Como monarca del Reino Unido, el rey Carlos no solo es el jefe de estado, sino también el Gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra y el Defensor de la fe. Ese último fue un título que el papa León X le otorgó al rey Enrique VIII en 1521, antes de su famosa ruptura con la Iglesia católica romana. Aunque no tenga jurisdicción alguna en la doctrina y la normatividad de la institución anglicana, la relevancia de su papel en temas religiosos no deja de ser materia de discusión debido a la enorme influencia cultural que su figura ejerce.
En Reino Unido, se realizó recientemente un censo que reveló que menos de la mitad de la población se describe a sí misma como cristiana. Tal fue el resultado, incluso aunque se tuvieron en cuenta las denominaciones que los sectores conservadores del evangelicalismo no consideran creyentes, pero que se autodefinen así. Las propias estadísticas de la Iglesia de Inglaterra sugieren que solo el 1,5 % de la población asiste a un servicio religioso semanal, mientras que una encuesta de actitudes sociales británicas de 2018 encontró que el 43 % de las personas “nunca o prácticamente nunca” asiste a un servicio religioso.
Según lo anterior, podría decirse que un gran porcentaje de quienes vieron la coronación por televisión observaron una especie de ‘servicio religioso’ por primera vez en sus vidas o en muchos años. Incluso, quienes asisten a la iglesia tuvieron que confiar en los comentarios de los medios de comunicación, para comprender lo que sucedía durante el evento que la mayoría del público nunca antes había visto, pues no se realizaba desde hace 70 años. Pero, ¿se trató realmente de una ceremonia cristiana?
Un espectáculo de la Corona, más que un servicio religioso
En esencia, la coronación británica ha sido una ceremonia religiosa a lo largo de la historia. Si bien su liturgia ha evolucionado, los elementos clave son de hace más de un milenio, cuando dos obispos acompañaron al rey Edgar al centro de la Abadía de Bath para que San Dunstan lo coronara como rey, en el año 973.
La proclamación de Carlos III como monarca también se llevó a cabo en una iglesia: la Abadía de Westminster, escenario de todas las coronaciones desde 1066. Allí se encuentra el santuario de su antecesor Eduardo el Confesor, quien fue santificado por el papa Alejandro III en 1161. Precisamente, fue en la Silla de San Eduardo, hecha en 1300, en donde el actual Rey recibió la corona y otras insignias que datan del siglo XVII.
El monarca británico fue ungido con ‘óleo sagrado’ por el arzobispo de Canterbury mientras el coro cantaba Zadok the Priest, un himno utilizado en cada coronación desde el 973 y que está inspirado en la unción de Salomón por el sacerdote Sadoc (1 Reyes 1). También fue presentado al pueblo, el cual mostró su apoyo con el himno “Dios salve al rey”. El monarca hizo los juramentos, originalmente escritos para la coronación de 1689, y recibió los emblemas de la realeza uno a uno hasta llegar a la corona. Quienes se reunieron en la abadía le rindieron homenaje y tomaron la Sagrada Comunión.
En su libro Dios Salve al Rey: La naturaleza sagrada de la monarquía, el profesor de historia cultural y espiritual Ian Bradley dijo: “La coronación, más que cualquier otro evento, subraya la naturaleza sagrada de la monarquía del Reino Unido”. Además, señaló que “los reyes y las reinas no son simplemente coronados y entronizados, sino consagrados, apartados y ungidos, dedicados a Dios e investidos con atuendos sacerdotales e insignias simbólicas”.
Pero para algunos en el Reino Unido, todo esto es irrisorio. Recientemente, la BBC Radio 4 discutió si la unción debería ocultarse a las cámaras de televisión y un destacado periodista afirmó que esto era algo “maravillosamente tonto”. El año pasado, la Sociedad Nacional Secular dijo que las tradiciones anglicanas eran “profundamente incongruentes con la sociedad cada vez más pluralista y secular”.
