Hoy muchos hablan de una nueva “Reforma” en la iglesia, refiriéndose a la necesidad de volver a las Escrituras como el fundamento de la vida cristiana. Pero, cuando alguien ha experimentado ese retorno a la Palabra de Dios, ¿qué cambios hay en su entendimiento del mundo? En este artículo, quiero responder a esa pregunta, explicando el significado de “cosmovisión reformacional”. Las ideas que componen esta cosmovisión provienen de una larga tradición de reflexión cristiana sobre las Escrituras y sobre el mundo. Los representantes más prominentes de esta tradición han sido los padres de la iglesia Ireneo de Lyon y Agustín de Hipona, y los reformadores William Tyndale y Juan Calvino.
A esta cosmovisión de fundamentos bíblicos se le conoce a veces como “reformacional” porque alude a la Reforma protestante, la que descubrió con frescura la enseñanza bíblica concerniente a la profundidad y al alcance del pecado y de la redención. El deseo de vivir con base en las Escrituras solamente, en vez de hacerlo con igual apego a la tradición, es el sello de los reformadores. Seguimos sus pasos al hacer este énfasis y al desear una reforma continua, y al desear ser reformados por las Escrituras continuamente (ver Hch 17:11, Ro 12:2), en vez de vivir según tradiciones que no hemos examinado a fondo.
La reflexión reformacional sobre la cosmovisión ha tomado una forma distintiva en su desarrollo en el siglo veinte, algo de lo cual se puede ver específicamente en el trabajo de líderes neerlandeses tales como Abraham Kuyper, Herman Bavinck, Herman Dooyeweerd, y D. H. T. Vollenhoven. Sus contribuciones a un entendimiento más profundo y articulado de una cosmovisión bíblica nos han llegado a través de la teología, la filosofía y otras disciplinas académicas y, especialmente, a través de la acción cultural y social que surge de un profundo deseo de ser obedientes a las Escrituras en todas las áreas de la vida y del servicio.
¿Qué es una cosmovisión?
La palabra “cosmovisión” es la traducción al español del término alemán weltanschauung. La ventaja de usarla es que uno puede claramente distinguirla del término “filosofía” y resulta menos compleja que la frase “visión del mundo y de la vida”, la cual preferían los neocalvinistas neerlandeses (probablemente siguiendo el uso del término popularizado por el filósofo alemán Dilthey). Un sinónimo aceptable es “perspectiva de la vida” o “visión confesional”.
También podríamos hablar más vagamente acerca del conjunto de “principios” o “ideales” de una persona. Un marxista lo llamaría “ideología”; un término más predominante en las ciencias sociales seculares hoy en día es probablemente “sistema de valores”. Estos términos ni siquiera son aceptables porque contienen en sí mismos connotaciones de determinismo y relativismo que manifiestan una cosmovisión desatinada.
Para nuestros fines, definiremos cosmovisión como “el marco de referencia global de las creencias más básicas que cada persona tiene acerca de las cosas”. Examinemos más detenidamente los elementos de esta definición.
En primer lugar, “cosas” es un término impreciso, escogido deliberadamente para referirse a cualquier objeto acerca de lo cual es posible tener una creencia. Con este término hago referencia al sentido más general imaginable, que abarca el mundo, la vida humana en general, el significado del sufrimiento, el valor de la educación, la moralidad social, y la importancia de la familia. Aún Dios puede, en este sentido, estar incluido entre las “cosas” acerca de las cuales tenemos creencias básicas.
En segundo lugar, una cosmovisión es cuestión de las creencias propias de cada persona. Las creencias son diferentes de los sentimientos u opiniones porque hacen una “afirmación con valor cognitivo” —esto es, una afirmación sobre algún tipo de conocimiento—. Podría decir, por ejemplo, que “creo” que la educación es el camino a la felicidad humana. Esto significa que hago una declaración acerca de la naturaleza de la realidad, de cómo es el mundo. Estoy dispuesto a defender esta creencia con argumentos. En cambio, los sentimientos no pretenden ser portadores de conocimiento, ni tampoco se pueden discutir.
