Hace más de cincuenta años, en 1968, Estados Unidos lanzó la misión Apolo 8 a la órbita lunar. Se trataba del primer viaje espacial tripulado con el objetivo de explorar el satélite y empezar a comprender nuestro sistema solar. Los astronautas comisionados tomaron impresionantes fotografías que revelaron la inmensa fragilidad y soledad de nuestro planeta. La imagen de La Tierra tomada desde la órbita lunar se ha convertido en una de las imágenes más impactantes y poderosas de la historia humana.
Una misión que reconoció la soberanía del Creador
Esta gran misión, reconocida como un hito científico de su tiempo, no solamente se trató de exploración espacial o conocimiento técnico, sino también de contemplación por las obras del Creador y reconocimiento de nuestra dependencia de Él. Poco antes de regresar a la Tierra, y habiendo orbitado la Luna diez veces, los astronautas Jim Lovell, Bill Anders y Frank Borman transmitieron su última conferencia desde el espacio. Cada uno de ellos tomó su turno para leer los primeros diez versículos del Génesis, al tiempo que la nave bordeaba la superficie lunar a una altura de 70 millas.
Muchas personas se extrañaron de que el Antiguo Testamento fuera el texto elegido como despedida de la órbita lunar, pero los tres astronautas –en esa época, al menos– eran cristianos convencidos: Borman y Lovell eran protestantes, Anders era católico. Ninguno de ellos veía ambigüedad o contradicción alguna en esa versión de la creación, la cual parecía estar en contraposición con la versión de los científicos que los habían llevado allí. De todas formas, aquel acto fue bien recibido por el público estadounidense y pasó a la historia como la primera lectura de la Biblia fuera de la Tierra.
Este evento tiene especial relevancia por estos días, cuando el mundo recuerda a Frank Borman, comandante de aquella misión, quien falleció este 7 de noviembre a sus 95 años. Él seleccionó el fragmento del Génesis para leerlo durante la partida de la órbita del satélite y aquel evento coincidió con la celebración de la víspera de Navidad, en la que pidió a Dios que bendijera a todos en “la buena Tierra”.
Christianity Today señala que cerca de mil millones de personas escucharon la lectura de la historia de la creación en la transmisión del Apolo, en 1968. Según la Guía de Televisión de los Estados Unidos, una de cada cuatro personas en la Tierra vieron a los tres astronautas realizar su hazaña. Lovell, Anders y Borman fueron las primeras personas en toda la historia en dejar la órbita terrestre y llegar al “vecino” más cercano en el espacio. Como si se tratara de una oportunidad para despertar la conciencia humana, los astronautas leyeron la versión King James de la Biblia, la más usada en el mundo protestante anglosajón.
Cómo se eligió la lectura para despedir la Luna
Borman, al mando de la misión, y como laico comprometido dentro de la Iglesia Episcopal, expresó que él solamente estaba tratando de encontrar la mejor lectura para ese momento.
“No soy un fundamentalista. No creo en la interpretación literal de la Escritura; creo en una interpretación liberal”, señaló el astronauta a la revista Parade al año siguiente. Sin embargo, Borman mismo destacó la importancia del mensaje central de esos primeros versículos de la Biblia. “Yo acepto el mensaje bíblico, y este es que fue Dios quien creó el mundo”.
Una lucha patriótica
En un mundo en el que las visiones políticas e ideológicas se enfrentaban y aquello generaba consecuencias para la libertad religiosa (recordemos que al momento de la misión Apolo 8, la Unión Soviética existía como un estado ateo), Frank Borman veía la carrera espacial como algo más que una batalla tecnológica o simplemente una exploración científica. Para él, así como para muchos americanos, llegar a la Luna era una batalla patriótica y también una hazaña con connotaciones religiosas, así que hizo eco de las palabras de quienes sentían que había un aspecto espiritual importante en la exploración espacial.
