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Esta pequeña y delgada mujer experimentó una vida profundamente difícil y llena de sufrimiento por la causa de Cristo. Su testimonio de perseverancia, pasión y osadía inspiraron a muchos coreanos y extranjeros a luchar por la causa del evangelio. Bienvenidos a este resumen de la vida de Esther Ahn Kim (1908-1997).
El inicio de la persecución
Ahn Ei Sook nació en Corea el 24 de junio de 1908. Dos años después, Japón invadió la península de Corea y anexó el territorio a su Imperio durante los siguientes 35 años. En ese momento, Corea era un solo país y no estaba dividido, como hoy, entre Corea del Norte y Corea del Sur. Como parte de la “japonización”, los coreanos se vieron obligados a adorar en los santuarios sintoístas y a rezar a los dioses japoneses, a los emperadores muertos y a los antiguos héroes de guerra. Los que se negaban eran enviados a prisión. También se les obligaba a hablar japonés y se les coaccionaba a cambiar sus nombres por nombres japoneses.
En cuanto a sus creencias, la familia de Ei Sook estaba dividida. Su madre, quien era hija de un alto oficial coreano, se convirtió a Cristo cuando era niña y la familia de su padre practicaba la religión tradicional. Las diferencias se hacían notar: se podía ver la miseria de los adoradores de ídolos en comparación con la tranquila paz y felicidad de la madre de Ahn Ei Sook. Una noche, su madre le dijo: “Como puedes ver, los ídolos no tienen ningún poder. El Señor Jesús es el único que puede darnos verdadero poder, felicidad y paz”. Al ver la fe de su madre en Jesús, Ei Sook también confió en él y se convirtió a la fe de su madre.
Por insistencia de su padre, mientras era una joven, Ahn Ei Sook tuvo que viajar a Japón para recibir su educación. Después de terminar su preparación en Japón, Ahn Ei Sook regresó a Corea y empezó a enseñar música en una escuela cristiana en Pyongyang. Cuando los líderes japoneses amenazaron con el cierre del centro educativo y torturaron a cualquiera que no se inclinara ante una diosa del sol japonesa, todos, excepto Ei Sook, se inclinaron. Fue arrestada, pero milagrosamente escapó.
Ei Sook huyó hasta su casa. Los cristianos ya se habían reunido para orar por ella. Luego de que su mamá le ayudará a disfrazarse con polvo y ropa vieja, tomó el primer tren que salía de la estación y viajó al norte del país, cerca de la frontera con China. Pero ella sabía que no podría evitar el arresto y el encarcelamiento, así que empezó a prepararse. Sabiendo que no tendría acceso a una Biblia en la cárcel, se dedicó a memorizar más de 100 capítulos bíblicos y muchos himnos. También se abstuvo de comida y agua durante días y durmió en el frío sin cobijas, preparando su cuerpo y mente para las duras condiciones de la prisión.
“Sabía que en mis propias fuerzas resultaría imposible guardar mi fe,” escribió más adelante. “Para mantenerme firme, Dios tendría que trabajar a través de mí”. Mientras tanto, en su escondite, recibía periódicamente visitas clandestinas de cristianos que se escondían en las montañas y escuchaba sus desgarradoras historias de persecución.
Proclamar a Cristo en Japón
Cuando la hermana de Ei Sook se enteró de que los japoneses sabían dónde estaba y corrió a informarle, la joven comenzó a huir de nuevo, yendo de un lugar a otro, pero el Señor la guio para que se trasladara a la ciudad de Pyongyang, donde se reuniría con muchos otros cristianos perseguidos con quienes salía a evangelizar mientras vivía en un empobrecido barrio de la ciudad.
Un día, un extraño llamado Elder Park fue a su casa y le dijo que Dios lo había llevado a ir a Pyongyang para decirle que ambos habían sido llamados a proclamar la verdad de Cristo en Japón. A pesar de su vacilación inicial, Ei Sook ayunó, oró y leyó su Biblia durante tres días. Sabía que Dios la estaba llamando a Japón y sabía que ser golpeada, morir de hambre o ser asesinada sería mejor que desobedecer al llamado del Señor.
Después de viajar a Japón, pudieron conversar con varias personas importantes. Oraban que estas personas pudieran influenciar a las autoridades y pudieran cambiar las condiciones en Corea. Pero Ei Sook y Elder Park estaban resueltos a desafiar a los japoneses con el evangelio, así que pidieron públicamente al gobierno japonés que se arrepintiera, que se retirara de Corea y que examinara cuál era la verdadera fe: el sintoísmo o el cristianismo. Inmediatamente fueron arrestados y enviados a Corea como prisioneros.