Las creencias tampoco son opiniones, ni hipótesis. Claro que, a veces, damos a la palabra “creencia” un significado menos propositivo (“Creo que Juan llegará tarde a casa esta noche”). Contrario a esto, estoy usando aquí la palabra “creencia” en el sentido de “credo”, una creencia comprometida, algo por lo que no solo estoy dispuesto a discutir, sino también a defender o promover con el desembolso de dinero o por lo cual estoy dispuesto a aguantar oposición. Por ejemplo, puede ser que crea que la libertad de expresión es un derecho inalienable en la sociedad humana, o que nadie debería imponerle su religión a otro. Sostener una creencia puede que requiera sacrificio de mi parte, o el aguante de desprecio o abuso, si mi creencia fuera impopular o poco ortodoxa. Por ejemplo, creencias como “que en las prisiones se debe tanto castigar como rehabilitar”; o “que la libre empresa es el azote de nuestra sociedad”, son ejemplo de lo que contiene una cosmovisión. Tiene que ver con las convicciones de cada persona.
En tercer lugar, es importante notar que las cosmovisiones tienen que ver con las creencias básicas acerca de las cosas. Tienen que ver con los cuestionamientos más trascendentes que nos confrontan; acarrean asuntos de orden general. Podría decir que tengo la firme creencia de que Brasil ganó la Copa Mundial de 1962; y estar tan seguro de mi creencia que estuviera dispuesto a apostar una suma importante por ella. Pero esta clase de creencia no es de la clase que constituye una cosmovisión. Es diferente al caso de asuntos de profundidad moral: ¿Existe algún caso en el que esté justificado el uso de la violencia? ¿Hay normas constantes o absolutas para la vida humana? ¿Tiene algún propósito el sufrimiento? ¿Hay vida después de la muerte?
Finalmente, las creencias básicas que uno sostiene tienden a formar un “marco de referencia” o “patrón”; están interrelacionadas de cierta manera. Es por ello que los humanistas a menudo hablan de un “sistema de valores”. Todos reconocemos, al menos en cierto grado, que debemos ser consistentes en nuestros puntos de vista si queremos que se nos tome con seriedad. No adoptamos un conjunto arbitrario de creencias básicas incoherentes, o sin por lo menos la apariencia de consistencia. Ciertas creencias básicas están en conflicto con otras. Por ejemplo, la creencia en el matrimonio como una ordenanza de Dios no concuerda bien con la idea de un divorcio fácil. La convicción de que las películas y el teatro son esencialmente “diversiones mundanas” no se conforma al ideal de una reforma cristiana de las artes. La creencia optimista en el progreso histórico es difícil de armonizar con la creencia en la depravación del hombre.
Esto no quiere decir que las cosmovisiones nunca tengan inconsistencias internas —muchas las tienen (de hecho, las inconsistencias pueden ser una de las cosas más interesantes acerca de una cosmovisión)—. No obstante, sigue siendo verdad que una de las características más significativas de las cosmovisiones es su tendencia hacia la formación de un patrón y hacia la coherencia; aun sus inconsistencias tienden a desembocar en patrones claramente reconocibles. De hecho, aun si resulta muy obvia para otros, la mayoría de la gente no admitiría una inconsistencia en su propia cosmovisión.
¿Para qué sirve una cosmovisión?
A lo largo de nuestra discusión hasta aquí, hemos asumido que cada persona tiene una cosmovisión de alguna clase. ¿Es verdad esto? Obviamente la mayoría de la gente no tendría una respuesta si se les preguntara cuál es su cosmovisión; y las cosas solo podrían empeorar si se les preguntara acerca del marco de referencia de sus creencias básicas acerca de las cosas. Sin embargo, sus creencias básicas afloran lo bastante rápido a la hora de enfrentarse con emergencias de la vida real, asuntos políticos actuales, o convicciones que chocan con las propias.
