Según la tradición católica romana, Clemente fue el tercer sucesor de Pedro en Roma, después de Lino y Cleto. Este padre apostólico, según la tradición romana, fue el cuarto Papa de la Iglesia católica, conoció a los Apóstoles y es considerado mártir. Sin embargo, para el mundo protestante su aporte es relevante por varios motivos: Numerosos escritos que hablan sobre Clemente muestran el gran respeto por él en la iglesia primitiva. A él se le atribuye la transmisión a la iglesia de las ordenanzas de los apóstoles a través de las Constituciones apostólicas.
Se cree que nació en el año 35 y murió en el 99. El testimonio más importante sobre su vida es el de Ireneo, obispo de Lyon hasta el año 202, el cual atestigua en su obra Contra los herejes que Clemente:
(…) vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos que de los Apóstoles habían recibido la doctrina.
Por ello, Clemente es conocido como uno de los padres pre-nicenos, anteriores al Concilio de Nicea (325) junto a Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, Hermas, entre otros.
Existen muy pocos detalles históricos sobre la vida de Clemente de Roma. La tradición afirma que nació precisamente en Roma aproximadamente en el año 35 d.C. y que acompañó al Apóstol Pablo en algunos de sus viajes y labores misioneras. Otros le han atribuido la escritura de la Epístola a los Hebreos. Sin embargo, se tiene poca información sólida al respecto.
Su única obra segura es su Carta a los Corintios. Eusebio de Cesarea, el gran “archivero” de los orígenes cristianos, la presenta con estas palabras en su Historia eclesiástica: “Nos ha llegado una carta de Clemente reconocida como auténtica, grande y admirable. Fue escrita por él, de parte de la Iglesia de Roma, a la Iglesia de Corinto… Sabemos que desde hace mucho tiempo y todavía hoy es leída públicamente durante la asamblea de los fieles”.
Al inicio de este texto, escrito en griego, Clemente se lamenta de que “las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones”, le habían impedido una intervención en el tiempo oportuno. Estas “adversidades” se identifican con la persecución de Domiciano: por eso, la fecha de composición de la carta se debe remontar a un tiempo inmediatamente posterior a la muerte del emperador y al final de la persecución, es decir, inmediatamente después del año 96 d.C.
Han llegado, además, bajo el nombre de Clemente otros escritos: una segunda carta a los Corintios, dos cartas a las vírgenes, y diversos escritos homiléticos y narrativos (Homilías y Recognitiones clementinas), que pretenden presentar la predicación y el trabajo de Clemente. Pero todos estos escritos, de carácter y valor muy desigual, no pueden considerarse como auténticos y pertenecen a diversas épocas posteriores.
La primera carta a los Corintios es de gran interés como documento que nos permite conocer directamente la iglesia romana primitiva. La comunidad de Corinto había dado grandes motivos de alegría por su florecimiento, fruto de la predicación de Pablo.
Posteriormente habría más dificultades a las que hubo de enfrentarse Clemente I. Se envió una carta excelente por mediación de Claudio Efebo, Valerio y Fortunato. En ella propone, la caridad fraterna como el único remedio para salvar las divisiones y poder alcanzar la unidad entre todos. Su papado al frente de la Iglesia duró diez años y es el tercer sucesor de Pedro después de Lino y Cleto.
Emparentado según las actas con los nobles del Imperio, no faltan aquellos que aseguran que procede de familia pagana convertida al cristianismo. Lo cierto es que conoce perfectamente las Sagradas Escrituras y que posee un gran espíritu de oración. Descubierto por el Emperador es deportado a la zona de Crimea (actual Europa del este) donde trabajará condenado como un esclavo en las minas.
Durante ese tiempo hace una gran labor de apostolado convirtiendo a muchos. Llega el momento de la prueba cuando al reconocerle como un apóstata de los dioses romanos por no querer sacrificarles es condenado a morir. Su cuerpo es arrojado al mar, pero una ola le devuelve a la orilla y Cirilo y Metodio le llevan a Roma donde reposan sus reliquias.
