En los años más recientes, ha ganado visibilidad una palabra que genera reacciones encontradas en redes sociales: “gordofobia”. Quienes lo defienden, utilizan este término para mostrar que muchas personas con cuerpos grandes enfrentan humillaciones constantes —en consultas médicas, en entrevistas laborales, en conversaciones cotidianas—, las cuales pueden producir un profundo desgaste emocional. En ese sentido, el término busca dar nombre a una experiencia compartida por muchos, y su uso va más allá de un comentario descuidado o un chiste de mal gusto. En palabras de la actriz Teresa López Cerdán: “Yo me encuentro con gordofobia prácticamente cada día, ya sea a la hora de intentar vestirme, ya sea a la hora de ir al médico. Todo se achaca al peso”.
Por su parte, quienes rechazan el uso del término, señalan que detrás de él hay una carga ideológica que promueve una victimización sistemática y que podría llevar a normalizar condiciones que sí tienen implicaciones de salud serias. Ven con preocupación que las supuestas reflexiones en torno a este concepto se utilicen para silenciar todo comentario sobre el sobrepeso, incluso aquellos bien intencionados que buscan un cambio positivo.
Entonces, ¿a qué se refieren aquellas personas que dicen haber experimentado la gordofobia? ¿Qué opinan al respecto quienes se oponen al uso del término? Este debate no solo es cultural; también cobra importancia en el ámbito de la Iglesia. ¿Cómo hablar en este contexto acerca del cuerpo —y de sus límites— con verdad y amor? Como cristianos, ¿cómo debemos pensar y responder, a la luz del Evangelio, ante los criterios o, incluso, las normas que recaen sobre el cuerpo del otro y sobre el nuestro?

La “gordofobia”: un debate con posturas encontradas
El debate sobre si existe o no la gordofobia divide opiniones de manera creciente. Para algunos, se trata de una forma real de discriminación; para otros, es un término ideológico. El contraste es fuerte, y las implicaciones del debate van mucho más allá del lenguaje. Analicemos algunos aspectos de la discusión.
Una discriminación que muchos aseguran vivir
El eco más fuerte sobre este tema se escucha del lado de mujeres que pertenecen al movimiento feminista. Ellas denuncian la opresión del ideal estético sobre los cuerpos de las mujeres. Este discurso ha tenido una amplia repercusión en sectores identificados con el pensamiento woke (movimientos en contra de injusticias sociales), que incluyen la diversidad corporal dentro de su agenda de reivindicación.
Los defensores del concepto “gordofobia” argumentan que no se trata solo de comentarios hirientes o bromas de mal gusto, sino de barreras estructurales y actitudes sociales que limitan la participación plena de las personas con cuerpos grandes. Se quejan, por ejemplo, de que no haya sillas adecuadas para su tamaño en lugares públicos, como restaurantes, aviones o auditorios; que se les cobre un segundo asiento en vuelos sin consideración por su dignidad; que no encuentran ropa de su talla en tiendas convencionales; o que son sistemáticamente excluidas de relaciones amorosas, no por su personalidad o valores, sino simplemente por su cuerpo.

En entrevistas y artículos disponibles en diversos medios y plataformas como el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED), se destaca que la gordofobia se manifiesta en prejuicios y estigmas que afectan la calidad de vida de las personas con cuerpos grandes. Según lo explica esta organización, estas suelen ser tratadas como inferiores o poco dignas de atención, incluso en entornos profesionales. También en el ámbito médico muchas quejas giran en torno a que todo diagnóstico para ellos se reduce al peso, pero otras personas con los mismos síntomas sí reciben tratamientos más completos y variados.

Además, muchos insisten en que no toda gordura es resultado de una mala alimentación o de falta de ejercicio. Se menciona la influencia de la genética, desórdenes hormonales como los de tiroides, efectos secundarios de medicamentos, condiciones socioeconómicas o incluso trastornos alimenticios como resultado de dietas fallidas. El discurso también está ganando cada vez más terreno en sectores académicos (aunque no nos enfocaremos en ese aspecto aquí). Aun así, esto demuestra que el movimiento feminista está teniendo éxito al poner el tema sobre la mesa —ya sea que tenga razón o no—.
En un debate en un canal de YouTube entre la cantante y empresaria Noa Sánchez y el deportista y youtuber Antonio Gutiérrez —ambos con sobrepeso—, Noa defiende esta línea de pensamiento, argumentando que “la gordofobia existe y atraviesa la vida cotidiana”, desde la falta de representaciones positivas hasta el rechazo explícito en la intimidad o en el empleo. Sostiene que nombrar esta forma de discriminación es un primer paso hacia el respeto, y que no hacerlo perpetúa estructuras de exclusión. Ha hablado de la discriminación que ha recibido en la industria musical, pues en discotecas la han rechazado, según ella, por su apariencia. Su canción Soy gorda y qué tiene más de cuatro millones de visualizaciones.

