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Soy una mujer apasionada por las noticias. Cada mañana me levanto y me sumerjo en un fascinante mundo de lecturas para descubrir lo que está sucediendo a nivel local, nacional e internacional. Leo con mucha atención y pretendo comprender los acontecimientos en cuanto a los negocios, la economía de los países, las sociedades, la ciencia, qué amenaza a nuestra salud… También sigo de cerca la política mundial.
Además, soy una mujer cristiana de convicción. Lo digo así porque desde niña fui llevada a la iglesia y con el paso de los años, he confirmado mi fe hasta el punto de considerarla una convicción arraigada. Esos dos músculos, tanto mi actividad como lectora y reportera de noticias como mi fe, trabajan simultáneamente en mi vida diaria. Así que hay noticias que captan particularmente mi atención.
Por ejemplo, recuerdo que un día vi en la pantalla de mi celular a una mujer rubia que cargaba una enorme biblia y se abría paso entre una multitud. Me pregunté qué estaba sucediendo y ella, apretada entre la gente a su alrededor, gritaba emocionada que finalmente el libro sagrado regresaba a la casa presidencial de Bolivia. Aquello generó una gran algarabía y me dejó asombrada.
También recuerdo que leí sobre la Convención de las iglesias bautistas en Estados Unidos hace unos años, en donde surgió una gran controversia en torno a un orador especial: Mike Pence. Nada más y nada menos que el vicepresidente de los Estados Unidos, se ofreció a dar el discurso inaugural. Sin embargo, hubo cristianos que expresaron su deseo de que nunca lo hubiese hecho.
Un día también me encontré con un titular del diario El País, uno de los más leídos del mundo, que describía a un magistrado recientemente nombrado por Jair Bolsonaro para el tribunal supremo de Brasil como "terriblemente evangélico". Mientras leía la noticia, me di cuenta de que fue el magistrado quien usó esas palabras para describirse a sí mismo. Después, el reportero resaltó que muchas personas dijeron: “esto es un pequeño paso para los hombres, pero un gran salto para los evangélicos”, lo cual me hizo preguntarme qué significaba aquello.
Quiero confesarles con honestidad que, cuando hago esas preguntas, no lo hago desde la ingenuidad, pues soy reportera, ni tampoco desde la retórica, sino desde una curiosidad esencial y natural. ¿De verdad es “un gran salto para los evangélicos” que personas que profesan nuestra fe alcancen puestos de poder? ¿Sí o no? Hoy los invito a reflexionar en esa pregunta: ¿Qué significa que alguien evangélico, o “terriblemente evangélico”, ocupe un cargo como magistrado, presidente, diputado o congresista?
Pienso que a menudo, como iglesia, creemos, esperamos y confiamos en que se repita la historia, como cuando el emperador Constantino emitió un edicto que declaraba al cristianismo como religión oficial. Así, los creyentes dejaron de ser perseguidos y empezaron a establecer toda su estructura de forma tan sólida, que trascendieron a ese imperio y llegaron hasta nuestros días. Parece que fue un gran salto para los evangélicos, ¿verdad?
Pero a medida que los estudiosos e historiadores revisan esos hechos con diferentes lentes, descubren que a lo mejor la causa de ese asentamiento del cristianismo no fue ese edicto, sino otros fenómenos. Entonces, de nuevo surge la pregunta: ¿Nos beneficia tener personas que comparten nuestra fe y convicciones cristianas en puestos de poder? Ojalá que la respuesta fuera tan simple como un sí o un no.
Pero hoy quiero decirles que es equivocado creer que la preservación de nuestros valores cristianos depende de que una persona con o sin nuestra fe llegue a gobernar. La Iglesia puede equivocarse y correr un gran riesgo al creer que la conservación de nuestros valores está ligada a esas alianzas políticas. No solo es peligroso, es inviable bíblicamente pensar de esa manera.
