Jesús y Séneca probablemente nacieron el mismo año. El Evangelio de Juan comienza presentando a Jesús como el Logos, un término cargado de significado filosófico estoico. Pablo, razonando con pensadores griegos en el Areópago en Hechos 17, incluso cita a un poeta estoico. Y en el siglo II, el apologista cristiano Justino Mártir dirigió su Primera apología al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio, el hombre que llegaría a ser tanto filósofo estoico como emperador romano. Claramente, los escritores del Nuevo Testamento y los primeros cristianos no eran ajenos a la filosofía estoica ni a su atractivo cultural. Y si quedara alguna duda, solo necesitamos recordar que 350 años después de Pablo, Agustín de Hipona seguía citando, interactuando y criticando ideas estoicas en su obra monumental La ciudad de Dios.
A pesar de la afinidad entre el cristianismo primitivo y el estoicismo antiguo, los pensadores cristianos desde Pablo hasta Justino Mártir y Agustín, en última instancia, rechazaron el estoicismo. Aunque los cristianos continuaron interactuando con la filosofía estoica durante la Edad Media y en la Reforma protestante, como filosofía popular de vida, el estoicismo perdió influencia poco después de Agustín.

Hoy, sin embargo, Séneca está de vuelta. Epicteto está lanzando “bombas de verdad” en Twitter. Y Marco Aurelio —aunque siempre apreciado en el ámbito militar— está teniendo un momento de auge entre los fanáticos del ejercicio. En otras palabras, el estoicismo antiguo está disfrutando de un renacimiento moderno. Divulgadores contemporáneos como Tim Ferriss y Ryan Holiday prometen que, sin importar los obstáculos que enfrentes en la vida, las virtudes estoicas —como dominar las emociones— llevarán a una vida feliz. Los estoicos modernos están vendiendo millones de copias de sus libros. Creadores de podcasts como Joe Rogan están promoviendo prácticas estoicas. En tiempos inciertos y caóticos, el estoicismo ofrece una alternativa filosófica a la religión que aborda la ansiedad diaria e inspira crecimiento personal.
En este ensayo, recurro al firme teólogo cristiano Agustín como guía para interactuar con el estoicismo en su forma moderna. Recuperar la crítica de Agustín al estoicismo antiguo en La ciudad de Dios equipa a pastores y líderes cristianos para responder con sabiduría al auge de la ética de la virtud estoica moderna. Para comenzar, evaluemos por qué el estoicismo ha tenido tal resurgimiento.

Filosofía del resurgimiento
Para entender el resurgimiento moderno del estoicismo antiguo, podemos preguntarnos: ¿por qué ahora? ¿Qué hay en nuestra época que ha creado un hambre por la sabiduría estoica? Propongo tres razones clave: el estoicismo promete estabilidad interior en un mundo caótico, ofrece una filosofía para los hacedores y complementa al secularismo moderno.
1. El estoicismo promete estabilidad interior en un mundo caótico.
El estoicismo ofrece una terapia para nuestros deseos: una forma de encontrar paz en medio de la incertidumbre y la ansiedad. Los estoicos antiguos buscaban la estabilidad del alma cultivando el autocontrol y la autoconciencia mediante prácticas meditativas (aunque no necesariamente del tipo que implica decir “ommm”). Las prácticas que recomiendan se enfocan en evaluar las emociones desde una perspectiva racional. Constantemente se recuerdan a sí mismos que, aunque tienen poco poder sobre lo que les sucede, pueden controlar su respuesta. El manual de Epicteto resume: “Los hombres no se perturban por las cosas, sino por la opinión que tienen de ellas”. Por tanto, aconseja: “No procures que las cosas sucedan como tú deseas, sino desea que sucedan como suceden, y encontrarás la paz”. La paz no proviene de cambiar tus circunstancias; proviene de cambiar tu mentalidad. Para lograr tal mentalidad, los estoicos ofrecen muchos ejercicios prácticos, como “la vista desde arriba” o “la contemplación de la impermanencia.”