De 1939 a 1945, Ei Sook permaneció en una prisión japonesa en Pyongyang. Ella y sus compañeros de prisión sufrieron constantes hambrunas, enfrentaban un frío extremo y con frecuencia los guardias les trataban con dureza y odio. Sin embargo, el Señor también trajo carceleros que quisieron a Ei Sook y se hicieron cristianos. En ese tiempo ella predicó a los demás presos y muchos llegaron a conocer al Señor.
Mientras estuvo en la cárcel, aunque su cuerpo se debilitaba con el sufrimiento, ella brillaba con amor sobrenatural hacia sus perseguidores y sus compañeras de prisión. Aún en medio de la tortura, se rehusaba a negar el nombre de Cristo. Su asombroso ejemplo de “sufrir dificultades como buen soldado de Cristo” trajo al Reino a muchas personas que no habrían tenido la oportunidad de escuchar el evangelio de otra manera.
En una ocasión, mientras Ahn Ei Sook estaba temblando en su celda de la cárcel y permanecía acurrucada con sus compañeros de prisión en busca de calor, escuchó gemidos desde una celda cercana. Venían de una mujer china de 20 años que había asesinado brutalmente a su marido. Se decía que la mujer estaba loca. Llevaba ropa que siempre estaba sucia y tenía las manos atadas a la espalda porque se negaba a dejar de golpear la puerta. Ei Sook oró para que la mujer fuera trasladada a su celda y poder hablarle de Cristo.
Finalmente, la prisionera fue llevada a la celda de Ei Sook, donde instantáneamente trató de morder a sus compañeros de celda. La mujer atacó a Ei Sook y cayeron al suelo forcejeando hasta que la mujer finalmente colapsó en el suelo por el agotamiento y se quedó dormida. Durante tres días, sus pies fríos buscaban el pecho de Ei Sook en busca de calor.
Ei Sook compartió su comida, peinó el cabello enredado de la mujer y le brindó su cuidado. Le habló del amor de Jesús y de su oferta de perdón. Con el tiempo, los carceleros notaron un cambio en la joven. Cuando los verdugos vinieron a buscarla, no tuvieron que usar esposas. Habiendo recibido la paz de Cristo, caminó hacia la muerte en la fe. La mujer murió en su sano juicio, habiendo conocido a Jesucristo.
Legado de fe inquebrantable
El 15 de agosto de 1945, Japón se rindió a las fuerzas aliadas, abandonó Corea y los prisioneros fueron liberados. Sin embargo, tan pronto como se fueron los japoneses, llegaron los soviéticos. Ante el temor que les causaba un dominio soviético, muchas personas prefirieron abandonar sus propiedades y huir al sur. Los soviéticos capturaron a Ei Sook. Querían que viajara a Moscú para que sirviera como una herramienta en su régimen en Corea, pero Ei Sook logró huir de nuevo de forma milagrosa.
Con la ayuda de varios creyentes, escapó a Seúl. Allí conoció a Kim Dong Myung con quien se casaría y se mudaría a los Estados Unidos. Desde entonces Ahn Ei Sook adoptó el nombre de Esther Kim y pasó a llamarse Esther Ahn Kim. Luego de su liberación, la historia de su encarcelamiento y fe inquebrantable se convirtió en el libro llamado If I Perish. La obra de esta gran mujer de Dios se convirtió en el libro de temas religiosos de mayor venta en Corea, inspirando a millares a permanecer firmes en su fe cristiana.
En la década de 1950, Esther Ahn Kim y su esposo plantaron la Iglesia Bautista Berendo Street en Los Ángeles, donde Don pastoreó durante casi 40 años. La pareja trabajó incansablemente por el evangelio por el resto de sus vidas, juntos haciendo obra misionera y ministerio de plantación de iglesias en Corea y en los Estados Unidos.
Hasta el día de su muerte, a sus noventa años, Esther Ahn Kim seguía exhortando a las personas y orando por ellas. Todavía seguía memorizando la Escritura, pero ahora en inglés. Esther Ahn Kim murió en 1997 después de enfrentar la enfermedad de Alzheimer. A lo largo de su ministerio, Esther Ahn Kim se aseguró de que otros conocieran la fuente de su fidelidad y perseverancia, escribiendo en su libro: “Sabía que sería imposible para mí mantener mi fe en mi propio poder. Dios tendría que trabajar a través de mí para mantenerme firme”.
¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Crees que el sufrimiento contribuye a nuestro crecimiento espiritual? ¿Cómo podemos fortalecer nuestro carácter cristiano para perseverar en nuestra fe? ¿De qué forma puedes sacrificar tu comodidad por la causa del evangelio?
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