¿A qué se debe la pregunta del título? ¿Existen pruebas conocidas o recién descubiertas de que el pastor Jonathan Edwards (1703-1758) –líder del Primer Gran Despertar y considerado el teólogo más importante de Estados Unidos– descuidara a su familia? ¿Hay razones para creer que tuvo un matrimonio problemático con Sarah? ¿Resultó mal la crianza de sus hijos?
No. Más bien, es probable que la única razón por la que alguien se plantee la pregunta surja de un breve pero famoso comentario de Samuel Hopkins (1721-1823), el primer biógrafo de Edwards.
Tras la puerta del estudio
Hopkins, que más tarde se convertiría en un influyente teólogo por cuenta propia, vivió una vez en casa de Edwards durante seis meses para observar y aprender del renombrado ministro.
En The Life and Character of the Late Reverend Mr. Jonathan Edwards (1764) [en español, Vida y carácter del reverendo Jonathan Edwards], Hopkins escribió que “él comúnmente permanecía trece horas cada día en su estudio”. Pero siguió de largo inmediatamente después del comentario sin decir siquiera una palabra sobre cómo pasaba ese tiempo.
No es difícil adivinar los contornos generales de esas trece horas, dadas las propensiones de Edwards y los manuscritos de sermones y publicaciones existentes. Sin embargo, en ninguna parte leemos un horario rutinario o detalles específicos que describan sus actividades tras la puerta de su estudio.
Eso es. Cuando la gente lee las diez palabras de Hopkins a través de la lente de la vida moderna, y luego tiene en cuenta el tiempo para dormir, comer y otros asuntos, algunos concluyen que Edwards debió descuidar a su familia. Quienes saben de su vida también recuerdan su visita diaria de ida y vuelta, de seis kilómetros a caballo, a las colinas de Sawtooth (al oeste de Northampton), donde desmontaba para meditar y rezar mientras caminaba, así como su hábito de cortar leña para hacer ejercicio.
Sumándolo todo, incluso los seguidores más leales de Edwards pueden llegar a preguntarse si –como han hecho tantos pastores– sacrificó a su familia en el altar del ministerio.
El título del perspicaz libro de Elisabeth Dodds sobre “la unión poco común” de Jonathan y Sarah –Marriage to a Difficult Man [en español, Matrimonio con un hombre difícil]– no ayuda a disipar estas sospechas, al menos para quienes conocen el libro pero no lo han leído. Pero, como veremos, Dodds arroja en cambio una luz tranquilizadora sobre la vida en el hogar de los Edwards.
[Puedes leer: Jonathan Edwards: pastor y teólogo del Gran Despertar]
Su pequeña iglesia
Los lectores de los sermones de Edwards sobre el tema de la vida familiar los encontrarán bíblicamente ortodoxos. No es sorprendente que, desde una perspectiva contemporánea, sus instrucciones sobre el gobierno de un hogar puedan parecer bastante estrictas. Pero estaban en armonía tanto con la orientación paterna cristiana de su época como con el espíritu de la enseñanza bíblica sobre este tema.
Como “una pequeña iglesia”, esa era su analogía favorita de lo que es una familia. Utilizó la imagen en uno de sus primeros sermones publicados (1723) y de nuevo en su sermón de despedida a la iglesia de Northampton 27 años más tarde, diciendo: “Una familia cristiana debe ser como una pequeña iglesia, consagrada a Cristo, y totalmente influenciada y gobernada por sus reglas”. Así como una congregación debe estar marcada por el amor, centrada en Cristo, y el orden bíblico, así mismo, dijo Edwards, debe ser el hogar.
En su sermón de 1739, The Importance of Revival Among Heads of Families [en español, La importancia del avivamiento entre los líderes de las familias], Edwards advirtió de la “gran ofensa” a Dios “si los líderes de las familias son enemigos de Dios o son fríos y aburridos en religión”. Abogó por la práctica del culto regular en el hogar y la responsabilidad de los padres de instruir a sus hijos en los caminos del Señor. Sin embargo, toda instrucción, por muy fiel que sea a las Escrituras, “tendrá poco efecto a menos que el ejemplo acompañe a las instrucciones”.
