Pocos símbolos capturan el alma de Haití como el Palacio Nacional en su capital Puerto Príncipe. El lugar fue severamente dañado por el devastador terremoto de 2010 y demolido por completo dos años después. En 2017, el entonces presidente Jovenel Moïse anunció planes para reconstruirlo. Sin embargo, desde que Moïse fue asesinado, el 7 de julio de 2021, ningún presidente ha ocupado el Palacio y la reconstrucción nunca se llevó a cabo. El espacio que debería representar la soberanía y el cuidado del pueblo se ha convertido en un campo de batalla para las bandas armadas que desangran la capital; el Estado ha fallado y ha dado paso a la anarquía.
Pero esta lucha por el control territorial no es un hecho aislado; es el síntoma más visible de un colapso generalizado. Hoy, las bandas armadas dominan gran parte de la capital y las arterias viales del país, sometiendo a la población a un régimen de secuestros, extorsión y terror. Este dominio asfixia la ya frágil economía y agrava la pobreza más extrema del hemisferio occidental, convirtiendo el acceso a comida, agua y medicinas en una lucha diaria por la supervivencia para millones de haitianos.

Sin embargo, en medio de este panorama de colapso, hay una casa que sí sigue en pie. No es una estructura de concreto, sino un templo de personas: la Iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad. A lo largo del país, en medio de la crisis, la comunidad de cristianos evangélicos persiste. Sus miembros se congregan en hogares, en sencillos templos y en las calles, manteniendo viva una llama de fe en un entorno que parece empeñado en extinguirla.
La resiliencia de esta comunidad plantea una pregunta ineludible: si la estructura social se desmorona, ¿cómo se vive la fe en un lugar así? ¿Qué forma toman la esperanza, el discipulado y la misión cuando todo alrededor es caos? Este artículo busca explorar brevemente la situación de la Iglesia haitiana, examinando tanto las extraordinarias oportunidades como los inmensos desafíos que surgen al ser sal y luz en medio del colapso institucional.
Haití: un estado fallido
Hablar de este país caribeño como un “Estado fallido” no es describir un colapso súbito, sino la culminación de un largo proceso de desintegración. Aunque la crisis actual se agudizó en este siglo, sus raíces son más profundas.
Varios momentos clave de los últimos años aceleraron la caída, pero dos resaltan de manera particular. Primero, el devastador terremoto de 2010 destruyó la precaria infraestructura del país. Aunque se suponía que la comunidad internacional iba a ayudar —específicamente a través de la famosa Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH)—, quedó mucha desconfianza por la fallida gestión de la Cruz Roja —que había recaudado 500 millones de dólares pero solo construyó seis casas—, así como por las acusaciones de explotación sexual y la introducción del cólera por parte de los cascos azules de la ONU.

Segundo, poco después de la pandemia de la COVID-19, el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021 constituyó el golpe de gracia: creó un vacío de poder total que las bandas criminales, hasta entonces actores secundarios, supieron explotar para tomar el control. Ahora, las pandillas no surgieron de la nada; durante años, fueron herramientas de las élites políticas y empresariales del país. Incluso antes de los dos hechos mencionados, “La violencia, perpetrada en gran medida por grupos criminales financiados por poderosos líderes empresariales, políticos y narcotraficantes, había paralizado gran parte de la economía”, destacó el International Crisis Group. Políticos haitianos financiaron y armaron a estos grupos para reprimir protestas, asegurar victorias electorales y atacar a sus competidores.

En un revelador reportaje de la cadena alemana DW, un líder pandillero, que se jacta de su nueva riqueza, confirma que las armas de alto calibre que poseen fueron “regaladas por los oligarcas”. Sin embargo, estas pandillas se han vuelto más poderosas que las mismas élites. Han pasado de ser actores dependientes a convertirse en “empresarios de la violencia” con un grado de autonomía, capacidad de reclutamiento y poder de fuego que supera con creces al del propio Estado.
Hoy la situación es catastrófica. Como afirmó María Isabel Salvador, la representante especial del secretario general, “Haití ha alcanzado un momento pivote (…) está llegando a un punto de no retorno”. Las pandillas, que antes eran rivales, se unieron en febrero de 2024 en una coalición llamada Viv Ansanm (Vivir Juntos). Liderada por figuras mediáticas como el expolicía Jimmy Chérizier, alias “Barbecue”, esta alianza forzó la dimisión del primer ministro Ariel Henry y puso de rodillas al Estado. Controlan más del 80% de Puerto Príncipe, así como los puertos y las rutas estratégicas del país.
Y su influencia no se limita a la capital: como destaca el International Crisis Group, las bandas se siguen expandiendo sin ninguna resistencia. El documental de DW muestra cómo han establecido una forma de gobernanza depredadora: cobran impuestos en los controles de carretera y financian sus operaciones con el secuestro, uno de sus negocios más lucrativos. Líderes como Renel Destina, alias “Caporal”, afirman ante las cámaras que ellos “sustituyen al Estado”, pero lo hacen sembrando el terror, utilizando las casas abandonadas como escondites y obligando a la gente a huir para luego saquear sus hogares.

