Por Christopher M. Hays
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“No puedo creer en Jesús”, me comentó el joven inglés, sentado en mi mesa en un evento evangelístico en la ciudad de Oxford. Era un estudiante de psicología, pálido, con pelo marrón lacio y ojos claros. Meneando la cabeza, me repitió, “no puedo creer en Jesús por razón de…pues…por razón de los dinosaurios.”
Me reí, y le pregunté, “¿qué tienen que ver los dinosaurios con Jesús? De pronto sabes que no había dinosaurios en Judea en el primer siglo. Jesús no alimentó a 5,000 velociraptors a la orilla del mar de Galilea, ni se subió a Jerusalén montado en un stegosaurus para la entrada triunfal (lo cual habría sido incómodo).”
Pero a pesar del chiste y lo tonto que es suponer que la paleontología socava a los Evangelios, yo comprendí bien la preocupación del joven. Alguien le había dado a entender que, para seguir a Jesús, él tendría que descartar la ciencia.
Esta suposición es una mentira. Es una falsa dicotomía creer que, si la ciencia es cierta, la Biblia no o viceversa. Pero a pesar de ser falsa, esta dicotomía impide que millones de personas se acerquen a Jesús como su Señor y Salvador, y a la vez empobrece el deleite cristiano en las obras maravillosas de Dios, ya que nos sentimos amenazados por la manera en que la ciencia ha iluminado cómo Dios obra en la creación.
En contra de esta dicotomía, mi argumento es sencillo: la ciencia moderna y la fe cristiana no son enemigos, sino aliados.
Los límites entre la teología y la ciencia
Para comenzar, es necesario aclarar que mucha de la enemistad entre algunos cristianos y algunos científicos se esfuma sencillamente al darse cuenta de los límites de lo que cada campo—religión y ciencia—puede aportar a nuestro conocimiento de la verdad.
Para explicar este punto imaginemos que yo (este gringo) paso un día en la costa tratando de pescar en el Caribe. Supongamos que para pescar uso una red o una malla que tiene espacios con un diámetro de 10 centímetros. Después de pasar un día pescando con esa malla que tiene huecos de 10 centímetros, yo reviso mi pesca y noto que todos los peces que saqué del mar tenían un largo de por lo menos 10 centímetros. Imaginemos que, debido a esta observación, yo concluyo que no existen peces de menos de 10 centímetros en el Caribe. ¿Qué me dirían ustedes? Seguro me dirían que soy un bobo; claro que hay peces de menos de 10 centímetros en el caribe. Mi problema es que no usé la malla correcta para pescar peces pequeños.
Tendría que ser muy ignorante para cometer tal error, pero efectivamente algunos científicos y algunos cristianos hacen lo mismo. Algunos científicos que son ateos (y cabe aclarar que la mayoría de los científicos creen en la existencia de un Dios o un poder superior; los científicos ateos son una minoría) han argumentado que Dios no existe ya que no tiene ninguna evidencia científica. Cualquier hipótesis sobre el mundo natural requiere de una prueba empírica, y Dios no tiene una.
El estudio empírico reconoce que el mundo material opera conforme a varias leyes científicas, reglas de causalidad natural, de modo que se puede repetir un experimento en condiciones idénticas un sinnúmero de veces y el resultado siempre será igual. Cada vez que combinamos dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno en condiciones de presión y temperatura normal, el resultado será el mismo: una molécula de agua; cada vez que pasamos electricidad de un cierto voltaje por el filamento de una bombilla, el resultado será el mismo: la bombilla se encenderá; cada vez que pateo una pelota, ella rebotará en una dirección completamente aleatoria, porque soy terrible para el fútbol.
A pesar de este último ejemplo, el estudio empírico es excelente para el análisis de fenómenos naturales porque todos los objetos del mundo operan regularmente dentro de los parámetros de las leyes naturales.
Los límites de la ciencia
Pero resulta un problema enorme tratar de aplicar el estudio empírico natural para demostrar o falsificar la existencia de Dios, precisamente porque Dios no es un ente natural. Dios creó al mundo natural, pero transciende este mundo, de modo que no queda obligado a operar dentro de los parámetros de la causalidad natural. Si Dios te habla esta tarde en una visión mientras tomas tinto y escuchas a Mozart, esto no significa que mañana puedes obligar a Dios a hablarte en una visión por medio de tomar otro cafecito y poner el mismo álbum en Spotify. Dios trasciende el mundo de la causalidad natural, y por esta razón, los científicos no pueden descartar la existencia de Dios por medio del empirismo. Los científicos no tienen la malla correcta para hablar de la existencia o no de Dios. Así las cosas, los científicos deben reconocer los límites de lo que su disciplina puede y no puede decir.