La carta de Clemente a los corintios
Su carta a los corintios era tan apreciada que aún en los tiempos de Eusebio de Cesarea, según él nos dice, que se seguía leyendo en las reuniones litúrgicas de algunas iglesias; de hecho, aunque la carta obedece a unas circunstancias determinadas, está escrita de manera que tenga un valor permanente y pueda ser leída ante la asamblea de los fieles.
El suceso que la motivó es muy interesante en sí mismo. En Corinto, la comunidad había depuesto a los presbíteros, y el obispo de Roma, al parecer sin ser solicitado, interviene para corregir el abuso, con unas expresiones que parecen ir más allá de la normal solicitud de unas iglesias por otras y que se comprenden mejor desde la perspectiva del primado de la sede romana: Clemente casi pide perdón por no haber intervenido antes, como si éste fuera un deber suyo.
Respecto a esta carta en Contra los herejes Ireneo de Lyon señala: “En tiempo de este mismo Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban en Corinto, la iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los corintios, para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la tradición que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles”.
Clemente, la carta y la oración por el poder civil
Después de los textos del Nuevo Testamento, constituye la oración más antigua por las instituciones políticas. Así, tras la persecución, los cristianos, aunque sabían que continuarían las persecuciones, no dejaban de orar por las mismas autoridades que los habían condenado injustamente. Se debe orar por los perseguidores, como hizo Jesús en la cruz:
Concede, oh, Señor, unión de concordia y paz, a estos tus siervos y a cuantos moran sobre esta tierra, como lo hiciste con nuestros Padres, cuando te invocaban en fe y en verdad y llenos de piadoso sentimiento.
Danos docilidad para obedecer en tu Nombre, que es Santo y Todopoderoso, a nuestros gobernantes y jefes sobre la tierra les diste, oh, Señor, la potestad del gobierno, y la virtud de tu infinito e inefable poder, para que nosotros, reconociendo la magnificencia y la gloria que les has concedido, les seamos sumisos y ni en lo más mínimo ofendamos tu Santa Voluntad.
Concédeles, oh, Señor, paz, concordia y firmeza, para que puedan ejercer sin debilidad el poder que les has dado.
Porque Tú, oh, Señor, celeste rey de la eternidad, otorgas a los hijos de los hombres dignidad, gloria y virtud sobre todas las cosas de la tierra.
Guía sus pensamientos, oh, Señor, a fin de que conozcan lo que es bueno y agradable a tus divinos ojos; para que el Poder que de Ti les vino lo ejerzan en paz y con mansedumbre y penetrados de tu santo temor, participando así de tu misericordiosa bondad.
Tú solo eres poderoso para ejecutar estas y otras muchas bondades con nosotros; te honramos y glorificamos por medio del Supremo Sacerdote y Jefe de nuestras almas, Jesucristo.
Por Él sea a Ti la gloria y toda honra, ahora y de generación en generación, por la eternidad. Amén.
Al orar él mismo por las autoridades y exhortar a hacerlo a las iglesias de su tiempo, Clemente reconoce la legitimidad de las instituciones políticas en el orden establecido por Dios; al mismo tiempo, manifiesta la preocupación de que las autoridades sean dóciles a Dios.
El contexto inmediato de la carta, es decir el año 96 d.C. otorga gran profundidad al análisis, pues el emperador del tiempo en que fue redactada la carta, a saber Domiciano fue asesinado luego de un polémico reinado y el Senado romano instauró al venerable Nerva como emperador ese mismo día.
Domiciano, un emperador con luces y sombras
En el tiempo del pontificado de Clemente, Domiciano era el emperador (81-96), pues Clemente inició su pastorado en el año 92 y cuando acabó su vida estaba Trajano (98-117) al frente del imperio.
