Comúnmente pensamos que la edad determina las diferencias más importantes en el pensamiento de las personas. Es normal que los que hacen parte de las nuevas generaciones tengan perspectivas distintas a las de las personas más experimentadas acerca de la tecnología, la educación y la política. Sin embargo, en gran parte del primer mundo, los hombres y mujeres jóvenes se están polarizando: cada vez sus posiciones políticas divergen más. ¿Qué implica esta división en sus opiniones?
The Economist analizó datos sobre veinte países ricos, utilizando la Encuesta Social Europea (ESS), la Encuesta Social General de América (GSS) y la Encuesta Social Coreana. Hace dos décadas, había poca diferencia entre hombres y mujeres de 18 a 29 años, en una escala autoinformada –tipo de instrumento en el que los participantes evalúan sus propias opiniones– de 1 a 10, de muy liberal a muy conservador. Pero el análisis de este medio encontró que para el 2020 la brecha era de 0.75 (como se ve en el gráfico 1). Esto es aproximadamente el doble del tamaño de la brecha de opinión entre personas con y sin un título universitario en el mismo año.
En todos los países que entraron en el estudio de The Economist, los hombres jóvenes eran más conservadores que las mujeres jóvenes (como se ve en el gráfico 2). En una escala de 1 a 10, hubo una brecha de 1.1 puntos en Polonia, de 1.4 en Estados Unidos, 1 en Francia, 0.75 en Italia, 0.71 en Gran Bretaña y 0.74 en Corea del Sur. Hombres y mujeres siempre han visto el mundo de manera diferente. Sin embargo, lo sorprendente es que se ha abierto una brecha en las opiniones políticas, ya que las mujeres jóvenes se están volviendo marcadamente más liberales, mientras que sus pares masculinos no.
¿Qué está causando esta polarización? Si este distanciamiento continúa, ¿qué implicaciones habrá para la sociedad en general? Además, ¿en qué medida la iglesia de Cristo debería ponerle atención a este fenómeno?
La fuente de la división
Como ya lo mencionamos, hace veinte años la brecha en las posiciones políticas era imperceptible. El estudio de The Economist, publicado como Why young men and women are drifting apart (en español, Por qué se distancian los jóvenes de ambos sexos), encontró que “los hombres jóvenes eran más antifeministas que los hombres mayores, contradiciendo la noción popular de que cada generación es más liberal que la anterior”. Se les preguntó a los jóvenes de 27 países europeos si estaban de acuerdo con la siguiente premisa: “el avance de los derechos de las mujeres y las niñas ha ido demasiado lejos porque amenaza las oportunidades de los hombres y los niños” y, como era de esperarse, hubo una tendencia mayor en los hombres a estar de acuerdo que en las mujeres.
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Así, es claro que esta brecha pertenece a fenómenos propios de nuestra sociedad actual. ¿Qué es tan distinto hoy que no se veía en los años 2000 o antes? The Economist resaltó cuatro razones que propician la división entre hombres y mujeres:
La primera es que hay una diferencia importante en la educación que reciben los hombres y las mujeres. En países desarrollados, el 28 % de los hombres jóvenes, frente al 18 % de las mujeres, no alcanza el nivel mínimo de competencia lectora según PISA, lo que refleja un desafío significativo en la educación masculina.
Esta brecha se extiende a la educación superior, donde las mujeres han superado a los hombres: el porcentaje de hombres de 25 a 34 años con títulos terciarios aumentó en la Unión Europea del 21 % al 35 % entre 2002 y 2020, mientras que para las mujeres este porcentaje creció más rápidamente, del 25 % al 46 % (como se ve en el gráfico 3) en el mismo periodo. En Estados Unidos, la disparidad es similar, con un 10 % más de mujeres jóvenes que hombres obteniendo títulos de licenciatura. Esta diferencia en la educación inclina a quienes asisten a la universidad hacia una perspectiva liberal e igualitaria.
La segunda razón es que los países avanzados se han vuelto menos sexistas, lo cual ha generado diferentes experiencias para los hombres y las mujeres. Las sociedades están abriendo un abanico más amplio de oportunidades y aceptación para las mujeres, quienes ahora asumen roles y carreras que antes estaban limitados, así experimentan una mayor igualdad en el trabajo y en la vida personal. Al mismo tiempo, los hombres jóvenes enfrentan desafíos únicos que a menudo no son reconocidos o abordados con la misma intensidad, lo que lleva a sentimientos de resentimiento o incomodidad.
