Recuerden, recuerden, el 5 de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora de evocarla sin dilación. — Alan Moore
Estas palabras, que a muchos nos recuerdan la famosa película V for Vendetta, fueron escritas recordando a Guy Fawkes, el personaje detrás de la famosa máscara, en memoria de su fallida gesta revolucionaria para dinamitar el Palacio de Westminster en Inglaterra en 1605, en la lucha a favor de la libertad religiosa ante las tiránicas leyes anticatólicas del rey Jacobo I. El poema de Alan Moore, y las icónicas máscaras, quedaron grabadas como memorial de ese día.
Los recuerdos son poderosos. Un aroma puede transportarnos a un lugar donde viajamos. Un sabor puede recordarnos a la abuelita que retornó a casa con el Señor. Una canción puede recordarnos a un amor perdido. “Recordar es volver a vivir...”, nos enseñó Kodak, la compañía fotográfica de antaño.
Nuestro caminar cristiano está anclado en la memoria. Jesús nos pidió recordar:
Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí. — Lucas 22:19b.
El apóstol Pablo lo recalcó, haciendo eco de las palabras de Jesús en 1 Corintios 11:24 y luego amplía:
Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre; hagan esto cuantas veces la beban en memoria de Mi. — 1 Corintios 11:25b.
Un pedazo de pan. Una copa de vino. Dos productos de lo más mundanos, tomados de la tierra y trabajados por manos humanas. En ambos, un recuerdo, más que un recuerdo, el recuerdo. Y Pablo nos enseña que no es un recuerdo pasivo. Es memoria. Es proclamación. Es espera:
Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. — 1 Corintios 11:26.
Hoy les traigo una propuesta. Hoy quiero desafiar su paladar. Esta es mi propuesta: tomemos el sacramento en serio. Cómo evangélicos, hemos caído en el error de reducir el sacramento a un mero símbolo. Y como símbolo, ha perdido la fuerza en nuestras congregaciones. Lo hacemos una vez por mes (si nos va bien). Lo hemos empacado y comercializado en “kits” que tomamos de una canasta, y lo tomamos como ritual. Sin peso, sin reflexión, sin señalar a ningún lado, sin memoria. Y cuando reducimos el sacramento a un símbolo, una representación abstracta, reducimos “el evangelio” o “centrado en el evangelio” a una mera afirmación intelectual, olvidando que la proclamación del Mensaje también incluye cosas que podemos hacer y saborear.
¿Cómo, entonces, podemos “tomar en serio” el sacramento? Les propongo que empecemos por las palabras mismas de Jesús en aquella última cena y primera comunión: “para ustedes”. En palabras de Martín Lutero:
¿Qué significa ‘para ustedes’? ¿Quizás para las ventanas o las puertas? No, sino para aquellos que hoy escuchan las palabras ‘para ustedes’. Debo creerlo. Si lo crees, entonces tomas el sacramento en la fuerza de estas palabras: ‘para ustedes’. ¡Marca únicamente estas palabras! Porque las palabras ‘para ustedes’ hacen al diablo más hostil a nosotros. Él nos dice, ‘mi querido, no debes creer este ‘para ustedes’. ¿Qué tiene que ver contigo? ¡Bebe en casa y disfruta la vida! Este sacramento no tiene nada que ver contigo.’ Pero es este ‘ustedes’ el que nos importa, igual que en el bautismo: ‘Aquel que cree y es bautizado será salvo.’ Así es aquí también, ‘por ustedes’. ¡Entonces, tomen nota y aprendan bien estas palabras! El beneficio es: ‘dado para ustedes, derramada para ustedes’. ¿Por qué vas al sacramento? Yo voy porque es un cuerpo y una sangre que es dado y derramada para mí; por eso voy.
Estas palabras del Señor, “para ustedes”, pesan porque nos recuerdan, nos invitan y nos empujan.
¿Qué nos recuerdan? Nos recuerdan que el Señor Jesús vino y dio su vida para el perdón de nuestros pecados. Y lo que más nos cuesta es eso: por nuestros pecados. Es decir, en la Cruz está la razón, la causa y el propósito por el cual vino Jesús. Por nuestra culpa y para nuestra salvación. La mesa es la anamnesis de eso. La mesa es el recuerdo siempre presente de esa realidad, y en ese recuerdo no cabe la arrogancia teológica y doctrinal, no caben las tribus. En esa mesa cabe únicamente un pedazo de pan y una copa de vino. Y en ambos, cuando nos reunimos a tomarlos, está con nosotros Jesús y allí, Su amor. Y en Su amor, la máxima posibilidad de unidad que podemos tener como cristianos:
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de Cristo? Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; porque todos participamos de aquel mismo pan. — 1 Corintios 10:16-17
Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad. — Colosenses 3:12-14
Por esta razón podemos ir a cualquier parte del mundo a reunirnos con nuestros hermanos y cuando al centro de la mesa vemos un pedazo de pan y una copa, sabemos para qué nos hemos reunido y qué es lo que nos une, aunque no hablemos el mismo idioma. Por eso, cada vez que juntos en la congregación participamos de la mesa, no solo cumplimos con un ritual. Nos recordamos los unos a los otros por qué estamos allí, y nos reafirmamos unos a otros que estamos juntos en esto.