Los defensores modernos del estoicismo elogian la filosofía como “supremamente práctica” y ofrecen “un conjunto de herramientas prácticas pensadas para el uso diario”. Este pragmatismo simple atrae tanto a la madre ansiosa que intenta preocuparse menos por sus hijos como al empresario de Silicon Valley que no sabe cómo va a cubrir la nómina del próximo mes. Los ejercicios del estoicismo ayudan incluso con preocupaciones más básicas y mundanas, como el estrés de una estudiante de secundaria por cómo la perciben sus compañeros, o la preocupación de un universitario por llegar tarde otra vez a clase. Sin embargo, aunque esta filosofía pragmática tiene un atractivo amplio, ha sido particularmente atractiva para la cultura del esfuerzo (“hustle culture”) estadounidense.

2. El estoicismo ofrece una filosofía para los hacedores.
El estoicismo da consejos prácticos para el crecimiento personal. Enseña fortaleza mental, autocontrol y aceptación de las limitaciones. Frases como la de Séneca: “sufrimos más en la imaginación que en la realidad” inspiran a los tipos del esfuerzo constante como Joe Rogan y sus seguidores. Atrae a atletas profesionales que desean fundamentar y guiar su búsqueda de la excelencia en su deporte, a participantes del mundo del fitness —especialmente aquellos que asisten a gimnasios de CrossFit o estudios de jiu-jitsu— y, finalmente, a jóvenes que buscan consejos prácticos que al mismo tiempo les ofrezcan un mapa para encontrar sentido en la vida.
El estoicismo proporciona el ancla filosófica para la ideología actual del esfuerzo constante: perseguir la virtud para alcanzar la felicidad. La mentalidad estoica afirma
que lo único que es bueno en sí mismo es la virtud (...) que los sabios son felices simplemente porque son virtuosos, y pueden ser felices incluso en el potro [de tortura]; que deben ser capaces de decir de todo lo que no sea su virtud (amigos, amores, emociones, reputación, riqueza, estados mentales placenteros, sufrimiento, enfermedad, muerte, etc.) que cuando se pierde, no les afecta en absoluto.
El sabio estoico alcanza la felicidad al aceptar la pérdida, el dolor o el sufrimiento como parte de la vida y como las herramientas mismas para dominar la virtud. Esta perspectiva filosófica le presenta al individuo tanto control como motivación. Tú puedes decidir si tendrás éxito. Tú puedes determinar si “dominarás tu mente y desafiarás las probabilidades”. El estoicismo ofrece un marco filosófico para el yo optimizado.

3. El estoicismo complementa al secularismo moderno.
El estoicismo ve la religión con indiferencia. El enfoque tranquilo pero seguro del estoico en ser su mejor versión, sin importar quién o qué gobierne el cosmos, ayuda a explicar por qué tantas personas se sienten atraídas hacia el estilo de vida estoico en nuestra era secular. Puedes conservar los elementos espirituales de la filosofía mientras permaneces fuera de los límites de una religión propiamente dicha. Tal estrategia resalta la búsqueda secular de significado, sugiriendo que los estoicos modernos piensan que la filosofía puede reemplazar a la religión como la leche de avena a la leche de vaca. (¿Eres alérgico a la religión? ¡Prueba con Epicteto!)
El agnosticismo flexible del estoicismo encaja con el secularismo moderno. Un autor resume el atractivo de esta cualidad de “lo mejor de ambos mundos”: “Hay algo muy atractivo para mí, como persona no religiosa, en la idea de una filosofía ecuménica, una que pueda compartir metas y, al menos, algunas actitudes generales con otras grandes tradiciones éticas del mundo”. Una manera específica en que el estoicismo complementa al mundo secular moderno es con su visión agnóstica de la vida después de la muerte. Como lo expresa Marco Aurelio: “Las cosas son unidades aisladas [átomos] o forman un todo inseparable. Si ese todo es Dios, entonces todo está bien; pero si es un azar sin propósito, al menos tú no necesitas estar sin propósito también”. Este agnosticismo respecto a la vida después de la muerte se vuelve aún más claro en la práctica del memento mori.