Por ejemplo, casi el 80 % de los hombres surcoreanos en sus veintes expresan la percepción de que están siendo discriminados. Esta cifra es notablemente alta comparada con la de los hombres mayores y refleja un marcado contraste con las percepciones de las mujeres de la misma edad. Este sentimiento entre los hombres jóvenes puede ser exacerbado por el servicio militar obligatorio, que solo es universal para los hombres en Corea del Sur y es notoriamente riguroso. Además, en diferentes países se les dan ciertas preferencias a las mujeres: aunque los hombres comienzan a trabajar antes y mueren primero, la edad de jubilación para la mujer es menor, y en muchos casos las cortes de divorcio favorecen a la mujer en las disputas de custodia.
Hay una tercera razón que está propiciando la división: las redes sociales. Estas crean “cámaras de eco” –o de resonancia mediática– donde grupos homogéneos encuentran ideas que refuerzan o amplifican sus opiniones. Los algoritmos en redes sociales exacerban esta división, presentando a los usuarios contenido que intensifica sus miedos o ira, lo cual puede distorsionar su percepción del mundo. Por ejemplo, las mujeres expuestas a historias de #MeToo pueden recibir una cantidad desproporcionada de estos relatos, mientras que es posible que los hombres se encuentren con demasiadas historias sobre acusaciones falsas de violación.
Por último, la cuarta razón es que los políticos han usado los problemas de los hombres y las mujeres en su favor. La izquierda ha sido intencional en hacerles pensar a las mujeres que se preocupa por sus problemas, pero según Richard Reeves, no ha descubierto cómo hablar con los hombres. De acuerdo con este académico liberal, los progresistas a menudo asumen que “la desigualdad de género solo puede funcionar en un sentido, es decir, en desventaja para las mujeres”, y aplican etiquetas como “masculinidad tóxica” de manera tan indiscriminada que sugieren que hay algo intrínsecamente malo en ser hombre. En lugar de involucrar a los hombres inmaduros en un diálogo sobre su comportamiento, esto los impulsa a buscar aprobación en esferas virtuales. Por su parte, la derecha ha reconocido mucho más los desafíos que tienen los hombres en la sociedad.
El futuro de una sociedad dividida
¿Qué resulta de esta división cada vez más marcada entre los hombres y las mujeres jóvenes? Un creciente odio entre ambos géneros. Como ya lo mencionamos, el feminismo resulta amenazador para los hombres jóvenes. Por un lado, las políticas los hacen sentirse desplazados socialmente; por otro, los espacios digitales promueven un odio hacia ellos por el simple hecho de ser hombres. Según The Economist, esto les genera frustración, de forma que acuden a grupos en línea en donde pueden encontrar una especie de refugio. Allí las conversaciones pueden degenerar rápidamente en misoginia; por ejemplo, frases como “prostituta feminista” se vuelven comunes en chatrooms dominados por hombres.
Este odio trasciende a las relaciones de pareja. No solo es cierto que las mujeres de la Generación Z son mucho más propensas que sus pares masculinos a describirse a sí mismas como LGBTIQ (31 % frente a 16 %), sino que aun las mujeres heterosexuales tienen cada vez menos parejas. The Economist explicó que esto se debe en gran parte a la disparidad que hay en la cantidad de personas de ambos sexos que acceden a la educación superior:
Cuando una mujer se gradúa de la universidad en un país rico, es probable que encuentre un trabajo de oficina y pueda sostenerse económicamente. Sin embargo, al ingresar al mercado de citas (asumiendo que es heterosexual), descubre que, dado que hay muchas más mujeres graduadas que hombres, la oferta de hombres liberales y educados no satisface la demanda.
Esto afectará la formación de familias en el futuro, agudizando aun más la actual crisis en las tasas de natalidad. Como lo hemos discutido en el artículo Soledad: la creciente epidemia entre creyentes y no creyentes, los jóvenes de esta generación tienen una mayor tendencia a estar solteros que sus predecesores, y si no hay familias en donde nazcan suficientes personas, los efectos serán catastróficos, incluso a nivel económico en menos de una década.
