Nota: Este es un fragmento adaptado del libro Cultura y conexión, por Daniel Strange.
¿A qué nos referimos al hablar de “cultura”? Este término es difícil de definir y tiene una historia bien compleja.
La palabra original que se traduce como “cultura” se podía interpretar de tres maneras en latín. Colere, que se refería a la agricultura (a labrar la tierra y cultivar). Colonus, que tiene que ver con habitar algún lugar. Y por último cultus, que tiene que ver con honrar y adorar. Guarda estas ideas por ahora porque luego regresaremos a ellas.
Hoy usamos el término “cultura” de diversas maneras, principalmente como un reflejo de la forma en que se ha usado en varias disciplinas académicas.
La definición basada en las “artes”
En las artes y la literatura, “cultura” aún se asocia con la idea de un gusto refinado y buenos modales. Se trata de ser culto. Así que Rupert (también conocido como “Rups”), quien sale a navegar por los ríos de Oxford, le lee cuentos de P. G. Wodehouse a sus amigos antes de ir a jugar al cricket y luego pasa una noche en la ópera, es culto. Garry (también conocido como “Gaz”), quien juega fútbol en el parque y luego cruza por el paseo marítimo de Southend en su Ford Escort para ir a comerse un kebab con una chica que conoció en el club nocturno Tots, no es culto... ¡es un plebeyo! Bajo esta definición, hay una serie de cosas que definitivamente pertenecen a una cultura, y cosas que definitivamente no encajan.
Por supuesto, si estás leyendo esto y no eres británico, es posible que no hayas entendido completamente estas descripciones de Rups y Gaz, porque eres de una... cultura diferente. Lo que nos lleva a nuestra próxima definición.
La definición basada en las “ciencias sociales”
Más adelante, las ciencias sociales se adueñaron del término. Aquí la definición de “cultura” es mucho menos elitista y más amplia. Todos los seres humanos pertenecen a una cultura, y cada cultura hace su contribución específica. Además, la cultura no se refiere únicamente a una parte de nuestra existencia, como las artes. Más bien, se refiere a todas las actividades y todos los artefactos creados por los seres humanos —individualmente y como comunidades y sociedades— los cuales proveen orden, identidad y significado. La cultura abarca desde música e historias hasta lo que comes y cómo vistes (y cuándo); desde lo que pasa en una boda hasta si es socialmente aceptable silbar en la calle. Incluye lo ordinario y lo cotidiano.
Si bien no es tan elitista como la definición de cultura basada en las “artes”, en esta postura basada en las “ciencias sociales” era y es posible decir que algunas culturas contribuyen más a la existencia humana que otras. Uno puede hacer distinciones entre culturas “primitivas” y “avanzadas”, o entre culturas “altas” y “pop”. Por supuesto, tales distinciones son debatibles y pueden ser controversiales.
Por ejemplo, mide tu reacción en nuestro ambiente cultural a este comentario que hizo el general Charles James Napier en los años 1850. Como comandante en jefe de las fuerzas británicas en la India colonial, dijo lo siguiente al enfrentarse a los sacerdotes hindúes que vinieron a él quejándose por la prohibición del sati, la práctica de quemar a las viudas en las piras funerarias de sus esposos:
Que así sea. Quemar a las viudas es su costumbre: preparen la pila funeral. Pero mi nación también tiene una costumbre. Cuando los hombres queman a sus mujeres con vida, los ahorcamos y confiscamos todas sus propiedades. Por lo tanto, mis carpinteros erigirán horcas donde morirán todos los involucrados una vez la viuda sea consumida. Sigamos todos nuestras costumbres nacionales.
Por supuesto, ningún embajador diría algo así hoy en día. Nuestra reacción al general Napier demuestra que ha habido cambios en las sensibilidades culturales durante estos últimos 160 años. Hoy somos mucho más reacios a hacer prescripciones de prácticas culturales, es decir, a juzgar si algo está bien o mal. Más bien preferimos las descripciones de prácticas culturales, las cuales no implican un juicio de valor. Así se hacen las cosas en las ciencias sociales. Sin embargo, esta supuesta neutralidad no encaja con nuestra experiencia diaria ni con nuestros instintos naturales. Decimos que “no queremos juzgar” y “que cada cual haga lo que quiera”, pero en el fondo se nos dificulta separar los hechos de los valores. Algo en nosotros quiere dar su opinión acerca del sati (¡o dar nuestra opinión sobre la opinión de Napier sobre el sati!).