De hecho, la monarquía británica es la única en Europa que mantiene la coronación como un acto religioso. Ni siquiera en España, que hay una amplia tradición católica, se proclamó rey a Felipe VI por medio de esa institución eclesial. Aunque todavía se conserven muchos elementos y ritos, algunos expertos afirman que, hoy en día, es el ‘espectáculo’ lo que le importa a la mayoría.
Linda Woodhead, profesora en teología moral y social en el King’s College de Londres, dijo: “disfrutarán del sentido de la tradición, del ritual”. En estos actos hay mucho para atraer a una sociedad que ama los shows televisivos como Juego de Tronos, Harry Potter y El Señor de los Anillos. “La imaginación popular se alimenta y se conmueve con historias de caballería, hazañas caballerescas y magia mística”, explicó el profesor Bradley.
Vale la pena mencionar que la gente no parece estar descontenta con la ritualidad anglicana en la coronación. Una encuesta, realizada por el grupo de expertos Theos en 2015, encontró que menos del 20 % de las personas pensaba que hacer dicha ceremonia con una connotación cristiana “alejaría” a las personas de diferentes o de ninguna creencia. Sin embargo, la mayoría pensaba que sí debía mantenerse el tono religioso.
La pregunta es: ¿qué se entiende por “ceremonia cristiana”? Por ejemplo, Charlotte Hobson, una candidata a doctorado en la Universidad de Lancaster, realizó unas entrevistas y mostró imágenes de la coronación de 1953. Antes de preguntarles a los entrevistados su opinión sobre la próxima, le llamó la atención que la mayoría de ellos no percibiera la ceremonia como un evento religioso. Ella quedó con la duda de si es el sentido de la tradición lo que la gente considera sagrado, incluso cuando las personas ya no reconocen las raíces religiosas.
Carlos III, el Defensor de la Fe, y la Iglesia de Inglaterra
Entre los juramentos que hizo el rey Carlos, se encuentra el voto de “mantener y preservar inviolablemente el establecimiento de la Iglesia de Inglaterra, y la doctrina, el culto, la disciplina y el gobierno de la misma, según lo establece la ley en Inglaterra”. Este es el recordatorio de que ese país tiene una institución eclesiástica establecida, con un monarca que actúa como su gobernador supremo desde el siglo XVI.
A lo anterior se suma que el clero anglicano presta juramento de lealtad al soberano. También que la separación de la iglesia y el estado, tan fundamental para la constitución de los Estados Unidos, sigue siendo “una visión alternativa” en el Reino Unido, como escribió el teólogo bautista Nigel Wright en un artículo reciente. Stephen Backhouse, profesor de teología social y política en la universidad teológica St. Mellitus, en Inglaterra, encuentra cada vez más “insostenible” trabajar para la Iglesia anglicana, y cita la directiva de Jesús contra los juramentos y vincularse a los principados terrenales.
Backhouse considera que la Iglesia de Inglaterra es fundamentalmente nacionalista y cree que la religión que el rey Carlos se comprometerá a defender “se parece muy poco al movimiento de Jesús en el Nuevo Testamento”. Él ve la coronación como un “enorme ejercicio nostálgico” que les recuerda a los cristianos una época en la que ellos “estaban a cargo”.
Incluso algunos miembros del clero que hacen el juramento de lealtad tienen sus reparos. Un exobispo de la Iglesia de Inglaterra, Pete Broadbent, se describe a sí mismo en Twitter como un “republicano” (antimonárquico). Jarel Robinson-Brown, un joven sacerdote y ciudadano tanto de Gran Bretaña como de Jamaica, calificó el juramento como un “compromiso para cumplir con el llamado que Dios me ha hecho”, lo cual podría interpretarse como un mal necesario.
“El simbolismo de un líder que se somete a Dios y que en nombre de Él gobierna discretamente a Su pueblo puede ser algo enormemente poderoso”, dice Jarel, “pero la idea de que Dios aprueba el poder terrenal es problemática”. Para él, la parte más poderosa del servicio es la entrega de la espada ceremonial, con la instrucción de “hacer justicia, detener el crecimiento de la iniquidad (...) y ayudar y defender a las viudas y a los huérfanos”.