En su Vida de los Doce Césares, Suetonio afirmó que Domiciano no era malvado para empezar; sin embargo, la avaricia y el miedo a ser asesinado lo hicieron cruel. El historiador Dion Casio en su Historia Romana dijo que el emperador fue audaz y rápido para enojarse. Era traicionero además de reservado, no sintiendo afecto por nadie (excepto las mujeres).
Debido a su temprana edad en el momento de subir al poder, 30 años, Domiciano se dejó llevar por la exuberancia y un deseo de reorganizar la administración que le generaron el recelo y un conflicto con la aristocracia senadora que defendía el “status quo”.
Al principio de su reinado, Domiciano demostró ser un administrador capaz y no ignoró el bienestar de la gente. Antes de que los Flavios llegaran al poder, gran parte de Roma necesitaba ser reconstruida, principalmente debido a incendios, decadencia y el fracaso de los emperadores anteriores para hacer algo al respecto. Restauró las ruinas destruidas de muchos edificios públicos, incluidos el Capitolio que se había incendiado en el año 80 d.C., construyó un nuevo templo para Júpiter el Guardián, un nuevo estadio, y una sala de conciertos para músicos y poetas.
Domiciano dedicó gran parte de su vida en exaltar la dinastía Flavia y el legado de su padre Vespasiano y su hermano Tito, lo que dejó para el futuro el enorme busto dedicado a Tito que se puede ver en una de las salas y el templo dedicado a su dinastía, que terminó con su muerte sin descendencia. Asimismo, construyó importantes edificios como el Foro de Nerva, terminado por su sucesor que da nombre al penúltimo de los foros imperiales construidos, así como otros edificios públicos que marcaron el paisaje urbano de la Roma actual, motivo por el que se le considera un destacado urbanista.
Sin embargo, su forma de gobernar fue dando un giro muy oscuro. El historiador Suetonio refiere, por ejemplo, cómo el emperador no dudó en hacer matar al historiador Hermógenes de Tarso por ciertas alusiones en su contra que hizo en un libro de historia, “e incluso crucificó a los copistas que la habían transcrito”.
Fue extremadamente vanidoso y muy consciente del hecho de ser calvo. Al progresar su reinado e incrementar las presiones de gobernar, su paranoia se apoderó de él. Para pagar sus extravagancias endureció el impuesto a judíos promulgado por su padre y confiscó las fortunas de senadores y romanos adinerados. Su paranoia incluso se extendió a su esposa, Domicia Longina. La acusó de adulterio (algunas fuentes afirman que se lo merecía) y planeó condenarla a muerte, una práctica común en aquel momento. Domicia había estado casada con el senador Elio Lamia, el cual fue convencido de divorciarse de ella para que se pudiera casar con Domiciano. Domiciano dejó a su esposa temporalmente para vivir con su nieta Julia, la hija de Tito por su segundo matrimonio, hasta que fue convencido por otros de regresar con su esposa.
El emperador se veía a sí mismo como un gobernante absoluto y se enorgullecía de ser llamado amo o dios: “dominus et deus”. Incluso renombró dos meses a su nombre: Germanicus (Septiembre) y Domitianus (Octubre). El Senado fue despojado casi por completo de su poder y su paranoia llevó a la ejecución de tanto senadores como oficiales imperiales por la más trivial de las ofensas. Por celos, hizo ejecutar a Salustio Lúculo, un gobernador de Britania, por nombrar un nuevo tipo de lanza en su honor.
Durante el Principado de Domiciano (entre los años 90 y 96) tuvieron lugar algunas persecuciones a los cristianos. Si bien los judíos fueron fuertemente grabados con impuestos, ninguna fuente contemporánea resalta la existencia de juicios o ejecuciones por conflictos religiosos. Sin embargo, otros estudiosos, sobre todo aquellos especializados en la Biblia ponen de manifiesto que el libro del Apocalipsis fue escrito durante el principado de Domiciano como reacción a la intolerancia religiosa del emperador, que se hacía llamar así mismo “Dominus et Deus” (Señor y Dios).
