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Uno de los temores más comunes que he escuchado en conversaciones con hermanos de la iglesia, con los cuáles también tuve que lidiar hace algún tiempo, es el no saber cómo orar. No me refiero únicamente a no encontrar palabras adecuadas al orar, sino al temor de decir algo “teológicamente” incorrecto.
Muchas de las personas que hoy asisten a nuestra iglesia vienen, como yo, de un trasfondo bastante similar: años de congregarse, servir e incluso ser parte del liderazgo, pero con un poco o nulo entendimiento de qué es el evangelio y cómo este debe formar cada área de nuestra vida. Es decir, muchos podrían contestar lo que aprendieron en la escuela dominical, que el evangelio son las buenas noticias de que Jesús salva pecadores. Pero en la mayoría de los casos, esta es solo una respuesta memorizada que hace poco sentido en la vida práctica de las personas, especialmente cuando se trata de asimilar disciplinas espirituales, como la Biblia y la oración. Todo esto se debe a nuestro trasfondo.
La mayoría de las personas que hemos llegado a la iglesia, incluyéndome, venimos de un trasfondo que está muy en línea con filosofías de ministerio como el iglecrecimiento, la teología de la prosperidad y la NRA (Nueva Reforma Apostólica). Todo esto ha sido sostenido por doctrinas dañinas como misticismo, gnosticismo, sincretismo y moralismo. En otras palabras, el evangelio bíblico ha sido diluido y no ha sido bien enseñado. De este contexto venimos yo y la mayoría de personas que han llegado a nuestra iglesia.
El problema es que cuando empezamos a entender con más claridad y profundidad el evangelio y a estudiar más biblia y teología, muchos nos hemos dado cuenta de que las cosas que oíamos, creíamos y hasta enseñábamos, estaban totalmente en contra de lo que realmente enseña la Biblia y de lo que es el evangelio. Así que empezamos a tener un “miedo santo” al seguir viviendo nuestra vida cristiana, un temor para no creer, hacer, oír o decir algo “herético” o “contrario a lo que la Biblia enseña”, y esto se traslada a nuestra vida de oración.
Unas anécdotas
Mi mamá creció en una familia cristiana, es nieta de pastores y ha tenido una vida espiritual bastante fuerte y resiliente; he admirado siempre su lectura y estudio de la Biblia junto con su vida de oración. Ella ha caminado con nosotros la vida en Cristo y viene del mismo contexto. Nunca olvidaré cuando una vez, casi al borde de las lágrimas mientras pasaba una situación difícil en su vida, me dijo: “hijo, es que me da miedo hasta orar… no quiero decir una tontería o algo malo”. En ese momento quedé en shock. Mi mamá me estaba confesando su temor al orar por decir algo incorrecto.
Sin embargo, eso resonó en mi corazón porque yo también lo había vivido. De hecho, mi transición a entender el verdadero evangelio y a un estudio correcto de las Escrituras fue muy difícil al inicio, gracias a los hermanos en las redes sociales que siempre me vivían corrigiendo respecto a lo que debía decir y cómo debía decirlo. En ocasiones, hasta el compartir una canción que había estado escuchando era un pecado capital: los benditos hermanos se molestaban ya que decía algunas cosas que no eran teológicamente correctas.
Es decir, ese miedo que mi mamá me estaba expresando, yo también lo había sentido en algún momento y es parte de las muchas conversaciones que tengo con personas que llegan a la iglesia. En ocasiones, tenemos miedo de errar al orar, especialmente cuando estamos en medio de situaciones difíciles de sufrimiento y dolor. Hace unas semanas, mi familia pasó por un momento sumamente difícil, especialmente la familia de mi esposa. Fue algo totalmente inesperado y devastador, algo para lo que no estábamos preparados y que se sintieron como días oscuros para nosotros.
En medio de esta situación de dolor y oscuridad para nosotros, le compartí a mi esposa algunas líneas de mi lectura devocional en el Salmo 88. Le hice ver algunas cosas que me llamaron la atención y que creo que podrían ayudarnos a caminar a través de este valle de sombra.
El salmo 88
El salmo 88 es bastante peculiar. No solo tiene algunas de las oraciones más raras que podemos encontrar sino que, a diferencia de otros salmos, este no tiene un final en donde veamos una conclusión de esperanza. Muchos de los salmos que hablan de dolor, temor, frustración o enojo (cf. 13, 18, 27, 37, 51, 55), terminan con estrofas de esperanza como:
• Pero en tu misericordia confío…
• Pero mi corazón se regocijará en ti…
• Pero yo confío en tu amor inagotable…
• Pero yo confío en tu salvación…
• Pero tú me librarás de mis enemigos…
• Esperaré confiado tu favor…
• El Señor nos rescatará…
• Yo veré tu rostro…
• Veré tu bondad…
• En tu casa moraré por largos días…
Es decir, a pesar de expresar su temor, su dolor y frustración en tiempos de sufrimiento, al final los salmistas regresaban a escribir sobre la esperanza que ellos tenían en el Señor. Pero eso no sucede en el salmo 88. De hecho, la última línea del versículo final dice algo que muchos considerarían una herejía o que a varios nos daría miedo orar (no digamos cantarla, considerando que es parte del Salterio): “… la oscuridad es mi mejor amiga”, Salmo 88:18b (NTV).
