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El rápido crecimiento de la iglesia primitiva fue uno de los fenómenos más increíbles y poderosos en la historia de la religión. Hechos 2 nos dice que miles fueron salvos por la predicación de Pedro y que cada día el Señor añadía a Su pueblo aquellos que eran salvos. La predicación apostólica llevó a miles a la fe en el evangelio. Los historiadores y los padres de la iglesia testifican que este crecimiento continuó durante los siguientes dos siglos. ¿Qué hacía que el pueblo de Dios hablara con tanto denuedo y fuera tan relevante en su momento?
Uno de los factores más importantes era la adopción. Santiago nos dice que la verdadera religión es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y la iglesia primitiva puso esa doctrina en práctica. En este artículo veremos cómo la iglesia primitiva se dedicó a al cuidado de los huérfanos desde sus inicios.
Los huérfanos en el mundo romano
El mundo romano de los siglos II y III era cruel con sus niños. El aborto era una práctica común y sumamente peligrosa. Utilizando un gancho de bronce, se inducía el aborto, sacando el feto de forma violenta. No sólo morían los bebés, sino que sus madres podían sufrir de infertilidad y aun la muerte.
Esta práctica constituía una solución rápida para problemas personales. Aquellos que tenían sexo promiscuo, recurrían al aborto para evitar embarazos no deseados. Los que no contaban con dinero para criar hijos, se libraban de un gasto adicional con el aborto. Quienes no querían que la herencia de sus hijos fuese dividida, abortaban. También el infanticidio era común, incluso Platón (387 a.C. - 347 a.C.) y Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C.) decían que los bebés que nacían y no eran deseados podían ser ahogados.
Pero a pesar del infanticidio y el aborto, la adopción era también una práctica muy acostumbrada por los romanos. Sin embargo, no había una motivación centrada en los huérfanos, sino que siempre había un propósito político detrás. El más común de ellos era la continuación de un linaje: si no era posible tener hijos biológicos que perpetuaran un linaje, se adoptaba a un hijo varón. Augusto (63 a.C. - 14 d.C.), el primer emperador Romano, es posiblemente el ejemplo más famoso de adopción en la antigua Roma. Además, criar hijos en el mundo romano era bastante costoso, así que cuando necesitaban de un varón en la familia, procedían a adoptar uno en lugar de criarlo desde bebé. Rara vez era visto que una mujer fuese adoptada[1].
Otra razón para la adopción en el mundo romano era la construcción de alianzas entre familias. Un grupo familiar podía entregar a uno de sus hijos en adopción a otro grupo, recibiendo a cambio una fuerte suma de dinero. Es posible decir que los hijos eran un bien con el cual se podía comerciar.
En conclusión, en Roma no había una preocupación por los niños en general. Literalmente se deshacían de ellos, y a los que adoptaban, los veían como instrumentos políticos y no como personas de las cuales cuidar[2].
Creyentes adoptando en el mundo romano
Es en ese contexto de crueldad hacia los huérfanos y niños no deseados en la Roma de los siglos II y III, que la iglesia pisó fuerte con el testimonio de Cristo en el cuidado de los huérfanos. Los ejemplos de esto son abundantes en las cartas y documentos de los padres de la iglesia, de apologistas y de textos de instrucción ministerial de los primeros siglos.
Por ejemplo, Ignacio (35-108), en su Epístola a los esmírneos, nos da evidencia del sentir de la iglesia por el cuidado de huérfanos. Exhortando a la iglesia, este padre de la iglesia dice:
“… consideren a aquellos que tienen una opinión diferente con respecto a la gracia de Cristo que ha venido a nosotros, cuán opuestos están a la voluntad de Dios. Ellos no tienen ninguna consideración por el amor; no hay cuidado de la viuda, o el huérfano, o el oprimido; por el esclavo, o el libre; por el hambriento o por el sediento.”
Para Ignacio no existe forma alguna de seguir la voluntad de Dios sin tener cuidado de los huérfanos. La identidad de un creyente estaba atada a su preocupación por los débiles y afligidos.
Justino Mártir (100-165), en su Primera Apología, nos muestra cómo la iglesia, hacia el año 123 d.C., apoyaba a los huérfanos con el sentir de toda una comunidad. Hablando de la adoración dominical, dice:
“Y aquellos que, haciendo bien y deseosos, dan según cada uno lo cree apropiado; y aquello que es recolectado es depositado con el que preside, quien da socorro a los huérfanos y viudas y a los que, ya sea por enfermedad o alguna otra causa, tienen carencia, y a aquellos que están en cadenas y a los extranjeros que viven entre nosotros; en una palabra, cuida de todos los que están en necesidad”.
