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Nacida en una familia de misioneros, esta mujer creció viendo las profundas necesidades físicas y espirituales de la India. A pesar de esto, ella despreciaba a este país asiático y había prometido nunca convertirse en misionera allí. Una visita durante sus vacaciones lo cambiaría todo.
Bienvenidos a este resumen de la vida de Ida Sophia Scudder (1870-1960).
Seminarista traviesa
Ida nació el 9 de diciembre de 1970 en la India. Su padre era el Dr. John Scudder, parte de una larga línea de misioneros médicos que comenzó con el abuelo de Ida, el Rev. Dr. John Scudder (1793-1855), quien con sus siete hijos se convirtió en misionero. En cuatro generaciones, la familia Scudder envió a 42 misioneros a la India y a otras naciones.
Dwight L. Moody (1837-1899) invitó a Ida a estudiar en su seminario para niñas en Northfield, Massachusetts. Ella esperaba casarse, establecerse y tener una familia en Norteamérica después del seminario. Ida era conocida por sus travesuras en el seminario. Se escapaba a veces del internado, protestaba por la comida y en ocasiones se le encontró fumando en el ático.
En un recorrido en bicicleta en los EE.UU, Ida se infectó por el agua contaminada de un pozo. Su vida estuvo en grave peligro, pero afortunadamente un médico famoso pudo supervisar su caso. El cuidado, la fuerza de su cuerpo y las oraciones le salvaron la vida.
Recuerdos de la India
Al graduarse del Seminario Northfield en Massachusetts, Ida regresó a visitar a sus padres a la India, decidida a nunca convertirse en una más de la larga lista de "Scudders misioneros". Ida siempre había visto la India con cierto desprecio. Si se le hubiera pedido que definiera la buena vida, ella habría respondido algo como "matrimonio próspero en América".
Sus recuerdos de la India no eran buenos. Cuando era pequeña, repartió pan a niños demasiado débiles para sobrevivir y vio cadáveres de niños abandonados junto a la carretera. Realmente despreciaba la idea de vivir allí cuando fuera adulta.
Tres mujeres en una noche
Pero sus aspiraciones cambiaron en una sola noche. Mientras leía en su habitación, un hombre brahmán golpeó a su puerta. Le pidió que fuera a asistir a su esposa, que estaba de parto. Las parteras habían hecho todo lo posible, pero sin ayuda, la niña moriría. Ida respondió que no sabía nada sobre partos, pero que su padre era un médico experto y que ella lo llevaría allí tan pronto como él regresara. El brahmán se negó. "Será mejor que muera a que un hombre entre en la casa", dijo.
Ida sintió pena por la pobre muchacha. ¿Pero qué podía hacer ella? Después de que el desconsolado hombre se fue, ella volvió a la lectura. De nuevo sonaron pasos en la terraza. Ida corrió hacia abajo y encontró un mahometano. "Por favor", suplicó. "Ven a ayudar a mi esposa". Se estaba muriendo en el parto. John Scudder, que ya había regresado, se ofreció a ir. El mahometano se negó. Ningún hombre fuera de su familia había mirado la cara a su esposa. No podía permitir que un hombre extranjero se acercara a ella. Ida y John no pudieron hacerle cambiar de opinión. Ida regresó a su habitación, pero no pudo interesarse en su libro. De nuevo oyó pasos. Para su horror, apareció un tercer hombre: un hindú de casta alta. Él también tenía a su joven esposa muriendo en el parto.
"No pude dormir esa noche, fue demasiado terrible", escribió Ida más tarde. “...murieron tres niñas porque no había una mujer que las ayudara. Pasé gran parte de la noche angustiada, orando. No quiero pasar mi vida en la India. Mis amigos me rogaban que volviera a las oportunidades felices de una joven como yo en los Estados Unidos, y de alguna manera sentí que no podía renunciar a eso. Me fui a la cama temprano en la mañana después de orar mucho por orientación. Creo que fue la primera vez que conocí a Dios, y todo ese tiempo parecía que me estaba llamando a este trabajo”.
“Temprano en la mañana envié a nuestro criado, que había llegado temprano, a la aldea para averiguar el destino de estas tres mujeres. Él regresó diciendo que todas habían muerto durante la noche... Nuevamente me encerré en mi habitación y pensé muy seriamente sobre la condición de las mujeres indias y, después de mucho pensar y orar, fui con mi padre y mi madre y les dije que debía estudiar medicina, y regresar para ayudar a esas mujeres”.
Medicina de primer nivel
Afortunadamente para Ida, Elizabeth Blackwell (1821-1910) había abierto el camino para las mujeres en la escuela de medicina. Ida podría estudiar en escuelas de primer nivel. Su decisión de convertirse en médica misionera no parecería inútil para un público que ya conocía el trabajo de Clara Swain (1834-1910), la primera mujer médica misionera de la India.