La definición basada en los “estudios culturales”
En los últimos 50 años, los “estudios culturales” se han convertido en una disciplina académica. Es un área bastante compleja que se nutre de todo tipo de campos de estudio, particularmente de la semiótica: el estudio de los signos, los símbolos y de la manera en que los interpretamos. Los estudios culturales se enfocan en los temas del poder y la política, y en cómo se relacionan con la etnicidad, la clase social, la edad y el género.
Algo que complica todo esto es reconocer que las culturas no son estáticas, “cosas” fijas y separadas, sino que más bien fluyen, evolucionan y se conectan entre ellas. Es confuso y enredado porque el mundo es confuso y enredado. La cultura y los estudios culturales son acerca de la identidad: cómo se define y, sobre todo, quién la define. Y los teóricos culturales usan todo tipo de términos complejos que nunca has escuchado a menos que seas un jugador frecuente de Scrabble. Pero la realidad es que parecen describir adecuadamente nuestro mundo y nuestro estado mental.
Se trata de reconocer que nuestro mundo es “glocal”, es decir, que hay influencias tanto globales como locales. Y de reconocer nuestra “hibridez”, es decir, que todos parecemos tener una mezcla de identidades culturales. Y de reconocer nuestra “liminalidad”, es decir, nuestra desorientación por vivir en medio de cambios culturales, en esa brecha que está entre donde hemos estado y donde vamos.
Lo vemos en McDonald’s, que parece ser lo mismo en todo el mundo, pero en algunos países vende cerveza y en otros no. También en zonas de restaurantes donde venden todo tipo de platos internacionales, pero sin ser demasiado exóticos para así agradar a la mayoría. En el rap y el hiphop, que aunque salen “straight ou- tta Compton” [“directamente desde Compton”, una ciudad en Los Ángeles de donde son muchos raperos reconocidos], han sonado por todo el mundo e inspirado el rap británico, el rap francés y otros más. Lo vemos cuando hacemos que lo viejo vuelva a ser nuevo, como en los casos de La guerra de las galaxias: El despertar de la fuerza, los discos de vinilo y la ropa de los años ochenta. Pero lo extraño es que mientras más identidades recolectamos, más incrementa nuestra inseguridad acerca de quiénes somos.
La definición basada en las “historias”
Vemos elementos de verdad en todas estas definiciones. Pero a medida que veamos lo que dice la Biblia acerca de la cultura, quiero sugerir una manera más útil de enmarcar nuestro pensamiento. En lugar de ver la cultura como una “cosa”, la visualizaremos como una manera de vivir en el mundo y de interpretar lo que nos rodea. Para los propósitos de este artículo, definiremos la cultura de esta manera:
La cultura es el conjunto de historias que nos contamos para hablar sobre el significado del mundo.
Y hay dos cosas que debemos notar aquí.
Primero: la cultura expresa un significado. Es la manera en la que interpretamos el mundo, aun cuando nuestra conclusión sea que el mundo no tiene sentido. La cultura es la manera en que comunicamos y “vivimos” nuestra cosmovisión: lo que es importante, lo que es correcto e incorrecto, lo que es verdad, cómo podemos conocer y cómo ser felices. Y con estas definiciones empieza la confusión, porque cuando un grupo de personas comparte una misma cosmovisión, tendemos a verlo como “una cultura” (como la cultura británica o la cultura japonesa). Esta “cultura” se expresa principalmente a través de las historias que contamos, y las historias que escuchamos terminan moldeando poco a poco nuestra cosmovisión.
Por ejemplo, algunas culturas tienen raíces que valoran lo individual por encima de lo colectivo, y viceversa. O ¿qué tal esto? En el Reino Unido, la mayoría de nosotros esperamos que el gobierno provea gratuitamente los servicios de salud, supliendo las necesidades médicas de toda la población. Las celebraciones del septuagésimo aniversario del Servicio Nacional de Salud reflejan y refuerzan su posición como tesoro nacional. Pero esto no describe los servicios de salud de otras culturas, ni es algo a lo que todo el mundo cree que debe aspirar.
