hospital cuando nació, que estuvo allí para ayudarle en las tareas del colegio, que preparó comidas y jugos de naranja naturales, que estuvo ahí cuando perdió a su padre y que ahora la estaba viendo caminar hacia el altar. Mi amiga quiso darle un lugar de honor en el cortejo nupcial, para públicamente dar testimonio de cuánta gratitud había en su corazón para esta mujer que había sido una pieza clave, un engranaje invisible en la vida de la que ella gozaba.
La palabra de Dios y su amor, nos debe obligar a ver cómo podemos conectar esa gratitud que seguramente sentimos, delante de Dios. Si usted no ha puesto en su lista de gratitud esa ayuda, ¡algo nos falta! Lo estamos dando por sentado. ¡Bendito sea Dios que no nos permite ser todopoderosos! Cuando nosotros reconocemos que necesitamos ayuda en los oficios “ordinarios”, eso debería llevarnos a alabar al Señor y a desembocar en una mayor humildad en nuestro corazón, y un trato diferente, de honra, para la gente que hace el trabajo que nosotros no estamos haciendo.
Cuando Lidia murió, fue la familia de mi amiga quien estuvo alrededor de su lecho, quien arregló los servicios funerarios y quien estuvo ahí, en el entierro. Vi al hermano de Lidia con sombrero en mano agradeciendo profusamente las atenciones y el amor que Lidia recibió a lo largo de su vida con esta familia.
El verdadero impacto de nuestra presencia en la vida de los vulnerables, en la vida de los débiles (porque ciertamente estas mujeres son vulnerables, y hablo de mujeres porque esta es la mayoría del servicio doméstico, pero pensemos también en personas de servicio en cualquier campo laboral) la verdadera incidencia del impacto se tiene que notar en qué opinan los suyos, en qué beneficios y qué bendiciones ha visto y ha recibido su familia; tiene que haber una relación porque nosotros, se supone, somos sal y somos luz.
Normalmente me invitan a hablar acerca de cuestiones de niñez vulnerable y de adopción, y yo me atrevo a pensar que si ustedes que están aquí regresan a sus hogares a ver a esa persona como portadora de la imagen de Dios y digna de su intencionalidad, muchas cosas cambiarían en la fibra de nuestro país, habrían menos rupturas en las familias. ¿Por qué de alguna manera hemos racionalizado que para cierta población es aceptable dejar a los niños encargados con una tía o una prima o una abuela, en el mejor de los casos? ¿Cuánto desemboca en nuestra sociedad por esa separación?
Es asombroso ver cómo Dios ata cabos y cierra círculos. Justo la semana pasada a mi hermana la operaron de un tumor en uno de sus pies. Ella encontró a la especialista en el catálogo de profesionales que estaba en el listado del seguro, le llamaron la atención sus dos apellidos, hizo la cita y luego de la consulta inicial le pareció una excelente profesional y decidió operarse con ella. Cuando tuvo suficiente confianza le preguntó: “Disculpe doctora. ¿Su mamá por casualidad se llama Victoria y le dicen Toya?” “¡Sí!” Le dijo.
La hija de nuestra querida Toya, la de mi foto, operó el pie de mi hermana y ahora está libre de un tumor. Está en recuperación bajo en la supervisión de ella y quiero pensar que, si bien es cierto, hay muchos factores que construyen una vida, mis papás tocaron un punto en la vida de la Toya que fue importante para que ella construyera su propia familia y criara a sus hijos de una manera que permitiera que ahora su hija sirviera a la hija de quienes fueran sus patrones.
El servicio doméstico es bendición, pero es misión. A veces buscamos plataformas, micrófonos, un hombre y quizás el campo misionero ya llegó a nuestra casa y tenemos mucho trabajo por delante. Si no lo podemos cambiar todo hoy, por lo menos hagámonos buenas preguntas y pensemos: ¿cómo podemos ser sal y luz con esa persona o familia que ya tenemos al alcance?
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