Finalmente se graduó de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cornell en la primera clase abierta para mujeres. Ya Ida era una médica muy bien entrenada y estaba lista para regresar a la India, pero no quería llegar con las manos vacías.
Ida recordaba a las niñas novias, embarazadas antes de que sus cuerpos estuvieran maduros para tener bebés. Siempre se le venían a la mente esas mujeres encerradas en sus casas, sin nada que beber mientras sufrían por su enfermedad porque los sacerdotes decían que era peligroso que salieran. Sí, se necesitaba un hospital para mujeres.
Había un médico por cada 10,000 personas en la India. Los practicantes tradicionales de medicina tenían algunos remedios. Por ejemplo, un "médico" podría tratar una enfermedad ocular con una mezcla de pimienta molida y vidrio. Como este, muchos otros tratamientos resultaban muy dañinos.
Un proyecto “imposible”
Ida no quería que esto siguiera pasando, así que se propuso recaudar el dinero suficiente para construir un hospital para mujeres en Vellore, una ciudad ubicada al sureste de la India.
A pesar de la incredulidad que generaba el proyecto entre quienes estaban a su alrededor, Ida se propuso recaudar el dinero, así que inmediatamente se dedicó a la recaudación de fondos, llamando a cualquiera que creía que la podría ayudar.
Milagrosamente, un banquero de Nueva York se compadeció de la joven misionera, fue convencido del proyecto y donó una suma equivalente al 20% del presupuesto para la construcción del hospital. Finalmente, Ida logró recaudar el dinero necesario y se fue a la India con un proyecto y con el dinero para financiarlo.
Una médica popular
Al carecer de instalaciones, pues el hospital de mujeres no se pudo construir durante dos años, Ida adecuó un dispensario para iniciar su trabajo médico. Al principio, la sospecha mantuvo alejados a sus pacientes potenciales, ya que su primera atención médica fue un caso desesperado por el cual no podía hacer nada. La confianza en su trabajo se minó al correr la voz de que su paciente había muerto.
Pero una mujer miembro de una alta casta hindú llegó a examinar sus ojos. Tenía una conjuntivitis grave. Ida la trató con éxito, así que la demanda de sus servicios aumentó constantemente después de eso. Pronto tenía tantos pacientes, que tuvo que reclutar a su criada de la cocina para que la ayudara. La compasión llevó a Ida a asumir más y más trabajo. Pronto atendió cien, doscientos, trescientos, incluso quinientos pacientes al día.
Ida llevó sus servicios al campo en una carreta de bueyes, operando en las orillas de las carreteras. Mientras conducía a casa exhausta por la noche, hombres y mujeres la llamaban para atender casos de urgencia. El nivel de agradecimiento de sus pacientes era tal, que algunos de ellos se arrodillaban ante Ida, creyéndole la encarnación de un dios.
Afrontando necesidades gigantescas
Incluso si decenas de médicos vinieran de América y Europa, sus servicios serían una gota de agua en un océano de necesidad. A las mujeres indias se les debía enseñar a cuidar a otras mujeres. Esa idea llevó a Ida a crear la escuela de enfermería de Vellore. Tan pronto como se abrió, Ida puso su vista más alta. Si pudiera entrenar enfermeras, podría entrenar médicos.
Nunca satisfecha, en 1918, con la ayuda de mujeres de muchas denominaciones, fundó una universidad para capacitar a mujeres en la medicina. No fue fácil. Ida hizo el trabajo de seis personas. Los patrocinadores lucharon mucho durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial para recaudar fondos para apoyar a Vellore a medida que crecía. Una y otra vez, el trabajo llegó al borde de la crisis, pero Dios siempre parecía rescatarlo.
Comenzando con diecisiete jóvenes, todas ellas enseñadas por ella misma, el lugar se convirtió en un gran complejo de edificios en un hermoso valle, donde se graduaron miles de médicos expertos y dedicados. En 1923, nuevamente con el apoyo de muchas denominaciones, construyó un hospital más grande en el centro de Vellore. En 1941 viajó a lo largo y ancho de los Estados Unidos recaudando dinero, reclutando nuevos líderes y asegurando la actualización necesaria tanto de la universidad como del hospital.
El legado de Ida
Durante su vida, Ida vio cómo su centro médico se convirtió en uno de los más grandes de toda Asia. Los departamentos se multiplicaron para incluir radioterapia, oncología, cirugía torácica y de lepra, nefrología, microbiología, salud mental, oftalmología y muchos otros.
Ida Sophia Scudder murió el 23 de mayo de 1960 en Vellore, India.
Aquella mujer que había querido sacudir el polvo de sus pies de la India, fue llevada por Dios a amar profundamente a la gente de este país asiático. Durante su vida, funcionarios británicos e indios le entregaron importantes premios y reconocimientos, y llegó a ser visitada por Mahatma Gandhi. La fe de esta valiente mujer se erige como un gran testimonio permanente y respetado, no solo en la India, sino en el mundo misionero y en la iglesia.
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