La obra de la iglesia primitiva y su liderazgo al reunirse era el satisfacer las necesidades de los vulnerables en la comunidad. El fondo común era provisto por una familia, la cual acogía a los débiles y los tomaba como su responsabilidad. Tertuliano (155-220), en su Apología 39, también se refiere a este sentir de comunidad, y hace un énfasis particular en los niños que no tienen padres para sustentarlos:
“No hay compras o ventas de ningún tipo en las cosas de Dios. Aunque tenemos nuestro cofre del tesoro, este no está hecho de dinero de compra, como de una religión que tiene su precio. En el día que corresponde cada mes, si cada uno así lo desea, pone allí una pequeña donación; pero solo si es este su deseo, y solo si puede hacerlo; pues no hay coacción alguna: todo es voluntario. Estos regalos son, por así decirlo, un fondo de la piedad, pues no son tomados y gastados en banquetes, y reuniones de bebida, y casas llenas de comida, sino para sustentar y enterrar a los pobres, para proveer la carencia de niños y niñas sin medios ni padres, y de los viejos confinados ahora a sus casas…”.
También son de suma importancia las palabras de Arístides, filósofo y apologista cristiano, quien se refiere a la dinámica económica de la comunidad cristiana hacia mitad del segundo siglo. Lo valioso de estas palabras es que no constituyen ninguna clase de exhortación, sino que son la plena descripción de la realidad que vivían los creyentes. Dice en su Apología 15:
“La bondad es su naturaleza. No hay falsedad entre ellos. Se aman los unos a los otros. No niegan a las viudas. Rescatan a los huérfanos de entre aquellos que son crueles con ellos. Todo aquél que de entre ellos tiene alguna cosa da deliberadamente al que no tiene nada”.
El Espíritu de adopción en los siglos II y III
Los cristianos que cuidaban de los huérfanos en el mundo romano de los primeros siglos debían llevar una pesada carga económica. Incluso la aristocracia, que era el grupo de gente que regularmente accedía a la adopción por las razones mencionadas al principio, no podía adoptar más de dos o tres hijos por su elevado costo. Además, quienes decidían adoptar mujeres, debían afrontar el hecho de que una niña no tenía el mismo estatus de un hijo varón, y que, por lo tanto, criarla sería más difícil.
Pero los creyentes cuidaban de los huérfanos solo por amor a Cristo. Entendiendo el mensaje de Santiago acerca de la verdadera religión, los creyentes de los primeros siglos hacían cualquier sacrificio necesario, ya fuera social o económico, para hacer bien a los huérfanos. Su entrega era absolutamente voluntaria y no implicaba ninguna clase de recompensa. Al adoptar, evitaban muchos abortos y acogían a las niñas huérfanas y a todo infante cuyas características físicas no fueran deseables. En una palabra, los cristianos adoptaban a los niños indeseables que los romanos jamás adoptarían por razones egoístas.
Es necesario resaltar aquí la forma en la que Pablo y los creyentes en Roma entendían el concepto de “adopción”. Pablo, hablando de aquellos que han recibido el Espíritu de Dios y que son guiados por Él, dice a los creyentes en Roma:
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Romanos 8:15.
El apóstol no está pensando con la mente de un judío, pues la adopción como la conocemos hoy no existía en el mundo de Israel, a pesar de que había situaciones muy similares que no tocaremos en este artículo.
Pablo está pensando en la adopción romana: un acto que, excepto por su conveniente uso político, era voluntario, costoso y permanente. Era posible romper con el lazo de un hijo biológico, pero no con el de un hijo adoptado. Además, hoy una herencia se recibe después de que los padres han muerto, pero en los siglos II y III el hijo recibía la herencia de sus padres mientras estos estaban aún en vida, por lo que la adopción implicaba entregar todo al nuevo integrante de la familia.
La pregunta es, ¿qué ganancia podía tener Dios al adoptarnos? Ninguna en verdad. La adopción de Dios para con Sus hijos es un acto voluntario de amor absoluto que nunca podrá ser deshecho. Además, dijo:
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:17.
Por eso es tan sublime el mandato de adoptar al huérfano: solo así es posible mostrar el amor de Dios al adoptar a Sus hijos a través de la cruz. Solo así es posible vivir la verdadera religión.
Hoy, quizás la iglesia necesita ver hacia atrás y seguir el ejemplo de los creyentes en los primeros siglos, quienes sin las facilidades, seguridad y comodidades que tenemos hoy, se entregaron por completo a cuidar de los más débiles, entre ellos de los huérfanos, y a seguir el ejemplo del Padre Celestial, que nos adoptó en la familia de Dios.
Ya es un gran paso que la iglesia de hoy se movilice permanentemente en contra del aborto, y se oponga a todo tipo de ideologías que tocan la integridad del modelo bíblico de familia. Sin embargo, la iglesia no siempre es lo suficientemente activa promoviendo el cuidado de los niños y niñas sin hogar y la adopción dentro de sus comunidades. Los cristianos de los primeros siglos no sólo condenaron la actitud y las prácticas inhumanas de la sociedad en la que vivían, sino que le dieron más importancia a tomar acciones que contrarrestaran el pecado de sus conciudadanos no creyentes, y que les permitieran ser luz en un mundo lleno de tinieblas.
[1] Puedes conocer más en profundidad sobre las mujeres en el Imperio romano en el siguiente enlace: https://youtu.be/4MB716QU068.
[2] Puedes conocer más en profundidad sobre la compasión y la ayuda social en el Imperio romano en el siguiente enlace: https://youtu.be/sp7LsN_4rvM.
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