¿Cómo reaccionan respecto del servicio militar obligatorio, por ejemplo? ¿Cuál es su respuesta al evangelismo, o a la contracultura, o al pacifismo, o al comunismo? ¿Cuáles son las palabras de consolación que expresan en un entierro? ¿A quién culpan por la inflación? ¿Cuáles son sus puntos de vista respecto al aborto, la pena de muerte, la disciplina en la crianza de los hijos, la homosexualidad, la segregación racial, la inseminación artificial, la censura fílmica, el sexo extramarital, y otros asuntos por el estilo?
Todas estas preguntas provocan respuestas que dan indicios de la cosmovisión de una persona, sugiriendo ciertos patrones (patrones tales como “conservadores” o “progresistas”, que son etiquetas muy burdas y poco confiables, fácilmente reconocibles por la mayoría de la gente). En general, por lo tanto, todos tienen una cosmovisión, aunque no sean capaces de articularla. El tener una cosmovisión sencillamente es parte de ser un ser humano adulto.
¿Cuál es el papel que juega una cosmovisión en nuestras vidas? La respuesta, creo, es que nuestra cosmovisión funciona como una guía para nuestra vida. Aunque no estemos conscientes de nuestra cosmovisión, y aunque no podamos articularla bien, funciona como una brújula o un mapa de carreteras. Nos orienta en el mundo en general, nos da un sentido de norte y sur, de lo que está bien y de lo que está mal en la confusión de eventos y fenómenos que conforman nuestras vidas.
Nuestra cosmovisión define, en gran medida, nuestra manera de evaluar los eventos, asuntos y estructuras de nuestra civilización y de nuestro tiempo. Nos permite colocar o situar los diversos fenómenos que irrumpen en nuestras vidas. Desde luego, otros factores juegan un papel en este proceso de orientación (un interés propio de naturaleza psicológica o económica, por ejemplo), pero estos otros factores no eliminan la función orientadora que tiene la cosmovisión personal; constantemente ejerce su influencia mediante nuestra perspectiva de vida.
Una de las características exclusivas de los seres humanos es que nos resulta indispensable la clase de orientación y de guía que la cosmovisión nos provee. Necesitamos una guía porque somos inevitablemente criaturas con sentido de responsabilidad, por naturaleza incapaces de sostener opiniones puramente arbitrarias o de tomar decisiones enteramente sin principios. Necesitamos algún credo para vivir, algún mapa para fijar nuestro curso. La necesidad de una perspectiva directora es fundamental para la vida humana, tal vez más fundamental que la comida y el sexo.
Nuestra cosmovisión afecta de manera decisiva, no solamente nuestros puntos de vista y nuestros argumentos; también afecta todas y cada una de las decisiones específicas que la vida nos lleva a tomar. Cuando las cosas se ponen difíciles en un matrimonio, ¿es el divorcio una opción? Cuando el pago de impuestos es injusto, ¿haces trampa en tus declaraciones de impuestos? ¿Debe el crimen ser castigado? ¿Despedirías a un empleado si el hacerlo representa una ventaja económica para ti? ¿Participarías activamente en la política? ¿Disuadirías a tu hijo o hija de convertirse en un artista? Tu cosmovisión guiará las decisiones que tomas respecto a estos y muchos otros asuntos. Las disputas acerca de estos asuntos a menudo implican un choque de perspectivas básicas de vida.
¿La cosmovisión puede ser inconsistente con la conducta?
Es cierto, tenemos que admitir que puede haber inconsistencias: podríamos sostener creencias contradictorias, y hasta dejar de actuar de acuerdo con nuestras creencias. Este es un hecho de nuestra experiencia diaria que todos tenemos que reconocer. Pero, ¿significa esto que nuestra cosmovisión no tiene el papel director que le estamos atribuyendo? No necesariamente. Un barco puede desviarse de su norte debido a una tormenta, y aun así dirigirse a su destino. El patrón general es lo que cuenta; el hecho de que el timonel hace todo lo posible por mantener el norte. Si tu acción no concuerda con tus creencias, tiendes a cambiar, o tus acciones o tus creencias. No puedes mantener tu integridad (o bien tu salud mental) por mucho tiempo, si no haces un esfuerzo por resolver el choque.