En sus Meditaciones, Marco Aurelio escribió: “Podrías dejar la vida ahora mismo. Que eso determine lo que haces, dices y piensas”. Esta amenaza de muerte inspiraba a Aurelio a vivir virtuosamente ahora y no esperar. Para los estoicos antiguos y modernos, la frase latina memento mori (recuerda que morirás) es una herramienta para vivir bien. El sabio estoico no huye de la muerte, sino que camina hacia ella con serena aceptación. Sin embargo, este abrazo estoico de la mortalidad revela su actitud hacia el suicidio. Si la muerte no debe temerse porque es parte de la naturaleza, entonces puede convertirse no solo en la conclusión de la vida, sino en una elección personal.
Epicteto dijo célebremente: “¿Hay humo en la casa? Si no es sofocante, me quedaré dentro; si resulta demasiado, saldré. Recuerda siempre: la puerta está abierta”. Si la vida se vuelve insoportable —si la casa está demasiado llena de humo— entonces puedes elegir salir por la puerta. Su metáfora captura la actitud de otros estoicos, como Séneca y Marco Aurelio, e inspira a dos estoicos modernos a defender la opción del suicidio. Estos estoicos modernos concluyen:
No deberías cometer suicidio mientras seas capaz de hacer lo que Marco [Aurelio] llamó el trabajo de un ser humano: apreciar y crear relaciones significativas, proyectos que perseguir, cosas útiles que contribuir a otros, y cosas que aprender para ti mismo. Mientras eso sea verdad (...) quédate. Pero si, sin embargo, la habitación se llena demasiado de humo para ti (...) entonces tienes la opción de salir por la puerta.
Recordar que moriremos, e incluso elegir morir, es el enfoque estoico hacia una de las partes más temidas e inciertas de la vida. Para muchos hoy, este enfoque parece humano, incluso empoderador. Pero para Agustín, revelaba el defecto fatal de todo el sistema del estoicismo.

La respuesta de Agustín: el defecto fatal del estoicismo
Agustín abordó el estoicismo como a toda otra gran filosofía de su tiempo: lo saqueó. Escribiendo a futuros pastores, Agustín dice en La enseñanza cristiana: “Cualquier afirmación de aquellos que son llamados filósofos (...) que resulte ser verdadera y consistente con [la] fe [cristiana] no debería causar alarma, sino ser reclamada para nuestro propio uso, como si fuera de propietarios que no tienen derecho a ella”. Agustín creía que toda enseñanza del estoicismo que resultara verdadera era, en realidad, una verdad cristiana. Por lo tanto, los cristianos pueden ser como los antiguos israelitas que saquearon el oro egipcio para construir el tabernáculo de Yahveh.
Pero, así como los israelitas tuvieron que fundir el oro de Egipto antes de reutilizarlo para la casa de Dios, así también los cristianos deben discernir cuidadosamente entre las verdades que los incrédulos perciben y las mentiras. Exponer los problemas fundamentales de una filosofía pagana, entonces, es esencial para un saqueo exitoso.
En el libro 19 de La ciudad de Dios, Agustín identifica el defecto fundamental del pensamiento estoico no mediante un ataque externo, sino exponiendo las inconsistencias internas del estoicismo. Lo hace al demostrar la brecha entre la teoría de la ética de la virtud de los estoicos y su realidad vivida, específicamente la decisión que algunos estoicos toman de cometer suicidio. Para ver esta contradicción, seguiremos los tres pasos que Agustín da al interactuar con la filosofía estoica.