Este control territorial ha provocado una crisis humanitaria de proporciones alarmantes. Según cifras de las Naciones Unidas, más de un millón de personas han sido desplazadas de sus hogares por la violencia y casi cinco millones de haitianos, cerca de la mitad de la población, enfrentan inseguridad alimentaria aguda. Hoy, familias enteras viven en refugios improvisados en edificios públicos, duermen en el suelo y dependen de una ayuda internacional que llega esporádicamente. Ante la impunidad rampante, la desesperación ha llevado a la población a tomarse la justicia por su mano mediante un terrible fenómeno conocido como “Bacalá”, en el cual, después de un juicio bastante superficial, se les prende fuego públicamente a personas que son sospechosas de ser parte de bandas criminales.
Frente a este colapso, la comunidad internacional ha aprobado el despliegue de una Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, liderada por Kenia. El objetivo es reforzar a la mermada policía haitiana para restablecer el orden y permitir la celebración de elecciones. Sin embargo, como advierte el International Crisis Group, el éxito de esta misión depende de que se eviten los errores del pasado. Para la población, la intervención genera una mezcla de esperanza y profundo escepticismo, alimentado por el recuerdo de la MINUSTAH. Para las pandillas, el mensaje del nuevo gobierno de transición es claro: “deben dejar las armas o ir a la cárcel”, una declaración que anticipa una confrontación directa por el futuro de Haití.

La Iglesia haitiana: una luz en medio de la crisis
La historia de la Iglesia, desde sus inicios, demuestra una paradójica verdad: es en los contextos de mayor oscuridad y sufrimiento donde la luz del Evangelio a menudo brilla con más fuerza. La muerte del primer mártir, Esteban, no detuvo el avance del cristianismo, sino que lo catalizó, dispersando a los creyentes que sacaron el mensaje de Jerusalén y lo llevaron a Judea y Samaria (Hch 6-8).
Esta dinámica parece repetirse hoy en Haití. La Iglesia sufre directamente la violencia que azota al país, y aunque no existe una persecución religiosa sistemática por parte del gobierno o la sociedad, las bandas criminales sí atentan contra las iglesias. No hay un hostigamiento contra el cristianismo como tal, pero las congregaciones resultan ser un blanco fácil para la extorsión. En los últimos años, pastores han sido secuestrados, misioneros asesinados y servicios religiosos interrumpidos violentamente, sembrando el pánico en las comunidades.
Es precisamente en este contexto de crisis donde surgen extraordinarias oportunidades para que la Iglesia sea sal y luz de una manera tangible y poderosa. Revisemos algunas de las oportunidades más importantes que tiene la Iglesia en la actualidad. Para ello, BITE ha entrevistado a los pastores haitianos Jean Pierre Kawas, misionero para Haití y la República Dominicana, y Widmy Mervilus, quien pastorea una iglesia bautista en una ciudad fronteriza. Ambos sirven fielmente a la Iglesia en Haití.
Quizás lo más notable del cristianismo en Haití es su presencia demográfica e histórica. Según fuentes como Puertas Abiertas y PewResearch, más del 90% del país es cristiano, aunque esta cifra incluye un marcado catolicismo tradicional. Con todo, y a pesar de la fuerte influencia del vudú en todo el país, el cristianismo evangélico representa un segmento significativo de la población. Las estimaciones varían: unos ofrecen unos porcentajes conservadores, aproximadamente del 15%, pero líderes locales calculan que el sector evangélico podría constituir entre el 40% y el 45% de los haitianos. En todo caso, históricamente, Haití fue uno de los primeros y más fructíferos campos para el protestantismo en la región.
¿Qué sucedería si esa población cristiana se uniera en causas comunes? Si bien la labor de la Iglesia no es gobernar, los cristianos, al ser ciudadanos, tienen la opción de influir en las grandes decisiones. El pastor Jean Pierre afirmó:
Al principio había más bautistas. Haití era el país que tenía más iglesias bautistas en América Latina (…). Muchos cristianos aspiran impactar la política, pero hay una división (…). Si el 40% o 45% que hemos mencionado realmente se pusiera junto, sería una fuerza que podría cambiar muchas cosas.