Esta perspectiva sobre la relación entre nuestra cosmovisión y nuestra conducta genera gran controversia entre muchos pensadores. Los marxistas, por ejemplo, sostienen que lo que realmente guía nuestro comportamiento no son las creencias, sino los intereses de clase. Muchos psicólogos consideran que las cosmovisiones más bien son consecuencias, y no causas que guían nuestra conducta; son justificaciones de la conducta, que en realidad obedece a la dinámica de nuestra vida emocional. Otros psicólogos argumentan que nuestras acciones están básicamente condicionadas por estímulos físicos provenientes de nuestro medio ambiente.
Sería insensato descartar la evidencia que estos pensadores aducen para dar peso a sus puntos de vista. De hecho es verdad que el comportamiento humano es muy complejo e incluye asuntos tales como intereses de clase, el condicionamiento ambiental y la influencia de sentimientos reprimidos. La pregunta de fondo gira en torno a qué es lo que constituye el factor predominante y decisivo que explica los patrones de la acción humana. La respuesta que damos a esta pregunta depende de nuestro punto de vista acerca de la naturaleza fundamental del ser humano: es en sí un asunto de nuestra cosmovisión.
Desde el punto de vista cristiano, debemos decir que las creencias son un factor decisivo en nuestras vidas, aun cuando las creencias que profesemos estén en desacuerdo con las que en realidad operan visiblemente en nuestras vidas. El mandamiento del evangelio es que vivamos nuestras vidas en conformidad con las creencias que enseñan las Escrituras. El hecho de que fallemos en nuestro intento de vivir de acuerdo con este mandamiento, no invalida el hecho de que podemos y debemos vivir de acuerdo con nuestras creencias.
Cosmovisión y Biblia
¿Cuál es, pues, la relación entre cosmovisión y Escritura? La respuesta cristiana a esta pregunta es clara: nuestra cosmovisión debe ser formada y probada por la Escritura. Puede legítimamente guiar nuestras vidas solo si es bíblica. Esto significa que en cuestiones de cosmovisión hay un abismo importante entre aquellos que aceptan la Biblia como la Palabra de Dios y aquellos que no la aceptan como tal.
Esto también significa que los cristianos debemos constantemente revisar las creencias de nuestra cosmovisión a la luz de las Escrituras. Si dejamos de hacerlo, seremos presa de una fuerte tendencia a adoptar muchas creencias, aun fundamentales, de una cultura que ha estado en proceso acelerado de secularización por generaciones.
Como cristianos confesamos que las Escrituras poseen la autoridad de Dios, que es suprema sobre todo lo demás: sobre la opinión pública, sobre la educación, sobre la crianza de los hijos, sobre los medios de comunicación y, en fin, sobre todos los agentes influyentes en nuestra cultura que constantemente dan forma a nuestra cosmovisión. Sin embargo, puesto que todos estos agentes en nuestra cultura deliberadamente ignoran, y de hecho por lo general rechazan de manera abierta la autoridad suprema de las Escrituras, los cristianos están bajo una presión considerable que los compele a restringir su reconocimiento de la autoridad de las Escrituras a las áreas de la iglesia, la teología y la moralidad privada —áreas que han llegado a ser básicamente irrelevantes para la dirección de la cultura y la sociedad en su conjunto.
Esta presión es, sin embargo, el fruto de una cosmovisión secular, y los cristianos deben oponer resistencia con todos los recursos que tienen a su disposición. Y los recursos fundamentales son las Escrituras mismas. Las Escrituras representan muchas cosas para los cristianos, pero su propósito central es instruir. No hay pasaje alguno en las Escrituras que no pueda enseñarnos algo acerca de Dios y de Su relación con nosotros.
Debemos acercarnos a las Escrituras con la mente de un estudiante, especialmente cuando empezamos a pensar críticamente acerca de nuestra propia cosmovisión. Pablo dice acerca de las Escrituras del Antiguo Testamento que “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Ro 15:4), y lo mismo se puede decir del Nuevo Testamento. Es por esto que el concepto de “sana doctrina” es tan central en el testimonio apostólico: no doctrina en el sentido de teología académica, sino instrucción práctica en las realidades de la vida y la muerte, de nuestro andar en el pacto con Dios.