1. La felicidad no descansa en los bienes externos.
Agustín construye un terreno común con los estoicos al estar de acuerdo con ellos en que la felicidad no puede encontrarse en los bienes externos. Los estoicos creen que si colocamos nuestra felicidad en la riqueza o la salud o incluso en nuestros hogares, pronto descubriremos cuán inciertos y frágiles son esos bienes externos en esta vida. Agustín describe las muchas formas en que la vida presenta desafíos inesperados: una tormenta podría enviar la fortuna de tu vida al fondo del mar Mediterráneo; una enfermedad podría agotar toda tu salud y fuerza; un enemigo saqueador podría destruir tu hogar y tu familia. Podemos imaginar a los estoicos contemporáneos de Agustín asintiendo con la cabeza porque hacen los mismos argumentos. Ellos dicen: “¡Sí, exactamente, Agustín! Estas desgracias siempre son posibles, así que no deberíamos poner nuestra esperanza de felicidad en cosas que la desgracia puede arrebatarnos”.
El énfasis de Agustín en las muchas posibles desgracias y miserias de esta vida parece, al principio, reforzar la posición estoica de que deberíamos tratar todos esos bienes externos como cosas indiferentes (adiáphora). Son cosas no esenciales. Lo que es esencial, diría un estoico, es que aprendamos a perseguir la virtud en toda circunstancia. Pero Agustín va más allá. Lo que es cierto de los bienes externos (bienes del cuerpo) también es cierto de los bienes internos (bienes del alma). No deberíamos poner nuestra esperanza en nuestras capacidades mentales, como la inteligencia o la sabiduría. Podríamos quedarnos sordos, ciegos o incluso enloquecer. “¿Quién puede estar seguro”, pregunta Agustín, “de que incluso un filósofo no será tal víctima en algún momento de su vida?”
Para los estoicos, esta idea de que los bienes externos de la vida son cosas indiferentes significa que también ven los males que los amenazan como indiferentes. Solo la virtud importa. Lo verdadero es la estabilidad del alma. Por lo tanto, el catálogo de Agustín no solo de males corporales sino también mentales probablemente tiene la intención de inquietar al estoico, quien cree que practicar la virtud conduce a la apatheia o tranquilidad del alma. El estoico dice que debemos buscar la felicidad en la virtud en lugar de en los bienes de esta vida, porque practicar la virtud es la única manera confiable de encontrar estabilidad del alma en cualquier circunstancia. Sin embargo, la lista de Agustín de males potenciales indica que practicar la virtud puede no ser suficiente para alcanzar la felicidad.

2. La virtud es insuficiente para la verdadera felicidad.
Aceptando lo que dicen los estoicos, Agustín entonces considera si practicar la virtud tal como ellos la prescriben realmente puede conducir a la verdadera felicidad. Aunque está de acuerdo en que las virtudes cardinales —valentía, justicia, templanza, sabiduría— ofrecen un camino más prometedor hacia la felicidad que los bienes externos como la comida o la fama, Agustín argumenta que esas virtudes son susceptibles a males al igual que los bienes externos. Incluso si la virtud es un bien superior a otros bienes humanos, no hay garantía de que seguiremos practicando la virtud y, por lo tanto, no hay garantía de felicidad en esta vida.
De hecho, la propia existencia de la virtud da testimonio de la ruptura del mundo. Necesitamos valentía porque hay peligro. Necesitamos justicia porque hay injusticia. Necesitamos templanza porque hay deseos desordenados. Necesitamos sabiduría porque la vida es confusa y a menudo oscura. Decir que la felicidad completa se encuentra en la virtud es decir que la felicidad es una guerra constante contra el vicio. ¿Cómo puede eso ser verdadera felicidad?
Agustín conoce la respuesta estoica: el verdadero sabio sabe que esas desgracias o males no son reales sino percibidos (adiaphora). Pero Agustín no está convencido. Exclama:
Está más allá de mi comprensión cómo los estoicos pueden argumentar audazmente que tales males no son realmente males, y al mismo tiempo permitir que, si un filósofo es probado por ellos más allá de su obligación o deber de soportarlos, no le quede otra opción que tomar el camino fácil cometiendo suicidio.
Recuerda la analogía de Epicteto de la casa llena de humo. Podemos quedarnos en la casa —esta vida— mientras podamos soportarla, mostrando valentía al hacerlo. Si se vuelve demasiado para nosotros, la puerta del suicidio siempre está abierta. Para Agustín, el problema no es que los estoicos valoren la virtud, sino que sobrestiman lo que puede lograr. Si la virtud es el camino confiable hacia la felicidad, ¿entonces por qué ese camino a veces no termina en resiliencia sino en desesperación?