Imaginemos esto por un momento. El salmista está escribiendo una canción para que sea cantada por Israel, y no termina como todas, con una línea de esperanza, sino que afirma que la oscuridad es mejor amiga que el Señor. ¿Qué dirían los expertos teológicos de las redes sociales si ven un video de una iglesia cantando esta línea? ¿Qué dirían si escuchan el salmo entero? “¡Qué clase de canto o de oración puede terminar con semejante afirmación!”.
Para entender lo profundo del temor que se lee, debemos ver todo el Salmo, también lo “incorrecto” de lo que el salmista está diciendo. En el versículo 3 leemos: “…Mi vida está llena de dificultades, y la muerte se acerca”. Esta es su situación, él claramente está sufriendo por un temor a la muerte, un temor bastante común en el ser humano. En el v. 5 vemos que inmediatamente él empieza a cuestionar a Dios por su situación.
4 Estoy como muerto, como un hombre vigoroso al que no le quedan fuerzas. 5 Me han dejado entre los muertos, y estoy tendido como un cadáver en la tumba. Soy olvidado, estoy separado de tu cuidado. 6 Me arrojaste a la fosa más honda, a las profundidades más oscuras. 7 Tu ira me oprime; con una ola tras otra me has cercado. (Interludio) 8 Alejaste a mis amigos al hacerme repulsivo para ellos. Estoy atrapado y no hay forma de escapar.
Probablemente, al leer la forma en que el salmista está cuestionando a Dios y diciendo estas cosas que podrían considerarse heréticas, muchos pensarían que esta es la oración de un no creyente. Pero vean cómo inicia el salmo: “1 Oh Señor, Dios de mi salvación, a ti clamo de día. A ti vengo de noche. 2 Oye ahora mi oración; escucha mi clamor”. Claramente él ha reconocido y confiado en el Señor como su salvador, está yendo en oración a la presencia de Dios para que escuche su clamor.
Cuando seguimos leyendo, en el v. 10 empezamos a ver que le hace preguntas sarcásticas retóricas a Dios, como las que Job le hizo a Dios: “¿Por qué permites el sufrimiento?”, como afirmando que Dios le debía una respuesta. Queriendo de alguna manera interrogar y hasta reprender a Dios.
10 ¿Acaso tus obras maravillosas sirven de algo a los muertos? ¿Se levantan ellos y te alaban? (Interludio) 11 ¿Pueden anunciar tu amor inagotable los que están en la tumba? ¿Pueden proclamar tu fidelidad en el lugar de destrucción? 12 ¿Puede la oscuridad hablar de tus obras maravillosas? ¿Puede alguien en la tierra del olvido contar de tu justicia?
Él le está diciendo que quiere hacer muchas cosas por Dios, pero que no las puede hacer si se muere. Ese temor hace que él no solo interrogue a Dios con estas preguntas retóricas, sarcásticas y hasta heréticas (dirían algunos), como lo hizo Job, sino que en el v. 15 empieza a acusar a Dios de manera hasta irrespetuosa, haciendo varias exageraciones.
14 Oh Señor, ¿por qué me rechazas? ¿Por qué escondes tu rostro de mí? 15 Desde mi juventud, estoy enfermo y al borde de la muerte. Me encuentro indefenso y desesperado ante tus terrores. 16 Tu ira feroz me ha abrumado; tus terrores me paralizaron. 17 Todo el día se arremolinan como las aguas de una inundación y me han cercado por completo.
Lo que está tratando de decir con estas exageraciones es que siente que Dios realmente nunca ha estado con él. Que Dios lo ha abandonado desde pequeño porque él ha tenido que sufrir mucho. ¿Acaso no es así como muchos nos hemos sentido en ocasiones? A pesar de que sabemos que no es cierto, se siente como una afirmación que podríamos hacer. Sin embargo, nos da miedo, nos da terror; no vaya a ser que alguien nos corrija y nos diga que estamos errando seriamente al orar.
Pero es que, si somos honestos, en momentos de sufrimiento, de dificultad o de temor, no tenemos palabras correctas para poder orar. Es así como nos sentimos realmente, interpretamos toda nuestra vida con los lentes de ese momento difícil. Es ahí donde termina este salmo, con un claro enojo en contra de Dios al hacer esta terrible afirmación: “18 Me has quitado a mis compañeros y a mis seres queridos; la oscuridad es mi mejor amiga”. No lo hace con una línea o estrofa de esperanza.