Segundo, la cultura es un conjunto de historias. Algunas historias usan palabras, otras no. Algunas historias son ficticias, otras son reales. Algunas historias son largas, otras tienen 140 caracteres.
La trama de tu novela favorita tiene personajes que se separan, se reconcilian y vuelven a unirse. Pero esa historia expresa algo acerca del mundo: la trama comunica lo que a sus creadores les parece heroico, despreciable y verdaderamente valioso. Tal como lo hacen El Show de Truman y Titanic, “Sweet Child O’ Mine” y “Single Ladies”, Orgullo y prejuicio y Top Chef, Facebook Messenger y Mario Kart, La cama deshecha de Tracey Emin y la Mona Lisa de da Vinci, Twitter y Noticias CNN. Todos estos, de una manera u otra, cuentan historias que le dan sentido al mundo que nos rodea.
Pero retrocedamos y respondamos otra pregunta: ¿por qué deberían los cristianos involucrarse con la cultura?
Cuatro razones por las que debe importarte la cultura
Por supuesto, dado que decidiste leer este artículo y has llegado hasta aquí, es evidente que te importa la cultura. Pero por si no estás tan convencido, permíteme mostrarte cuatro razones por las que nosotros, los cristianos, deberíamos procurar la interacción con ella (en lugar de escondernos, atacar o imitarla).
Considera entonces esta breve descripción de lo que veremos y las razones por las que lo haremos.
1. Nos importa porque no tenemos opción
Vayamos al grano: tenemos que interactuar con la cultura, no nos queda de otra. Nos guste o no, interactuar con la cultura es inevitable porque los seres humanos somos criaturas culturales. Consumimos y creamos cultura todos los días. No podemos evitarlo. Pero también pertenecemos a una cultura, y esa es una parte innegable de lo que somos.
Como creyentes, lo principal de nuestra identidad es que somos un pueblo que está “en Cristo”. Pero esta realidad espiritual no quita la realidad terrenal de que todos somos de algún lugar. Todos nacimos en un momento específico, en un lugar específico y en una familia específica. Todos tenemos una identidad propia que expresamos en las historias que creamos, y un conjunto de historias culturales con las que crecimos y que a su vez han formado nuestra identidad.
Yo tengo más de 40 años, peso unos 90 kilos, mido 1’80 metros. Soy un hombre británico nacido en el sur de Essex, mitad blanco y mitad indo-guyanés, convertido a través de una organización de jóvenes llamada Boys Brigade [Brigada de Chicos]. Estoy casado, tengo un montón de hijos, enseño en una universidad teo- lógica, sigo al West Ham United Football Club y soy fanático del jazz y de la música clásica. Esto afecta enormemente la manera en la que escucho a los demás y cómo me escuchan los demás, independientemente de que lo que más me defina sea estar “en Cristo”.
Y afecta mi manera de leer la Biblia y de comunicar el evangelio, y lo que hago cuando me reúno con otros cristianos en la iglesia. Por ejemplo, en nuestra iglesia nos reunimos los domingos en la mañana, me siento al lado de mi esposa y me quedo con mis zapatos puestos durante todo el servicio. Pero si mi iglesia estuviera en Lahore en vez de en Londres, ¡las cosas serían muy diferentes! O considera el ejemplo que vimos sobre los servicios de salud. ¿Puedes pensar en los diferentes asuntos que pudieran surgir y en las decisiones que una iglesia local podría tener que tomar en un país donde el gobierno no provea los servicios médicos?
Y la influencia de nuestra propia cultura definitivamente afecta nuestra manera de interpretar la Biblia; todos la vemos a través de un filtro cultural, como cuando uno ve las cosas a través de lentes con cristales tintados. Como ha dicho uno de mis héroes cristianos, el teólogo holandés Herman Bavinck:
Cada vez que el evangelio se va a predicar en un lenguaje diferente, a un pueblo diferente, hay que transmutar [traducir] una variedad de palabras, por así decirlo, y ofrecer un contenido nuevo. No existe un idioma con el cual se pueda transmitir el evangelio y que todo el mundo lo entienda exactamente de la misma manera.
