A menudo es difícil saber cómo navegar entre las facciones religiosas de la derecha y la izquierda. A la derecha pueden estar aquellos que enfatizan la buena doctrina, pero parecen mantenerse a distancia del mundo. A la izquierda, aquellos que enfatizan el compromiso social y el activismo, pero parecen haber comprometido la fidelidad teológica.
Sin embargo, no somos la primera generación de evangélicos que lidia con esta tensión. Los evangélicos de principios del siglo XX también se encontraron incómodamente atrapados entre dos extremos cada vez mayores. Pero, por la providencia de Dios, varios teólogos evangélicos a mediados del siglo XX comenzaron a defender un camino diferente. El más influyente de ellos fue Carl F.H. Henry.
Henry fue un brillante teólogo, periodista, profesor de seminario y figura destacada evangélica, conocido sobre todo como el gigante intelectual que sirvió como el primer jefe de redacción de Christianity Today, la revista fundada por Billy Graham. Uno de los editores posteriores de la revista, David Neff, dijo: “Si vemos a Billy Graham como el gran rostro público y el espíritu generoso del movimiento evangélico, Carl Henry fue el cerebro”.
Más que nadie, Henry presentó argumentos intelectuales convincentes a favor de una nueva corriente del evangelicalismo: uno que combinaba pasión por la doctrina correcta con pasión por el compromiso cultural. Henry enfatizó tanto el evangelismo como el activismo social. Insistió en que los evangélicos priorizaran tanto la erudición teológica como la capacitación ministerial práctica, y modeló cómo desafiar adecuadamente a aquellos con quienes uno no está de acuerdo, llamando a los evangélicos a hacerlo con amabilidad y humildad. Henry nos ofrece un modelo de cómo podemos estar comprometidos tanto con la ortodoxia como con la ortopraxis.
Relámpago de fuego
Carl Ferdinand Howard Henry nació el 2 de enero de 1913, hijo de inmigrantes alemanes, y creció en Long Island, Nueva York. Fue bautizado en la Iglesia episcopal y asistió a la escuela dominical, pero la religión no era importante en el hogar de los Henry.
Después de graduarse de la escuela secundaria en 1929, Henry comenzó a trabajar como reportero freelance. En tres años, ya era editor de un importante periódico en Long Island. Se había convertido en un “periodista implacable, entregado a placeres paganos”, como escribe Timothy George en Essential Evangelicalism.
Sin embargo, un día de 1933, mientras Henry estaba solo en su automóvil durante una tormenta violenta, un rayo lo asustó. Describió la experiencia así:
Un relámpago de fuego, como una flecha gigante en llamas, pareció clavarme en el asiento del conductor, y un poderoso estruendo de trueno me desconcertó. Cuando cayó el fuego, supe instintivamente que el Gran Arquero me había clavado en mis propios pasos. Mirando hacia atrás, fue como si el Tetragrámaton trascendente quisiera que supiera que no podía salvarme a mí mismo y que la intervención del cielo era mi única esperanza.
Poco después, Henry tuvo una larga conversación con un joven evangelista llamado Gene Bedford. Tras esa conversación, Henry aceptó a Jesús como Salvador.
Henry se inscribió en el Wheaton College en 1935, donde conoció a Helga Bender, hija de misioneros bautistas. Carl y Helga se casaron en 1940, comenzando un matrimonio que duró 63 años. También desarrolló una amistad con su compañero de clase Billy Graham durante sus años en Wheaton. Su amistad duraría toda la vida y daría mucho fruto.
Después de obtener un BA y un MA de Wheaton, así como un BDiv y un ThD del Northern Baptist Theological Seminary, Henry siguió un doctorado en la Universidad de Boston. Fue durante su tiempo en Boston que fortaleció su amistad con Harold John Ockenga, pastor de la histórica Park Street Church. Juntos, Henry, Ockenga y Graham se convirtieron en los tres líderes principales del resurgimiento del evangelicalismo a mediados del siglo XX.
