Bailarines usando trajes reciclados. Maria Antonieta decapitada cantando bajo un baño de sangre. Una banda tocando heavy metal en las ventanas de un edificio. Una presentación pregrabada de Lady Gaga cantando en francés al estilo de cabaret. Miles de espectadores viendo las delegaciones internacionales en barcos mientras cruzaban el río Sena bajo la lluvia torrencial. Un grupo de drag queens representando La última cena, el cuadro de Da Vinci.
Ah, e izaron la bandera olímpica al revés.
La Ceremonia de Inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 generó revuelo en los medios de comunicación alrededor del mundo. Muchos hicieron fuertes críticas a lo que consideraron innecesariamente extravagante y hasta blasfemo. En contraste, figuras como el presidente Emmanuel Macron se sintieron “extremadamente orgullosos” por el memorable espectáculo.
Pero, más allá de las opiniones, la ceremonia del pasado 26 de julio fue un canto de exaltación a los valores propios de nuestra cultura actual. Dejando las preferencias a un lado, lo que el mundo contempló fue la encarnación de al menos tres tendencias que desafían la cosmovisión cristiana, y de las cuales es necesario que la iglesia se cuide: el abandono de la tradición, el abrazo al feminismo y el rechazo a la religión.
1. El abandono de la tradición
Dicen que lo de la bandera izada al revés no fue más que un error humano (aunque hasta ahora el Comité Olímpico Internacional no se ha pronunciado oficialmente). Sin embargo, si hubiera sido intencional, mantendría el espíritu de lo que fue la ceremonia: un esfuerzo por poner de cabeza la tradición. Los anillos olímpicos, el símbolo fundamental que representa a los 5 continentes entrelazados por la unidad del deporte, quedaron al revés.
Thomas Jolly, director artístico de la ceremonia, quiso resaltar la esencia de Francia, jugando con y desafiando los clichés de ese país, y la vitalidad y diversidad de París. Por meses habló extensamente sobre sus inspiraciones y metas para el evento, lo que generó gran expectativa. Su decisión más memorable (y una de las más controversiales) fue hacer el evento al aire libre, rompiendo con la tradición de reunir a los espectadores y equipos nacionales en un estadio.
En cambio, hizo un desfile por el río: “… más y más botes con personas saludando avanzaban por el Sena”, afirmó un columnista en The Guardian, “como si se tratara de una interminable serie de extrañas fiestas de oficina nacionalistas”. Además de que miles de espectadores y los mismos deportistas estuvieron bajo una lluvia torrencial, hubo fuertes críticas por el gran costo que se tuvo que pagar (aproximadamente 3 millones de dólares) para mantener la seguridad en las calles parisinas en las que se desarrolló el espectáculo.
Pero, más que el lugar, el problema fue la falta de articulación. Así lo describió la columnista Arifa Akbar:
La banda francesa de heavy metal Gojira tocó un minuto, y al siguiente una cantante de ópera interpretó Carmen de Bizet. Y el portador de la antorcha era sin rostro y encapuchado, como una creación maníaca de la franquicia de películas de Halloween, corriendo por los tejados y deslizándose en tirolesa por los edificios como si estuviera persiguiendo a una víctima que grita. Por muy creativo que haya sido, parecía desarticulado, con la sensación de muchas cosas sucediendo simultáneamente, y las actuaciones itinerantes saltando de una idea a la siguiente: de un cancán a un tableau gótico con mujeres fingiendo ser decapitadas en las ventanas de la Conciergerie, con serpentinas rojas que parecían macabra sangre salpicando.
La pregunta es: ¿por qué era necesario abandonar la tradición y hacer que todo se sintiera nuevo y creativo? ¿Por qué no acudir a la “alta costura” francesa, en lugar de a trajes reciclados y “sostenibles”? ¿Por qué no cuidar a las personas de la lluvia y de ataques terroristas dentro de un estadio? ¿Por qué no echar mano de la rica historia de Francia? Si bien el evento estuvo cargado de símbolos históricos franceses, había en varios de ellos más un sentido de burla que de respeto. Muchos medios llegaron a afirmar que Celine Dion fue quien salvó la noche, trayendo una majestuosa interpretación del clásico Himno al amor de Edith Piaf .