Una gran pregunta es si de verdad el rey puede comprometerse a todo eso, dado que su papel es el de jefe de estado, no de gobierno. Es decir, quien porta la corona actúa como un representante ceremonial del estado británico, antes que como alguien con un poder político real que pueda cambiar las cosas sobre el terreno.
En contraste, algunos cristianos consideran que la coronación es una oportunidad para hacer misión y para despertar la religiosidad latente del pueblo británico. Por ejemplo, desde la Pascua, la Iglesia de Inglaterra publicó oraciones diarias, alentando la oración por el rey y la reina, la familia real y la nación. Una organización benéfica llamada Hope Together, que se dedica a la evangelización, tomó esta ocasión como “un momento ideal para que nosotros, como iglesia, señalemos el Reino de Jesús, el Rey de reyes”.
Sin embargo, es difícil decir hasta dónde esto tendrá un impulso. En su libro Coronación, el historiador Sir Roy Strong señala que todos los arzobispos del siglo XX hablaron de esa ceremonia como “un vehículo para devolver la espiritualidad a la gente”, pero agregó que esta perspectiva “fue una búsqueda que terminó en fracaso”.
“Un servicio amoroso”
La teología de la monarquía rara vez se explora en las congregaciones anglicanas. Si una persona asiste a una congregación de la Iglesia de Inglaterra, estará acostumbrada a orar por los monarcas, pero probablemente tendrá muy poca idea de las justificaciones teológicas de su existencia. En una conferencia reciente, Jamie Hawkey, teólogo canónico de la Abadía de Westminster, dijo que no hay una “doctrina clara de la monarquía en la Biblia”.
Cuando el pueblo de Israel pidió un rey, Samuel se disgustó, y Dios declaró: “Me han desechado como su rey”; le pidió al profeta que le transmitiera al pueblo una advertencia sobre la tiranía que podría venir (1 Sam. 8:6–9). Ahora, en cuanto a la ‘jerarquía al revés’ de la que habló Jesús, en la que los primeros serán los últimos y viceversa, ¿cómo coincide eso con una ceremonia en la que hay una joya invaluable, invitados VIP y un pueblo que apenas puede ver al monarca desde la calle? ¿Concuerda con el hecho de que los líderes de los países rindan homenaje a un hombre de la élite social de Inglaterra?
En cambio, Ian Bradley argumenta que el Antiguo Testamento presenta a la realeza como la “respuesta divinamente señalada” al caos, basada en un “pacto de tres vías entre Dios, el rey y el pueblo”. Cuando la congregación gritó “¡Larga vida al rey!” en la Abadía de Westminster, estaba repitiendo lo que los israelitas pronunciaron en el momento en que Saúl les fue presentado como su soberano (1 Sam. 10:24).
A lo largo de la historia, tanto los monarcas como los líderes de la iglesia que los sirvieron han buscado inspirarse en los modelos de realeza del Antiguo Testamento. Cuando Eduardo VI fue coronado a los nueve años, se cree que el entonces arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, lo comparó con el rey Josías: “un joven gobernante que traía una reforma religiosa vital”. Tampoco puede negarse que el rey Carlos III está interesado en la religión, aunque no necesariamente desde la misma perspectiva que los líderes anglicanos y mucho menos desde la perspectiva de los anglicanos evangélicos que todavía quedan en Reino Unido.
Sin embargo, Bradley reconoce que, a la luz del Nuevo Testamento, parece que los reyes humanos son figuras “redundantes, o incluso idólatras”. De hecho, para algunos cristianos, particularmente aquellos con opiniones políticas más de izquierda, la familia real es emblemática de la desigualdad en el Reino Unido. De hecho, podrían simpatizar con la idea de que Jesús vendrá a abolir todo aquello que la monarquía misma representa. Bradley contraargumenta esa idea al sugerir que, en lugar de rechazar la institución de la monarquía, Jesús estableció un nuevo modelo para ella, “inspirado en sus propios atributos reales de rectitud, justicia, misericordia, sabiduría, paz, humildad y servicio sacrificial”.