Críticas al término: ¿fobia o simple realidad?
En el lado opuesto, quienes rechazan el término “gordofobia” argumentan que este parte de premisas engañosas. En primer lugar, señalan que no toda incomodidad o gusto personal puede ser etiquetado como discriminación. Por ejemplo, en cuanto al cobro de dos asientos en aviones, algunos consideran que se trata de una cuestión práctica: si una persona ocupa más de un espacio, tiene sentido que pague por ello. Lo mismo ocurre con la ropa: encontrar tallas específicas puede ser difícil tanto para personas con sobrepeso como para quienes son muy altas o muy bajas, pero eso no necesariamente constituye un acto discriminatorio, o al menos no se habla de ‘altofobia’ o ‘bajofobia’ por eso.
Desde esta postura, se advierte que el término “gordofobia” se utiliza a menudo para deslegitimar cualquier opinión que no confirme el discurso de aceptación total del sobrepeso, incluso cuando esas opiniones se expresan con respeto y preocupación por la salud. Cabe aclarar que quienes están en el lado opuesto dicen que la idea no es promover el sobrepeso o la obesidad. Sin embargo, al mismo tiempo son promotoras del movimiento ‘body positive’, el cual propugna la aceptación y el aprecio de todo tipo de cuerpo, y cuestiona los cánones de belleza.
¿Hasta qué punto llega esa aceptación o aprecio? ¿La idea es terminar aceptando y normalizando asuntos como el sobrepeso o la obesidad? ¿No sería esto muy riesgoso para la salud de algunas personas? Eso no queda muy claro en sus campañas, y algunos críticos sugieren que ciertas influenciadoras podrían beneficiarse económicamente de promover esta narrativa. También se preguntan: “si está bien promover la obesidad, ¿sería correcto promover la anorexia?” O, “¿será este un discurso emocional que terminan creyéndose mucho más las mujeres?”

Antonio Gutiérrez, en el mismo debate con Noa Sánchez, reconoció que es una persona gorda, pero no cree que el mundo le deba una aceptación automática por ese hecho. “Estoy gordo porque como mucho”, afirmó, señalando que su peso es resultado directo de sus decisiones, no de un sistema opresor. Para él, usar la palabra “fobia” —que implica miedo irracional— desvirtúa el sentido de la palabra, pues muchas veces se trata simplemente de gustos personales o de criterios de salud razonables. “No sentirse atraído por una persona con sobrepeso no es odio”, dijo, “es cuestión de gusto”.
Además, desde esta postura se señala que patologizar el desacuerdo y prohibir toda alusión negativa al peso corporal podría tener consecuencias negativas en la salud pública, especialmente si se cuestiona o prohíbe la conversación franca sobre los riesgos asociados al sobrepeso —como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares o los problemas articulares—, que siguen siendo datos médicos contrastados. Hablar de ellos no debería considerarse odio, sostienen, sino responsabilidad.
Ambas posiciones, aunque muy distintas, coinciden en un punto: el cuerpo importa. Pero lo que para unos es un campo de batalla por el reconocimiento, para otros es una expresión de libertad personal que debe ir de la mano con la responsabilidad.

¿Y la Iglesia? Entre el silencio, el juicio y el consuelo
Dentro del cristianismo existen formas variadas de ver este tema. Para muchos, el sobrepeso no existe o, al menos, no se toca en la Iglesia. Si bien la gula es un pecado porque atenta contra varios mandamientos establecidos por Dios —como el guardarnos de avaricia, el no darle prioridad a los deseos físicos, entre otros—, no suele hablarse mucho de él. En varias ocasiones he escuchado un dicho entre creyentes: “Los cristianos no toman, ¡pero comen!”, a lo cual siguen algunas risas casi orgullosas de ello, y mientras tanto se está sirviendo comida que para nada es saludable. Quizás esto denota la poca importancia que se le da al asunto.
Adicional, el peso es difícil de tratar por los puntos álgidos que toca: la salud, la imagen, la espiritualidad y el pecado. ¿Es glotonería? ¿Es genética? ¿Es un asunto emocional? ¿Es simple desorden? Como no hay una respuesta clara, preferimos no decir nada.
En el otro extremo están quienes sí hablan… pero para burlarse o condenar. En ocasiones se caricaturiza la gordura y se atribuye necesariamente a la pereza, la indulgencia o la falta de fe. Algunos predicadores han presentado el sobrepeso como un pecado visible que deshonra a Dios, sin matices ni compasión. En sus sermones, el cuerpo se convierte en acusador público, como si todo exceso de peso solo pudiera explicarse por glotonería.