Un nuevo tipo de evangélico
Henry y Ockenga querían propagar una nueva forma de evangelicalismo que evitara la atracción social hacia los extremos de la izquierda y la derecha. Los proponentes de esta nueva corriente, a menudo llamados “neoevangélicos”, querían ser más conscientes socialmente que los fundamentalistas de las décadas anteriores, aunque defendían las mismas doctrinas básicas. También estaban dispuestos a trabajar con otras denominaciones, con la esperanza de una coalición más amplia de líderes cristianos.
Henry y Ockenga creían que el cristianismo había fallado culturalmente debido a la falta de rigor intelectual entre los líderes cristianos. Los neoevangélicos estaban convencidos de que si iban a influir en la sociedad, necesitaban recuperar el respeto en el ámbito académico. El evangelicalismo tendría que producir académicos de clase mundial que pudieran participar en los centros intelectuales de élite y, por lo tanto, “enfrentar a los liberales teológicos en su propio terreno y vencerlos en su propio juego”, como dice Albert Mohler.
Con estos objetivos en mente, Henry ayudó a abrir camino a varias iniciativas clave del evangelicalismo, incluidas la Asociación Nacional de Evangélicos (1942) y la Sociedad Teológica Evangélica (1949). En 1947, Ockenga y el evangelista radial Charles Fuller lanzaron el Seminario Teológico Fuller para ser la institución insignia del neoevangelicalismo, y reclutaron de inmediato a Henry como el decano fundador de la escuela. Henry permaneció en la facultad de Fuller hasta que se convirtió en el primer jefe de redacción de Christianity Today en 1956. La revista rápidamente se volvió muy influyente, en gran parte debido al liderazgo de Henry.
Estas iniciativas llevaron a una explosión en la erudición evangélica. Antes del movimiento neoevangélico, los evangélicos dependían en gran medida de la erudición conservadora del siglo XIX. Los evangélicos fueron ridiculizados por “depender de reimpresiones de libros”, como dice Roger Nicole. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, los eruditos evangélicos “produjeron obras sobre historia, psicología, teología pastoral, homilética, relaciones familiares, la vida devocional, las características denominacionales y decenas de otros temas”, dice Nicole. “El problema en 1945 era que teníamos relativamente pocos libros conservadores nuevos; el problema ahora es que hay tantos que pocas personas pueden permitirse comprar todos los que les gustaría poseer”. A medida que la erudición evangélica explotaba, Henry lideraba el camino, ganándose el apodo de “el decano de los evangélicos”.
Henry escribió más de cuarenta libros y un sinnúmero de artículos, ensayos y reseñas a lo largo de su carrera. Su obra magna fue el trabajo de tres mil páginas y seis volúmenes God, Revelation, and Authority (en español, Dios, revelación y autoridad). Este gran trabajo explora a fondo la epistemología, la autorrevelación divina, la hermenéutica, la autoridad y la naturaleza de la verdad. Gregory Alan Thornbury resume el proyecto diciendo que Henry quería presentar una teología que fuera “epistemológicamente viable, metodológicamente coherente, bíblicamente precisa, socialmente responsable, orientada al evangelismo y aplicada universalmente”.
¿Qué podemos aprender de Henry?
Si Henry estuviera vivo hoy, ¿qué podría decir a los evangélicos modernos? Un examen de la vida y los escritos de Henry nos brinda ideas sobre cómo podría dirigirse a nosotros.
Evangelismo
La primera exhortación de Henry podría ser hacia el evangelismo. Él escribe:
Sería un acto supremo de falta de amor por parte de la comunidad cristiana retener del cuerpo de la humanidad, perdida en pecado, el evangelio de que Cristo murió por los pecadores y de que el nuevo nacimiento está disponible bajo la condición del arrepentimiento y la fe personales.
Henry observó que demasiados cristianos habían relegado el evangelismo a los evangelistas profesionales, absolviéndose de toda responsabilidad en la Gran Comisión al afirmar que no estaban dotados para la tarea.
