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En marzo de 1557, un grupo de comerciantes franceses protestantes desembarcó en una isla frente a la costa de Brasil. Llegaron para formar parte de una nueva colonia francesa que necesitaba más gente, especialmente trabajadores cualificados. Junto a este grupo iban dos pastores protestantes, Pierre Richier y Guillaume Chartier, quienes habían sido invitados para enseñar a los demás europeos y para evangelizar a los nativos. Este desembarco marcó el primer proyecto misionero protestante en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, al poco tiempo, el gobernador católico de la colonia exilió a los predicadores protestantes al continente y, finalmente, los obligó a regresar a Francia. Por lo tanto, aunque este esfuerzo misionero en las Américas no duró mucho y vio poco fruto, fue el primer intento protestante de enfrentar las grandes dificultades que implicaba llevar el Evangelio a los pueblos de estas nuevas tierras.
¿Qué clase de iglesia y qué tipo de líderes estaban detrás de una empresa tan osada y peligrosa? ¿Cuál fue el terreno del que surgió este gran esfuerzo histórico? Contrario a lo que algunos podrían esperar hoy, esta iniciativa misionera surgió de la iglesia de Ginebra, bajo el liderazgo de Juan Calvino.

Aunque este episodio (y otros similares) es bien conocido y discutido en los círculos académicos, el público general comúnmente asume, y los libros de texto sobre misiones afirman con seguridad, que los reformadores protestantes carecían de celo o urgencia por las misiones mundiales. Algunos suponen que la alta visión de los reformadores sobre la soberanía de Dios debilitaba el interés por las misiones; otros, con más compasión, afirman que la presión de sobrevivir y reconstruir la Iglesia les impidió poder concentrarse en las misiones. Sin embargo, la iglesia de Ginebra fue la que proveyó a los primeros misioneros protestantes al Nuevo Mundo.
El esfuerzo no tuvo mucho éxito. No obstante, no podemos juzgar este tipo de trabajo por el éxito que vemos, sino por la disposición a obedecer. Y esta fue una obediencia peligrosa: viajar a un mundo desconocido, arriesgando la salud, la estabilidad e incluso la vida al interactuar con autoridades católicas, enfermedades y animales desconocidos, y nativos potencialmente hostiles. Aun así, ellos fueron.


Una causa de alegría
Algunos han intentado restar importancia a este esfuerzo, sugiriendo que simplemente sirvió para apoyar la actividad comercial o proveer servicios religiosos para los colonos franceses. Sin embargo, tenemos un relato de primera mano de las acciones de la iglesia ginebrina en el diario personal de Jean de Léry, un miembro de la iglesia de Ginebra.
Según de Léry, se le pidió a la iglesia de Ginebra que enviara predicadores y otras personas “bien instruidas en la religión cristiana” para que pudieran enseñar a los demás europeos y “llevar a los salvajes al conocimiento de su salvación”. El elemento misionero de este esfuerzo es clarísimo. Además, la respuesta de la iglesia a esta petición es sorprendente. De Léry registra: “Al recibir estas cartas y oír estas noticias, la iglesia de Ginebra dio gracias a Dios de inmediato por la extensión del reino de Jesucristo en un país tan distante y asimismo tan extraño, y entre una nación enteramente sin conocimiento del verdadero Dios”. El alcance evangelístico no solo era parte del plan original, sino que también era una perspectiva que trajo gran alegría a la iglesia.
Durante la misión, uno de los misioneros envió una carta a Calvino. Describía las dificultades de sus esfuerzos evangelísticos, pero decía: “Puesto que el Altísimo nos ha dado esta tarea, esperamos que este Edom se convierta en una futura posesión de Cristo”. No solo fue claramente un esfuerzo misionero, sino que los propios misioneros perseveraron en una tarea muy difícil, animados por la confianza en un Dios soberano.