En este sentido, es importante recordar que para la misma época en abril de 1961, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin, había completado la primera órbita a la tierra desde la cápsula Vostok 1. Aunque él fue un cristiano ortodoxo toda su vida, el carácter ateo de la Unión Soviética llevó al Secretario General del Partido Comunista, Nikita Jrushchov, a afirmar en medio de una campaña antirreligiosa: “Gagarin voló al espacio, pero no vio allí a ningún Dios”. Después de que Jrushchov pronunciara eso, comenzó a circular la frase atribuida a Gagarin: “No veo a Dios aquí arriba”. Sin embargo, los registros de sus conversaciones no indican que en algún momento dijera la frase, por lo que la atribución podría ser falsa.
El contraste entre la visión soviética del mundo y la visión de los astronautas americanos, nos indica que Borman acertaba cuando señalaba que había un aspecto espiritual en la misión espacial. “No creo que ningún hombre pudiera emprender este tipo de viaje sin algo de fe…” –dijo a la prensa– “O al menos yo no podría”.
¿Quién fue Frank Borman?
Frank Borman nació en Gary, Indiana el 14 de marzo de 1928. Era el hijo de Marjorie Ann y Edwin (apodado “Rusty”) Borman. Su familia era de clase media y tenía una tienda de mecánica y una estación de gas. A Rusty le encantaba construir modelos de aviones, por lo cual, tan pronto como su hijo tuvo la edad suficiente, lo involucró en su pasatiempo y lo animó a que se interesara en la aviación.
En su niñez, Borman vio su salud amenazada por una enfermedad respiratoria causada por infecciones en los senos nasales. Esto lo llevó a pasar por varias cirugías antes de cumplir cinco años. La familia tuvo que mudarse a la ciudad de Tucson para salvaguardar su salud. Fue justamente allí en donde aprendió a volar y comenzó a interesarse por la exploración del espacio.
Borman también era mucho más que un hombre interesado en la aviación. En la preparatoria, era la estrella en el equipo de fútbol americano y llevó a los Tucson High Badgers a la victoria del campeonato estatal en 1946. Después de la escuela, se unió a la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point y a la Fuerza Aérea; se hizo piloto de combate e instructor de vuelo. Dentro de sus logros académicos se destaca una maestría en ingeniería aeronáutica. Posteriormente, se convirtió en docente universitario en la Academia Militar.
Cuando se encontraba trabajando en West Point como docente, en 1957, Frank volvió su atención hacia el espacio. En octubre de ese año, la Unión Soviética lanzó el satélite Sputnik, el primero en su tipo en orbitar la Tierra. Poco después se lanzó el Sputnik 2, en el cual se transportó a Laika, una perra mestiza de Moscú que murió en la exploración del espacio asfixiada, en medio del calor y el estrés. Hasta entonces, el sacrificio de Laika no había sido dado a conocer al público, pero lo que sí se había sacado a la luz, daba la impresión de que los soviéticos aventajaban a los americanos en la carrera espacial.
El mismo Borman señalaba que sentía miedo de que los Estados Unidos no solo se quedaran atrás en esa área sino también en la carrera armamentística, la cual podría ser fundamental para decidir la lucha por el destino del mundo. De hecho, dijo en una ocasión que el desarrollo espacial de los rusos le sorprendía y dio su perspectiva del de Estados Unidos: “Realmente había una Guerra Fría en ese momento, y parecía como si los rusos [soviéticos] tuvieran la ventaja”, dijo en una entrevista para la historia oficial de la NASA. “Para ser honesto con todos, no había pensado acerca de un transbordador o del espacio antes. Cuando ellos lanzaron Sputnik, eso fue una gran sorpresa para mí”.