Quizás la impresión más fuerte que dejó la reina Isabel II fue la de una servidora pública, que cumplió su deber con firmeza, incluso con sacrificio, a través de un programa de visitas aparentemente implacable. Esta es una idea que el rey actual y la Iglesia de Inglaterra desean enfatizar. Cuando se presentó a los miembros de la prensa la liturgia para el servicio de esta semana, se les dijo que el “tema general” sería el del “servicio amoroso”, basado en ejemplo del servicio de Jesús.
En una señal de ruptura con la tradición, un joven corista dio la bienvenida al rey Carlos a la abadía “en nombre del Rey de reyes”, a lo que el rey respondió: “En su nombre y siguiendo su ejemplo, no vengo a ser servido, sino para servir”. Además, el nombre en clave para la planificación de la coronación actual fue el “Orbe Dorado”. Esta es una referencia al objeto esférico otorgado al monarca con la instrucción: “Recibe este Orbe, colocado bajo la Cruz, y recuerda siempre que los reinos de este mundo se han convertido en los reinos de nuestro Señor y de Cristo”.
La relación de Carlos III con los evangélicos
El arzobispo de Canterbury explicó la comprensión moderna del voto que hizo el Rey de “mantener y preservar” la Iglesia de Inglaterra: que “fomentará un entorno en el que las personas de todas las religiones y creencias puedan vivir libremente“. El rey le pidió a Dios en voz alta que le conceda “ser una bendición para todos tus hijos, de toda fe y convicción”.
Carlos III ya había trabajado por ese compromiso desde su rol como príncipe, pues mostró interés en mejorar las relaciones de la Iglesia de Inglaterra con otras confesiones cristianas y religiones no cristianas. Aún más, en 2019 dijo: “[John Henry] Newman (clérigo anglicano del siglo XIX convertido al catolicismo) supera la división entre católicos y protestantes”.
Un signo visible de este acercamiento en la coronación fue la Cruz de Gales que, según dicen, está hecha con fragmentos de la cruz en la que Jesús fue crucificado; fueron un regalo del Papa Francisco, un gesto que habría sido inimaginable para algunos de los antecesores del Rey Carlos. Entre los líderes de la iglesia que pronunciaron una bendición sobre el rey estaba el arzobispo católico romano de Westminster, el cardenal Vincent Nichols.
Pero, ¿qué pasa con los evangélicos, incluidos los que están fuera de la Iglesia de Inglaterra? En el siglo XIX, un inconformista comparó la coronación de Roboam en el Antiguo Testamento, realizada sin “obispos (...) de una manera tranquila y religiosa, y con el menor gasto posible”, no con las “ceremonias tontas, infantiles y despreciables que se practican en los tiempos modernos”.
Thomas Helwys fue uno de los fundadores de la primera congregación bautista en suelo inglés y defensor de la separación entre la iglesia y el estado, quien argumentó que “El Rey es un hombre mortal y no Dios, por lo tanto, no tiene poder sobre las almas mortales de sus súbditos para hacer leyes y ordenanzas para ellos [en materia de religión] y para establecer Señores espirituales sobre ellos”. Murió en prisión en 1616, víctima de la persecución religiosa bajo el rey Jacobo I.
George Gross, investigador del King's College London y experto en la historia de las coronaciones, sugirió que si bien algunos pueden haberse sentido “incómodos con los elementos del servicio”, los evangélicos históricamente han podido entenderse y hacer las paces con estos ritos.
“El mundo protestante aceptó el servicio (...) más porque durante siglos era un símbolo de la independencia de la Iglesia Anglicana frente al catolicismo”, explicó Gross. También señaló las influencias evangélicas a lo largo de los siglos: la presentación de la Biblia al monarca, la importancia que alguna vez se le dio al sermón, hacer la ceremonia en inglés en lugar de en latín (principio central de la Reforma en Inglaterra).