Iglesias en misión
Este relato no es algo fuera de lo común para las iglesias de la Reforma. Las iglesias de Wittenberg y Ginebra formaron pastores y los enviaron a predicar el Evangelio por toda Europa, cruzando fronteras nacionales y arriesgando sus vidas. Ginebra ha sido descrita como un gran centro de misiones: a medida que llegaban refugiados de toda Europa, eran formados y luego enviados de vuelta a predicar el Evangelio.
La iglesia de Ginebra mantenía un Registro de la compañía de pastores (Register of the Company of Pastors), una especie de libro de actas, que cataloga el envío de misioneros a varios lugares. Ya en 1553, se menciona a un pastor enviado a un grupo de protestantes perseguidos en Francia. Para 1557, el mismo año en que Richier y Chartier llegaron a Brasil, el Registro muestra que el envío de pastores misioneros formaba parte habitual del trabajo de la iglesia ginebrina. Para 1562, las guerras de religión en Francia hicieron que fuera demasiado peligroso registrar estas actividades, pero para entonces el Registro ya había anotado por nombre a 88 misioneros enviados desde 1557, y otros registros indican que muchos más fueron enviados en esos años posteriores, incluyendo más de 100 en un solo año.
Este fervor misionero no fue accidental; creció en estas iglesias porque Martín Lutero, Calvino y otros enseñaron a su gente a orar por la salvación de las naciones, les dieron canciones para cantar sobre las misiones y los exhortaron regularmente al evangelismo en sus sermones.

Oraciones y cantos por el reino
En su breve obra escrita para enseñar a su pueblo a orar siguiendo el Padrenuestro, Lutero ofrece un ejemplo de cómo se podría orar a partir de cada petición. En cada una de las tres primeras peticiones, ora explícitamente por la conversión de los incrédulos. La exposición de Lutero sobre el Padrenuestro en su Catecismo mayor también enseña que “venga Tu reino” nos llama a orar para que el reino “pueda ganar reconocimiento y seguidores entre otras gentes y avanzar con poder por todo el mundo”.
De manera similar, Calvino expone el llamado de Pablo a orar “por todos” (1 Ti 2:1), exhortando a su gente a “invocar a Dios y pedirle que obre para la salvación del mundo entero, y que nos entreguemos a esta obra tanto de noche como de día”. De hecho, a lo largo de su serie sobre 1 Timoteo, predicada en el año previo a la misión a Brasil, Calvino concluía regularmente los sermones con una oración por la salvación de las naciones.
Los himnos de Lutero, que fueron un sello distintivo de su obra y se extendieron a otras iglesias, también exhortaban a los creyentes a llevar el evangelio a las naciones y reflexionaban sobre el deseo de Dios de que los “paganos” llegaran a la fe.

Trabajando por las almas
Finalmente, estos reformadores no solo llamaron a orar por la misión mundial, sino que también llamaron a testificar directamente. Lutero dice: “Uno debe predicar siempre el Evangelio para poder llevar a algunos más a ser cristianos”. Además, “sería insufrible que alguien se relacionara con la gente y no revelara lo que es útil para la salvación de sus almas”. De hecho, Lutero afirma: “Si surgiera la necesidad, todos nosotros deberíamos estar dispuestos a morir para llevar un alma a Dios”.
Calvino enseñó: “Si tenemos algo de bondad en nosotros, al ver que los hombres van a la destrucción hasta que Dios los somete a Su obediencia, ¿no deberíamos ser movidos a piedad para sacar a las pobres almas del infierno y llevarlas al camino de la salvación?”. Dijo a los pastores que Dios los había hecho ministros con el propósito de salvar almas y, por lo tanto, Dios los llama a trabajar “poderosamente, y con mayor celo y seriedad” por la salvación de las almas. Incluso cuando la gente rechaza la salvación que se les ofrece, continuamos “dedicándonos” a esta obra evangelística y “esforzándonos” en llamar a la gente a la fe para que puedan “llamar a tantos a Dios como puedan”. De hecho, “debemos esforzarnos por atraer a todo el mundo a la salvación”.

De hecho, Calvino reprende enérgicamente a quienes carecen de interés evangelístico:
Por tanto, notemos en primer lugar que todos los que no se preocupan por llevar a sus prójimos al camino de la salvación o no, y los que tampoco se preocupan por traer a los pobres incrédulos, sino que están dispuestos a dejarlos ir a la destrucción, demuestran claramente que no tienen en cuenta el honor de Dios. (...) Y así vemos cuán fríos y negligentes somos para orar por los que tienen necesidad y están hoy en camino a la muerte y la condenación.
No es de extrañar que las iglesias que recibían este tipo de instrucción desarrollaran un corazón por ver el Evangelio llegar hasta los confines de la tierra. En lugar de menospreciar a estos hermanos y hermanas que nos precedieron, deberíamos mirarlos con humildad para aprender de su celo y perseverancia.
Este artículo fue traducido y ajustado por David Riaño. El original fue publicado por Ray Van Neste en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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