Entre los escritos estoicos que aún conservamos hoy, Séneca es quien con mayor frecuencia articula el argumento a favor del suicidio. En la Carta 77, relata la historia de Tulio Marcelino, quien, enfrentando una enfermedad crónica pero curable, eligió terminar con su vida. Según cuenta Séneca, muchos amigos ofrecieron a Marcelino diferentes razones para vivir o morir. Pero finalmente un amigo estoico dio un paso adelante y le ofreció el consejo más inspirador: “No te atormentes como si estuvieras considerando un gran asunto. Vivir no es un asunto tan grande; todos tus (...) animales lo hacen. Morir con honor, prudencia, valentía; eso sí es grande”. Las palabras convencen a Marcelino, así que elige la muerte. Séneca presenta el suicidio de su amigo no como una tragedia sino como un ejemplo digno de admirar e imitar. La vida no debe medirse por su duración sino por su calidad, y cuando la calidad disminuye, el sabio puede elegir salir.
Para Agustín, el suicidio estoico revela la incongruencia insuperable en el corazón de su filosofía. Si la virtud por sí sola fuera suficiente para la felicidad, entonces ningún sufrimiento externo, por grande que fuera, podría justificar el suicidio. El sabio perseveraría, encontrando gozo en el ejercicio diario de la virtud. Los sabios estoicos que aprueban el suicidio confiesan lo contrario. Agustín identifica el dilema que el suicidio revela: “¡Buena vida es esa, sin duda, que busca el auxilio de la muerte para acabarla! Si tal vida es feliz, que el sabio permanezca en ella; pero si estos males lo expulsan de ella, ¿en qué sentido es feliz?” Su pregunta presenta dos opciones ineludibles: si la filosofía estoica afirma que la verdadera felicidad es alcanzable por medio de la virtud, ¿cómo podría la persona virtuosa llegar jamás a ser tan miserable como para acabar con su vida? Pero si los problemas de la vida realmente pueden llegar a un punto que justifique el suicidio, entonces ¿cómo podríamos decir que la vida virtuosa es verdaderamente feliz?
Para Agustín, esta contradicción interna revela la falta de una escatología que pueda servir como fundamento de esperanza en el sufrimiento. Puedes apretar los dientes a través del sufrimiento porque piensas que te hará más fuerte. Pero si el sufrimiento se vuelve demasiado difícil, el estoico dice que deberías rendirte. Sin una esperanza clara más allá de la muerte, los estoicos no pueden ofrecer esperanza para el sufrimiento más profundo de la vida.

