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A pesar de haber sido sacerdote católico durante décadas, este hombre conoció la verdad del evangelio y se convirtió en el líder más sobresaliente del movimiento anabaptista. Un grupo de sus seguidores holandeses adoptarían su nombre, iniciando lo que hoy conocemos como la iglesia menonita.
Convencido por el Nuevo Testamento
Menno Simons nació en el año 1496 en Witmarsum, actual Holanda. Muchos aspectos de la infancia de Menno no se conocen con claridad, aunque tenemos certeza de que nació en una familia de campesinos y que su padre se llamaba Simón. Desde muy joven, Menno sentía el deseo de dedicarse al sacerdocio católico, así que ingresó en una escuela monástica. Después de varios años de estudio, en marzo de 1524, a la edad de 28, fue ordenado en el sacerdocio en Utrecht y asignado a la iglesia de Pingjum, cerca de donde había nacido. Unos siete años después se convirtió en sacerdote de su iglesia natal en Witmarsum.
Aunque educado en una escuela monástica, entrenado para el ministerio y conocedor del griego y el latín, Menno nunca había tocado las Escrituras. Posteriormente escribiría sobre esto: “No las había tocado en toda mi vida, pues temía que si las leía pudieran guiarme mal.” Desde que inició su ministerio, Menno no se sentía satisfecho con las enseñanzas que había recibido en su formación como sacerdote.
Inicialmente sus dudas tenían que ver con temas doctrinales, pero luego escalaron hacia inquietudes sobre la Cena del Señor. Menno creyó que este tipo de pensamientos habían sido sugeridos por el Diablo, así que oró para pedir fortaleza. Al respecto escribió: “No podía librarme de este pensamiento. Finalmente, se me ocurrió la idea de examinar el Nuevo Testamento con diligencia. No había ido muy lejos cuando descubrí que estábamos engañados, y mi conciencia (...) se alivió rápidamente”.
Mientras las inquietudes seguían creciendo en el corazón de Menno, se propuso leer a profundidad su Biblia y también los escritos del reformador Martín Lutero (1483-1546). La lectura de las Escrituras le generaba mucho miedo, ya que le preocupaba que la iglesia lo enjuiciara como le había sucedido a Lutero y a Zwinglio (1484-1531). Pero después de su estudio, se convenció de que la autoridad de las Escrituras debía ser crucial y central para la iglesia y los creyentes.
Menno comenzó a predicar las verdades del evangelio y, para el año 1528, ya era conocido como un importante predicador, aunque siguió siendo un sacerdote ligado a Roma. Además, su vida personal no había mejorado mucho, pues aún luchaba con adicciones al juego y a la bebida.
Crisis
Pero entre más predicaba, más aumentaban sus dudas sobre la enseñanza de la iglesia. Pronto manifestaría divergencias sobre el tema del bautismo infantil y sobre el verdadero significado de la membresía de la iglesia. Sus dudas sobre el bautismo vendrían después de conocer que un anabaptista había sido decapitado. Al respecto escribió: “Me pareció muy extraño oír hablar de un segundo bautismo. Examiné las Escrituras con diligencia y las medité seriamente, pero no pude encontrar ningún informe sobre el bautismo de niños.”
Su estudio del Nuevo Testamento también le llevaría a concluir que solo las personas con una fe madura, que reconocían a Cristo como su Señor y que habían calculado el precio de seguir a Jesús, podrían ser consideradas para ser unidas a la iglesia. Esta posición también afectaba su visión acerca del bautismo, pues solo las personas que habían demostrado lo anterior podrían ser bautizadas como un sello del pacto y testimonio para todo el mundo.
Mientras el pensamiento de Menno seguía en transformación, una crisis final recaería sobre él, cuando el ala revolucionaria del movimiento anabaptista levantó una gran polémica. Algunos anabaptistas radicales habían tomado control de la ciudad de Münster. Para el 7 de abril de 1535, el Olde Klooster cerca de Bolsward, que había sido ocupado por los anabaptistas como zona de preparación para la ayuda a Münster, cayó ante el ataque de la milicia estatal. Entre los muertos se encontraban miembros de la congregación de Menno y Peter Simons, quien pudo haber sido su hermano.
Al respecto escribió:
Vi que estos niños celosos, aunque estaban equivocados, voluntariamente dieron su vida y sus propiedades por su doctrina y fe (...) Pero yo mismo continué en mi cómoda vida y reconocí las abominaciones simplemente para poder disfrutar del consuelo y escapar de la cruz de Cristo.
Esta comprensión lo llevó a pedir perdón a Dios con lágrimas. Durante nueve meses a partir de entonces, predicó la doctrina anabaptista desde su púlpito católico. Finalmente dejó la iglesia y un año después se unió por completo a un grupo de anabaptistas pacifistas que se oponían firmemente al pensamiento münsterita. Tan pronto como se unió al grupo, fue ordenado como ministro anabaptista.
A partir de entonces, Menno se dispuso a reconstruir la hermandad dispersa y desanimada. Para esto, empezó a esbozar lo que sería el marco de referencia para sus seguidores. Sus puntos más importantes eran: doctrina pura, uso bíblico de los sacramentos, obediencia ética, amor al prójimo, un testimonio claro y abierto de fe y buena voluntad para sufrir.