Tal vez para algunos este salmo está de más en la Biblia, probablemente se pregunten: “¿cómo es que Dios permitió que este salmo quedara registrado en la Biblia?”, más aún como una oración y una canción. Al verlo, Dios debió haber dicho: “no, quiten eso de ahí, cómo voy a dejar una canción tan ofensiva y herética en la colección de canciones para que cante mi pueblo”. Pero no fue así.
Para terminar, quiero precisamente reflexionar en la razón por la que creo que Dios en su soberanía permite que también leamos oraciones como la del salmo 88.
1. La Biblia habla sobre situaciones reales
Cualquiera diría que Dios tendría todo el derecho de destruir a este salmista por sus reclamos, por su cuestionamiento y por la “blasfemia” de afirmar que la oscuridad es un mejor amigo que Él, pero Dios no lo hace. Lo sabemos porque podemos ver en la Biblia que el autor de este salmo, Hemán, también escribió otros salmos, otras canciones y no terminó siendo destruido por Dios.
A pesar de errar terriblemente al orar, Dios permite que esta oración quede registrada en su Palabra para que nosotros entendamos que la Biblia no son un montón de historias en donde todo es color de rosa, como cuentos con finales felices. Hay sufrimiento, hay dolor, hay temor y esos sentimientos son reales, por eso creo que Dios no editó la Biblia para omitir la vida y experiencias de este salmista o la de Job.
Todo lo contrario, las dejó para que nosotros podamos aprender no solo de ellas sino crecer en nuestro entendimiento de la soberanía, el carácter y las respuestas de Dios en medio de esas situaciones, y que, a pesar de que nosotros no vemos las respuestas en ese momento, como Hemán o Job, Dios sí las conoce. Este “problema del mal y el sufrimiento en el mundo” ha sido por toda la historia un punto de no retorno para muchos, tratando de entender a Dios y su soberanía sobre ellos. La Biblia es honesta sobre las situaciones reales del ser humano, especialmente cuando se trata de sufrimiento y temor.
2. La Biblia habla de un Dios que entiende la realidad de nuestras situaciones
La Biblia no solo nos muestra situaciones reales de todo ser humano en medio del sufrimiento y el temor, también nos muestra a un Dios que entiende ese sufrimiento y temor. Dios no solo lo sabe, Dios lo entiende. Él conoce cómo reaccionamos, actuamos y hablamos cuando estamos en momentos de dificultad; permitió que estas situaciones de sufrimiento se expresen con palabras, oraciones y cantos como el de Hemán y lleguen a nosotros en su Palabra, sin ningún temor a que alguien diga: “entonces está bien orar como Hemán”.
Esto es hermoso y profundo, amigos, porque eso quiere decir que Dios se identifica con aquellos que a veces erramos al orar. La Biblia da espacio de errar al orar, porque, al final, cuando tenemos un entendimiento correcto de la Biblia y el evangelio, comprendemos que Dios es un Dios de gracia, un Dios que sabe y conoce cómo somos y actuamos cuando estamos desesperados. Pero en vez de darnos lo que merecemos, nos extiende gracia… porque al final de cuentas, sí, podemos errar, pero estamos orando, estamos clamando, estamos acercándonos a él con cantos y en oración. No estamos alejándonos de él en momentos difíciles, estamos acercándonos a él, a pesar de que en ocasiones vamos a errar al orar.
Vean de nuevo cómo inicia el Salmo 88: “1 Oh Señor, Dios de mi salvación, a ti clamo de día. A ti vengo de noche. 2 Oye ahora mi oración; escucha mi clamor”. Vean el v. 13: “Oh Señor, a ti clamo; seguiré rogando día tras día”.
Al permitir que este salmo esté hoy frente a nosotros, Dios nos está mostrando que Él es el Dios de Hemán, a pesar de que Hemán erró al orar. ¿Acaso no es esto maravilloso? El poder ver a un Dios que no solo entiende nuestras situaciones sino nuestro corazón humano que peca y erra al orar, pero que en medio de eso nos muestra que Él no es nuestro Dios porque oremos bien o digamos las cosas siempre correctamente. Él no es nuestro Dios por lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer, Él es nuestro Dios por lo que Cristo hizo a través de su vida, muerte y resurrección.
Por favor, no me malinterpreten, no estoy diciendo de ninguna manera que entonces no importa lo que cantamos o lo que oramos, claro que no. Pero muchas veces hemos fallado como iglesia al no entender a otros como Dios nos entiende claramente a nosotros.
No importa si en ocasiones no sabes cómo orar, ora.
No importa si en ocasiones no tienes las palabras correctas, ora.
No importa si sientes que Dios no está ahí, ora.
No importa si estás con temor, en medio del sufrimiento o con dolor, ora.
No te alejes de Dios, no niegues a Dios… ora a Dios, aunque no tengas las palabras correctas en ese momento. Esto es lo que nos dice el Salmo 88: no tengas miedo de orar, solo hazlo…
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