El evangelio no “encaja” en ninguna cultura en particular. Pero yo, por supuesto, tiendo a asumir que el evangelio “encaja” perfectamente en el contexto inglés de clase media, es decir, que la manera en que nosotros hacemos las cosas como creyentes es como siempre ha sido y siempre será. O asumo que estoy por encima de la cultura, y que mi contexto no me afecta. Esta falta de autoconciencia cultural a veces me causa problemas, especialmente cuando tengo que trabajar y adorar junto con otros cristianos de otros contextos.
Si no pienso cuidadosamente en la cultura, no puedo discernir si he confundido el evangelio con la cultura, y si he sido demasiado rígido o demasiado flexible.
Por favor, no me malentiendas. No estoy diciendo que el significado del evangelio cambia dependiendo de la cultura. Dios reveló Su verdad con claridad. Él no está localizado en, ni está limitado por, ninguna cultura. Él es el único Creador, distinto de toda la creación. Así que aunque ningún ser humano puede comunicar la verdad del evangelio de una manera que no haya sido afectada por la cultura, la verdad puede estar por encima y más allá de la cultura.
No podemos escapar de nuestra cultura, por lo que debemos estar apercibidos de ella. Pero hay más: podemos y debemos abrazarla, porque reconocemos y celebramos la maravillosa combinación de la unión cultural de los cristianos, que no significa uniformidad, y de la diversidad cultural de los cristianos, que no significa división.
Cada mes hacemos un almuerzo congregacional donde disfrutamos de una maravillosa y abrumadora diversidad de platos que reflejan las diferentes nacionalidades representadas en nuestra iglesia (East Finchley Baptist Church): la India, Nigeria, Malasia, Indonesia, Irán y Gran Bretaña, por decir algunas. Nuestra manera de vestir los domingos puede variar un poco. No todos tenemos el inglés como nuestro primer idioma, por lo que algunas cosas se pierden en la traducción. Nuestros gustos musicales pueden ser bastante diferentes. Pero al ser hermanos en Cristo, podemos adorar juntos a nuestro Salvador, y eso es hermoso. De hecho, como dice un amigo que también es pastor, así es que la iglesia se convierte en una “casa modelo” del cielo nuevo y la tierra nueva.
2. Nos importa seguir a Jesús
Segundo, interactuamos con la cultura porque queremos seguir a Jesús fielmente mientras vivamos en Su mundo. Y parte de vivir en Su mundo implica consumir y crear cultura. Veamos estas cosas por turno.
Primero, queremos ser fieles a Jesús al consumir cultura. Cuando el apóstol Juan escribió su primera carta a los cristianos en Asia, quería que lo último que escuchara su audiencia fuera esto: “Queridos hijos, apártense de los ídolos” (1 Juan 5:21). Luego tocaremos el tema de la idolatría, pero mientras tanto, definamos los ídolos como dioses falsos que han cautivado nuestros corazones, cuando nuestros corazones deberían ser cautivados por Jesús. Para poder guardarnos de los ídolos, debemos ser capaces de reconocerlos y de saber cómo operan. Decir eso es más fácil que hacerlo. Creo que muchas veces somos como esa persona que ve un letrero que dice: “Cuidado, carteristas en el área”, y decide poner su billetera en el bolsillo trasero porque está seguro de que él se daría cuenta si alguien trata de sacarle algo. Ya sabes cómo termina esa historia...
Al igual que los carteristas, los ídolos son difíciles de detectar. La idolatría es sutil porque Satanás es hábil y astuto. Los ídolos no tienen un tatuaje en la frente que diga: “Soy un ídolo: aléjate de mí”. No, los ídolos son dioses falsos que saben cómo disfrazarse. La mayoría de nosotros sabemos cómo defendernos de ídolos conocidos como el dinero y el sexo. Y en nuestras iglesias estamos hablando cada vez más sobre “ídolos profundos” como el poder, la comodidad, la aprobación y el control. Pero creo que cuando se trata de los ídolos culturales, no somos muy conscientes, en parte por lo que dijimos anteriormente: o pensamos que la cultura no importa, o pensamos que no somos seres culturales. El problema es que la cultura nos arropa: no hay escapatoria.
¿Qué tal te estás guardando de los ídolos a la hora de votar? ¿A la hora de escoger una escuela para tus hijos? ¿Al decidir lo que vas a ver en la televisión? ¿Al hacer cualquier cosa durante todas las horas de tu vida en las que no estás haciendo algo relacionado con la iglesia?
