La Reforma protestante del siglo XVI representó un cambio de paradigma en el cristianismo respecto a la historia hasta ese momento. Sabemos que Jesucristo es la solución a todos los problemas humanos y es la solución que Dios ha provisto para la reconciliación y sanación de todas las cosas. El cristianismo introdujo esa fuerza transformadora en la sociedad.
Ahora bien, el pueblo de Dios, la iglesia, ha tenido diferentes grados de efectividad a través del tiempo. Durante los primeros tres siglos de la era cristiana fue bastante efectiva en la transformación de la cultura del Imperio romano, hasta el punto de que muchas de las prácticas paganas fueron decayendo y perdiendo importancia, e inclusive siendo erradicadas, todo debido a la influencia del cristianismo. Como ejemplo tenemos la lucha de los gladiadores, las fiestas de las vestales y otras prácticas y características de la cultura pagana. La influencia de la iglesia transformó la civilización pagana del Imperio romano, y posteriormente la iglesia fue adoptada por el imperio a través del emperador Constantino.
De ahí, desde el siglo IV hasta el siglo XVI, la iglesia tuvo una efectividad muy limitada. Si bien el cristianismo civilizó a Occidente y creó una sociedad en base a sus ideas, la fusión con el poder político, el sentido de dependencia de los ricos, la necesidad de ejercer hegemonía y poder sobre las personas, llevaron a la Iglesia por una ruta diferente al Nuevo Testamento. Ya en la alta edad media, la iglesia católica romana era más una institución política y económica que una comunidad espiritual para la cultura europea; se habían desviado completamente.
Durante los siglos de hegemonía de la iglesia católica romana, la imagen que se comunicó a la sociedad fue la de una de jerarquía opresiva, con la idea de que hay seres humanos más valiosos que otros, lo cual es contrario a la Escritura. Esa idea de jerarquía venía de una falsa creencia derivada del paganismo: Dios, para gobernar su creación, utiliza seres creados en la llamada “cadena de los seres”. De ahí que la sociedad tenía una estructura de reyes, nobles y señores feudales, etc., a través de quienes comunicaba su voluntad. Con el papa, los cardenales, los arzobispos, los obispos y los sacerdotes, la iglesia siguió el modelo de la cultura.
Ahora bien, durante el siglo XVI ya el mundo europeo estaba agotado de esa opresión de la iglesia y de la inutilidad e infertilidad cultural que estaba trayendo a las naciones europeas, por lo que nace La Reforma Protestante. Desde nuestra perspectiva del siglo XXI, la Reforma implicó un cambio en el paradigma del cristianismo, basado en una nueva visión sobre cómo debe funcionar la Iglesia. Inspirados en principios bíblicos esenciales como la Gloria de Dios en todas las cosas, la supremacía de Jesucristo, la salvación por medio de la gracia, la salvación por medio de la fe y el predominio de las Escrituras, se creó todo un movimiento que transformó primero a la Iglesia y luego la cultura de las naciones de Europa del norte.
Las naciones de Europa del sur que no abrazaron la Reforma protestante permanecieron bajo el catolicismo romano y bajo un atraso cultural, social, político y económico que todavía hoy en día es manifiesto. Esa transformación en la cultura de las naciones y el carácter personal de los discípulos fueron el principal fruto de la Reforma. Los nuevos creyentes pasaron de ser personas serviles y dictatoriales de la edad media a hombres y mujeres libres de conciencia, que solamente obedecían al señorío de Jesucristo y no a otros humanos. Aunque se sometían piadosamente a las instituciones establecidas por Dios para el orden de la sociedad, su conciencia, su mente, sus emociones y su voluntad estaban solamente comprometidas con Jesucristo. Ese fruto de libertad es la base de la transformación cultural, social, política y económica que tuvo lugar en las naciones de Europa del norte durante la Reforma.
Cuando decimos Europa del norte, hablamos principalmente de Suiza, Alemania, la Francia bajo el movimiento de los Países Bajos, Holanda, las tierras escandinavas, Escocia e Inglaterra, lugares desde los cuales se proyectaría hacia los Estados Unidos y Canadá. Esos países constituyen todavía las regiones más adelantadas y desarrolladas de la humanidad. Su desarrollo no solo fue económico, sino que también implicó un cambio en las libertades públicas y la capacidad de expresión de la individualidad que Dios ha puesto en los seres humanos.