Durante los primeros años del Seminario Fuller, el fervor de Henry por el evangelismo impregnaba la cultura de la institución. Fomentó un ambiente “evangelísticamente vivo, con una mentalidad misionera y un cálido sentido de comunidad en los primeros días de Fuller”, como lo describe John Woodbridge. El historiador George Marsden comparte el recuerdo de un estudiante que vio al Dr. Henry llegar a los seminarios matutinos de los sábados temprano “desaliñado en un viejo abrigo holgado [porque] periódicamente pasaba la mitad de la noche en Los Ángeles testificando a indigentes y ayudándolos a encontrar refugio”. Henry era tanto un evangelista como un teólogo o periodista.
Henry rechazaba la idea de que el evangelismo y los estudios teológicos estuvieran en conflicto. En su discurso de apertura en 1966 en el Congreso Mundial de Evangelismo en Berlín, proclamó la urgente necesidad de teólogos evangelistas fieles a la Biblia. Sabía que los esfuerzos evangelísticos sin una buena teología llevarían a confusión doctrinal y a un discipulado débil. Pero también sabía que cuando los teólogos carecen de fervor evangelístico, se vuelven demasiado insulares y meticulosos. Henry desafió a los delegados a “convertirse en teólogos evangelistas, en lugar de contentarse con ser solo teólogos o solo evangelistas”, escribe John Woodbridge.
Justicia
En 1947, Henry publicó su libro más famoso, The Uneasy Conscience of Modern Fundamentalism (en español, La conciencia inquieta del fundamentalista moderno), en respuesta a la idea de que solo había dos opciones para los protestantes: el liberalismo teológico o un fundamentalismo culturalmente desconectado. Este libro fue un llamado claro para que los evangélicos rechazaran esta falsa dicotomía.
Henry quería que los evangélicos lideraran tanto en la integridad teológica como en el activismo social. A menudo decía: “Dios es tanto el Dios de la justicia como de la justificación”. Henry creía que la tarea más importante era “la predicación del evangelio, en interés de la regeneración individual”, pero también creía que los cristianos debían presentar el evangelio “como la mejor solución a nuestros problemas, tanto individuales como sociales”.
Dios, en su autorrevelación, nos da la mejor definición de justicia. Por lo tanto, los cristianos deben ser los mayores defensores de la justicia, en los términos de Dios, en cualquier sociedad, presentando los caminos de Dios como la imagen perfecta de justicia y rectitud. Henry escribe: “Los evangélicos saben que la injusticia es reprobable no simplemente porque es anti humana, sino porque es anti Dios”.
The Uneasy Conscience desafió a los líderes evangélicos a abordar cuestiones relacionadas con la justicia y a condenar los males sociales como el racismo, la explotación laboral y la guerra agresiva. Según Henry, no deberíamos poder “mirar con indiferencia los fracasos de la justicia en los tribunales, la usura, el saqueo de los necesitados, la falta de alimentar y vestir a los pobres y el cobro excesivo por la mercancía”. En un estilo auténticamente kuyperiano, escribe: “El mensaje misionero evangélico no puede medirse por su éxito solo en el número de conversos. El mensaje cristiano tiene un efecto salino sobre la tierra. Apunta a una sociedad recreada”.
Política
Henry pidió que más evangélicos denunciaran la injusticia en sus escritos, creyendo que esto cambiaría los corazones y las mentes. Sin embargo, también sabía que cambiar mentes no era suficiente. Para inspirar un cambio social, Henry sabía que los cristianos necesitaban ayudar a cambiar las políticas también.
En sus editoriales, a menudo defendía leyes específicas y cambios en las políticas. En la mente de Henry, no era suficiente lograr que las personas estuvieran de acuerdo si ese acuerdo no tenía ningún efecto práctico. Por eso estaba dispuesto, como editor, a apoyar públicamente ideas y marcos en los que se pudieran encontrar las soluciones correctas a los males sociales.