Vamos a hablar sobre el aspecto político. Sé que aunque a veces nos alejamos de ello, siempre genera interés, curiosidad o incluso un poco de morbo. Vamos a preguntarnos: ¿Para qué nos sirve que determinado político alcance o no el cargo al que aspira? ¿Cómo buscan nuestro voto? En cierto modo, se asemeja a un cortejo, como cuando se intenta enamorar a alguien. De hecho, en política se usa el término: "van a la conquista".
El ‘voto evangélico’ ha sido reconocido por politólogos y sociólogos como un voto sólido, disciplinado y fuerte, capaz de inclinar la balanza en una elección. Pero volvamos a lo esencial: ¿nos convienen esas alianzas? ¿Qué ocurre cuando una iglesia pacta consciente o inconscientemente con un proyecto político partidista? ¿Por qué lo hacemos?
Lo comprendo, pues he entrevistado a las personas que están allí y, por un lado, tenemos una agenda actual que parece amenazar agresivamente nuestros valores cristianos y, por el otro lado, surgen políticos que vienen a prometernos que van a preservarlos. Dicen “no vamos a permitir que nos desdibuje y nos transformen nuestro concepto de familia”. Entonces, ese voto disciplinado, duro y sólido puede entregarse más fácilmente a esas promesas.
He visto cómo muchas personas están persuadidas y dicen: “Este candidato está bendiciendo y en el nombre de Dios está prometiendo llevar a cabo determinados proyectos o prohibir ciertos temas”. Esto sucede en Guatemala, Colombia y Brasil. Pero, ¿esos proyectos políticos son reales?
Les voy a contar una historia. Mi mamá es dicharachera y muchas veces nos enseña a nosotros a fuerza de dichos. Recuerdo claramente que en mi adolescencia me consideraba rebelde porque, cuando mi madre decía un refrán, yo cuestionaba su veracidad. Repetía en mi mente que esas frases solo alimentan estereotipos y prejuicios, así que trataba de alejarme. Pero con los años y la madurez, he comprendido la riqueza que tiene una simple verdad.
"Dime con quién andas y te diré quién eres", nos decía ella para que tuviéramos cuidado con nuestras compañías. Ahora, lo pienso y me doy cuenta de que allí se encuentra simplificado el inicio del Salmo 1 (NVI): “Dichoso es quien no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los burladores, sino que en la Ley del SEÑOR se deleita y día y noche medita en ella”. “Son verdades tan simples”, pensé. Entonces, ¿con quiénes está andando la Iglesia?
Existe una encuesta que abarca toda América Latina, se llama "Latinobarómetro". En ella se les pregunta a los ciudadanos de esta región en qué creen, qué piensan, qué les gusta y qué les disgusta en cuanto a varios aspectos de sus vidas: económico, político, social y comunitario. La última encuesta publicada el año pasado revela datos particulares que siempre reviso con gran interés.
Una de las preguntas es en quién confían los latinoamericanos y cuáles son las instituciones más sólidas. Los políticos están por debajo del 20 %. Imagínense, solo dos de cada diez personas aquí confían en esas instituciones políticas. Por supuesto, también reviso los medios de comunicación y la Iglesia, que siempre aparece en primer lugar, con un 61 %. Entonces, podríamos estar aliviados, ¿verdad?
Pero permítanme mencionarles una verdad dura y directa. En el 2002, se confiaba en las iglesias en un 77 % y hoy ese número ha disminuido al 61 %. ¿Qué pasó en el camino? ¿Por qué la Iglesia está perdiendo la confianza de la gente? Traigamos a colación, entonces, los titulares sobre el hombre terriblemente evangélico y la mujer ingresando con una enorme biblia.
Si revisamos las noticias, descubrimos que en Brasil, donde el triunfo de un proyecto político dependió del ‘voto evangélico’, también una mujer que era pastora y cantante de góspel está siendo procesada por el asesinato de su esposo. Además, intentó protegerse y blindarse con la inmunidad política para evitar que la justicia la persiguiera. No dejemos de lado que el presidente de esa nación fue constantemente criticado por no cuidar del pueblo y llegó a enfrentar un rechazo del 68%.