Esto concuerda con la tendencia cultural de desechar la tradición. Como explica el historiador cristiano Carl R. Trueman:
Numerosas fuerzas dentro de la cultura moderna sirven para erosionar cualquier noción de que el pasado pueda ser una fuente útil de sabiduría (…) [Hoy hay] un cierto sesgo filosófico, y ese es, como se ha mencionado anteriormente, que el pasado es inferior al presente. Tiene una narrativa implícita de progreso, según la cual todo —o al menos casi todo— sigue mejorando.
Si bien debe haber un espacio para la creatividad y los rasgos propios de cada sociedad en su propio tiempo, es un error desconectarse del pasado o simplemente usarlo como motivo de burla.
Esta cosmovisión resulta profundamente peligrosa para la iglesia evangélica, cuyas raíces están firmemente arraigadas al pasado. Toda nuestra fe se basa en el testimonio que hemos recibido de generación en generación, primero de forma oral y luego textual, sobre lo ocurrido en la cruz. Tal como mandó Moisés a Israel en Deuteronomio 6, es fundamental que el pueblo de Dios hable continuamente a sus hijos sobre su historia: “Nosotros éramos esclavos de Faraón en Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte”, Dt 6:21 (NBLA).
2. El abrazo al feminismo
La ceremonia fue dividida en doce partes temáticas, cada una tuvo un título particular y representó diferentes aspectos de la historia, cultura y valores de Francia. La sexta parte se llamó sororité (sororidad), que significa “hermandad entre mujeres”. Esta palabra se utiliza en el contexto de la discriminación de género y la violencia contra la mujer, y expresa el compañerismo que se dan entre ellas.
Este momento, contrario a gran parte del resto de la ceremonia, tuvo un aire de respeto y recuerdo. Se presentó una secuencia artística que incluyó a la mezzosoprano Axelle Saint-Cirel interpretando La marsellesa desde el tejado del Grand Palais, usando un elegante vestido hecho por Dior. A la vez que se dio la interpretación, en los barcos del desfile se elevaron diez estatuas de figuras históricas femeninas francesas.
Algunas de ellas jugaron roles muy importantes en la historia, como Olympe de Gouges (1748-1793), quien fue pionera de los derechos femeninos en el tiempo de la Revolución Francesa y luchó para que a la mujer también se le considerara en los derechos civiles; Jeanne Barret (1740-1807), la primera viajera en circunnavegar el mundo; y Alice Milliat (1884-1957), quien abogó para que las mujeres tuvieran un espacio en los deportes olímpicos.
Sin embargo, otras fueron promotoras del movimiento que degeneró en el feminismo actual. Se vieron las estatuas de la ministra de salud Simone Veil (1927-2017), creadora de la ley que en 1975 despenalizó el aborto en Francia hasta la semana diez, y la abogada Gisèle Halimi (1927-2020), quien en la década de los años 70 ayudó a cambiar la percepción pública sobre el aborto. Sobre todo, vimos a Simone de Beauvoir (1908-1986), autora de El segundo sexo y quizás la filósofa feminista más reconocida de toda la historia.
Es claro que las diez estatuas fueron una afirmación del feminismo francés. Por supuesto, es importante luchar por la dignidad de la mujer, pues cualquier desigualdad entre seres humanos que lleve al desprecio es pecaminosa, como es el caso del machismo, de la esclavitud y del racismo. Sin embargo, el feminismo actual busca borrar las diferencias de roles entre los géneros, otorgar libertad para asesinar legalmente a los bebés en el vientre, destacar a la mujer como “mejor” que el hombre y reinventar la maternidad, entre muchos otros elementos de su agenda antibíblica.
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No fue una coincidencia que las estatuas se elevaran en frente de la Asamblea Nacional: este es uno de los principales órganos del poder legislativo en Francia, el cual históricamente ha estado dominado por figuras masculinas en sus decoraciones y en el ejercicio de la política en general. Tampoco fue coincidencia que la parte llamada “fraternidad” no fuera dedicada a figuras históricas masculinas, sino al compañerismo entre diferentes naciones.
Lastimosamente, hoy hay muchas formas en las que las mujeres siguen siendo agredidas y despreciadas, pero el feminismo occidental rara vez se ocupa de ellas. Como cristianos, necesitamos oponernos al abuso sexual de niñas; a la esclavitud moderna que instrumentaliza incluso a adolescentes para pornografía infantil; a la mutilación ritual de los órganos genitales femeninos; al machismo que en ciertos países cosifica a la mujer como una posesión del hombre y la priva de toda clase de libertad.