Así pues, Edwards era muy consciente de la importancia de ser un ejemplo, alguien similar a Cristo en el hogar. Pero también sabía que ninguna cantidad de modelado o enseñanza era suficiente lejos de la obra del Espíritu en los corazones de los niños. Por lo tanto, instó a los padres a “orar fervientemente” por sus hijos: “Debéis afanaros por ellos”.
Quizá hayas oído hablar de pastores hipócritas que no practicaban en privado la ortodoxia que predicaban en público. Edwards, sin embargo, nunca se ha contado entre ellos, sino que es famoso por la congruencia general entre su vida y su predicación. Busquemos, pues, en otra parte.
Unión poco común y feliz
¿Por qué Elisabeth Dodds se refería a Edwards como “un hombre difícil”? No era porque fuera desagradable o distante. Más bien era porque “un genio rara vez es un marido fácil” (31).
De hecho, Dodds argumenta que la devoción y dependencia de Edwards hacia Sarah era una de las razones por las que no habría sido un marido fácil. Según Dodds, él a menudo invitaba a su esposa a acompañarle en sus paseos vespertinos por el bosque. Allí le exponía el contenido del estudio y la preparación del sermón del día o le pedía su opinión sobre algún problema parroquial.
Aunque el descanso de sus pesadas obligaciones domésticas y la oportunidad de estar al aire libre le proporcionaban cierto refrigerio físico, Dodds llegó a la conclusión de que a veces Sarah “también debió sentirse singularmente drenada” por tan intensas exigencias mentales al final del día.
Antes del tercer párrafo de su libro, Dodds dice de Jonathan: “Era de hecho un amante tierno y un padre cuyos hijos parecían genuinamente encariñados con él”. Aun así, vivir con un hombre de tan “laberíntico carácter” significaba que su matrimonio no era un “idilio radiante” (i). Ningún matrimonio lo es, ni siquiera para dos personas tan piadosas y bien emparejadas como los Edwards.
Ser la esposa de un pastor –especialmente la esposa del único pastor de la ciudad– suele ser difícil. Sarah sabía que la miraban con lupa cada vez que salía de casa, hasta por lo que llevaba puesto, cuánto dinero gastaba y cómo se comportaban sus hijos. Jonathan siempre estaba mal pagado, por lo que el dinero siempre escaseaba, y las presiones financieras aumentaban con el nacimiento de cada uno de sus once hijos. Si añadimos las críticas que recibía (que también pesaban sobre Sarah) a los problemas de la iglesia, tenemos una mezcla que tensaría los lazos de cualquier matrimonio.
Sin embargo, hasta el final Jonathan y Sarah se amaron y disfrutaron de lo que sólo puede considerarse un matrimonio feliz. De hecho, en su lecho de muerte –literalmente en los últimos momentos de su vida– las últimas palabras de Edwards incluyeron este mensaje a su esposa de treinta años, que aún no se había trasladado a Princeton, donde Edwards era el nuevo presidente: “Dale mi amor más afectuoso a mi querida esposa, y dile que la unión poco común, que ha subsistido tanto tiempo entre nosotros, ha sido de tal naturaleza, que confío en que es espiritual, y por lo tanto continuará para siempre”.
Por cierto, Jonathan llamó Sarah a su primera hija.