La iglesia: un núcleo de unión en un mundo dividido
¿Cómo ser “sal y luz” (Mt 5:13-16) en un mundo en donde las mujeres y los hombres jóvenes se polarizan cada vez más? En medio del odio, es necesario mostrar el amor de Cristo, y una manifestación fundamental de este es el cuidado sincero de la mujer, el cual requiere desenmascarar el feminismo del siglo XXI. Rachel Schultz, quien alguna vez se identificó con el movimiento feminista, explicó para The Gospel Coalition cómo esta ideología le ha restado importancia a los abusos que experimentan las mujeres:
El feminismo occidental busca una reinvención completa del matrimonio, la feminidad y la maternidad. Emprendimientos honorables como oponerse al infanticidio selectivo por sexo, la pornografía o la mutilación genital femenina ritual apenas ocupan las preocupaciones del feminismo actual.
Cuando Schultz dice “feminismo occidental”, en mi opinión, es porque tiene en mente otro “feminismo”, uno menos ideológico y más centrado en luchar contra los abusos, uno que quizás sí cumple con su labor de proteger la dignidad de la mujer. ¿Qué pasa cuando los creyentes les dan el valor correspondiente a las mujeres como creación de Dios y, en ese sentido, cuidan sus vidas?
Los cristianos que ayudan a mujeres en situaciones difíciles o celebran sus muchos logros nobles e inspiradores, podrían sentirse tentados a identificarse como “feministas”. Pero, ¿debería llamarse feminismo? Llamémoslo ser cristiano. Si simpatizas (¡correctamente!) con los problemas reales que enfrentan las mujeres, entonces adelante, ve y ama a tu prójima como a ti mismo, pero no permitas que diversos pensamientos erróneos se cuelen por la puerta trasera.
Ese amor cristiano también debe manifestarse en el diálogo, tanto con personas de pensamiento liberal como conservador. Las redes sociales promueven un odio anónimo hacia el que es diferente. En contraste, los cristianos deberíamos transmitir en nuestras relaciones personales el mensaje del evangelio a aquellos que son tan pecadores como nosotros, sea cual sea su orientación política.
Jonathan Haidt, un profesor ateo secular, explicó en su libro La mente de los justos cómo las emociones tienen mucho mayor poder de convencimiento que los argumentos lógicos. Haidt narró que en la década de 1990 estudió un tiempo en India y vio cómo las mujeres servían en silencio a los hombres. Al vivir en la comunidad, comenzó a abrirse a su interpretación de la realidad, donde los hombres no eran opresores de víctimas femeninas indefensas, sino que todos eran parte de una familia interdependiente. En este contexto, “honrar a los ancianos, dioses e invitados, proteger a los subordinados y cumplir con los deberes basados en roles eran más importantes” que la autonomía personal y la igualdad.
Collin Hansen, vicepresidente de contenido de TGC, entrevistó a Haidt y admiró su perspectiva, reconociendo que los cristianos necesitamos comunicar esas mismas emociones de servicio y amor si queremos dialogar con las personas más liberales:
Encuentro que el trabajo de [Haidt] resuena fuertemente con lo que vemos en los Evangelios mismos, de cómo Jesús se relaciona con las personas, de una comprensión paulina de la voluntad y los afectos (…) No somos seres principalmente racionales que organizan sus argumentos uno contra otro hasta que un lado prevalece, sino que estamos profundamente impulsados por nuestras emociones, nuestras pasiones, nuestros afectos y, en última instancia, nuestras intuiciones.
Por último, no es demasiado obvio que ese amor cristiano debe trascender al matrimonio. Si en el mundo hay un odio que impide que los hombres y las mujeres jóvenes se casen y tengan hijos, entonces los cristianos deberían ser el ejemplo de lo contrario. Si The Economist analizara a los jóvenes cristianos, ¿vería en ellos la misma polarización política? ¿O encontraría jóvenes que quieren unirse bajo el vínculo más sólido que existe: Jesucristo?
Referencias y bibliografía
La creciente brecha entre los hombres y mujeres jóvenes | The Economist (referencia principal)
El feminismo que no necesitamos de Rachel Schultz | The Gospel Coalition
La mente de los justos de Jonathan Haidt
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