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Durante las últimas décadas, ha sido un imperativo para padres, pastores y psicólogos analizar los efectos devastadores de la pornografía en las generaciones más jóvenes. Su consumo se ha vinculado con una crisis generalizada de soledad, depresión y ansiedad. Ha contribuido a forjar hombres y mujeres con una profunda incapacidad para la interacción social auténtica, atrofiando su habilidad para asumir los riesgos inherentes a las relaciones reales y empujándolos a un aislamiento autoimpuesto. Este fenómeno también ha erosionado la confianza dentro de las relaciones de pareja existentes e incluso ha provocado la disminución de las tasas de natalidad en todo el mundo.
Sin embargo, la reciente irrupción de la inteligencia artificial (IA) está llevando esta degradación moral a nuevos niveles. Ya no hablamos solo de videos pregrabados; ahora existen chatbots que ofrecen compañía íntima y novias virtuales diseñadas para ser la pareja perfecta, o herramientas que permiten crear imágenes pornográficas de cualquier persona con solo unos clics. La IA no ha inventado un problema nuevo, pero sí ha tomado los efectos destructivos ya conocidos y los ha amplificado a una escala antes inimaginable.
En este artículo, exploraremos cómo la IA está exacerbando la crisis de la pornografía. Lo haré exponiendo tres niveles progresivos de degradación moral, cada uno más profundo que el anterior. Finalmente, y ante este panorama desolador, abordaremos la pregunta fundamental: ¿de qué maneras responde el Evangelio a la era de la pornografía potenciada por la IA?

Nivel 1: la democratización del abuso pornográfico
La pornografía siempre ha sido una empresa de abuso y degradación. Desde sus inicios, ha prosperado a costa de la explotación, y no es un secreto que gran parte de su contenido ha sido creado a través de la esclavitud humana y el tráfico de personas. En su forma más tradicional, el abuso, aunque terrible, estaba mayormente contenido dentro de los confines de una industria oscura y de quienes participaban —voluntaria o involuntariamente— en ella.
Sin embargo, la IA está demoliendo estas barreras, permitiendo que la creación de contenido pornográfico abusivo se convierta en una práctica accesible para cualquiera con una conexión a internet. Ya no se requiere una red de explotación; basta con un individuo y un software para infligir daños irreversibles. La IA ha puesto herramientas de abuso en manos de compañeros de clase, acosadores y extraños, expandiendo el círculo de víctimas a personas que no tienen ninguna relación con la industria.


Este fenómeno ya es una epidemia en colegios de todo el mundo. Varios medios (entre ellos la BBC) reportaron que, en comunidades como Westfield, Nueva Jersey, estudiantes de secundaria han utilizado aplicaciones de “desnudo” para alterar fotografías de sus compañeras —extraídas de sus redes sociales o de eventos escolares como el baile de graduación— con el fin de crear imágenes sexualmente explícitas. Luego, han distribuido ese contenido en chats grupales y redes sociales, causando lo que los expertos describen como “consecuencias devastadoras” para la salud mental, la reputación y la seguridad de las jóvenes. Lo que antes era una divulgación malintencionada de fotos o videos reales, ahora se ha convertido en la producción y distribución de material de abuso sexual infantil generado por IA.
El abuso también se ha vuelto más personal y vengativo. En abril de este año, la BBC informó que Brandon Tyler, un hombre de 26 años, fue sentenciado en el Reino Unido a cinco años de prisión por usar IA para crear pornografía deepfake de mujeres que conocía. Tyler tomaba imágenes de sus redes sociales —en un caso, una foto en bikini; en otro, la foto de una joven de 16 años en su noche de graduación— y las manipulaba para luego publicarlas en foros que glorificaban la “cultura de la violación”. Para maximizar el daño, también publicaba los nombres de sus víctimas, sus redes sociales e incluso sus números de teléfono. Una de las afectadas declaró sentirse “completamente violada” por sus acciones.