Kathi Lipp, escritora cristiana, lo describe así: “¿Puedo decirte lo humillante que es tener tu debilidad —tu pecado, según otros— a la vista para que todo el mundo lo vea? Incluso antes de abrir la boca, siento que ya me están juzgando”. Su testimonio muestra que hay luchas que son visibles, pero no por eso más simples.
Aunque la Escritura nos llama al dominio propio (2 Ti 1:7), también nos recuerda que Dios nos da gracia la lucha entre los deseos de la carne y del Espíritu (Ro 7:19). Entonces, el problema no es confrontar el pecado, sino hacerlo sin discernimiento ni gracia. Además, no en todos los casos el sobrepeso se debe a pecados y, en ese sentido, el error está en generalizar.
Ahora, muchos creyentes han adoptado la lógica del activismo cultural, pero con lenguaje cristiano. Afirman que “Dios ama todos los cuerpos tal como son” —una verdad bíblica—, pero lo hacen sin invitar al arrepentimiento, ni a la transformación, ni a la santidad. Parece que confundieran aceptación con resignación. En su artículo para Sojourners, Greta Lapp Klassen reflexiona sobre este enfoque: “Dios ama a las personas gordas tal como son. ¿Podemos nosotros?”. Es una pregunta legítima. Pero cuando este amor se desliga del llamado a la mayordomía del cuerpo, corre el riesgo de convertirse en autoafirmación sin la cruz; en consuelo sin verdad.

Lo mismo ocurre en discursos como el del artículo Mi cuerpo es un templo grande y gordo de Dios, de la autora Christy Painter, defensora de la salud mental y la justicia social. Allí el énfasis cayó en la afirmación personal más que en la transformación. Sí, nuestro cuerpo es templo del Espíritu (1 Co 6:19), pero esa es precisamente la razón por la cual debemos buscar honrarlo, no solo afirmarlo.
Pero también hay cristianos que han luchado con el sobrepeso durante años y hoy, tras haber perdido kilos, hablan contra esto con bastante firmeza. En su video de YouTube FAT Christians! This Dark Influence Is Destroying YOU, Christopher Minnieweather sostiene que la obesidad es consecuencia directa de la desobediencia, de una vida carnal y sin dominio propio. Aunque parte de sus afirmaciones están respaldadas por textos bíblicos, su tono y mensaje pueden reducir una lucha compleja a un juicio binario: delgado = obediente; gordo = esclavo del pecado.
Rita Springer, cantante cristiana, confiesa en su podcast Worship is My Weapon (La adoración es mi arma) que ha luchado toda su vida con su peso. “La iglesia ha tratado el tema de la obesidad como una vergüenza que debe ocultarse”, dice. “No sabemos cómo hablar de esto. Y yo tampoco he sabido, hasta ahora”. No habla como experta, sino como peregrina que aún está en su viaje personal.

Finalmente, habrá (y los hay) cristianos que no escriben libros ni graban podcasts, pero caminan junto a otros. No minimizan el problema, pero tampoco lo magnifican. No buscan explicaciones simplistas. Escuchan. Ayunan con el que lucha. Aconsejan con mansedumbre. Saben que el sobrepeso puede ser síntoma de algo más profundo: ansiedad, trauma, abandono, idolatría, desesperanza, o que simplemente es la consecuencia de una condición médica. Este grupo no está en los titulares, pero sí en los pasillos de las iglesias, en las oraciones silenciosas, en los cafés con lágrimas, en los abrazos sin juicio.
Preguntas y teología del cuerpo
¿Qué tiene que decir la Biblia sobre el cuerpo? ¿Sobre los excesos? ¿Sobre cómo hablamos del peso sin herir ni mentir?
Dios no nos deja sin guía. La Escritura es clara: lo físico importa, no solo el alma. El cuerpo también fue creado por Dios, no para la vanidad, sino para la adoración. Por eso la Biblia también habla con fuerza contra la gula, la indulgencia y el abandono de la responsabilidad personal. “No estés con los bebedores de vino, ni con los comilones de carne, porque el bebedor y el glotón empobrecerán”, dice Proverbios 23:20–21. El punto no es condenar el tamaño en sí mismo, sino advertir respecto a vidas desordenadas.