Este arraigo histórico y su considerable tamaño actual representan un capital social y espiritual inmenso; una red extendida por todo el país con el potencial de movilizarse para el bien común. Sin embargo, no parece que la Iglesia lo esté haciendo. “Si el Evangelio no impacta una nación, si no impacta una comunidad, no es Evangelio, porque el Evangelio transforma”, dijo Jean Pierre, a lo cual Widmy añadió: “Los avivamientos que hemos visto en la historia de la Iglesia han traído cambio positivo, estructural. Eso todavía no lo he sentido”.
Una segunda oportunidad notable de la Iglesia en Haití es su capacidad para brindar un servicio humanitario que refleje el amor de Cristo. Por supuesto, la predicación del Evangelio atiende una necesidad espiritual mucho más urgente que las necesidades físicas de alimento, pobreza y refugio. Sin embargo, en un contexto como el haitiano, es absurdo pensar en predicar el Evangelio sin asegurar la supervivencia de quienes escuchan. Así, ante el colapso del Estado, la Iglesia puede llenar vacíos cruciales, atendiendo tanto las necesidades del cuerpo como las del alma.
En un reportaje de Christianity Today acerca del pastor Octavius Delfils, quien ha servido en Puerto Príncipe desde el año del terremoto, este ministerio mostró cómo un servicio cristiano integral puede causar un gran impacto entre la población:
¿Cómo pastorea un pastor local a una congregación dispersa por una ciudad peligrosa? Para Delfils, las respuestas son más cotidianas que heroicas. Predica a través de las Escrituras en su iglesia local. Alimenta a niños hambrientos en su rincón de la ciudad. Y mientras muchos haitianos huyen del país, él se queda.

En un panorama más general, grandes organizaciones cristianas internacionales como Samaritan's Purse, World Vision y Compassion International tienen una larga trayectoria en el país, proveyendo ayuda de emergencia, programas de alimentación, acceso a agua potable y apadrinamiento infantil. Pero más allá de la ayuda de emergencia, que es vital, la iglesia local está posicionada para impulsar un desarrollo a largo plazo. Justamente, los pastores Jean Pierre y Widmy trabajan con iniciativas de microcrédito y clubes de ahorro, que les proveen a las iglesias locales oportunidades de ser sostenibles en el largo plazo.
Una tercera oportunidad para la Iglesia haitiana es que posee una vasta infraestructura educativa para impactar la cosmovisión de las nuevas generaciones. Se estima que la gran mayoría de las escuelas en Haití son gestionadas por actores no estatales, principalmente organizaciones religiosas. “Si hay una institución que pudiera haber hecho un impacto en la sociedad haitiana es la Iglesia, porque la iglesia tiene, en el sector educativo, el manejo de la educación privada. Podría decir que un 80% de las iglesias evangélicas en Haití tienen colegio”, afirmó el pastor Widmy.
Esta red educativa representa una de las oportunidades más estratégicas para el país: la posibilidad de formar a miles de niños y jóvenes no solo académicamente, sino con una cosmovisión fundamentada en principios bíblicos. Valores como la integridad, la esperanza y un sentido de propósito eterno —elementos esenciales para reconstruir el tejido moral de la nación— son inherentes a las Escrituras. Sin embargo, como afirmó Widmy, “la cosmovisión cristiana de la educación se ha perdido mucho”, lo que subraya la urgencia de retomar los principios cristianos en estas instituciones.

En todo caso, más allá de una mera identificación de esas bases como “cristianas”, es fundamental que se recuperen sus más profundas enseñanzas y fundamentos. “Sería bueno [que las ONGs tuvieran] un programa de capacitación para profesores de las iglesias en Haití. Porque eso ayudaría a tener una cosmovisión bíblica de la educación cristiana”.
Finalmente, la crisis actual es un llamado a la unidad de la Iglesia a nivel internacional. En otras palabras, hoy los cristianos en todo el mundo pueden reflejar el sentir de las palabras del apóstol Pablo: “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él” (1 Co 12:26). La comunidad cristiana global tiene la oportunidad de ir más allá del asistencialismo y forjar alianzas estratégicas con la iglesia local haitiana. “La forma más factible [de ayudar] es tener una alianza con la iglesia local, porque los locales son los que conocen las necesidades”, afirmó Widmy. Si bien la tendencia de muchas organizaciones internacionales es enviar recursos a Haití, es importante establecer una conexión más profunda y a largo plazo, que permita un desarrollo sostenible.
Esto implica apoyar ministerios de capacitación teológica, fortalecer los programas de desarrollo comunitario liderados por haitianos y, sobre todo, unirse en oración ferviente por la paz y la restauración del país. “Queremos (…) pedir oración para Haití”, afirmó Jean Pierre. “Oren por favor para que algo pueda pasar (...). A veces lloro pensando en el Haití que conocí”.