Los límites de la teología
De la misma manera, hay varias cosas que la teología y el estudio de la Biblia no nos pueden decir, por razón del tipo de malla que nosotros, los teólogos, usamos para estudiar el mundo y las cosas de Dios. Las mallas de la Biblia y de la fe son excelentes para indagar en la existencia y el carácter de Dios, en la ética y la escatología, en la moralidad y los misterios de la fe, en los planes y propósitos divinos. Pero la Biblia y la teología no pretenden enseñar ciencia. Si tú quieres entender la virología, no debes buscar en un texto de teología sistemática; si quieres aprender sobre qué pasa cuando una estrella se explota en una supernova, no debes buscar en el libro de Jeremías. La teología no está diseñada para indagar en tales temas y la Biblia no pretende hablar sobre tales cosas. No tenemos la malla correcta.
Tal como no se usan las herramientas de la ciencia para estudiar las cosas de Dios, no se usan las herramientas de la teología para estudiar la naturaleza. Un volumen de la historia de la iglesia no sirve para analizar la mitosis, y un microscopio no sirve para estudiar la Biblia (a menos que tengas una mini Biblia de bolsillo con la letra super chiquitica). Así, los teólogos y los científicos deben tener la humildad de reconocer los límites de lo que sus respectivas disciplinas pueden aportar a nuestra comprensión de la realidad.
Superación histórica de conflictos entre la fe y la ciencia
Esto no quiere decir que las dos disciplinas nunca van a entrar en conflicto. Sin negar que los campos de ciencia y teología se enfocan mayoritariamente en cosas muy distintas, a veces las dos disciplinas van a discrepar, y la historia nos ha mostrado que a veces es la teología se ajusta a los hallazgos de la ciencia, y a veces la ciencia se corrige de manera que cuadra mejor con la teología.
El debate sobre el heliocentrismo
Pensemos en el caso de geocentrismo, es decir, la teoría que afirma que el sol gira alrededor de la tierra. Durante la mayoría de la historia humana, se suponía que la tierra era el centro del universo, y que los cuerpos celestes, como el sol, orbitaban alrededor de la tierra. Pero en el siglo 16 y al comienzo del siglo 17, astrónomos como Copérnico, Kepler, y Galileo observaron que es la tierra que orbita alrededor del sol, que el sol es el centro del sistema solar (una teoría que se denomina ‘el heliocentrismo’).
El heliocentrismo parecía un problema para el cristianismo ya que la Biblia reflejaba las suposiciones antiguas del geocentrismo. Por ejemplo, Eclesiastés 1:5 dice, “Sale el sol, se pone el sol, y afanoso vuelve a su punto de origen para de allí volver a salir”, lo cual indica que el autor suponía que el sol giraba alrededor de la tierra, y no viceversa. Por razón de textos así, el heliocentrismo de Copérnico fue prohibido por el Papa Pablo el V, y Galileo fue condenado por la Inquisición Romana. Solo fue en 1992 que el Papa Juan Pablo II ofreció una disculpa oficial por de la condenación de Galileo, reconociendo que este tenía la razón al argumentar que la tierra gira alrededor del sol. En los siglos intermedios, se había concluido que el heliocentrismo era cierto, y que los textos bíblicos que presuponen el geocentrismo meramente reflejan suposiciones antiguas precientíficas, que no pretenden ofrecer información astronómica. Este es un caso obvio de cómo una interpretación de la Biblia tuvo que ser replanteada a la luz del avance científico.
El debate sobre la cosmología
Sin embargo, a veces los cambios van en la otra dirección. Pensemos en la cosmología, el estudio del origen y desarrollo del universo. Hace 90 años, la teoría cosmológica dominante se llamaba “la teoría del estado estacionario”. Según la teoría del estado estacionario, el universo no crece y no tiene ningún comienzo. La idea era que el universo siempre había existido como está hoy. Naturalmente, esta idea amenazaba la doctrina de la creación porque la teología cristiana afirma que Dios existió antes del universo, y que Dios creó al universo, de la nada.