[Puedes leer: Sarah Edwards, cómplice y dupla de Jonathan Edwards]
Tres comidas al día
Al especificar los requisitos de un anciano, el apóstol Pablo escribió: “Debe administrar bien su propia casa, con toda dignidad y manteniendo a sus hijos sumisos” (1 Timoteo 3:4) [traducción al español de la English Standard Version]. Edwards cumplió este requisito con creces, pues cada uno de sus once hijos salió bien. Por supuesto, los pastores pueden mantener (y lo han hecho) a sus “hijos sumisos” con dureza y dominación dictatorial, pero él lo hizo “con toda dignidad”. Y, para ir al planteamiento de este artículo, todo buen padre sabe que los niños descuidados rara vez salen bien.
Abundantes pruebas demuestran que este ministro no descuidaba en absoluto a sus hijos. Para empezar, “Sarah podía contar con una hora al día en la que Edwards prestaba toda su atención a la familia”, escribió Dodds (49). “Se aseguraba de reservar una hora al final de cada día para pasarla con los niños”. ¿Cuántos de los que lo acusan de negligencia hacen esto? Hopkins observó y escribió sobre esta hora.
Además, The Jonathan Edwards Encyclopedia [en español, La Enciclopedia Jonathan Edwards] informa que “cuando [los niños] tenían edad suficiente, los llevaba con él de uno en uno en sus viajes. A menudo escribía a sus hijos cuando viajaba solo” (87). Sumado a ello, “tenía la idea, inusual en aquellos tiempos, de que tanto las niñas como los niños debían ser educados… Las niñas, tuteladas por su padre en casa, aprendían latín, griego, retórica y caligrafía” (Marriage to a Difficult Man, 50).
Pero Edwards puso el mayor énfasis en el compromiso requerido para la instrucción espiritual de su familia. En su premiada biografía, George Marsden escribió que Jonathan:
Comenzaba el día con oraciones privadas seguidas de oraciones familiares, a la luz de las velas en invierno… El cuidado del alma de sus hijos era, por supuesto, su principal preocupación. En las devocionales matutinas les interrogaba sobre las Escrituras con preguntas adecuadas para su edad… Cada comida iba acompañada de devocionales en el hogar (133, 321).
¡Cada comida! Nótese que esto también implica que comía tres veces al día cara a cara con su esposa e hijos. Si no supiéramos nada más de su interacción con ellos, lo que sabemos de la reunión de su “pequeña iglesia” para el culto familiar varias veces al día echa por tierra cualquier sugerencia de que Edwards la descuidara.
Trece horas diarias
Aunque los Edwards vivían en una casa de dos plantas, no era en absoluto grande para los estándares actuales. A menudo vivían en ella hasta quince personas. Eso por sí solo generaba un ruido considerable que interrumpía un estudio en el que no había música en streaming, dispositivos de ruido blanco ni auriculares con cancelación de ruido para aislarlo de las distracciones.
Y aunque estaba allí trece horas al día (¿a qué otro lugar habría ido para hacer su trabajo?), habría salido cuando hubiera sido necesario para sofocar una disputa entre hermanos o abordar cualquier otro asunto que requiriera su atención. Además, a los niños no se les prohibía entrar en el estudio cuando lo requirieran. Después de su hora vespertina con ellos, Edwards se retiraba a su estudio durante otra hora más o menos. A la hora de acostarse, Sarah se reunía con él y terminaban el día juntos en oración.
Así pues, cuando Hopkins escribe que Edwards estaba en su estudio trece horas cada día, es un error imaginarlo totalmente solo todo el tiempo (allí también aconsejaba a los miembros de la iglesia), completamente desvinculado de sus descendientes. De hecho, por todo lo que sabemos, probablemente tenía más contacto personal e interacción con su numerosa familia que casi cualquier padre de hoy en día.
Por último, aunque este artículo trata específicamente sobre Jonathan, no puedo terminar sin subrayar que gran parte del carácter y el éxito de sus hijos se debió, por supuesto, al amor, la educación y la formación de la extraordinaria Sarah. Y estoy seguro de que Edwards estaría de acuerdo. Juntos tuvieron realmente una “unión poco común”, y de ella resultó una familia poco común.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Don Whitney en Desiring God.
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