El problema no es el cuerpo en sí, sino usarlo como excusa para justificar el desorden, normalizar lo que nos destruye y excusar la negligencia bajo el disfraz de autoaceptación. Y sí, hablar de estas cosas es difícil, especialmente cuando muchos —dentro y fuera de la iglesia— han sido heridos, rechazados, avergonzados por su cuerpo. El objetivo no es repetir esas heridas. El objetivo es sanarlas con la verdad dicha con amor. Tampoco se trata de mirar a alguien con sobrepeso y asumir que vive en pecado. Algunos han estado luchando durante años. Otros han avanzado en silencio, aunque su progreso no se note aún. No juzgamos por la apariencia, pero sí nos animamos unos a otros a correr la carrera —no solo espiritual, sino también física— con perseverancia.
Y si tú estás en esa lucha, recuerda esto: no estás solo ni sin esperanza. El Evangelio no te exige un IMC específico, pero sí te invita a rendir tu cuerpo, tu historia, tus hábitos, tus heridas, al Señorío de Cristo, pues en Él hay perdón para el glotón, fuerza para el débil, y gracia para volver a empezar.

Daniel Cabús, fundador del ministerio “El Cristiano Fitness” y autor del libro Entrena tu corazón, propone una “mayordomía corporal bíblica” que integra el cuidado físico con la vida espiritual. En su artículo ¿Por qué nuestras iglesias necesitan una ‘teología del cuerpo’? publicado en Coalición por el Evangelio, argumenta que la Iglesia ha descuidado la enseñanza sobre el cuerpo, influenciada por un dualismo que separa lo espiritual de lo físico.
También destaca que Dios creó el cuerpo humano como algo bueno y que, a pesar de la caída, este sigue siendo valioso. Señala que tanto la negligencia como la idolatría del cuerpo son errores que la Iglesia debe corregir mediante una enseñanza bíblica equilibrada. Además, enfatiza que el Evangelio no solo redime el alma, sino también el cuerpo, como lo demuestra la encarnación y resurrección de Cristo. En resumen, aboga por una visión integral del cuerpo en la vida cristiana, promoviendo hábitos saludables como parte del discipulado y la adoración a Dios.
Conclusión: una cuestión del corazón
En una cultura saturada de imágenes perfectas, filtros y dietas exprés, es fácil asumir que el valor de una persona depende de su tamaño o su silueta. Y en ese contexto, las personas con sobrepeso sí pueden llegar a sentirse relegadas o juzgadas, incluso dentro de la Iglesia. Pero eso no significa que toda crítica al sobrepeso sea injusta, ni que todo llamado al cuidado del cuerpo sea opresivo. De hecho, el Evangelio nos llama a una vida de mayordomía integral, que incluye nuestra salud física.
La cuestión es el corazón: ¿desde dónde hablamos cuando opinamos sobre el cuerpo del otro? ¿Lo hacemos desde el amor que edifica, o desde el desprecio que hiere? ¿Desde una preocupación genuina, o desde un deseo de sentirnos superiores? Además, antes de adoptar sin reservas conceptos importados desde otras corrientes ideológicas —como algunas formas del feminismo contemporáneo que hacen de la identidad corporal un campo de batalla político—, conviene recordar que nuestro llamado como creyentes es a ver el cuerpo del otro con los ojos de Cristo: ojos que no clasifican según la talla, sino que invitan a todos —delgados o no— a una vida nueva en Él.
La Biblia nunca habla de la delgadez como virtud, pero sí del corazón humilde, del espíritu quebrantado, del dominio propio y de la sabiduría para vivir en libertad. Esa es la libertad a la que fuimos llamados, y que nos invita también a revisar nuestras actitudes hacia los demás, sin caer en extremos: ni en la condena, ni en la justificación automática de todo.
Referencias y bibliografía
It's Not 'Fat Shaming,' It's Physics | MedPage Today
¿Qué es la gordofobia y cómo afecta a nuestra sociedad? - France 24 Español | YouTube
ENTREVISTAS A MUJERES CON OBESIDAD ¿¡SUFREN GORDOFOBIA!? - Rescue You | YouTube
Christians & Fat Studies (How to DESTROY the World in 10 Simple Steps) - Daily Gospel | YouTube
NO es GORDOFOBIA: La OBESIDAD JAMÁS será SALUDABLE - Aries Terrón | YouTube
La Gordofobia NO EXISTE y el Body Positive es un FRAUDE | YouTube
GORDOFOBIA y OBESIDAD - Mr Doctor | YouTube
¿Por qué nuestras iglesias necesitan una “teología del cuerpo”? por Daniel Cabús | TGC
¿Es la gula un pecado? ¿Qué dice la Biblia sobre comer en exceso? | Got Questions
Qué es exactamente el movimiento woke y de dónde proviene | CNN
GORDOFOBIA - ¿Nuestra sociedad ODIA a los GORDOS? | YouTube
God Loves Fat People As They Are. Can We? | Sojourners
My Body is a Big, Fat Temple of God | Crossroads
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