¿Por qué, a 500 años de haber ocurrido, nosotros hoy revisitamos un evento como la Reforma Protestante? Porque la Reforma es todavía un referente para la iglesia de Jesucristo hoy, y no sólo eso: es también un referente para las naciones modernas. La Reforma trajo a la luz fundamentos para la iglesia y la sociedad como fruto de la Palabra de Dios, la cual fue predicada y expuesta con claridad. El cuidado, la defensa y la vivencia de la verdad en una sociedad tienen consecuencias; las ideas tienen consecuencias.
La Reforma fue un movimiento que hizo regresar a la iglesia a su esencia y misión, una idea que había sido totalmente pervertida y deformada. La iglesia se reenfocó en la misión de ser la luz del mundo y sal de la tierra, de defender la verdad y la doctrina, y de repetir el modelo de la iglesia primitiva. La Reforma también transformó las culturas, civilizaciones y gobiernos a través de la vivencia de la verdad y la predicación de la Palabra. En fin, la Reforma constituye un evento sumamente importante en la construcción de occidente y de todo su sistema de valores.
Ahora, ¿cuál es la relevancia de la Reforma hoy? Creo que estamos en un periodo de la historia donde la iglesia debe revisar qué es lo que piensa y cree, cuál es su misión y su esencia.
La reforma del pensamiento crítico
Comencemos por precisar de qué se trató la Reforma Protestante. Su punto central estuvo en la fe que venía de entender críticamente la predicación de la Palabra de Dios. El creyente entendió la necesidad que tenía que ir a las fuentes, a la Escritura misma, para comprender las diferentes doctrinas que afectaban su vida. De aquí que los líderes de la Reforma entendieran que la educación era un elemento esencial e importante en el crecimiento del cristianismo y en el crecimiento personal y espiritual de cada persona. En una Europa donde el 90% de las personas eran analfabetas, la Reforma irrumpe y lleva ese número al 10%. Se llegó a contar que en congregaciones como los cuáqueros el 100% de las personas fueron alfabetizadas.
Así, la Reforma no solo se trató de una revolución teológica. Por ejemplo, en ese tiempo se creó el primer sistema de escuelas públicas gratuitas y obligatorias en Ginebra en 1536, que luego sería copiado en todo lugar. Podemos imaginar lo que sucede cuando sociedades enteras, con base en esa educación, podían ir a la Biblia con un espíritu crítico, entender los pensamientos de Dios y ver sus vidas transformadas. El impacto social que experimentó esa generación fue muy profundo.
Dicha influencia también fue evidente en las universidades y el desarrollo de las lenguas. Hoy en día la mayoría de las 100 primeras universidades del mundo viene de países reformados. En un estudio del Banco Mundial se encontró que de 1901 a 1990 el 64% de los premios Nobel habían surgido de países reformados, y un 22% por ciento de Israel, de los judíos. En cuanto a las lenguas, Cipriano de Valera tradujo la Biblia al español, y su obra fue catalogada como un éxito lingüístico por el lingüista Menéndez Pelayo. Cuando Lutero traduce la Biblia de dialectos rudos y básicos al alemán, produce un documento que constituyó el fundamento del alemán moderno.
En fin, la salvación por fe implicaba que las personas debían tener un juicio crítico acerca de todo lo que estaban viendo. La Biblia llevaba a la gente a pensar críticamente y a sujetar sus pensamientos a la Palabra de Dios. Ahora el individuo tenía que juzgar todas las cosas por sí mismo.
El gobierno también estaba dentro de esa esfera del juicio crítico del creyente. El conocimiento de la doctrina de la depravación total del hombre hacía que el creyente reformado viera con sospecha la adquisición de poder ilimitado. Allí nació el constitucionalismo: toda autoridad gubernamental, comenzando por el rey, tenía que gobernarse por una constitución, pues una persona depravada no podía vivir sin límites. Ese modelo se replicó en Ginebra, luego en Escocia y finalmente en los Estados Unidos de América, donde la Constitución de 1787 reflejó ese espíritu crítico. Los sistemas constitucionales traen como consecuencia el surgimiento del estado de derecho moderno, cuya idea es que los gobiernos deben estar regidos y limitados por la ley. Tristemente, ese es uno de los grandes problemas que afectan a América Latina.