Andrew Goodliff, profesor de historia bautista en el Regent's Park College, Universidad de Oxford explica que entre los bautistas “el carácter británico está ligado a la monarquía”. Incluso dijo “No creo que en general haya un sentimiento masivo de querer deshacer eso” y afirmó que los bautistas aún apoyan el principio de separación de la iglesia y el estado defendido por Helwys. Sin embargo, Goodliff no está al tanto de una voz de cambio frente al estado actual de las cosas: “eso tal vez refleja dónde estamos ahora como nación, en relación a que cualquier sentido de testimonio público [de la monarquía]... creo que los bautistas lo apoyarán”.
En este sentido, es posible afirmar que a pesar de las diferencias que los bautistas, y los evangélicos en general, puedan tener con la monarquía, todavía la apoyan debido a su importancia histórica y al significado que tiene para la fe cristiana en el país.
Cambio y continuidad en las actitudes del Reino Unido frente a la monarquía
Sería una exageración decir que la nación está en un estado de gran entusiasmo por la coronación: una encuesta reciente de YouGov encontró que al 64 % de las personas no les importaba mucho, si es que les importaba. Aunque sigue habiendo un amplio apoyo para la monarquía: alrededor de dos tercios creen que debería continuar, cifra que es aún mayor entre los cristianos practicantes.
En Carlos III, el Reino Unido tendrá un rey que hablará sobre su propia fe y su interés en todos los asuntos espirituales. En su primer discurso de Navidad, habló de su visita a la Iglesia de la Natividad en Belén y le dijo a la nación que no le era posible expresar lo que significó: “estar en ese lugar donde, como nos dice la Biblia, 'La luz que había de venir al mundo' nació”.
Su compromiso con el cristianismo y sus lazos con Tierra Santa se han hecho evidentes en otra innovación del servicio de coronación: el aceite sagrado utilizado en la unción se creó con aceitunas recolectadas del Monte de los Olivos y consagradas en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
Otros cambios en el servicio apuntan a un gran deseo de reconocer cuán diferente es la sociedad de la que recibió a su madre hace 70 años. El periódico The Times ha aclamado esta coronación como “un faro de inclusión y diversidad”. Los líderes de diferentes religiones se unieron a la procesión hacia la abadía y bendijeron al rey en su coronación.
La primera lectura de la Biblia estuvo a cargo del primer ministro Rishi Sunak, un hindú, mientras que muchos de los artículos preciosos otorgados al rey Carlos fueron presentados por miembros de la Cámara de los Lores de otras tradiciones religiosas. También estuvo presente Rose Hudson-Wilkin, la primera obispa negra de la Iglesia anglicana. Más de mil años después de la coronación del rey Edgar, se ve a un monarca jurar defender la ley con justicia y misericordia.
“Es una tradición que nadie en el mundo puede tomar a la ligera”, sugirió el historiador George Gross. “Hacer ese juramento justo cuando tenemos una guerra en suelo europeo, donde los gobernantes están violando el estado de derecho, creo que dice mucho sobre la tradición británica”, afirmó. “Creo que, para un monarca, jurar eso sigue siendo algo relevante en el siglo XXI, incluso cuando prestas un servicio muy medieval”.
Gross sugirió el matrimonio como modelo útil para entender el ritual de la coronación: “hay votos, hay un anillo, todo es testificado por el pueblo y por Dios. Tienes este sentido de contrato o pacto. Antes de que suceda algo más, se le pregunta a la audiencia: ‘¿Reconoces a esta persona como rey o reina?’ Hasta ahora, en ningún momento de la historia, alguien ha dicho: ‘¡No! ¡Traigan a otro!’ Pero aún es importante que esto suceda, que se haga la pregunta”.