Es por medio de esta clase de enseñanza que disfrutaremos de la firmeza y el aliento que las Escrituras nos proporcionan. Como Pablo señala más adelante en este mismo pasaje, estas permitirán que nos aferremos a nuestra esperanza en Cristo, y no caigamos en desesperación con el mundo. Esto también se incluye en lo que Pablo llama la “renovación de nuestro entendimiento” (Ro 12:2). Necesitamos esta renovación, si vamos a discernir la voluntad de Dios para todas las áreas de nuestras vidas: “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. La acción de probar nuestra cosmovisión a la luz de la Escritura y revisarla de la misma manera es parte de la renovación de nuestro entendimiento.
Este énfasis en la enseñanza bíblica es, por supuesto, un aspecto fundamental de la religión cristiana. Todas las variedades de cristianos, a pesar de sus diferencias, están de acuerdo en este punto de un modo u otro. No obstante, es necesario enfatizarlo nuevamente en cuanto a nuestra cosmovisión porque casi todas las denominaciones de la iglesia cristiana también están de acuerdo en que la enseñanza de la Escritura es básicamente una cuestión de teología y de moralidad personal, de un aspecto privado denominado “sagrado” y “religioso”, aislado del espectro más amplio de los quehaceres humanos que denominamos “seculares”.
Según este punto de vista, las Escrituras ciertamente deberían moldear nuestra teología (incluyendo nuestra “ética teológica”), pero en el mejor de los casos están relacionadas solo indirecta y tangencialmente con asuntos “seculares” tales como la política, el arte y la academia. Según esta opinión, la Biblia enseña una perspectiva eclesial y una perspectiva de Dios, pero no una cosmovisión.
Este es un error peligroso. Claro que debemos ser instruidos por la Escritura en asuntos tales como el bautismo, la oración, la elección y la iglesia, pero la Escritura aborda de forma directa todo en nuestra vida y en el mundo, incluyendo la tecnología, la economía y la ciencia. El alcance de la enseñanza bíblica incluye asuntos cotidianos y “seculares” tales como el trabajo, los grupos sociales y la educación. A menos que abordemos estos temas en términos de una cosmovisión basada sólidamente en categorías bíblicas básicas como la creación, el pecado y la redención, nuestra evaluación de estas dimensiones supuestamente no religiosas de nuestras vidas estará muy probablemente dominada, en cambio, por una de las cosmovisiones rivales del Occidente secularizado.
Por consiguiente, es esencial relacionar los conceptos básicos de la “teología bíblica” con nuestra cosmovisión, o bien entender que estos conceptos básicos en realidad constituyen una cosmovisión. En cierto sentido, el caso que abogamos aquí con respecto a la cosmovisión bíblica es simplemente un llamamiento al creyente a que tome la Biblia y sus enseñanzas seriamente para la totalidad de nuestra civilización aquí y ahora y no limitarla a una área opcional llamada “religión”.
Teoría y práctica
Esta discusión sugiere una evaluación de la relación entre lo que yo he venido llamando “cosmovisión” por un lado, y la teología y la filosofía por otro. Este planteamiento nos puede llevar a confusión porque, en la opinión común, a cualquier perspectiva global sobre las cosas que se fundamente en la autoridad de la Biblia, se le denomina “teología”, y a cualquier perspectiva que se fundamente, en cambio, en la autoridad de la razón, se le denomina “filosofía”.
El problema con esta manera de hablar radica en que es incapaz de distinguir entre la perspectiva de vida que todo ser humano tiene, (por virtud de ser, precisamente, un ser humano) y las disciplinas académicas especializadas que enseñan los profesores de teología y filosofía. Además, erróneamente da por sentado que la teología no puede ser pagana o humanista, y que la filosofía no puede ser bíblica. La diferencia entre lo cristiano y lo no cristiano no puede simplemente dividirse entre dos disciplinas académicas.
