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El siglo II fue decisivo para el desarrollo de la cristología. La Iglesia se enfrentó a diversos grupos que negaban algún aspecto de la persona de Jesús. Entre ellos estaban los ebionitas, quienes se caracterizaron por afirmar la humanidad de Cristo, pero también por negar Su divinidad. No sólo rechazaban la encarnación del Hijo de Dios, sino que también produjeron su propio evangelio para justificar tales ideas. En este artículo abordamos los orígenes y creencias erradas de este grupo.
Los orígenes: ¿de dónde viene “ebión”?
Tradicionalmente, en los estudios de cristología histórica, se identifica a los ebionitas con la negación de la realidad divina de Jesús. Sin embargo, existe un debate en torno al sentido de ese nombre. A lo largo del siglo XX, se estudiaron las fuentes antiguas y patrísticas sobre este singular grupo del siglo II, sin que se llegara a una definición exacta acerca del significado de “ebionitas”.
Desde el siglo IV en adelante, se han propuesto diversas teorías al respecto. Una de las más influyentes sostiene que Ebión habría sido el nombre de un judío cristiano que fundó el movimiento. Sin embargo, hoy esta conclusión es considerada insostenible, pues no hay registros de un Ebión histórico.

Otros autores antiguos exploraron la raíz etimológica del término “ebión”, que se relacionaba con las palabras “bajo”, “humilde” o “pobre”. Según esta interpretación, el grupo habría adoptado ese nombre para expresar las cualidades espirituales que reivindicaban y encarnaban la pobreza cristiana y el ideal de la humildad. Finalmente, algunos otros llegaron a una conclusión completamente distinta: que “ebionitas” hacía referencia a la visión baja, pobre y limitada que ellos tenían acerca de Jesús.
Aunque no podemos considerar ninguna de estas teorías como definitiva, todas reflejan alguna característica de este enigmático grupo cristiano del siglo II. La más central, sin duda, era que concebían a Jesús únicamente como hombre.

En todo caso, los estudios realizados desde el siglo XX sobre la naturaleza de los ebionitas han permitido identificarlos como un grupo religioso que surgió de los judeocristianos primitivos de los siglos II y III. Esto significa que los ebionitas provienen de una tradición cristiana vinculada al contexto palestino. A diferencia del judaísmo posterior a la caída del Templo en el año 70, los ebionitas creían en Jesús de Nazaret y en Su misión terrenal, pero lo valoraban de un modo distinto.
Otros datos relevantes sobre el grupo provienen del siglo II. Ireneo afirmó que reconocían únicamente el Evangelio de Mateo y que, al igual que algunos grupos judeocristianos, rechazaban la misión de Pablo, a quien consideraban un apóstata. Como judíos, cumplían la Ley, mantenían el modo de vida propio del judaísmo y veneraban Jerusalén.
Pero, ¿por qué a lo largo del tiempo se les ha llamado “herejes” y se les ha calificado como “heterodoxos”?

La imagen ebionita de Jesús
A partir de las refutaciones de autores cristianos antiguos y de las fuentes literarias de la tradición ebionita, este grupo religioso tenía una imagen de Jesús bastante definida. Decían que era un hombre, pero no uno ordinario, sino que era el profeta definitivo, el Mesías que vino a ponerle fin al sistema sacrificial del Templo cumpliendo y reformando la Ley y el culto. Sin embargo, debido a su judaísmo monoteísta, se negaban a aceptar Su divinidad. En otras palabras, como Mesías, era un hombre con dignidad elevada, pero no debía ser considerado un ser divino ni un humano divinizado.
Esta concepción estrictamente humana de Jesús se fundamentaba en la reflexión de la fe judaica en torno a la divinidad. No lo entendían como el Hijo de Dios mediante quien el Dios de Israel intervino en este mundo y se reveló a los hombres. Más bien, lo ubicaban dentro de una serie de figuras mediadoras que, por su función y misión, alcanzaban una identidad elevada; tal como sucedía, por ejemplo, con los profetas o los reyes.
Como han señalado los estudiosos, los ebionitas concebían a Jesús solo a partir de Su función; este era el criterio que definía Su identidad. Los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento hablan en repetidas ocasiones de Jesús como profeta y Mesías. Bajo la reflexión cristológica ebionita, Jesús es efectivamente todo esto: profeta final y Mesías davídico, pero de ello no se desprende ninguna realidad divina. Los profetas, reyes y otros mediadores del Antiguo Testamento eran hombres comunes que, tras ser elegidos por Dios, eran elevados a una dignidad superior, aunque seguían siendo hombres.