Pero hay más. Lo que he dicho hasta ahora podría sonar pasivo, defensivo y reactivo. Pero también debemos reconocer que, como seres humanos, fuimos diseñados para ser creadores y constructores de cultura. Para guardarnos de los ídolos tenemos que estar adorando correctamente, porque nuestros corazones están diseñados para adorar en todo momento.
3. Nos importa contarle a otros sobre Jesús
Interactuamos con la cultura porque nos importa el evangelismo y la apologética. Ahora bien, es cierto que la incredulidad es un asunto 100% espiritual: nadie es cristiano sin que el Espíritu Santo haga Su obra milagrosa de traer vida a corazones muertos. A la vez, el Espíritu Santo obra a través de medios. Mira las palabras que describen el evangelismo del apóstol Pablo en Hechos:
Pero Saulo cobraba cada vez más fuerza y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es el Mesías (9:22).
Todos los sábados discutía en la sinagoga, tratando de persuadir a judíos y a griegos (18:4).
Pablo entró en la sinagoga y habló allí con toda valentía durante tres meses. Discutía acerca del Reino de Dios, tratando de convencerlos (19:8).
Pablo dependía completamente de la persona y la obra del Espíritu Santo y, a la vez, razonaba, argumentaba y demostraba.
Es importante notar que razonar no significa ser “racionalista”: hacer de la razón nuestro juez o nuestra máxima autoridad. Nuestro Juez es Dios y Su Palabra es nuestra máxima autoridad. Argumentar no significa ser “discutidor”, como los personajes que vemos en ciertos programas de televisión.
Pero todo cristiano está llamado a dar razón de su esperanza (1 Pedro 3:15), y esto es más que un ejercicio intelectual, puesto que somos más que cerebros andantes. Tampoco es una esperanza aérea y etérea. Es una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3). Es el tipo de esperanza que involucra todo lo que somos: nuestras emociones, nuestro intelecto, nuestra voluntad, nuestros deseos y nuestra imaginación. Somos personas completas hablando a otras personas completas, no solo para presentarles una filosofía, una cosmovisión o un mensaje (aunque el evangelio es todas esas cosas), sino a una persona.
¿Y qué tiene que ver todo esto con conectar con la cultura?
El punto es que el pecado y la incredulidad se manifiestan de diversas maneras en las culturas y las subculturas. Los académicos lo llaman una “estructura de plausibilidad”; en esencia, una cosmovisión:
Una estructura de plausibilidad es una red de creencias que están tan arraigadas en los corazones y las mentes de la mayor parte de una sociedad que las personas las creen tan inconscientemente o tan firmemente que nunca se preguntan si son verdaderas... Una de las principales funciones de una estructura de plausibilidad es proveer el trasfondo de creencias que hacen que los argumentos sean fáciles o difíciles de aceptar.
No necesitas ser un académico para entender esto. Lo experimentamos cada día. Hoy en día las buenas noticias sobre Jesús son inaceptables en nuestra cultura. No es que la mayoría se haya sentado a estudiar seriamente el cristianismo y luego haya decidido que no le convence. No necesariamente han tenido una mala experiencia con cristianos que los haya desanimado (aunque algunos sí). Más bien, el aire cultural que han respirado los ha moldeado para pensar que el cristianismo es irrelevante, intolerante y falaz. Y por eso chocamos contra un muro en nuestros esfuerzos evangelísticos, y nos quedamos rascándonos la cabeza sin saber cómo lograremos conectar con la gente. Nuestra cultura es tal que Jesús está tan lejos del pensamiento de la mayoría que ni siquiera lo tienen como una opción a considerar, mucho menos a aceptar.
Este cambio cultural afecta nuestra manera de evangelizar. En el 1989, junto a otras 29 000 personas, me senté en el estadio de fútbol llamado Crystal Palace, en primera fila, para escuchar a Billy Graham predicar acerca de la riqueza de Salomón. ¿Piensas que volveré a ser parte de una oportunidad evangelística como esta en mi vida? Lamentablemente, la respuesta es no. En cada partido del West Ham, mientras miles se van acercando al estadio de Londres, le pasamos por delante a un hombre que está proclamando versículos bíblicos con un megáfono. ¿Alguna vez he visto a alguien interactuar con este hombre? Lamentablemente, la respuesta es no. ¿Estoy negando la fe de este hombre o el poder del Espíritu si pienso que hay maneras más eficaces de proclamar el evangelio?