La teología y la filosofía son campos especializados de investigación en los que no todos pueden participar. Requieren habilidades especiales, cierta clase de inteligencia y una educación bastante extensa. Son campos para expertos entrenados. Esto no quiere decir que no pueda participar un laico inteligente; simplemente significa que los laicos están en considerable desventaja en esos campos, así como lo están en cuanto a la ciencia médica, la economía y en campos especializados no académicos como el manejo de altas finanzas y la diplomacia internacional. En todos estos campos hay profesionales, hombres y mujeres, que son especialistas en el área. La teología y la filosofía no son excepciones.
Pero una cosmovisión es una cosa completamente diferente. No tienes que estar en posesión de títulos o habilidades especiales para obtener una perspectiva de la vida. La sabiduría bíblica y sana doctrina no van en aumento con un entrenamiento teológico avanzado. Si así fuera, los profetas y apóstoles, y hasta el mismo Jesús, saldrían en desventaja con relación a los jóvenes teólogos brillantes de hoy en día, recién graduados de escuelas de posgrado. La brillantez académica es algo bastante diferente de la sabiduría y el sentido común, y una cosmovisión es un asunto de sabiduría y sentido común, ya sea bíblica o no bíblica.
Sin intentar definir con exactitud la naturaleza de “ciencia” y “teoría” (los cuales en este contexto podemos tomar como sinónimos), se puede decir que la teología y la filosofía, como disciplinas académicas son científicas y teóricas, mientras que una cosmovisión no lo es. Una cosmovisión es cuestión de la experiencia cotidiana, compartida por toda la humanidad. Es un componente ineludible de todo conocimiento humano, y como tal no es científico, o más bien (puesto que el conocimiento científico depende siempre del conocimiento intuitivo de nuestra experiencia diaria) es “pre-científico” en esencia.
La cosmovisión pertenece a un orden cognitivo más elemental que el de la ciencia o teoría. Así como la estética presupone algún sentido innato de belleza, y la teoría legal presupone una noción fundamental de justicia, también la teología y la filosofía presuponen una perspectiva preteórica del mundo. Son una elaboración científica de la cosmovisión.
En general, pues, podemos decir que la similitud entre cosmovisión, filosofía y teología radica en que tienen un alcance global, pero la diferencia entre estas consiste en que una cosmovisión es pre-científica, mientras que la filosofía y la teología son científicas. La distinción entre filosofía y teología puede quizá verse más claramente si introducimos dos conceptos claves: estructura y dirección.
La filosofía se puede describir como aquella disciplina científica global (orientada hacia la totalidad de las cosas) que se enfoca en la estructura de las cosas, esto es, en la unidad y diversidad de lo que encontramos en la creación. La teología (es decir, la teología sistemática cristiana), por otro lado, puede ser descrita como aquella disciplina científica global (orientada hacia la totalidad de las cosas) que se enfoca en la dirección de las cosas, esto es, en el mal que infecta al mundo y en la cura que lo puede salvar.
La filosofía cristiana examina la creación a la luz de las categorías básicas de la Biblia; la teología cristiana examina la Biblia a la luz de las categorías básicas de la creación. En contraste, una cosmovisión se ocupa igualmente de asuntos tanto estructurales como direccionales. No cuenta aún con la diferenciación de enfoque que es característico de las disciplinas científicas globales.
Se puede decir muchísimo respecto a estas distinciones, especialmente acerca de la distinción entre estructura y dirección. En este momento solo la estamos mencionando brevemente para aclarar la relación entre los tres modos globales de entender el mundo.
“Cosmovisión reformacional” y otras cosmovisiones cristianas
Ahora que tenemos una idea general de lo que es una cosmovisión, nos resta discutir la cuestión de las características que distinguen a la cosmovisión reformacional. ¿Qué características distintivas la separan de otras cosmovisiones, sean paganas o humanistas, u otras cosmovisiones cristianas? Debemos comenzar nuestra búsqueda reconociendo que existen distintas cosmovisiones cristianas, aun dentro de la corriente principal del cristianismo histórico y ortodoxo.