Incluso las figuras públicas no están a salvo, lo cual demuestra la escala masiva del problema. A principios de 2024, imágenes pornográficas falsas de la cantante Taylor Swift inundaron las redes sociales. Una sola de estas imágenes fue vista 47 millones de veces en la plataforma X antes de ser eliminada. El incidente fue tan alarmante que impulsó a congresistas de Estados Unidos a exigir nuevas leyes federales contra la creación de este tipo de imágenes, lo cual evidencia una tendencia desproporcionada: el 99% de las víctimas en contenido pornográfico deepfake han sido mujeres .
Desde las primeras revistas pornográficas en papel para adultos, esta industria ha pisoteado el Imago Dei (la imagen de Dios) en el ser humano. Pero hoy, la IA hace ese camino de profanación mucho más fácil y amplio. Así, el nivel 1 de esta nueva degradación es la democratización del abuso: la capacidad de cualquier persona para convertir a otra —una compañera de clase, un antiguo amor, una celebridad— en un objeto para su gratificación, sin su consentimiento y sin ningún límite para la depravación a la que quiera llegar.

Nivel 2: la industrialización de la intimidad falsa
La pornografía siempre ha sido un agente de aislamiento. Incluso en las dinámicas de pareja más “tolerantes”, que consensuadamente aceptan que el otro utilice pornografía, su consumo constante erosiona la atracción y la conexión genuina, creando una distancia palpable entre dos personas de carne y hueso. La industria pornográfica, en su búsqueda incesante de ganancias, ha sabido capitalizar las vulnerabilidades humanas. Su principal fuente de ingresos proviene de explotar la dificultad de las personas para conectarse sexualmente, pero su modelo de negocio se ha expandido para monetizar algo aún más profundo: la necesidad de intimidad emocional.
Un claro precursor de esto fue el fenómeno de OnlyFans. Como documentó la revista The Cut, muchos hombres terminaron gastando miles de dólares no solo en contenido sexual, sino en la ilusión de una relación. Un hombre llamado Eric admitió haber gastado 10.000 dólares, gran parte en la “experiencia de novia”, un servicio de conversaciones casuales para tener a “alguien que pretendiera preocuparse por su día y le dijera buenos días”. Para él, mientras tuviera dinero, también tendría compañía sin el miedo al rechazo de las citas en el mundo real. Pero el costo humano es devastador.
Julianne, una mujer de 51 años de Minneapolis, descubrió que su esposo había gastado al menos 46.000 dólares en una mujer en línea. Él llevó a su familia a la ruina financiera no por sexo explícito, sino por mensajes como “Buenos días, hermosa”, una muestra de afecto que ya no tenía hacia Julianne.

Sin embargo, lo que antes costaba una fortuna en plataformas como OnlyFans, ahora está siendo automatizado y masificado por la IA. Los chatbots están haciendo que los sustitutos de la intimidad relacional sean más baratos, más accesibles y psicológicamente más potentes. Según un estudio del Institute for Family Studies, uno de cada cinco adultos estadounidenses ya ha utilizado un compañero romántico de IA, una cifra que se dispara a casi uno de cada tres en el caso de los hombres jóvenes. Estas aplicaciones son el producto estrella de una floreciente economía de la intimidad sin fricción: la ilusión de una relación perfecta sin los desafíos del compromiso real.
El problema, como señala un artículo de Psychology Today, es que estas interacciones pueden atrofiar nuestra capacidad para la empatía y dejarnos peor equipados para las relaciones humanas, que son inherentemente complejas e imperfectas. Los datos del estudio del Institute for Family Studies revelan una alarmante “paradoja de la soledad": el uso de estas aplicaciones está “fuertemente ligado a un mayor riesgo de depresión y a mayores niveles reportados de soledad”. Lejos de ser una cura, se convierten en un catalizador del mismo mal que prometen aliviar.
El caso de Ayrin, una mujer de 28 años entrevistada por The New York Times, ilustra perfectamente este segundo nivel de degradación. Aunque estaba casada, ella se enamoró de “Leo”, un novio IA que creó en ChatGPT. Su relación con su esposo real, Joe, se vio afectada, pues invertía una cantidad desmesurada de tiempo y energía emocional en el chatbot: llegó a pasar hasta 56 horas en la aplicación en una sola semana.

Mientras su esposo, a miles de kilómetros de distancia, pensaba que era un “compañero virtual personalizado” inofensivo, Ayrin desarrollaba una obsesión y un sentimiento de culpa, consciente de que estaba desviando los recursos emocionales que debía destinar a su matrimonio hacia un algoritmo. Su historia no es una anomalía, sino el resultado lógico de una tecnología que ha industrializado la intimidad al ofrecer un sustituto perfecto que, al final, deja más vacíos y soledad que antes.
Nivel 3: la normalización de la pornografía (ética)
La pornografía se ha masificado a tal punto en las últimas décadas, que para muchos se ha convertido en un elemento normalizado del paisaje cultural. Incluso entre quienes evitan un consumo adictivo, existe la percepción de que un uso moderado puede tener ciertos beneficios. Como resultado, la inmoralidad sexual inherente a su consumo ha ganado una inquietante aceptación social.
Afortunadamente, el discurso constante de padres, educadores, psicólogos, pastores y otras figuras de autoridad sobre sus peligros ha funcionado como un obstáculo necesario, impidiendo el avance totalmente indiscriminado de la industria. Sin embargo, la IA está creando un escenario que amenaza con desmantelar estas barreras morales al presentar la posibilidad de una pornografía “ética”. La IA está preparada para normalizar aún más la pornografía en la sociedad, principalmente de dos maneras.