Los desafíos en medio de la crisis
Así como la crisis presenta oportunidades, también impone sobre la Iglesia haitiana una serie de desafíos formidables que amenazan su testimonio y eficacia. Estos obstáculos no son solo externos —como la violencia de las pandillas— sino también internos, arraigados en la teología, la práctica y la percepción pública de la iglesia.
Uno de los desafíos más significativos es el mal testimonio y la falta de credibilidad de la comunidad cristiana en la esfera pública. Aunque los evangélicos representan una fuerza demográfica considerable, su impacto moral y político es débil. “La Iglesia ha perdido tanto su credibilidad, que a veces es embarazoso decir ante la sociedad que eres pastor”, dijo Widmy. También el pastor Jean Pierre relata que al director de su programa de microcrédito “no le gusta dar préstamos a los pastores porque no cumplen”. Entonces, este problema se debe, en parte, a la conducta de líderes y creyentes. La falta de integridad ha generado una desconfianza generalizada al punto de que, según Widmy, si un cristiano se presenta como pastor para un cargo público, “no van a votar por él porque es cristiano”.
Pero, ¿de dónde viene este testimonio tan reprochable? Del segundo desafío: el surgimiento de una distorsionada “teología de la guerra espiritual”. En un contexto de impotencia y desesperación, algunas corrientes han adoptado una nueva especie de evangelio de la prosperidad. Por la pobreza, esta teología no está enfocada en la riqueza, pero sí hay un anhelo por algo profundamente terrenal: un poder espiritual malinterpretado para confrontar a las bandas.
El caso más trágico y notorio fue el del pastor Marcorel “Marco” Zidor, de la Iglesia Piscina de Bethesda. En agosto de 2023, Zidor convenció a cientos de sus seguidores, armados con machetes y palos, de marchar contra el territorio de una poderosa pandilla, asegurándoles que eran invencibles por su fe. El resultado fue una masacre: la pandilla abrió fuego, matando a decenas de fieles. Posteriormente, el pastor culpó a las víctimas, alegando que murieron porque les faltó fe y se escondieron en las casas en lugar de confiar en el poder divino. Este evento extremo ilustra una peligrosa corriente teológica que, en lugar de ofrecer una esperanza bíblica, lleva a sus fieles a la muerte.

Esta teología de la guerra espiritual solo es un ejemplo de lo que sucede cuando se tergiversa la Escritura. En general, hay en Haití una gran debilidad teológica, que carece de una comprensión profunda del Evangelio y las enseñanzas bíblicas. “Hay una necesidad de enseñar a las iglesias una doctrina más fuerte, más clara, más correcta, cristocéntrica (...). La eclesiología de la iglesia es muy débil, entonces realmente no impacta”, afirmó Jean Pierre.
Y, por supuesto, el sincretismo religioso con el vudú exacerba la fragilidad teológica de la Iglesia. En Haití muchos utilizan el siguiente dicho: “Los haitianos son 90 por ciento católicos, 10 por ciento protestantes y 100 por ciento vudistas”. A pesar de que este país es mayoritariamente cristiano de forma nominal, las prácticas y creencias del vudú permanecen profundamente arraigadas en la cultura. En palabras de la misionera haitiana Claudia Charlot:
Típicamente, los haitianos toman la decisión mental de seguir a Cristo, pero tienden a recurrir al vudú haitiano, especialmente en tiempos de crisis. Cuando se enfrentan a enfermedades, pérdidas o incertidumbre, pueden acudir a un brujo en busca de curación, o a veces buscan a un clarividente. Quieren saber si hay un espíritu que quiere hacerles daño.