Como afirma Justino en su Diálogo con Trifón, a mediados del siglo II, algunos judíos admitían que Jesús era el Cristo, pero como “un hombre entre hombres”. De acuerdo con Epifanio, en el siglo III los ebionitas sostenían que Jesús no fue engendrado por Dios Padre, sino creado como un ángel superior. Aunque en esta afirmación aparecen elementos que no tienen un origen gnóstico, el trasfondo es el mismo: Jesús no es divino, sino humano. Según Ireneo, los ebionitas creían que la creación proviene de Dios, pero sobre Jesús comparten ideas y mitos semejantes a los de otros maestros gnósticos como Cerinto y Carpócrates.
En ese sentido, el dogma de Nicea, en el que Jesús es confesado como “Dios de Dios”, no tiene cabida aquí. No obstante, tampoco podemos concluir que el ebionismo sea la prehistoria del arrianismo. Incluso Arrio concebía a Jesús dentro de una categoría divina subordinada. Más bien, podría decirse que el ebionismo primitivo constituye la prehistoria de ciertos grupos adopcionistas y de corrientes antitrinitarias.

El evangelio de los ebionitas
Desde el siglo III, diversos autores cristianos identificaron cierta literatura asociada a los grupos ebionitas. Los estudios modernos, sin embargo, han arrojado mayor claridad al respecto: se han descartado algunos textos que los padres de la Iglesia relacionaban con ellos, y se ha podido precisar cuáles integran verdaderamente esa tradición. Entre esos escritos se encuentra El evangelio de los ebionitas, que ha sido catalogado como literatura apócrifa del Nuevo Testamento.
El título del texto fue designado posteriormente para poder identificarlo. Data de la primera mitad del siglo II, fue redactado en griego y utilizó como base los Evangelios sinópticos. Lo conocemos únicamente a través de fragmentos aislados transmitidos por Epifanio. Durante mucho tiempo, gracias a él y a otros autores antiguos, este manuscrito fue confundido con otro apócrifo: El evangelio de los Hebreos. Sin embargo, la investigación crítica del siglo XX permitió distinguirlo con mayor claridad y confirmar sus notables diferencias respecto al otro escrito.
El evangelio de los ebionitas conserva los elementos esenciales que nos permiten identificar las características teológicas y religiosas del grupo. En cuanto a su visión teológica, la imagen de Jesús ocupa el lugar central, pero no se menciona Su nacimiento ni Su resurrección. Según los especialistas, estas omisiones fueron intencionales: buscaban justificar la identidad estrictamente humana de Jesús. A la vez, ponían de relieve que, para otras comunidades cristianas, esos dos sucesos funcionaban como argumentos a favor de la divinidad de Jesús. Sin embargo, conviene señalar que no todos los grupos ebionitas compartían la misma postura sobre el nacimiento: algunos lo rechazaban de plano, mientras que otros lo aceptaban, incluso con la idea del nacimiento virginal.

Otro elemento relevante de este escrito es la narración del bautismo de Jesús. En ella, Jesús se somete al bautismo de Juan; los cielos se abren y el Espíritu desciende como paloma sobre Él, pero luego entra en Él. Se escucha también la voz del cielo que lo reconoce como Hijo, en quien se complace, con la adición de las palabras: “Mi Hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy” (Sal 2:7).
Según los ebionitas, esos dos detalles —el hecho de que el Espíritu entre en Jesús y que sea engendrado en ese momento por la voz divina— ofrecen el marco necesario para concebirlo como un hombre que fue poseído por el Espíritu en su bautismo y transformado en Hijo. Algo muy similar concluyeron algunos grupos adopcionistas de los siglos II y III.
Sobre la misión de Jesús, El evangelio de los ebionitas —El evangelio de los Hebreos para Epifanio— afirma que Jesús vino a abolir los sacrificios y que, si el pueblo no le ponía fin a esa práctica, la ira de Dios no se iba a apartar de ellos. Además, añade que cuando Jesús dijo que no venía a abrogar la Ley sino a cumplirla, no se refería a la totalidad de ella; los mandamientos éticos y de vida del judaísmo seguirían vigentes, mientras que el sistema de sacrificios debía cesar.
Finalmente, otra característica de El evangelio de los ebionitas es su inclinación vegetariana. Los sinópticos describen a Juan el Bautista como alguien que comía langostas (Mc 1:6; Mt 3:4; Lc 7:33). Sin embargo, al presentar la imagen y el estilo de vida de Juan, este evangelio apócrifo omite las langostas y menciona únicamente la miel. Siguiendo la misma línea, modifica las palabras de Jesús en la Pascua. En lugar de la afirmación: “¡Cuánto he deseado celebrar con ustedes esta Pascua!” (Lc 22:15), introduce una pregunta: “¿He deseado comer carne con ustedes en esta Pascua?”.