Cerca del final de sus días, su comportamiento parecía el de un paranoico y veía conspiradores en todos los rincones de su palacio: “Cada vez más angustiado –escribe Suetonio– hizo revestir de reluciente fengita (una variedad de mineral de silicio con un color plateado y un brillo nacarado) las paredes de los pórticos por los que acostumbraba a pasear para poder observar, mediante las imágenes reflejadas en su brillante superficie, lo que sucedía a sus espaldas”.
Amenazado por pronunciamientos militares y las intrigas de los senadores, Domiciano impuso en Roma un auténtico régimen de terror, pero no pudo impedir que sus más allegados tramaran una conjura y lo asesinaran en su palacio. Su reinado, a pesar de ser uno de relativa paz y estabilidad, estuvo envuelto en miedo y paranoia. Su muerte a manos de aquellos cercanos a él trajo el fin de la corta dinastía de los flavios.
Los únicos que lamentaron la muerte de Domiciano fueron los soldados, que se declararon dispuestos a vengarlo. En cambio, el pueblo se mostró indiferente, mientras que los patricios proclamaron de inmediato su entusiasmo por la desaparición del gobernante que los había tenido en vilo durante quince largos años. El Senado emitió una fulminante damnatio memoriae, el decreto por el que se ordenaba borrar todo rastro del fallecido.
Al enterarse de su muerte, el Senado se regocijó. Suetonio escribió: “Los senadores, por otro lado, estaban encantados y se amontonaron en denunciar a Domiciano en la Cámara con gritos amargos e insultantes. Después, buscando escaleras, hicieron derribar sus imágenes y escudos votivos son su semblante…”
Las estatuas de mármol del emperador fueron destruidas, se fundieron las de bronce y se borró la efigie del César maldito de todas las monedas del Imperio. De hecho, se han encontrado monedas con las efigies de Domiciano y de su esposa Domicia Longina en las que sólo se ha borrado la imagen del primero.
El legado del autor y una oración
Las fuentes clásicas describen a Domiciano como un tirano cruel y paranoico y lo ubican por este motivo entre los emperadores romanos más odiados, llegando a comparar su vileza con las de Calígula y Nerón. Pero hay que tener en cuenta que esta visión tiene su origen en escritores e historiadores contemporáneos a él que le fueron abiertamente hostiles: Tácito, Plinio el Joven y Suetonio. Ello se debió, fundamentalmente, a la mala relación de Domiciano con la clase senatorial y aristocrática, a la que pertenecían estos historiadores clásicos y sus familias.
Sin embargo, en lo objetivo, la imagen que hoy dan de él los historiadores es la de un autócrata despiadado –si bien no más que otros de su época– al tiempo que eficiente. En ese mismo sentido, en la vida de Clemente se hicieron sentir las consecuencias de las decisiones despiadadas de tales emperadores: Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados, a picar piedra con otros dos mil cristianos, y un día las autoridades le exigieron que adorara al dios Júpiter. Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar.
Al tomar en cuenta el complejo contexto en el cual desarrolló Clemente su labor, y en especial el hecho de que a pesar de que sus autoridades fueron impías y estuvieron lejos de mostrar cercanía hacia los cristianos, al tratar asuntos concernientes a la vida de la iglesia y su testimonio a la comunidad los haya exhortado a ellos (e indirectamente a los lectores posteriores como nosotros) a rogar por las autoridades. De hecho finaliza su Carta a los Corintios con la siguiente exhortación:
Finalmente, que el Dios omnisciente, Señor de los espíritus y de toda carne, que escogió al Señor Jesucristo, y a nosotros, por medio de Él, como un pueblo peculiar, conceda a cada alma que se llama según su santo y excelente Nombre, fe, temor, paz, paciencia, longanimidad, templanza, castidad y sobriedad, para que podáis agradarle en su Nombre, por medio de nuestro Sumo Sacerdote y guardián Jesucristo, a través del cual sea a Él la gloria y majestad, la potencia y el honor, ahora y para siempre jamás. Amén.
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