Para explicarlo de otra manera, y con un poco de ligereza, que- remos que las personas conozcan a Jesucristo (el VIP en esta ilustración), pero hay un par de porteros fortachones (de esos que son calvos y con tatuajes en el cuello) que están impidiendo el paso. Hasta que no logremos pasarlos, no podremos presentarles a Jesús. Y la identidad de esos “porteros” dependerá de la cultura de cada persona.
Permíteme ilustrarlo.
Cuando estoy enseñando sobre cultura, a veces finjo que soy el reconocido lector de mentes Derren Brown, porque puedo adivinar cuáles son las objeciones de los amigos no creyentes de la audiencia. Pero obviamente no estoy leyendo sus mentes, sino que se debe al principio de que, de manera general: “Me llevo bien con personas que son como yo” (lo que significa que termino con amigos que se parecen a mí). Así que si estoy en un lugar que está lleno de cristianos blancos y de clase media, sé que las objeciones de sus amigos tendrán que ver con la ciencia, los milagros, el mal, la hipocresía religiosa, la sexualidad y así sucesivamente. A veces se asustan al escuchar mi precisión.
Sé que si hablara a un grupo de cristianos con un trasfondo musulmán, sus amigos tendrían objeciones muy diferentes. ¡Nunca he escuchado a un hombre británico decir que el cristianismo no puede ser verdad debido a la política exterior estadounidense!
Así que para interactuar eficazmente con nuestros amigos y presentarles el evangelio —para poder darles una “razón” que ellos encuentren razonable— necesitamos entender exactamente cuáles son sus presuposiciones, y cómo podemos enfrentarlas. Y para poder identificar sus presuposiciones debemos entender su cosmovisión.
Ahora, ¿cómo podemos saber cuál es la cosmovisión de una persona? Mirando las historias culturales que consume y que crea. Como ejemplo, podría ser útil que nos enfoquemos en la que posiblemente sea la cosmovisión más común actualmente en Occidente: el secularismo. La palabra “secular” es sumamente difícil de traducir, y los académicos (sí, ¡ellos de nuevo!) pasan mucho tiempo discutiendo sobre su significado. Sin embargo, los mejores análisis que he visto dicen que lo que define nuestra era secular no es tanto que haya disminuido la asistencia a las iglesias, ni siquiera la resistencia a que la religión tenga un espacio en la palestra y en la política. Nuestra era secular no tiene tanto que ver con lo que las personas creen o no creen, sino con lo que les parece creíble. Se trata de credibilidad. El cristianismo, y la religión en general, es cuestionado y discutido de una forma que ni se consideraba hace cientos de años. Hoy en día es una opción entre muchas otras que también son cuestionadas, incluyendo el ateísmo. Cada opción tiene sus fortalezas y debilidades, y analizarlas todas nos deja abrumados y perplejos.
Como resultado, una de las características de nuestra cultura secular es que las personas están desorientadas y no saben estar quietas. Es el equivalente espiritual a entrar a Google para buscar el mejor restaurante de la ciudad y darnos cuenta de que hay diez posibilidades. Cada posibilidad tiene por lo menos una reseña de una estrella. Como resultado, cuestionamos todo y estamos cada vez más ansiosos; o, como dijo un filósofo, terminamos “fragilizados”.
En parte, esto tiene que ver con la confianza. Sabemos que donde hay confianza las cosas prosperan; queremos confiar en las personas y anhelamos con nostalgia los días en que los padres podían dejar que sus niños jugaran en la calle. Sin embargo, somos confrontados continuamente con historias de adultos y autoridades que abusan de la confianza que se les da. Sabemos que nos decepcionamos unos a otros, por lo que nos preguntamos si realmente es posible confiar en alguien. Como resultado, terminamos con una confianza cauta: nos obsesionamos con la seguridad (aunque estadísticamente estamos más seguros que nunca), siempre atentos a los posibles abusos de confianza y anhelando una confianza verdadera. Esto no es nada cómodo. Y, por supuesto, hay algunos beneficiándose de esta cultura de desconfianza. ¿O no has visto los anuncios que dan mientras tus hijos ven sus programas de televisión? Por cada comercial que vende algún juguete, hay otro vendiéndote algún seguro o con abogados preguntándote que si has estado en algún accidente para “ayudarte” a conseguir una compensación.