Uno de los elementos propios de los Juegos de París 2024 es que, por primera vez en la historia, habrá un número igual de hombres y mujeres compitiendo. Creo que esto es algo que podemos celebrar, pero eso no tiene que hacernos “feministas”, sino simplemente cristianos que aman la imagen de Dios y consideran, en palabras del apóstol Pedro, que la mujer es digna de “… honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida”, 1P 3:7 (NBLA).
Finalmente, creo que la ceremonia de inauguración como un todo, en lugar de exaltar la dignidad de la mujer, la irrespetó. Irónicamente, la columnista feminista de Aljazeera, Julie Bindel, denunció el acto en el puente sobre el río Sena como lo contrario al amor y la inclusión:
Estoy harta y cansada del drag y de la aparentemente interminable obsesión de los medios y del mundo del entretenimiento con este. Estoy harta de ver a hombres desfilando como caricaturas de mujeres, y a todos “celebrando” su “arte”, sin darse cuenta de lo ofensivo que es. Fue indignante verlo ocupar el centro del escenario en un evento que se supone debe reunir a los pueblos del mundo y, según el testimonio de los propios organizadores, celebrar el amor y la inclusión.
Y ahora que hemos llegado al acto de las drag queens, hablemos de la tercera tendencia, el punto más climático y controversial de la ceremonia.
3. Rechazo a la religión
En la octava secuencia, titulada Festivité (Festividad), un grupo de dieciocho artistas, incluyendo a tres miembros de Drag Race France (un programa de telerrealidad francés que busca la “próxima superestrella drag francesa”), posó detrás de lo que parecía una mesa larga con la Torre Eiffel de fondo. En el centro estaba Bárbara Butch, una DJ francesa que es un ícono LGTBQ+ y activista feminista, haciendo un corazón con sus manos. La escena parecía representar la Última Cena de Jesús con Sus discípulos. Posteriormente, se colocó una bandeja de servicio en el escenario, con un hombre (Philippe Katerine) sobre ella, semidesnudo, pintado todo de azul y cantando.
La escena generó el descontento de muchísimos espectadores. No solo se pronunciaron miles de internautas y usuarios de las redes sociales; también hubo notables autoridades políticas que alzaron la voz y calificaron la escena como una agresión y burla directas al cristianismo. Algunos de los más notables fueron la Conferencia Episcopal Francesa, la institución sunita de Egipto Al-Azhar, el primer ministro húngaro Viktor Orban, diferentes ligas europeas, y un número importante de líderes en las Américas.
Después de la brutal controversia en los medios de comunicación, los organizadores buscaron defenderse. “Nunca encontrarán por mi parte ningún deseo de burlarme, de denigrar nada”, afirmó Jolly. “Quise hacer una ceremonia que reparara, que reconciliara. También que reafirmara los valores de nuestra República”. Según él, la Última Cena no había sido su inspiración, sino que quiso hacer un “festival pagano, conectado con los dioses del Olimpo”.
Quienes respaldaron la actuación dieron otras interpretaciones a la escena, como que había sido inspirada en El festín de los dioses, una pintura de Jan van Bijlert, en las fiestas romanas populares llamadas “bacanales”, o en el dios griego Dionisio. “Nunca hubo ninguna intención de faltarle el respeto a ningún grupo religioso en absoluto”, añadió Anne Descamps, directora de comunicaciones del comité organizador.
Lo sucedido es una muestra del poco respeto que hay hacia la religión y el cristianismo en particular. Incluso si en verdad la escena no fue inspirada en la Última Cena, fue absolutamente claro que había un parecido innegable, por lo que los organizadores debieron evitar dicha organización desde un principio. Sin embargo, nuestra cultura actual no ve el insulto a la religión como un acto condenable, sino como digno de alabanza.
El asemejar a Jesús con un ícono del feminismo y el movimiento LGTBQ+, poniéndolo al lado de “discípulos” drag queens, y trayendo en la bandeja de servicio a un dios pagano semidesnudo, es un atropello completo a los valores del cristianismo. Allí se hizo algo igual o peor que cuando Antíoco IV Epífanes profanó el Templo en Jerusalén en el 167 a.C. al sacrificar un cerdo en el altar y erigir una estatua de Zeus.