Por primera vez en la historia, la invitación para recibir al rey se extendió a todo el mundo. Antes la élite social era la invitada a rendir homenaje; en la coronación de 2023 se presenta el “Homenaje del Pueblo”. El arzobispo de Canterbury invitó a todos en la abadía, y a los que miraban y escuchaban en el mundo entero, a declarar que iban a mostrar verdadera lealtad al rey Carlos.
Se reconoce así un punto hecho por Alfred Blunt, un obispo en la década de 1930, quien observó que “mucho más importante que los sentimientos personales del rey para su coronación, es el sentimiento con el que nosotros, el pueblo de Inglaterra, lo vemos. Nuestra parte de la ceremonia es llenarla de realidad, por la sinceridad de nuestra creencia en el poder de Dios para gobernar para bien nuestra historia nacional, y por la sinceridad con la que encomendamos al Rey y a la nación a su Providencia”.
Hay quienes confían en que Gran Bretaña aún siente algo, tal vez mucho. Ian Bradley, por ejemplo, cree que hoy “lo emocional y experiencial se valoran tanto como lo racional, y la importancia del símbolo, el ritual, el misterio y la magia se está redescubriendo y reafirmando”. Para otros, el rito plantea preguntas centenarias sobre el poder y la relación de la iglesia con él y unos más simplemente vieron brillar las joyas de la Corona.
En cada ceremonia de proclamación desde el siglo XIV se ha proclamado el coro “Veni Creator Spiritus” (ven, Espíritu Creador). Nadie sabe realmente lo que va a pasar o lo que el Espíritu Santo quiera hacer con el rey. Mientras tanto, los cristianos seguirán orando por él.
Si la gente no acepta lo que sucede con el rey, si no se sintonizan para mirar y si al final no sienten nada, entonces simplemente no habrá funcionado.
George Gross.
Un rey con otra visión de la fe cristiana, anglocatólico y ecuménico
Pese a todo lo anterior, no es posible olvidar que el rey Carlos III no es precisamente un cristiano de denominación evangélica y esto lo han tenido muy en cuenta sus críticos. En Protestante Digital, Thomas Schirrmacher, secretario general de la Alianza Evangélica Mundial, señala:
Carlos III quiere proteger todas las religiones. Pero en ninguna parte separa esta tarea evidente de un jefe de estado de su tarea como líder de la Iglesia de Inglaterra. Su madre reconoció con simpatía la creciente libertad religiosa en Gran Bretaña. Pero ella no confundió esto con su tarea como Defensora de la Fe. Al asumir el cargo, Carlos III ya juró ‘defender la fe’ no sólo de los anglicanos sino también de los protestantes en Escocia.
Isabel II mostró simpatías con los líderes evangélicos de la Iglesia de Inglaterra y con el movimiento evangélico estadounidense, tal y como lo atestiguó su amistad con Billy Graham y Martyn Lloyd-Jones. Pero, al parecer la monarquía estaría desligándose de la visión tradicional de la fe cristiana con este nuevo rey, para acercarse a un carácter más ecuménico, lo cual está en sintonía con los movimientos más recientes de la Iglesia de Inglaterra.
Carlos ha mostrado un interés mucho más marcado por el diálogo interreligioso, especialmente por sus acercamientos con el Vaticano y líderes de religiones orientales. Esto coincide también con el actual paisaje demográfico de una sociedad más pluralista y secularizada. Así, cuando Isabel II ascendió al trono, la mayoría de la población se consideraba parte de la Iglesia de Inglaterra, mientras que hoy sus feligreses son una minoría en su propio país.
Si tuviéramos que inferir la preferencia religiosa de Carlos III por sus actividades, viajes y declaraciones durante décadas, muchos no pensarían en él como un protestante, sino como católico. Desde que asumió el cargo ha hecho solo un compromiso directo, aunque bastante general, con la fe anglicana. En 1985, cuando lo visitó el Papa Juan Pablo II, su madre tuvo que prohibirle que asistiera a misa católica; al parecer Carlos no se daba cuenta de lo delicada que era esta actitud en aquel entonces.