¿Creen ustedes que la Iglesia puede salir indemne después de esas alianzas? De ninguna manera. Entonces, la mujer que portaba la enorme biblia, daba la impresión de que los valores regresaban a la política. Sin embargo, hoy enfrenta procesos legales, es acusada de sedición y otros delitos. Así que retomemos el refrán que mencioné: "Dime con quién andas y te diré quién eres".
Antes, la confianza en la Iglesia rondaba el 80 %, pero ahora se sitúa en el 60 %. Chile solía ser considerado el país donde esa institución era más valorada, pero en la actualidad solo tres de cada diez chilenos confían en ella.
Hace un tiempo estaba compartiendo con mis compañeros de trabajo y estaban hablando sobre las campañas políticas, no recuerdo exactamente de qué país, y de la proximidad de las de Guatemala. Entonces, una amiga a la que admiro por su sinceridad, comentó: “hay que votar por el que sea ateo, no voten por los que estén bendiciendo”. En ese momento, me di cuenta de que ella, de manera sencilla, estaba revelando verdades complejas.
Retomemos a Constantino I. Los historiadores han investigado si el Edicto de Milán realmente fue fundacional para el crecimiento de nuestra iglesia y han encontrado diferentes interpretaciones. Algunas sostienen que el movimiento cristiano ya estaba en ascenso desde su base y que habría triunfado con o sin edicto. Otros argumentan que Constantino I supo aprovechar su posición de poder y, al percibir al movimiento cristiano como una amenaza... “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”.
Además, Constantino estuvo gravemente enfermo y se cuentan historias de que en realidad se convirtió al cristianismo. Pero también hay versiones de que ya había probado todos los remedios, ya había orado y hecho los ritos que le ofrecían las religiones paganas sin obtener resultados. Entonces, pensó: “quizás con esta religión sí”.
Recientemente, compartí una comida con un candidato a doctorado en politología de la Universidad de Princeton y le conté sobre esta charla de BITE. Él me dijo que era importante recordar que la iglesia posee un poder real. Sabemos en dónde está ese poder si volteamos a ver nuestro manual bíblico.
No quiero satanizar la política, sino destacar a todos esos cristianos que, a través de ella, de la ciencia, la literatura y las artes, han dejado una huella que nos enorgullece. Por ejemplo, los abolicionistas fueron cristianos que abogaron por el fin de la esclavitud en Inglaterra. Valoramos a los pastores que respaldaron a Martin Luther King Jr. en la lucha por la igualdad racial en Estados Unidos.
Entonces, ¿cómo podríamos distinguirlos? La fórmula se encuentra en la primera carta de Tesalonicenses, que nos insta a examinarlo todo y retener lo bueno. No puedo decir aquí cuál opción es viable y cuál no, pero los invito a escuchar, evaluar y a tratar de indagar en el carácter cristiano del que está presentando promesas que probablemente deseamos escuchar y que probablemente nos seduzcan.
Quiero concluir con las palabras de Jonathan Leeman, un apasionado pastor de una Iglesia Bautista en un suburbio de Washington. En la controversia por el discurso de Mike Pence en la Convención de las iglesias bautistas, él fue uno de los que expresó que ojalá no lo hubiera dado. Leeman empieza a decirnos: el patrón bíblico es todo lo contrario, no fue desde un gobernante que Dios habló a su pueblo, sino todo lo contrario.
Moisés desafió al faraón, Juan el Bautista cuestionó a Herodes y Pablo apeló al César. El flujo bíblico revela que la flecha va en dirección opuesta: es el pueblo de Dios el que les habla a los gobernantes. Sigamos el ejemplo de Jonás, quien no llamó al rey de Nínive, sino que se presentó cara a cara y le dijo que se arrepintiera. Hagamos nuestras esas palabras y recordemos en dónde está nuestra posición.
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En Cristo,
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