3. La verdadera felicidad se encuentra en la vida eterna.
Agustín señala la esperanza que los cristianos tienen en la vida venidera como aquello que los estoicos no pueden ofrecer pero que, en última instancia, desean. La vida eterna —el bien supremo— es donde se encuentra la verdadera felicidad. Y es para lo que están destinadas las verdaderas virtudes: no son el fin, sino el medio para avanzar hacia la verdadera felicidad.
Así que, aunque Marco Aurelio —y Ryan Holiday— puedan tener razón al decir que “el obstáculo es el camino” para avanzar en virtud, se equivocan al afirmar que los avances en la virtud conducirán a la verdadera felicidad en esta vida. La virtud no te hará feliz en última instancia porque la virtud no es el bien supremo, y la felicidad definitiva no es posible en esta vida terrenal.
Agustín va más allá al decir que, aunque cristianos y estoicos valoran el bien de practicar la virtud, hay una diferencia fundamental en su visión de la virtud. Para el estoico, la fuente de la virtud está en uno mismo. Para el cristiano, la virtud es un don de Dios que administramos. De hecho, Agustín enfatiza que, aunque los estoicos y otros paganos pueden tener virtud comparativa, las virtudes cardinales solo se convierten en verdaderas o genuinas virtudes mediante los dones de fe, esperanza y amor que da Dios. Así, “las virtudes cardinales pueden poner al sabio en el camino hacia la felicidad, pero necesitan de las virtudes teológicas para alcanzar su fin”.
Agustín argumenta, entonces, que la teoría de la virtud estoica es insuficiente para asegurar la verdadera felicidad. Él desafía la conclusión de que el sabio que ha perfeccionado las virtudes cardinales será feliz a pesar de sus circunstancias externas. Insiste en que el sabio no será feliz porque la verdadera felicidad solo puede encontrarse en la vida eterna.
“Pero, ¿qué hay de esta vida?”, podrías preguntarte. ¿Puede un cristiano ser feliz en esta vida? Agustín se enfoca en la virtud de la esperanza como el medio para alcanzar la felicidad en esta vida. Cita a Pablo en Romanos 8:24–25: “Porque en esperanza hemos sido salvados, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”. Los cristianos, argumenta Agustín, pueden “por la esperanza del cielo, ser hechos tanto felices como seguros”. Nuestra felicidad final y completa llegará en la vida eterna. Pero incluso en esta vida, podemos ser felices en la esperanza que tenemos a través de la salvación prometida asegurada por Cristo y la comunión presente que disfrutamos con Él.

La verdadera virtud: don y meta
La virtud estoica, en última instancia, descansa en la autosuficiencia, dejando los hilos de la vida en manos del individuo. Sin embargo, la autosuficiencia termina siendo asfixiante. Necesitamos la suficiencia de otro para tener verdadera esperanza. Necesitamos oír a Cristo decir: “Te basta Mi gracia” (2Co 12:9).
En un sermón sobre el discurso de Pablo en el Areópago en Hechos 17, Agustín ofrece a sus contemporáneos estoicos algo mejor que la autosuficiencia a través de la virtud: “La virtud te deleita. Es una cosa buena que te deleita. Pero no puedes servirte una copa de virtud. Estás sediento (...) [déjame] mostrarte la fuente de la vida (Sal 36:9) (...) [Reconoce] a Cristo como el torrente que brota; bebe hasta saciarte de virtud [de Él]”. La verdadera virtud es un don, no un logro; un fruto del Espíritu, no el triunfo de la voluntad. Y la meta de esta virtud no es simplemente la tranquilidad o el dominio de uno mismo, sino la visión de Dios mismo: la vida eterna donde nuestro gozo será completo y alcanzaremos nuestra felicidad final.
Los cristianos practican la virtud no como un deber sombrío, sino como una gozosa preparación para la recompensa de la vida eterna. Tal virtud entrena al alma no solo para resistir, sino para anhelar a Aquel en cuya presencia hay plenitud de gozo (Sal 16:11). Practicar la virtud es una batalla por un deleite más profundo, un anticipo de la satisfacción que un día inundará nuestros corazones para siempre. Por lo tanto, proseguimos con valentía, templanza, justicia y sabiduría transformadas por la fe, la esperanza y el amor. Lo hacemos no porque confiemos en nosotros mismos, sino porque confiamos en Cristo, quien ha prometido que nuestro gozo será completo, para Su suprema gloria (Jn 15:11).
Zach Howard es decano académico de los programas universitarios y profesor asistente de teología y humanidades en Bethlehem College and Seminary. Él y su esposa, Betsy, viven en Mineápolis con sus cuatro hijas.
Este artículo fue traducido y ajustado por David Riaño. El original fue publicado por Zach Howard en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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