Sin embargo, la clave para Henry era centrarse en las ideas y los marcos, en lugar de en los partidos políticos. Henry nos desafiaría a ir en contra de las ideologías dañinas tanto de la izquierda como de la derecha. Nos diría que apoyemos buenas políticas, sin importar de qué lado del espectro político provengan, y advertiría a los evangélicos que no se vuelvan demasiado leales a un solo partido político. Henry estaba mayormente de acuerdo con la política conservadora, pero insistía en que los líderes evangélicos debían evitar convertirse en portavoces del movimiento político conservador en Estados Unidos. Esto lo puso en desacuerdo con los miembros más conservadores de la junta y los financiadores de Christianity Today, quienes querían una voz políticamente conservadora más abierta para los editoriales de la revista. Eventualmente, esto le costó a Henry su puesto como jefe de redacción.
Henry comprendía el poder de la política, pero también comprendía sus limitaciones. Sabía que los cambios en las políticas solo podían llegar hasta cierto punto en el esfuerzo por remodelar la sociedad. Si Henry estuviera vivo hoy, nos exhortaría a tener cuidado de no depositar demasiada confianza en los esfuerzos políticos. Sabía que los evangélicos debían dedicar sus mayores energías a la predicación del evangelio y al evangelismo.
Retórica
Junto con un mayor compromiso social, los neoevangélicos querían adoptar un tono más positivo que los fundamentalistas de la generación anterior. Henry no se apartaba de dar advertencias duras cuando era necesario, pero a menudo expresaba notas de optimismo y esperanza.
En The Uneasy Conscience, Henry afirma que los evangélicos necesitan presentar su doctrina e ideas con una “dinámica que le dé esperanza”. Quería involucrarse con la sociedad, no solo ganar un argumento. Después de escuchar el mensaje evangélico, Henry quería que la gente sintiera un sentido de esperanza de que, de hecho, hay un mejor camino.
Él también comprendía que nuestra retórica importa. Sabía que una retórica conciliadora y esperanzadora le permitiría establecer una relación con personas que, de otro modo, podrían desacreditarlo o ignorarlo. Para Henry, sin embargo, ser conciliador y esperanzador no era simplemente una táctica en una búsqueda por ganar más personas a su lado. Más bien, esa retórica estaba informada teológicamente.
El ministerio de Cristo fue personal e encarnacional; por lo tanto, Henry creía que el teólogo también debía ser personal e encarnacional. Quería que las personas vieran al Salvador a través de su vida, por lo que buscaba interactuar con los demás de la misma manera que Cristo lo hizo. Timothy George, quien pasó mucho tiempo con Carl Henry, dice: “Lo que más se destaca era su extraordinaria humildad y amabilidad hacia los demás (...). Nunca lo escuché hablar de manera amarga o despectiva sobre nadie, ni siquiera sobre aquellos con quienes no estaba de acuerdo”. Los evangélicos modernos harían bien en seguir el modelo de Henry.
Gigante humilde
Marvin Olasky, ex jefe de redacción de la revista World, comparte una anécdota (recontada por Thornbury) de la vida de Henry que nos da una gran visión de su humildad.
Durante varios años, hacia el final de su vida, Henry escribió columnas de opinión para World. Olasky dijo que cada pocas semanas recibía una carta por correo de Henry, generalmente un artículo de tres páginas, y en cada carta, Henry siempre incluía una postal con su dirección y sello, con las palabras escritas a mano: “Aceptar o Rechazar”. Nunca presumió que lo que tenía que decir merecía ser publicado.
Henry fue un líder y académico notable. Fue un teólogo impresionante. Su fervor evangelístico era contagioso. Su amabilidad era sincera. Su obra es incomparable en su generación. Y su humildad era profunda.
Poco después de la muerte de Henry, el 7 de diciembre de 2003, David S. Dockery escribió este tributo: “Aquellos que lo conocieron por primera vez a menudo quedaban impresionados por su inmenso intelecto. Pero pronto, casi sin excepción, quedaban más impresionados por su humildad y espíritu generoso”.
Este artículo fue traducido y ajustado por David Riaño. El original fue publicado por Kenneth E. Ortiz en Desiring God. Allí se encuentran las notas y referencias.
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