Si bien Isabel II era más del ala evangélica tradicional (llamada “iglesia baja”) de la Iglesia de Inglaterra y tenía una relación muy personal con la Iglesia Presbiteriana de Escocia, Carlos III es más del ala anglocatólica (conocida como “iglesia alta”). Por ejemplo, en 2019 viajó al Vaticano para asistir a la canonización de John Henry Newman, a quien se refirió en esa ocasión como un modelo a seguir.
El momento de crisis en la Iglesia anglicana
Otro elemento a destacar del actual contexto en el que Carlos es coronado rey, es la crisis por la cual atraviesa la Iglesia de Inglaterra. Ahora, más de las tres cuartas partes de los obispos anglicanos del mundo declaran que el Arzobispo de Canterbury ya no es su líder honorario, renunciando así también al monarca inglés. No es coincidencia que esto haya sucedido solo después de la muerte de la reina Isabel II y es curioso que Carlos III no haya hecho ningún esfuerzo perceptible, hasta ahora, para abordar este asunto, lo cual indicaría un apoyo tácito a los cambios que se han dado en la Iglesia de Inglaterra.
Tampoco hay indicios de que él alguna vez haya percibido a la Iglesia anglicana como una comunidad global. A diferencia de su madre, Carlos III no es percibido como parte de esa denominación en su piedad personal por los anglicanos del Sur Global, los más conservadores. Incluso, es difícil imaginar que, aunque esté inclinado hacia la fe evangélica, intento comprender a los obispos de ese sector, y mucho menos acercarse a ellos y buscar su apoyo.
En conclusión
La coronación de Carlos III y su proclamación como “Defensor de la Fe” tienen una importancia histórica difícil de negar para el mundo protestante, pero la figura monárquica tampoco deja de ser controversial. Empiezan a surgir preguntas para los cristianos sobre cuál es la perspectiva cristocéntrica acerca de la figura del rey y la definición de reinar. Tales cuestionamientos abarcarían aspectos políticos, sociales, económicos y llevan a la duda de si realmente quien ocupa ese rol le está prestando un servicio a la sociedad.
También hay dudas sobre el carácter cristiano de la coronación: ¿es más que un evento revestido de tradiciones?, ¿estas reflejan verdaderamente a Cristo? Pero estas son las preguntas más relevantes: ¿esta institución representa más una desigualdad social y una estructura de castas que una ayuda para las personas de a pie?, ¿es válido que los cristianos del siglo XXI la avalen y apoyen o es contraria al Evangelio?
Estos cuestionamientos, sin embargo, no aplacan la concepción de muchos cristianos contemporáneos (incluso evangélicos) en el Reino Unido, para quienes el rey continúa siendo un símbolo importante de la fe. En este sentido, la monarquía vendría a ser un “mal menor” o un compromiso que algunos cristianos están dispuestos a tolerar para salvaguardar la identidad histórica cristiana de esa región del mundo.
Finalmente, los cambios históricos, culturales y demográficos por los que atraviesa el Reino Unido, así como los cambios teológicos y doctrinales que se han producido en la Iglesia de Inglaterra, dan a entender que la monarquía se adaptó de un modo complaciente a la sociedad. Tanto por el apoyo directo al diálogo interreligioso y ecuménico, como por el tácito a los cambios de doctrina en su Iglesia, muchos cristianos evangélicos dudan hoy sobre la identidad cristiana de Carlos III.
Esos factores también se deben sopesar al evaluar la figura del rey, a quien se le considera un representante de la identidad cristiana dentro del mundo protestante. Así, Carlos III permanece como una figura controversial para los creyentes de hoy que permite observar muchos de los cambios sociales y culturales, positivos y negativos, por los que atraviesa el mundo occidental. Sea que se aprecie o no al rey británico, la institución que representa continúa siendo un tema que no puede pasarse por alto.
Con información de Christianity Today y Protestante Digital.
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