Antíoco también buscó prohibir las prácticas religiosas judías. ¿No es ese el mismo espíritu de nuestra época, que ve la religión cristiana como una amenaza a la libertad de identidad? Esto no es más que wokismo —que proviene de la palabra en inglés woke (estar despierto)—, el movimiento social caracterizado por una excesiva sensibilidad hacia las injusticias sociales, especialmente en lo que respecta a raza, género y orientación sexual. El supuesto intento por promover la inclusión y la igualdad fue más bien un insulto para los aproximadamente 2.6 mil millones de personas que se consideran “cristianas”. Esto es casi un tercio de toda la población mundial.
Incluso la controversia se prestó para atacar el cristianismo por medio de una de las estrategias más comunes del wokismo: la politización de la religión. Actualmente, muchos medios consideran que las críticas a la polémica escena de la ceremonia provienen principalmente de la “extrema derecha” en todo el mundo, asociada históricamente con el racismo, el supremacismo, el nacionalismo exacerbado y el autoritarismo.
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Así, al momento en que se escribe este artículo, se libra en las redes sociales una “guerra” entre la extrema derecha y la izquierda, siendo supuestamente los primeros quienes oprimen las libertades de las mujeres y los segundos quienes defienden los derechos LGBTQ+, de las mujeres y los “oprimidos”. Sin ir muy lejos, hace no muchas horas Bárbara Butch, quien estuvo en el centro de la mesa en la escena controversial, comenzó a presentar demandas contra aquellos que la han ciberacosado por sus posturas. Si bien cualquier mensaje de odio, insulto o amenaza es inaceptable, es claro cómo rápidamente los participantes de la escena pasaron de ser victimarios a víctimas.
En vista de que el mundo asume el wokismo de manera cada vez más energética, la iglesia tiene que sostenerse firmemente en guardar la adoración a Cristo y no negociar la autoridad que le corresponde a Dios como digno de adoración. Ya en el primer siglo Pablo denunciaba el peligro de las diversas ideologías que trataban de desviar a la iglesia: “Esto lo digo para que nadie los engañe con razonamientos persuasivos”, Col 2:4 (NBLA). Si bien parece que las fuerzas contrarias al cristianismo son abrumadoras, deberíamos tener en cuenta las palabras del pastor Sugel Michelén, dichas en días anteriores:
En el decadente Imperio romano, los cristianos del primer siglo vieron cosas similares o peores a lo que se vio en la apertura de los JJOO París 2024. El wokismo no impedirá que Cristo cumpla Su promesa de edificar Su iglesia, pero el impacto de estas ideologías será descomunal.
Un llamado a reafirmar
La ceremonia tuvo otros problemas, como que algunos espectadores pagaron hasta 2500€ por sentarse en la lluvia, y que los anunciadores nombraron a Corea del Sur como se nombra a Corea del Norte (“República popular democrática de Corea”). Pero, incluso si nos gustaron ciertas partes del espectáculo, no podemos estar ciegos ante la agenda que está detrás de algunos de los gestos del evento.
¿Cómo estamos llamados a luchar contra estas tendencias culturales? Reafirmemos la tradición, reconociendo que nuestra identidad se halla en los gloriosos eventos del pasado que nos salvan y transforman hoy. Reforcemos la feminidad y masculinidad bíblicas, abrazando el diseño perfecto de Dios en la familia cristiana. Defendamos la verdad de las Escrituras al reconocer que no nos creamos a nosotros mismos, sino que le pertenecemos a un Dios majestuoso que es digno de nuestra adoración, temor y reverencia.
Referencias y bibliografía
El imperativo confesional, de Carl R. Trueman | Amazon
Ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Verano 2024 | Wikipedia
Bandera olímpica es izada al revés en inauguración de los Juegos París 2024 | Fox Sports
La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París fue un insulto para millones | Aljazeera
Los organizadores de París 2024 se disculpan por la escena de ‘La Última Cena’ | LA Times
8 tendencias alentadoras en el cristianismo global para 2024 | Lifeway Research
Bárbara Butch presenta una denuncia por ciberacoso | Euronews
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