La economía tuvo un boom extraordinario como consecuencia del mismo espíritu. Antes de la Reforma, el sistema clerical aparentaba constituir todo aquello que era sublime y para la gloria de Dios, pero el trabajo de las personas comunes y corrientes no era apreciado. Con la Reforma hay un retorno al mandato de Dios a todo hombre, no solo a los clérigos, de ir y sojuzgar la tierra, buscando la gloria de Dios en todo. Ahora el artesano en su pequeña zapatería estaba dando honra al Creador. Ese nuevo empeño crea un círculo virtuoso en la economía de las naciones: el trabajador busca producir buena mercancía, venderla, ahorrar e invertir, todo con un propósito divino. Sociólogos como Max Weber plantearon más tarde que ahí nace el capitalismo moderno.
Una Reforma hoy
Pero la iglesia de hoy no tiene tan grande impacto en las sociedades modernas. Creo que la iglesia ha abandonado el principio de ‘Sola Scriptura’, que la lleva a usar la Palabra de Dios como único artículo de fe para determinar su esencia y misión. No todas, claro; digo esto en un sentido general. Gran parte de las iglesias se han refugiado en un tradicionalismo eclesiástico que surge del combate contra dos movimientos históricos: el racionalismo y el fundamentalismo.
El primero planteaba, en su grado extremo, que el hombre puede conocer todas las verdades acerca del mundo, de sí mismo y aun de otras cosas, como Dios, a través del uso de la razón pura. Eso provocó que la iglesia empezara a apartarse avergonzada de la escena pública, pues si por medio la razón pura yo puedo conocer todas las cosas, ¿quién necesita La Biblia? Allí la iglesia se retira de los círculos académicos. El segundo movimiento, el fundamentalismo, comenzó en la propia iglesia y los seminarios de alta crítica, donde se empezó a cuestionar si la Palabra de Dios era pertinente como guía de fe y práctica. La iglesia se retiró del mundo y de participar en todo lo que no fuera espiritual.
Es común escuchar que lo único que tiene que hacer la iglesia es predicar el evangelio. Pero ¿qué evangelio estamos predicando? Sociedades que florecieron a la luz de la Reforma hoy en día son viven en la ‘postcristiandad’, donde Dios ya no es un referente. El creyente de hoy diría que lo único que hay por hacer es predicar el evangelio. ¿Cuál evangelio? ¿Aquél en que la única misión de la iglesia es preparar a la gente para seguir predicando y añadir personas al ‘gueto’ del cristianismo? Ese evangelio deja por fuera el mandato del Señor de ser sal y luz en la tierra.
Debemos volver al evangelio completo. La agenda de ser sal y luz no es opcional. Los valores que tiene una cultura son el reflejo de la salud de una iglesia. En Europa los valores cristianos se han perdido, pues son el reflejo de una iglesia que no actúa a tiempo. En América estamos todavía a tiempo de levantarnos como iglesia y luchar por los valores, no porque la misión de la iglesia sean los valores en sí mismos, sino porque somos columna y baluarte de la verdad, la cual produce cambios en todos los niveles de la sociedad. Esa verdad hará que personas que no son creyentes empiecen a ver la gloria de Dios en nosotros.
La agenda de Dios no es la sola conversión de las personas; la agenda de Dios es su gloria, la cual es reflejada en la iglesia, en nosotros, en nuestras vidas. Su voluntad es que su gloria sea llevada al mundo, aún a aquellos que no han de convertirse. Hay distorsiones, claro. Hay iglesias en las que los líderes cristianos se dedican a la política, lo cual es una aberración completa. Se necesitan pastores que preparen al pueblo de Dios para el ministerio de los santos, que no es solo predicar el evangelio, sino ser la luz del mundo y sal de la tierra.
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