Es importante notar que este sentido de desorientación no solo lo experimentan los no creyentes. Nos guste o no, todos vivimos en esta era secular. También los cristianos inhalamos esta cosmovisión al consumir cultura cada día. Por ejemplo, ¿cómo decidimos confiar (o no) en las enseñanzas de un pastor en un mundo donde hay un millón de podcasts? Debemos ser honestos y cambiar nuestra percepción de que lo “secular” está “allá afuera” y entender que es el contexto cultural en el que seguimos a Cristo y hablamos de Cristo a los demás.
Pero hay esperanza. Estos “porteros” que mencionábamos son como los típicos matones del colegio. Hablan mucho, pero eso es todo lo que pueden hacer: hablar. Un golpecito en el estómago demostrará que no son invencibles. ¿La razón? De manera general, la mayoría de los inconversos asumen que sus objeciones son lógicas sin haberlas considerado con cuidado. Al preguntar un poquito más te darás cuenta de que ese es el caso.
Por cada ateo apasionado como Richard Dawkins o Stephen Fry, hay multitudes que dicen ser ateos o agnósticos, pero que no pueden aceptar verdaderamente que esta “vida bajo el sol” es todo lo que hay; son los que no tienen tiempo para el cristianismo, pero que aún creen en el valor, en el propósito, en el amor y hasta en la trascendencia (un nivel espiritual que va más allá de lo que podemos percibir). Son los que leen sus horóscopos todos los días o hablan de que algo “no estaba destinado a pasar”. Son los que podríamos llamar “religiosos” porque ciertamente están adorando algo.
Se resume de manera magistral al inicio del libro de Julian Barnes llamado Nothing to Be Frightened Of [Nada que temer]: “No creo en Dios, pero me hace falta”.
En una cultura donde pensamos frecuentemente que a nadie le interesa nuestro mensaje, la realidad es que sí tenemos vías para evangelizar, pero debemos saber dónde buscarlas.
Esta última razón es tal vez la más importante. Quizás debió ser la primera en la lista. Interactuamos con la cultura porque nos importa Jesús.
¿Quién es Jesucristo? Es Aquel a quien se le ha “dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mt 28:18). Él es nuestro Señor y el Señor del universo. Abraham Kuyper, el teólogo y primer ministro holandés, dio en el clavo cuando dijo: “No hay una pulgada en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre la cual Cristo, el Soberano sobre todo, no clame: ‘¡Mío!’”. Jesucristo tiene el derecho de ser el Señor de todo. Él tiene “el nombre que está sobre todo nombre” (Filipenses 2:9). Él no se acomoda ni se adapta a una sola cultura; más bien, Él reclama todo lo que existe porque todo es Suyo.
Nosotros somos Sus embajadores y vicegobernadores. Los cristianos tienen el deber de desafiar las áreas donde el señorío de Cristo no sea respetado. Toda historia sobre algo en la creación que no conecte ese algo con Cristo está incompleta y, por lo tanto, es engañosa. Por esa razón: “Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Eso comienza con nuestro esfuerzo por someter nuestros propios pensamientos a Cristo, para Su gloria. No solo los pensamientos que son obviamente “malos”, como los pensamientos lujuriosos, sino todos nuestros pensamientos: sobre el dinero, la familia, la política y todo lo que nuestra cultura nos enseñe cada día que sea contrario a Cristo. El asunto es que muchas veces no detectamos estas enseñanzas.
Así que interactuamos con la cultura porque queremos luchar por el honor de Cristo para que Él reciba la gloria que Él merece.
Pero ¿cómo lo hacemos?
Nuestra interacción con la cultura tiene que ver con nuestra percepción de nuestra identidad como seres humanos, con nuestro discipulado cristiano, con nuestro testimonio y con nuestro evangelismo. Más que nada, tiene que ver con el señorío de Jesucristo. No hay nada más importante que eso.
Interactuar con la cultura es esencial, así que ¿cómo podemos hacerlo?
Para poder detectar las historias culturales falsas que consumimos cada día, el primer paso es que nuestros corazones e imaginaciones sean capturados por una historia verdadera que es supremamente mejor: la historia de la Biblia.
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