La misión Gemini 7, el viaje de Borman previo a Apolo 8
Antes de que la carrera espacial fuera sobre el descubrimiento de mundos lejanos, la NASA quería que esta se tratara de la capacidad del ser humano para adaptarse a entornos hostiles. Cuando Borman dejó la Fuerza Aérea para unirse a la NASA, fue asignado a la misión Gemini 7 con la tarea de orbitar la tierra durante catorce días con el copiloto Jim Lovell. El objetivo era llevar a cabo evaluaciones médicas y trabajar para asegurarse de que la nave espacial funcionara correctamente. También debían cerciorarse de los métodos correctos para almacenar alimentos y para deshacerse de los desechos humanos.
El programa espacial Gemini era el segundo más grande de la NASA, después del Mercury, y tenía como objetivo adelantar a los rusos en las misiones espaciales, colocando hombres en el espacio y realizando vuelos orbitales. Este proyecto antecedió al icónico programa Apolo, que tenía como objetivo llevar al hombre a la superficie de la Luna.
La misión Gemini 7 despegó el 4 de diciembre de 1965 y fue el primer viaje de Borman al espacio. Más adelante, él recordó que en los días previos al vuelo se encontraba abrumado por el temor a morir en el espacio. Para apaciguar sus miedos, volvió su mente y su corazón a su fe en Cristo. Él había sido criado en la Iglesia Episcopal (la rama estadounidense de la Iglesia anglicana en ese momento) y había permanecido en ella hasta la adultez.
Para Borman, el cristianismo era algo simple pero que involucraba devoción y lealtad completa al Señor. Él asistía a la iglesia y oraba regularmente, y cuando se encontraba en medio de la angustia, encomendaba su esposa y sus hijos a Dios. Además, le pedía el ánimo y la fuerza necesarias para enfocarse en la misión.
“No quería ser una víctima heroica en la conquista humana del espacio… –recordó– simplemente quería ser un padre y esposo que vivía y respiraba”.
La misión Gemini 7 duró solamente dos semanas, pero ese tiempo fue suficiente para causar algo de angustia y temor en Lovell y Borman. Los astronautas se vieron enfrentados a celdas de combustible y propulsores que fallaban y otras complejidades técnicas. A pesar de esto, la nave regresó de manera segura a la tierra y se estacionó en el océano Atlántico. Esta experiencia fue especialmente reveladora para Borman, quien viéndose enfrentado a un estrés y angustia notables, pudo darse cuenta de que “todo lo que me importaba estaba en la Tierra”.
El comienzo de las misiones Apolo, el viaje a la Luna
Borman pudo sentir que los viajes espaciales eran notablemente peligrosos, pues allí los astronautas se jugaban realmente la vida. Pero esto vino a verse con mucha más claridad durante la misión Apolo 1, cuando la nave se incendió durante un test de prelanzamiento, lo cual dejó sin vida a los tres astronautas que intentaban escapar al módulo de comando.
Precisamente, Borman fue asignado dentro del equipo de investigación para determinar lo que había salido mal. Tuvo que ver la aeronave quemada en su totalidad y escuchar las grabaciones de las voces de sus colegas mientras morían en el fuego. Naturalmente esto lo llevaba a sentir bastante ansiedad y preocupación respecto a una misión futura.
Sin embargo, estos temores no hicieron que Borman desistiera del proyecto de llegar a la Luna. Defendió el programa Apolo ante los líderes políticos que querían acabarlo. Así pues, argumentó sobre la importancia y la necesidad del programa ante personajes como Walter Mondale y el mismo Donald Rumsfeld. A pesar de los riesgos, señaló que el objetivo fundamental era vencer a los rusos en la misión hacia la Luna y que esto, en sí mismo, ya valía la pena.
Así, era probable indicar que los viajes a la órbita lunar y a la Luna como tal eran una aventura con una suerte incierta. Los riesgos de la misión Apolo 8 fueron estimados por la NASA en una tabla de probabilidades que indicó un 50 % de éxito y un 50 % de fracaso, algo que pudo haber hecho que cualquier persona común desistiera del viaje. Pero no fue así para Borman, aunque el miedo entre su familia era notorio, tanto que ni su esposa ni sus hijos se presentaron para ver el despegue del Apolo 8.