Jesús, ¿solamente humano?
La identidad del Jesús ebionita es completamente distinta a la imagen que presenta el Nuevo Testamento. Para este grupo de judeocristianos, Jesús es el Mesías y el profeta que Dios había anunciado a Moisés, pero concebido únicamente como hombre: un ser humano que, ciertamente, posee una identidad elevada, pero derivada de Su función, no de Su naturaleza o constitución personal. A diferencia de ellos, el cristianismo primitivo pudo confesar a Jesús con categorías que integraban tanto Su humanidad como Su divinidad, no solo en relación con Su misión, sino también con respecto a Su persona.
Frente a la concepción meramente humana de Jesús en el pensamiento ebionita, el testimonio conjunto del Nuevo Testamento ofrece una respuesta definitiva, al dejar claro de diversas maneras que Jesús es tanto humano como divino. Aunque los Evangelios y las Epístolas no constituyen una teología sistemática ni un manual de cristología, permiten identificar expresiones, fórmulas y confesiones que solo tienen sentido dentro de una elevada visión de la divinidad de Cristo.
Los relatos de la anunciación son definitorios desde el inicio. Si los ebionitas los omitían, no era por falta de fuentes, sino porque representaban un desafío a su creencia.

Los textos de Mateo y Lucas utilizan un rico lenguaje teológico para presentar a Jesús como un ser divino: María concibe no por obra humana, sino por la intervención del Espíritu (Mt 1:18, 20; Lc 1:30-31, 35). La revelación del nombre de Jesús abarca tanto Su misión como Su identidad: Él trajo el perdón (Mt 1:21), lo cual significa que realizó la acción redentora de Dios, pues solo Él salva y perdona, y solo Él había prometido por medio de los profetas que un día vendría en juicio y salvación.
Jesús también es presentado como el cumplimiento en persona de las promesas de Dios: vino por medio de María como el Emanuel, es decir, como quien encarnó la presencia y cercanía de Dios con Su pueblo (Mt 1:22). En la anunciación, Jesús fue revelado en Su condición elevada: gran hombre, Hijo de Dios y heredero de las promesas reales de David, Su padre (Lc 1:32-33).

Aunque el Evangelio de Juan no relata el nacimiento de Jesús, ofrece una reflexión más profunda e íntima sobre Su venida al mundo. El que en Mateo y Lucas aparece como un bebé en el vientre de María, en Juan se presenta en Su identidad previa a la encarnación. El capítulo 1 enseña que ese niño ya existía desde el principio como el Verbo, que estaba con Dios y que era Dios (Jn 1:1-2). Este Verbo, existente desde la eternidad, es anterior a la creación, pues fue el agente de ella (Jn 1:3, 10). Es también quien posee la vida misma de Dios (Jn 1:4), porque vive en comunión íntima con Él (Jn 1:18).
Para Juan, este Verbo que es la Luz y la Vida (Jn 1:4-8), no dejó de ser lo que era, sino que vino al mundo (Jn 1:9, 11), no como un espíritu etéreo e invisible, sino en la realidad de la carne: al entrar en el mundo, se hizo hombre y habitó entre los seres humanos (Jn 1:14). El versículo 14 constituye un testimonio clásico para demostrar tanto la eternidad y divinidad del Verbo como Su humanidad histórica: el Verbo, que es Dios (Jn 1:2), llegó a ser lo que nunca había sido, es decir, carne, con todas las características propias de lo humano.
Dios se hizo hombre.
Nota del autor:
Sobre el Evangelio de los Ebionitas, ver:
Los Evangelios Apócrifos (2005) de Aurelio de Santos Otero
Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid: 18-20
Historia de la literatura cristiana primitiva (2003) de Philipp Vielhauer. Sígueme, Salamanca: pp. 681-684
Introducción al Nuevo Testamento (1988) de Helmut Koester. Sígueme, Salamanca: pp. 720-722.
Referencias y bibliografía
Adversus Haereses de Ireneo de Lyon (I, 26; cf. III, 21)
Diálogo con Trifón de Justino Mártir (48, 4)
Panarion de Epifanio de Salamina (30:13, 1-8; 14, 5; 16, 4-5; 22, 4)
Die ersten 100 Jahre des Christentums. 20-130 n. Chr (2016) de Udo Schnelle, Vandenhoeck & Ruprecht: Göttingen, pp. 388-389.
Jewish Christianity. Factional Disputes in the Early Church (1969) de Hans-Joachim Schoeps. Fortress Press. Philadelphia.
Ebionites de F. Stanley Jones en Encyclopedia of Early Christianity (1999), editado por Everett Ferguson, Routledge, Taylor & Francis Group, London, pp. 357-358.
Ebionites de A. F. J. Klijn en Encyclopedia of Ancient Christianity (2008), editado por Angelo Di Bernardino. IVP Academic, Illinois, 1: p. 766.
Cristo en la tradición cristiana de A. Grillmeier (1997), Sígueme, Salamanca: 210-212.
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