La primera es mediante la automatización total del contenido. La industria pornográfica tradicional, a pesar de su alcance, siempre ha requerido un esfuerzo considerable para producir material novedoso y mantener el interés de los consumidores. La IA elimina estas dificultades.
Como lo reportó The Washington Post, algunas creadoras de contenido para adultos ahora están empleando dobles de IA. Sophie Dee, una veterana de la industria, ha colaborado con una startup para crear un chatbot que no solo imita su apariencia y personalidad, sino que nunca envejece; puede generar fotos y videos explícitos e interactuar con los fans 24/7. Para ella, esta es una forma de asegurar un flujo de ingresos pasivo y perpetuo, una especie de “inmortalidad” digital.
La automatización permite una producción de contenido ilimitada y personalizada sin el costo, el esfuerzo y los límites del trabajo humano, normalizando la pornografía como un producto industrial más, disponible a la carta y sin límites. Ya ni siquiera la edad es capaz de sacar a una creadora de contenido para adultos del mercado.

La segunda, y quizás más insidiosa, forma de normalización es la ilusión de que la IA puede hacer de la pornografía algo moralmente aceptable. Históricamente, uno de los elementos más repulsivos de la pornografía ha sido su inextricable vínculo con la violencia y la degradación explícita. Conscientes de este rechazo, algunos desarrolladores están utilizando la IA para crear una versión aparentemente “limpia” de violencia.
Un artículo de The Guardian destaca a emprendedores como Ashley Neale, creadora de la aplicación MyPeach.ai, que implementa “barreras éticas” para prohibir que los usuarios abusen de sus avatares virtuales. En su plataforma, si un usuario intenta representar escenarios de violencia, violación (incluso consensuada) o abuso verbal, la IA está programada para negarse. Este esfuerzo por crear pornografía “ética”, filtrando los elementos más objetables, se presenta como una forma de disfrutar del contenido sin el peso de la explotación y la violencia.
Sin embargo, esta búsqueda de una pornografía ética es una ilusión. La pornografía siempre ha estado asociada a la violencia no por accidente, sino porque su misma esencia es la degradación del ser humano, la reducción de una persona a un objeto para el consumo. Eliminar la violencia explícita a través de un algoritmo no santifica el acto; simplemente lo disfraza. No aborda la raíz del problema: la lujuria que deshumaniza. Esta falsa moralidad solo servirá para normalizar aún más su consumo, haciendo que los usuarios bajen la guardia mientras los creadores, inevitablemente, buscarán vías alternas y más sutiles para satisfacer los mismos oscuros deseos que la pornografía siempre ha alimentado. La pornografía siempre ha llevado a sus consumidores a escalar sus deseos, llevando lo ficticio digital al plano de lo físico y corpóreo. ¿Será que la pornografía creada con IA, que ya no tiene ninguna clase de limitación, no incitará también a sus usuarios a cumplir fantasías inimaginables en plano de lo real?

La respuesta del Evangelio: el deleite como contracultura
La trayectoria de la degradación es clara: desde el abuso democratizado hasta la intimidad industrializada y la normalización de la inmoralidad, la IA está creando una ilusión cada vez más perfecta y seductora. Estamos en un mundo sintético diseñado para satisfacer todos nuestros deseos a la carta. Como lo expresó el profesor de filosofía Timothy Pickavance:
Las tierras de la fantasía son agresivamente imperiales y desbordarán las fronteras de nuestra sexualidad. La pornografía promete ser un lugar donde todo sale como quieres, para tu satisfacción. No importa cuál sea tu fantasía sexual, dice la mentira, la pornografía puede cumplirla. Y la pornografía con IA solo hace que esta fantasía se adapte aún más a las inclinaciones individuales. En medio de la fantasía sexual, la pornografía con IA puede parecer un terreno estable, pero es un mar tempestuoso impulsado por la aceptación de un estilo de vida codicioso; una corriente de resaca que nos arrastra bajo el agua y lejos de la orilla, hacia las profundidades sin sol.