Con las muertes de los astronautas Grissom, White Y Chaffe y sus riesgos implícitos, Apolo 1 le abrió las puertas a Borman para ser incluido en el proyecto general. El duro e impecable trabajo de reconocimiento e investigación tras el accidente de dicha aeronave, le hizo ganar muchas simpatías y admiración entre los directores de la NASA. Por tanto, fue elegido para la tercera misión tripulada, tuvo que probar el módulo de mando y el módulo lunar en la órbita excéntrica alrededor de la Tierra.
Sin embargo, un retraso también obligó a los jefes de la NASA a cambiar a varios miembros de la tripulación. Sin un módulo lunar listo, y ante la posibilidad de que la Unión Soviética lanzara su propio cohete alrededor de la Luna con el programa 7K-L1, la NASA decidió enviar, en 1968, a Borman, Lovell y Anders en la misión Apolo 8. Todo lo demás quedaría para la historia.
Una misión que cambió radicalmente la forma en que la humanidad veía la Tierra
La Apolo 8 resultaría ser tan riesgosa como la fallida Apolo 1. Para llegar a la órbita lunar, Borman tuvo que pasar por un proceso en el que se le exigió la memorización de 566 botones, 71 luces y 40 indicadores. Además de esto, tendría que localizar cada una de estas herramientas aunque no tuviera visión. Esto era, sin lugar a dudas, un desafío que exigía una concentración y disposición únicas.
Las palabras que Borman pronunció al llegar a la órbita lunar quedaron registradas para la historia: “shutdown, okay, go ahead” (en español: apagado, de acuerdo, adelante). Fue algo muy simple, pero suficiente para que fueran recordadas en las décadas siguientes. Justo en ese momento, nadie en la Tierra pudo escuchar sus palabras, ya que los tripulantes de la misión Apolo 8 estaban volando sobre la cara oculta de la Luna. Incluso en Houston, donde se supervisaba el viaje, no podían saber si estaban vivos o muertos hasta que volvieron a aparecer por detrás del disco lunar.
Apolo 8 también fue una misión icónica ya que aquella fue la primera vez en que los seres humanos vieron el rostro oculto de la Luna. Además, le dejaron a miles de libros y documentos de referencia la legendaria imagen de la Tierra desde el espacio.
La lectura de los primeros versículos del Génesis en la misión Apolo 8
Antes de que se hicieran los preparativos oficiales para ir a la órbita lunar, Julian Scheer, funcionario de información de la NASA, le dijo a Borman que tal vez él podría decir algo mientras estuviera en la travesía. Los ingenieros y técnicos de la NASA habían programado una transmisión desde la Luna en la víspera de Navidad, de esa manera, la misión podía tener una gran audiencia televisiva (la más grande de la historia) y generar interés entre el público estadounidense y global.
A Borman no le dijeron en concreto qué tenía que decir, simplemente la directriz oficial fue: “di algo apropiado”. Esto fue sorprendente, más aún por el hecho de que en medio de la Guerra Fría nadie le indicó que tuviera que expresar propaganda a favor de Estados Unidos, por ejemplo. Aún así, este astronauta no tenía en mente algo para decir a la audiencia. Cualquier frase en la que pudiera pensar le sonaba a “cliché”, trillada.
En esas circunstancias, Borman pidió la ayuda de un amigo judío, Simon Bourgin. Pero él tampoco sabía qué decir, así que este amigo suyo acudió a su esposa, Christine Laitin, una exbailarina y exmiembro de la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Ella hizo una sugerencia que convenció a todos: “vuelvan al comienzo”. Esto significaba leer el relato de la Creación del Génesis. La idea inmediatamente convenció a Frank, quien la incluyó en su plan de misión.