Entonces, no es raro que cristianos busquen protección o soluciones en ambas fuentes de poder espiritual. Esto debilita la fe y diluye la singularidad del Evangelio, presentando un obstáculo constante para un discipulado profundo y transformador.
En el extremo opuesto, se encuentra el desafío de ministrar en medio de la violencia. “Hasta los domingos en la mañana la gente tiene miedo de reunirse”, afirmó Widmy, y ese miedo crece a medida que más cristianos son víctimas de los crímenes perpetuados por las bandas. Ejemplo de ello fue el famoso caso de la enfermera norteamericana Alix Dorsainvil, que trabajaba para la organización humanitaria cristiana El Roi, y su hija, quienes fueron secuestradas por 13 días en 2023. En el contexto de ese secuestro, el pastor Samson Doreliens, quien sirve en Puerto Príncipe, describió el gran dilema de la situación que les rodea: “Algunos se acercan más a Dios porque creen que solo Él puede hacer algo para quitar el dolor (…). Otros se desaniman, preguntándose por qué Dios permite que todo tipo de cosas le sucedan al país: violencia, desastres naturales, etc.”.
No obstante, el desafortunado efecto de servir en medio de la crisis es la sumisión pragmática a las pandillas. Ante la ausencia total del Estado, algunas iglesias y pastores se ven forzados a una coexistencia precaria con los grupos armados que controlan su territorio. Esto puede implicar el pago de cuotas de protección para poder operar, una forma de extorsión que normaliza el poder de las bandas y compromete el testimonio de la Iglesia. Si bien esta decisión se toma a menudo bajo una inmensa presión y con el fin de proteger a la congregación, el riesgo que se corre es el de convertir a la Iglesia en una entidad más bajo el yugo de los criminales, en lugar de ser un faro de justicia.

Conclusión: resiliencia haitiana
El panorama de la Iglesia en Haití es un mosaico de contrastes profundos. Por un lado, hay un Estado fallido, una violencia asfixiante y desafíos eclesiológicos como el mal testimonio y la debilidad teológica. Por otro lado, la presencia demográfica masiva, la red educativa extendida y el servicio abnegado de muchos creyentes revelan una Iglesia viva y con un inmenso potencial. En medio de esta tensión, una característica define tanto al pueblo haitiano como a su Iglesia: la resiliencia.
Como lo explicó la misionera haitiana Claudia Charlot en una entrevista con Christianity Today, la resiliencia es una característica intrínseca de la identidad haitiana, forjada a través de siglos de adversidad:
…a pesar de las dificultades, realmente creen que las cosas cambiarán, pase lo que pase. Al comparar la cultura haitiana con la occidental, comencé a notar lo raro que es el suicidio aquí. En mis 12 años viviendo en Haití, solo he oído de casos aislados. Imaginen: estamos en una cultura de supuesta pobreza y desesperanza. Sin embargo, a pesar de estas adversidades, los casos de suicidio, especialmente en comparación con los EE. UU., son bajos. La baja tasa de suicidios demuestra que los haitianos, en general, no suelen rendirse. Encuentran consuelo disfrutando del tiempo con sus familias, teniendo hijos y en las pequeñas cosas de la vida. En un país que se supone que está lleno de desesperación, hay satisfacción.
Sin embargo, para el cristiano, existe una resiliencia aún más profunda, una que no se fundamenta únicamente en la fortaleza cultural o el instinto de supervivencia, sino en la esperanza de la eternidad. El apóstol Pablo escribe que “la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza” (Ro 5:3-4). Esta no es una esperanza vacía, sino una anclada en la convicción de que “los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada” (Ro 8:18).
La resiliencia cristiana, por tanto, es la perseverancia que nace de saber que el caos y el dolor de un estado fallido no tienen la última palabra. La verdadera esperanza para la Iglesia en Haití no reside en un cambio de gobierno o en el cese de la violencia —aunque se ore y trabaje por ello—, sino en la promesa inmutable de la restauración final en Cristo. Es esta certeza la que permite a los creyentes haitianos ser sal y luz, no solo como sobrevivientes de una crisis, sino como embajadores de un reino inconmovible.
Nota del editor: Este artículo fue redactado por David Riaño y las ideas le pertenecen (a menos que el artículo especifique explícitamente lo contrario). Para la elaboración del texto, ha utilizado herramientas de IA como apoyo para la investigación y la edición. El autor ha revisado cualquier participación de la IA en la construcción de su texto y es el responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
Haiti: A Path to Stability for a Nation in Shock | International Crisis Group
UN Paralysed on Haiti despite Gang Threat to Government | International Crisis Group
Keep global spotlight on Haiti as millions go hungry, WFP official says | UN News
Religious Composition by Country, 2010-2020 | Pew Research Center
It’s Time to Correct Your Negative Stereotypes About Haiti | Christianity Today
About Us - Haiti | World Vision International
Grace in Gangland | Christianity Today
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
![]() |
Giovanny Gómez Director de BITE |