Pero… ¿qué es esto? “Esto” es el llamado que nos hizo Jesús y Pablo de reunirnos frecuentemente a compartir el pan y el vino con un propósito: proclamar la muerte del Señor hasta que Él venga.
La mesa es la que nos une, nutre y alimenta para la vida en misión. Jesús nos dijo:
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer. — Juan 15:5.
Y también:
Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed. — Juan 6:35.
Eso es para cada uno de nosotros. Pero también, se convierte en la base de nuestra misión:
Yo soy el pan de la vida. Los padres de ustedes comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo también daré por la vida del mundo es Mi carne. — Juan 6:48-51.
Entonces, la mesa es para nosotros un punto de reunión, y un punto de lanzamiento.
Es un punto de reunión para entrar a la presencia de Dios, fortalecernos en Él, encontrar socorro y descanso. La mesa. La comunión. La Santa Cena. Es eucaristía. Acción de gracias.
Entren por Sus puertas con acción de gracias, Y a sus atrios con alabanza. Denle gracias, bendigan Su nombre. — Salmo 100:4.
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. — Hebreos 4:16.
Y es allí donde nos encontramos con algo más que un símbolo del amor de Dios, es donde somos recordados que Dios ha sido, Dios es y Dios seguirá siendo bueno.
Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. — Salmo 27:13.
¿Y por qué podemos creerlo? Porque por Su gracia y a través de la fe, hemos sido invitados a probarla. Literalmente, a degustarla:
Prueben y vean que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! — Salmo 34:8.
Es un punto de lanzamiento, porque allí empieza nuestra misión evangelística y allí debemos regresar continuamente para recordarla, fortalecernos en ella y salir a proclamarla hasta el día que el Señor vuelva. La mesa se convierte en prolepsis, el futuro anunciado, el Reino empezado a vivir en la Tierra, la embajada de aquellos que hemos sido nombrados embajadores para proclamar el mensaje de reconciliación (2 Corintios 5 y 6).
El pan y el vino entonces no son mero símbolo, mera representación. Para ser pan, el trigo tuvo que ser molido y pasado por fuego. Para ser vino, las uvas tuvieron que ser machacadas y destripadas. Entonces, el pan y el vino son alimento, son nutrición espiritual, son señales que apuntan a realidades físicas y concretas, el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesús. Como nos enseñó Juan Calvino:
¿Cómo hemos de entender las palabras en las cuales el pan es llamado el cuerpo de Cristo y el vino Su sangre? Podemos resolver esto sin mayor dificultad, si observamos cuidadosamente el principio de que todo el beneficio que debemos buscar en la Cena queda aniquilado si Jesucristo no está allí dado a nosotros como sustancia y fundamento de todo. Habiendo establecido eso, confesamos, sin duda alguna, de que negar que Jesucristo es verdaderamente comunicado a nosotros cuando se nos es presentado en la Cena, es hacer del sacramento algo frívolo e inútil, una desagradable blasfemia que nunca debemos escuchar. — Juan Calvino (1540).
Esta es la invitación: ven a la mesa. Pero Juan... ¡no soy digno, no soy bueno! Dios nos dice, “Bueno y recto es el Señor; por tanto, Él muestra a los pecadores el camino”. (Salmo 25:8). Eres bienvenido, así como fueron bienvenidos todos los que en aquella primera ocasión la tomaron y luego salieron y traicionaron a Jesús. Y esta es la maravilla. Dios no solo nos muestra el camino, en Jesús, Él es el Camino y por eso es que encontrarnos con Él en el pan y el vino, es el mejor primer paso que podemos dar para empezar a caminar.
Y con esto, les dejo un hermoso misterio más “picando en el área”. nosotros, ustedes y yo, la Iglesia, somos el Cuerpo de Cristo, dado como regalo, para la vida del mundo. Por eso el recuerdo continuo y el futuro hecho presente con el que nos encontramos en la mesa. Por lo pronto, vayan a casa, reúnan a su familia y con las palabras de institución que nos dejó el Señor, sírvanle la Cena. Reúnanse con su grupo y participen juntos del cuerpo y la sangre de nuestro Señor. En sus congregaciones, vean a sus lados y en el espíritu de las palabras de Enrique V escritas por Shakespeare:
Este es el día de San Crispín. El que sobreviva a este día y vuelva sano y salvo a su casa, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo (…) Desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro pequeño y feliz ejército, de nuestra banda de hermanos. Porque quien vierta hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición.
Recuerden a Aquel quien, según Hebreos 2:11, no se avergüenza de llamarnos hermanos y recuerden que estamos juntos en misión por la causa de Él, quién dio su cuerpo y sangre para el perdón de nuestros pecados.
Termino como empezamos:
Recuerden, recuerden…aquel 6 de agosto
Donde saboreando aquel vino y pan
Recordamos el costo
Del rescate de los hijos de Adán…
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