La lectura del texto bíblico se hizo realidad el 24 de diciembre de 1968. La transmisión televisiva mostró la superficie lunar pasando por debajo de una de las ventanas del Apolo 8, y solamente la voz de los astronautas leyendo el texto de la Escritura copiado en una hoja de papel. Borman fue quien terminó la lectura del pasaje leyendo los versículos 9 y 10: “Y Dios dijo, Hagamos que las aguas bajo el cielo se unan en un solo lugar, y dejemos que la tierra seca aparezca: y así fue. Y Dios llamó a la parte seca 'Tierra'; y la unión de las aguas las llamó 'Mares'. Y vio Dios que esto era bueno”.
Después de pronunciar esas palabras, Borman dijo: “Desde la tripulación del Apolo 8, cerramos deseando una buena noche, buena suerte, una Feliz Navidad, y que Dios los bendiga a todos ustedes… a todos ustedes en la buena Tierra”.
El retiro y las reflexiones de un astronauta que vio la Tierra desde el espacio
Ver nuestro planeta desde el espacio siempre ha sido, según los testimonios de los astronautas que lo han hecho, una experiencia conmovedora. Tiempo después de viajar en el Apolo 8, Borman señaló que, como tal, la Luna no le gustó mucho. Desde la perspectiva de Borman, la gente cree que ir a la Luna es algo espectacular. Sin embargo, lo conmovedor para Borman no estaba en ese satélite, que le parecía gris, solitario, desolado y sin vida; en cambio, lo conmovedor de todo ese viaje era la Tierra, la cual brillaba como un punto de luz y se elevaba a la vista en el horizonte lunar.
Borman decía claramente que él no deseaba ver colonias humanas en la Luna, ya que sería algo triste y sin vida. De esta manera, lo que movía a Borman, espiritualmente, era la Tierra. “Era –recordaba el astronauta– la vista más bella, conmovedora, una que elevaba en mí un sentimiento de nostalgia, de fuerte nostalgia que surgía a través de mí (...) era la única cosa en el espacio que tenía color. Todo lo demás era blanco o negro, pero no la Tierra”.
“Como Dios, el astronauta miró hacia abajo, y lo llamó bueno”, indicó Christianity Today en su reseña de obituario de Borman.
En toda su carrera, Borman solamente estuvo diecinueve días y veintiún horas en el espacio. Sin embargo, se podría decir que fueron diecinueve días con los que cualquier ser humano podría soñar. La historia y los registros oficiales de la NASA señalan además que Borman estaba entre los candidatos para la misión espacial Apolo 11, que finalmente puso una nave tripulada en la superficie lunar.
Sin saber que en ese viaje irían a la Luna, el Frank rechazó la oferta y dejó en claro a la NASA que Apolo 8 había sido su última misión. Borman falleció pocos días después de la muerte de otro astronauta del programa Apolo, Ken Mattingly, con lo cual cada vez van quedando menos testigos y protagonistas de la que fuera una de las mayores aventuras tecnológicas en la historia de la humanidad: la carrera espacial.
La lección que nos dejan los astronautas del Apolo 8
Ante un mundo que hoy teme hablar de Dios, los astronautas del Apolo 8 son un testimonio notable de la fe y la confianza en el Señor. Ellos no tuvieron miedo a herir alguna sensibilidad con sus palabras, sino que se mantuvieron firmes en sus convicciones y expresaron aquello que de forma más natural brotaba de sus corazones: su fe religiosa.
Esta misma fidelidad es un ejemplo para todos los cristianos del mundo contemporáneo. Borman y sus compañeros no contendieron con nadie ni entraron en batallas ideológicas, simplemente anunciaron lo que creían y lo expresaron serenamente, con la firme certeza de que su mensaje era relevante. Este mismo mensaje, que Dios es creador y que ha hecho un mundo bueno, lleno de belleza y gracia, también es relevante para los creyentes de hoy.
Frank Borman fue precedido en la muerte por su esposa Susan, en 2021. Sus hijos Frederick y Edwin Borman le sobreviven.
Con información de Christianity Today, Naukas, y The Guardian.
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