Así, la Reforma Protestante del siglo XVI constituye un paradigma que nosotros debemos imitar. En Latinoamérica, el mensaje que llegó a nosotros a través del movimiento misionero del siglo XIX fue un evangelio diluido y reaccionario, que ya estaba debilitado por la pugna con el liberalismo y con la alta crítica, y que se refugió en una proyección y una privatización de la fe cristiana, sacándola de la esfera pública.
El discipulado de las naciones se mide por el grado de transformación de la cultura en donde se predica y la Palabra. Las buenas nuevas predicadas aquí estaban centradas en la salvación de las almas y en el beneficio a la criatura, pero no en la Gloria de Dios. Esto produjo poca evidencia del señorío de Cristo y de la transformación que el Reino de Dios genera dentro de la sociedad cuando es insertado.
Una nación donde hay muchos creyentes y muchas iglesias, pero la cultura sigue sin cambiar, es evidencia de una sociedad que no ha sido discipulada. El propósito de la iglesia es discipular a las naciones, no solo evangelizar y plantar iglesias; es mostrar el señorío de Jesucristo en todas las esferas de la vida. Él es tan soberano sobre la iglesia como lo es del palacio nacional, y solamente hombres y mujeres que entienden eso y están libres de sumisión a otros seres humanos y sus intereses, pueden producir un cambio, como se produjo en la Europa del Norte.
Nuestras naciones latinoamericanas todavía operan bajo la cosmovisión católico-romana de la Edad Media. Latinoamérica no ha conocido la modernidad, mucho menos podemos entender la posmodernidad. Nuestras naciones pre-modernas siguen rindiendo culto al ser humano, al líder, a aquellos que están en autoridad, y derivada de esa idea de la “cadena de los seres”, toda persona que está en una posición de autoridad tiende a ser idealizada, alabada y adulada.
¿Cómo se liberó el mundo de ese yugo de sumisión al poder de un humano sobre otro? ¿Cómo fueron libradas las conciencias de las personas? En Latinoamérica necesitamos una nueva reforma del siglo XXI que produzca hombres y mujeres libres en nuestras naciones, pues nunca los hemos tenido.
Nosotros no somos libres. Todavía pensamos que quienes nos dirigen, desde la familia hasta el gobierno civil, son personas especiales que Dios ha creado, pues sin ellos no hubiésemos podido desarrollarnos. Esa es una mentira que debe ser erradicada del corazón y de la mente de nuestros ciudadanos. ¿Cómo se hace? Por la gracia del Espíritu Santo y la Palabra de Dios trabajando en los corazones de los hombres y las mujeres comunes y corrientes.
La Reforma protestante estimuló que cada hombre y mujer fuera a su Biblia para que oyera directamente de su Dios. A pesar de tener predicadores excelentes, tal vez de los mejores teólogos en la historia que la humanidad ha conocido, la gente común y corriente de la Reforma era incentivada a discernir los misterios de la Escritura directamente en su en su casa y con su propia familia.
En Latinoamérica necesitamos volver a un evangelio bíblico. El evangelio que nosotros conocemos, en su mayoría, está implantado en una plataforma cultural medieval con características católico-romanas. Muchos líderes de las iglesias evangélicas reproducen el modelo jerárquico de la iglesia católica, característico de las estructuras sociales económicas y políticas de la Edad Media.
Ahora bien, la nueva reforma del siglo XXI tendrá que ser una reforma autodidacta. En el siglo XVI la reforma fue promovida por clérigos pertenecientes a la Iglesia. En este caso tendrá que ser a través de los medios de comunicación masiva y a través de la autodidaxia. El rol que cumplió la imprenta para la primera reforma lo tomarán los medios de comunicación masiva.
Nuestras naciones están llenas de la Gloria de Dios, pero esta no es visible porque no hemos sido discipulados para transformar la sociedad. Necesitamos una reforma del cristianismo evangélico en nuestras tierras, que haga florecer el potencial que Dios ha puesto en todas las naciones. Debemos mostrar al resto del mundo una nueva ola de efectividad del cristianismo, del evangelio y del Reino de Dios. Quiera Dios bendecirnos con tal gracia en nuestra generación o en la próxima. De ahí que nuestros jóvenes y nuestros niños son el activo más valioso que tienen nuestras iglesias, por lo que debemos aprender a ministrarles efectivamente.
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