Ahora bien, hay un sentido en el que todas las iglesias cristianas ortodoxas (que en este contexto entenderemos como las iglesias cristianas que aceptan los credos que llamamos ecuménicos de la iglesia primitiva), comparten gran parte de la enseñanza básica de la Biblia. Todas aceptan la Biblia como la Palabra de Dios; creen en un Creador trascendente que creó todo lo que existe; confiesan que el problema básico de la humanidad se debe al pecado y que Jesucristo ha venido para ser la expiación por ese pecado y a redimir a la humanidad de la maldición del pecado; aseveran que Dios es personal y trino, que Cristo es tanto divino como humano, etc. No debemos minimizar el grado en que las tradiciones ortodoxas de Oriente (rusa, griega, etc.), la Católica Romana y otras tradiciones Protestantes comparten la misma herencia bíblica y confesional.
Sin embargo, estamos conscientes de las divisiones profundas dentro de la iglesia cristiana. Estas divisiones reflejan diferencias de cosmovisión, así como diferencias teológicas en el sentido estricto de la palabra. Me gustaría identificar brevemente la diferencia básica entre una cosmovisión reformacional y otras cosmovisiones cristianas.
Una manera de ver esta diferencia es si usamos la definición básica de la fe cristiana propuesta por Herman Bavinck: “Dios el Padre ha reconciliado Su mundo creado pero caído, a través de la muerte de Su Hijo, y por Su Espíritu, lo renueva para convertirlo en un Reino de Dios”. La cosmovisión reformacional toma todos los términos claves de esta confesión trinitaria ecuménica en un sentido universal y global. A los términos “reconciliado”, “creado”, caído”, “mundo”, “renueva”, y “Reino de Dios” se les atribuye un alcance cósmico. En principio, nada aparte de Dios mismo cae fuera del espectro de estas realidades fundamentales de la religión bíblica.
En contraste, todas las demás cosmovisiones cristianas restringen el alcance de cada uno de esos términos de una u otra manera. Se entiende que cada uno se aplica a solo un área delimitada del universo de nuestra experiencia, por lo general llamada la esfera de lo “religioso” o “sagrado”. Todo lo que quede fuera de esta área delimitada se llama la esfera de lo “mundano”, “secular”, “natural” o “profano”. Todas estas teorías de las “dos esferas”, como se les llama, son variaciones de una cosmovisión básicamente dualista, en contraposición a la perspectiva integral de la cosmovisión reformacional, que no acepta una distinción entre las “esferas” sagradas y seculares en el cosmos.
Esa es una manera de explicar la particularidad de la cosmovisión reformacional. Otra manera es decir que sus rasgos distintivos están organizados alrededor del entendimiento fundamental que “la gracia restablece la naturaleza” esto es, que la redención en Jesucristo significa la restauración de una creación buena en sus orígenes. (En este contexto la palabra “naturaleza” debe entenderse como “realidad creada”). En otras palabras, la redención es re-creación. Si consideramos esta explicación más de cerca, podemos ver que realmente involucra tres dimensiones fundamentales: la creación que es buena en sus orígenes, la perversión de esta creación por medio del pecado, y la restauración de esta creación en Cristo.
Queda claro lo central que resulta la doctrina de la creación en esta perspectiva, puesto que la finalidad esencial de la salvación es rescatar una creación trastornada por el pecado. En contraste, lo que vemos en cosmovisiones no reformacionales es que la gracia implica algo adicional a la creación, con el resultado de que la salvación es algo esencialmente “no creacional”, supra-creacional, o incluso anticreacional. Bajo esta perspectiva, cualquier cosa que Cristo traiga más allá de la creación pertenece a la dimensión de lo sagrado, mientras que la creación original constituye la dimensión de lo secular.
Este artículo ha sido adaptado del libro La creación recuperada: bases bíblicas para una cosmovisión reformacional, escrito por Albert M. Wolters. El texto corresponde al capítulo 1, titulado “¿Qué es una cosmovisión?”. Puedes adquirir este libro a través de Poiema Publicaciones.