Frente a esta poderosa ilusión, el Evangelio se presenta como el gran remedio para ver la realidad. El apóstol Pablo afirma que “el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2 Co 4:4). La pornografía, amplificada por la IA, es una de las herramientas más eficaces de ese dios para mantenernos ciegos, atrapados en una mentira que nos promete placer pero solo entrega vacío. El Evangelio es la luz que nos permite ver que el pecado no nos satisface y, al mismo tiempo, nos da el poder para librarnos de aquello que nos daña. Como dijo Jesús, es la verdad la que nos hace libres (Jn 8:32).
¿Cómo se ve eso en la práctica? El Evangelio nos da acceso a disfrutar plenamente de la vida, llenando los vacíos que la pornografía con IA pretende ocupar. En primer lugar, restaura las relaciones íntimas para que sean reales y verdaderamente satisfactorias. Donde la IA ofrece una “intimidad sin fricción” y transaccional, el Evangelio nos llama a un pacto sacrificial, a un amor que, aunque imperfecto y lleno de desafíos, es genuino y refleja el amor de Cristo por Su Iglesia. En segundo lugar, la ausencia de una relación romántica cobra un nuevo sentido a la luz del Evangelio. La soledad que empuja a tantos a los brazos de un algoritmo ya no es un vacío que deba llenarse a toda costa con una pareja, ya sea humana o artificial. La vida del creyente encuentra su propósito y plenitud en Cristo y en la comunión con Su pueblo, la Iglesia.
Por tanto, nuestra forma de ser contraculturales va mucho más allá de limitarnos a prohibir y alejarnos de la pornografía. Ese es solo el principio, la renuncia a la mentira. Pero el punto de llegada es un deleite activo y gozoso en las bendiciones reales que el Evangelio nos ha dado. Lo que nuestra sociedad necesita con urgencia no son solo críticas a la tecnología, sino el testimonio vivo de cristianos plenamente felices; personas cuya satisfacción en sus matrimonios, en su soltería con propósito y en la riqueza de su comunidad demuestren, sin necesidad de muchas palabras, cuán ilusorio y vacío es el consuelo ofrecido por un chatbot de IA.
Al final, la crisis de la pornografía con IA no es más que el último intento de la humanidad por llenar un hueco interior que la tecnología nunca podrá satisfacer. El filósofo y científico del siglo XVII, Blaise Pascal, lo diagnosticó con una precisión asombrosa:
¿Qué otra cosa proclama este anhelo y esta impotencia, sino que hubo una vez en el hombre una verdadera felicidad, de la que ahora solo le queda la marca y el rastro vacíos? Esto intenta en vano llenarlo con todo lo que le rodea (...) buscando en las cosas ausentes la ayuda que no obtiene de las presentes. Pero todas son inadecuadas, porque este abismo infinito solo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable; en otras palabras, por el mismo Dios.

Las novias de IA y los mundos pornográficos personalizados no son más que los ídolos más recientes que arrojamos a ese “abismo infinito”. Son la prueba de que, sin importar cuán avanzada sea nuestra tecnología, ninguna creación humana puede ocupar el vacío con forma de Dios que todos llevamos dentro.
Nota del editor: Este artículo fue redactado por David Riaño y las ideas le pertenecen (a menos que el artículo especifique explícitamente lo contrario). Para la elaboración del texto, ha utilizado herramientas de IA como apoyo para la investigación y la edición. El autor ha revisado cualquier participación de la IA en la construcción de su texto y es el responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
Man jailed for using AI to create deepfake porn | BBC
Teen Girls Confront an Epidemic of Deepfake Nudes in Schools | The New York Times
Taylor Swift deepfakes spark calls in Congress for new legislation | BBC
How AI Could Shape Our Relationships and Social Interactions | Psychology Today
Counterfeit Connections: The Rise of AI Romantic Companions | Institute for Family Studies
Addicted to OnlyFans? Why Men Are Paying So Much Money | The CUT
She Is in Love With ChatGPT | The New York Times
Creators, porn stars turn to AI doppelgangers to keep fans entertained | Washington Post
Can AI porn be ethical? | The Guardian
AI Porn Is Covetousness | Christianity Today
Quote, Blaise Pascal | Be Resolute
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