Pero ¿qué pasó? Primero, el astrónomo Edwin Hubble descubrió que el universo se estaba expandiendo. Con base a esta observación, un físico, Georges Lemaître, propuso que se puede trazar este proceso de expansión en revés. Concluyó que, al comienzo del tiempo, el universo era un punto singular, infinitamente denso y caliente, infinitamente pequeñito, y que explotó. En pocas palabras, fue Lemaître el que propuso la teoría de la Gran Explosión, el Big Bang. ¿Y saben algo? Georges Lemaître era un sacerdote, un cristiano y un científico tan brillante que aun Albert Einstein reconoció que fue él quien dio “la explicación más bella del universo”.
En aquel caso, los avances en la ciencia llegaron a cohesionar bien con la teología cristiana. A veces es la ciencia la que se tiene que revisar, y a veces es la teología la que se tiene que ajustar. En el caso del heliocentrismo, la teología tuvo que ajustarse, y en el caso de la Gran Explosión la ciencia tuvo que ajustarse. Pero las dos disciplinas son formas complementarias de conocer más del mismo Dios.
Los dos libros de Dios
Los teólogos a veces hablan de “los dos libros de Dios”, los cuales son la Biblia y la naturaleza. La expresión busca comunicar que Dios se revela tanto por medio de la Biblia como por medio de la naturaleza. Dios es el creador del mundo, y la creación refleja y revela a su Creador.
En Romanos 1, Pablo escribió que, “Desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó” (Rm. 1:20). Pablo explicó que Dios se revela, no solo por medio de las Escrituras, sino también por medio de la misma creación. Tal como se deben escudriñar las Escrituras para conocer a Dios, así también se debe escudriñar la creación para conocer a Dios. ¡No hay que excluir un libro de Dios a favor del otro!
Obviamente, la naturaleza no comunica sobre Dios por medio de escribir. Las montañas no tienen ninguna cuenta de Twitter; los cielos no redactaron ningún libro del Antiguo Testamento, escondido entre Habacuc y Sofonías. Al contrario, por su mismo ser y operación natural, la creación proclama la gloria de Dios. ¿Y cómo estudiamos la operación natural de la creación? Por medio de la ciencia.
Ya que los dos libros de Dios, la naturaleza y la Biblia, tienen el mismo autor, no debemos temer que la creación va a contradecir a la Biblia. La naturaleza y las Escrituras revelan al mismo Dios de maneras complementarias.
Esto no quiere decir que la ciencia y la teología siempre van a concordar. La ciencia es el estudio de un libro de Dios, y la teología es el estudio de otro. Estos dos estudios son realizados por seres humanos falibles, lo cual quiere decir que la interpretación del libro de la naturaleza por un científico puede ser errónea, tal como puede ser errónea la interpretación del libro de la Biblia por un teólogo. Pero en tal caso, la discrepancia no existe entre los dos libros de Dios, sino entre las interpretaciones de los libros por parte de los humanos. La autorrevelación de Dios es infalible; sus intérpretes no lo son.
Conclusión
A la luz de todo esto, si yo pudiera volver el tiempo atrás y retomar la conversación que tuve en Oxford con el pálido estudiante de psicología, ¿qué le diría? No hay que escoger entre Jesús y los dinosaurios, entre teología y paleontología, entre el libro de la naturaleza y el libro de la Biblia. Le diría, “no dejes que tu pasión por la psicología o la neurociencia impida tu exploración del Dios que creó la mente humana. Nosotros podemos alzar los ojos a los cielos, contemplar las estrellas y percibir en ellas la operación de un creador que trasciende la causalidad natural, y que, sin embargo, se complació en revelarse diariamente por medio de la causalidad natural. Él también decidió revelarse por medio de las Sagradas Escrituras, y especialmente por medio de su Hijo, Jesús de Nazaret.”
Y al cristiano joven de América Latina de hoy que se fascina por la ciencia, quiero decirle algo similar. No hay que escoger entre la Biblia y la biología, entre el alma y el genoma, entre la creación y el creador.
Tal como los dos discípulos en el Camino a Emaús observaron que sus corazones ardían cuando Jesús les abrió las Escrituras, está bien que el corazón del cristiano arda cuando el científico le abre el libro del universo. Al fin y al cabo, los dos libros tienen un solo autor divino, del cual soy muy hincha, de modo que tengo ganas de leer todo lo que él ha escrito.
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