Persiguiendo a los pacifistas
Durante los siguientes tres años viajó constantemente, predicando, bautizando, instruyendo a los nuevos creyentes en la fe y denunciando los restos apocalípticos del reino münsterita.
Entre 1543 y 1544, Menno trabajó en Frisia Oriental, para luego trasladarse a Renania, donde sirvió los siguientes dos años. Finalmente se trasladó a Holstein, cerca de Oldesloe, al noreste de Hamburgo. Estando allí encontró el tiempo, el espacio y el ambiente para dedicarse a la escritura. También estableció allí una imprenta para producir literatura anabaptista. Además, se dedicó a viajar a varias ciudades circundantes e incluso estuvo en los Países Bajos.
Después de unirse al movimiento anabaptista y durante el resto de su vida, Menno, y más tarde su esposa y sus hijos, vivieron en constante peligro como herejes. Pero él asumió una posición profundamente radical acerca de sus circunstancias. El deber del cristiano era sufrir, no luchar, creía Menno. Al respecto escribió: “Si la Cabeza tuvo que sufrir tal tortura, angustia, miseria y dolor, ¿cómo pueden sus sirvientes, hijos y miembros esperar paz y libertad en cuanto a su carne?”
Una queja al regente de los Países Bajos en 1541 decía sobre Menno:
“El error de la secta maldita de los anabaptistas (...) sin duda sería y permanecería extirpado, si no fuera porque un ex sacerdote Menno Simons (...) ha engañado a muchas personas simples e inocentes. Para apresar y aprehender a este hombre hemos ofrecido una gran suma de dinero, pero hasta ahora sin éxito. Por lo tanto, hemos albergado la idea de ofrecer y prometer perdón y misericordia a unos pocos que han sido engañados (...) si lograran el encarcelamiento del mencionado Menno Simons”.
El propio emperador Carlos V (1500-1558) ofrecía una jugosa recompensa a quien ayudará a capturar al líder de los anabaptistas. Un hombre de Holanda fue ejecutado simplemente por permitir que Menno se quedara con él. A pesar de esta ferviente persecución, el exsacerdote nunca fue capturado.
Menno estaba armado con un pacifismo extremo que le permitió acumular seguidores muy rápidamente. Estos dejaron de ser vistos como un grupo violento y extremista y comenzaron a considerarse un movimiento pacifista, moderado y devoto. Los menonitas desde entonces se convirtieron en un movimiento que rechazaba abiertamente los medios violentos, abrazaba el pacifismo y defendía una separación estricta de los poderes del mundo. Estas posiciones, sin embargo, traerían consecuencias sobre los anabaptistas, como marginación social y económica, tortura e incluso la muerte.
Menno trabajó arduamente en definir el carácter de la verdadera iglesia en contraste con las iglesias oficiales dirigidas por los estados. Para él, la verdadera iglesia se encontraba en el cuerpo local de creyentes que se reunían voluntariamente para estudiar la Palabra de Dios y que se comprometían a vivir una vida de discipulado y ayuda mutua. Esta comunidad era una sociedad alternativa donde la violencia y la imposición no tenían cabida, un escenario donde la crianza en la fe y la disciplina mutua según la enseñanza de Jesús en Mateo 18 podía suceder.
La idea de Menno sobre una iglesia que fuera una comunidad profundamente comprometida fue realmente revolucionaria. La tentación protestante de considerar a la iglesia como una institución estrechamente aliada con el poder, encargada de la tarea de mantener el estatus quo y con una identidad virtualmente independiente de la vida de los creyentes individuales, fue desafiada.
La deuda de la iglesia con Menno Simons
El legado de Menno Simons fue mucho más allá de su vida. La iglesia menonita lleva el legado de este hombre hasta hoy. Sin embargo, Menno no fue el fundador de la iglesia menonita. Tampoco fue el principal portavoz del movimiento anabaptista primitivo. La auténtica importancia de Menno radicó en su capacidad de liderazgo dentro del naciente movimiento anabaptista. Su liderazgo estuvo basado en su personalidad tranquila, orientada bíblicamente a través de sus escritos, muchos de los cuales se conservan hasta hoy, que sin ninguna duda consolidaron las ideas y principios del movimiento.
Menno combatió los dos lados del espectro que constituían una amenaza contra el movimiento anabaptista. El primero era el ataque constante por parte del catolicismo y el rechazo por parte de los protestantes. El segundo, fanáticos del movimiento, ataque que venía desde adentro.
Menno Simons dejaría de escribir, predicar y enseñar a los 66 años, cuando cayó gravemente enfermo. Murió el 31 de enero del año 1561 cerca de Lübeck, Alemania. Sin ninguna duda, este hombre fue un líder de la reforma con profundas raíces bíblicas, completamente cristocéntrico, impregnado del lenguaje evangélico del Nuevo Nacimiento y la Gran Comisión. Aunque no lo notemos, casi todos los evangélicos de hoy le debemos mucho a Menno Simons. Independientemente de la comprensión que se tenga del pacifismo cristiano, todos somos herederos de Menno.
Ahora, dentro de la inmensa mayoría del movimiento evangélico, se asumen los principios de la libertad de culto y de una iglesia separada del estado, principios por los que muchos anabaptistas del siglo XVI pagaron con sus vidas. Hoy en día, casi un millón de menonitas, repartidos en cinco continentes y más de 60 países de todo el mundo, siguen el legado de este gran hombre.
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